Lenin: QUIENES SON LOS “AMIGOS DEL PUEBLO” Y COMO LUCHAN CONTRA LOS SOCIALDEMOCRATAS

Proletarios de todos los países, ¡uníos!

V.I. Lenin

QUIENES SON LOS “AMIGOS DEL PUEBLO” Y COMO LUCHAN CONTRA LOS SOCIALDEMOCRATAS (1894)

(RESPUESTA A LOS ARTICULOS DE RUSSKOIE BOGATSTVO CONTRA LOS MARXISTAS)

PARTE  I

    Rússkoie Bogatstvo [2] inició una campaña contra los socialdemócratas. Ya en el núm. 10 del año pasado uno de los directores de dicha revista, el señor N. Mijailovski, anunció una “polémica” contra “nuestros llamados marxistas o socialdemócratas”. Más tarde apareció un artículo del señor S. Krivenko, titulado Los francotiradores de la cultura (núm. 12) y otro del señor N. Mijailovski, titulado Literatura y vida (núms. 1 y 2 de R. B. de 1894). En cuanto al concepto que la revista tiene de nuestra realidad económica, fue formulado de un modo más completo en un artículo del señor S. Iuzhakov: Problemas del desarrollo económico de Rusia (en los núms. 11 y 12). En líneas generales, estos señores, que pretenden representar en su revista las ideas y la táctica de los verdaderos “amigos del pueblo”, son enemigos jurados de la socialdemocracia. Intentatemos, pues, examinar a fondo a estos “amigos del pueblo”, la crítica que hacen del marxismo, sus ideas y su táctica.
    El señor N. Mijailovski dedica su atención sobre todo a los fundamentos teóricos del marxismo, y por eso se ocupa en especial del análisis de la concepción materialista de la historia. Después de presentar, en líneas generales, el contenido de las numerosas obras marxistas que exponen esta doctrina, el señor Mijailovski comíenza su crítica con el siguiente pasaje:
    “Ante todo — dice — surge espontáneamente una pregunta: ¿en qué obra expuso Marx su concepción materialista de la historia? En El capital nos dio un ejemplo de unión de la fuerza lógica con la erudición, con el estudio minucioso, tanto de toda la literatura económica, como de los hechos correspondientes. Exhumó a teóricos de las ciencias económicas olvidados hace mucho tiempo o que hoy nadie conoce, y no descuida los detalles más nimios de informes de inspectorcs de fábricas o de declaraciones formuladas por peritos de diversas comisiones especiales; en una palabra, examinó una enorme cantidad de materiales documentales, bien para fundamentar sus teorías económicas, bien para ilustrarlas. Si ha creado una concepción ‘completamente nueva’ del proceso histórico, si ha explicado todo el pasado de la humanidad desde un punto de vista nuevo y ha resumido todas las teorías sobre la filosofía de la historia existentes hasta entonces, lo hizo, por supuesto, con igual celo: realmente revisó y sometió a un análisis crítico todas las teorías conocidas del proceso histórico y una gran cantidad de hechos de la historia universal. El parangón con Darwin, tan corriente en la literatura marxista, confirma aún más esta aseveración. ¿En qué consiste toda la obra de Darwin? En algunas ideas de sintesis, estrechamente vinculadas entre sí, que coronan todo un Mont-Blanc de materiales concretos. ¿Pero dónde está la obra pertinente de Marx? No existe. Y no sólo no existe obra semejante de Marx, sino que no la hay en toda la literatura marxista, pese a toda su amplitud cuantitativa y a su difusión.”
    Este pasaje es sumamente caracteristico para advertir hasta qué punto son poco comprendidos por el público El capital y Marx. Anonadados por la inmensa fuerza probatoria de lo que expone, hacen reverencias ante Marx, lo alaban, pero al mismo tiempo pasan completamente por alto el contenido fundamental de la doctrina y repiten, como si tal cosa, las viejas cantinelas de la “sociología subjetiva”. No se puede menos que recordar con este motivo el acertadísimo epígrafe que Kautsky eligió para su libro sobre la doctrina económica de Marx:
Wer wird nicht einen Klopstock loben?
Doch wird ihn jeder lesen? Nein.
Wir wollen weniger erhoben
Und fleissiger gelesen sein! [*]
    ¡Exactamente! El señor Mijailovski debería ensalzar menos a Marx y leerlo con mayor aplicación, o mejor, meditar con más seriedad sobre lo que lee.
    “En El capital Marx nos dio un ejemplo de unión de la fuerza lógica con la erudición”, dice el señor Mijailovski. Y en esta frase nos da un ejemplo de unión de una frase brillante con un contenido huero, según ha observado un marxista. Y la observación es en todo sentido justa. En efecto, ¿en qué se manifestó esa fuerza lógica de Marx? ¿Qué resultado dio? Al leer el pasaje del señor Mijailovski, que acabamos de reproducir, se puede creer que toda esta fuerza se concentró en las “teorías económicas” en el sentido más estricto de la palabra, y en nada más. Y para subrayar aún más los estrechos límites dél terreno en que manifestó Marx su fuerza lógica, el señor Mijailovski acentúa lo de “los detalles más nimios”, lo de la “minuciosidad”, lo de los “teóricos que hoy nadie conoce”, etc. Es como si Marx no hubiera aportado a los métodos de construcción de estas teorías nada sustancialmente nuevo, nada digno de ser mencionado, como si hubiese dejado a las ciencias económicas dentro de los mismos límites en que las encontró en las obras de los economistas anteriores, sin ampliarlas, sin aportar una concepción “completamente nueva” de esa ciencia. Pero quien haya leido El capital sabe que esta afirmación está totalmente reñida con la verdad. No se puede menos que recordar con este motivo lo que sobre Marx escribió el señor Mijailovski hace 16 años, cuando polemizaba con ese burgués ramplón, el señor I. Zhukovski[3]. Acaso eran otros los tiempos entonces, o quizás estaban más frescos los sentimientos; lo cierto es que el tono y el contenido de aquel artículo del señor Mijailovski eran completamente distintos.


    * “¿Quién dejará de alabar a Klopstock? ¿Pero lo leerán muchos? No. ¡ Nosotros preferimos que nos ensalcen menos, pero que nos lean más!” (Lessing). (N. de la Red.)


    “‘El objetivo final de esta obra es demostrar la ley del desarrollo [(en el original: Das ökonomische Bewegungsgesetz, es decir, la ley económica del movimiento)] de la sociedad moderna’, dice C. Marx en El capital, y se atiene estrictamente a su programa.” Así opinaba el señor Mijailovski en 1877. Veamos, pues, más de cerca este programa estrictamente coherente, según reconoce el propio crítico. El programa consiste en “demostrar la ley económica del desarrollo de la sociedad moderna”.
    Esta formulación nos coloca ya frente a varios problemas que exigen ser aclarados. ¿Por qué habla Marx de la sociedad “moderna (modern )”, cuando todos los economistas anteriores a él hablaban de la sociedad en general? ¿En qué sentido emplea la palabra “moderna”, y cuáles son las características por las que él distingue especialmente esta sociedad moderna? Y luego: ¿qué significa la ley económica del movimiento de la sociedad? Estamos acostumbrados a oír decir a los economistas — ésta es, por cierto, una de las ideas preferidas de los publicistas y economistas del medio a que pertenece Rússkoie Bogatstvo — que sólo la producción de valores se encuentra supeditada a leyes económicas, mientras que la distribución, según ellos, depende de la política, de la forma en que las autoridades, los intelectuales, etc., ejerzan su influencia sobre la sociedad. ¿En qué sentido, pues, habla Marx de la ley económica del movimiento de la sociedad, llamándola, por añadidura, unos renglones más abajo, Naturgesetz, ley natural? ¿Cómo entender esto cuando tantos sociólogos de nuestro país han escrito montones de papel para decir que el campo de los fenómenos sociales ocupa un lugar aparte del campo de los históriconaturales y que, por lo tanto, para estudiar los primeros es necesario emplear un método completamente especial, el “método subjetivo en la sociología”?
    Todas estas dudas surgen de un modo natural e inevitable y, claro está, sólo por crasa ignorancia pueden ser dejadas a un lado cuando se habla de El capital. Para esclarecerlas, citemos previamente un pasaje más del mismo prólogo de El capital, algunas líneas más abajo:
    “Mi punto de vista — dice Marx — consiste en que considero el desarrollo de la formación económicosocial como un proceso histórico natural.”
    Basta sencillamente comparar, aunque sólo sean estas dos citas del prólogo, para advertir que precisamente ésa es la idea fundamental de El capital, aplicada, como hemos visto, con estricta coherencia y con rara fuerza lógica. Señalemos al respecto, ante todo, dos circunstancias: Marx se refiere a una sola “formación económicosocial”, a la capitalista, es decir, afirma haber investigado la ley del desarrollo sólo de esta formación y de ninguna otra. Esto en primer lugar. Y en segundo término, advirtamos los métodos con que elabora Marx sus conclusiones: como vimos unas líneas más arriba, el señor Mijailovski dice que estos métodos consistían en el “estudio minucioso de los correspondientes hechos”.
    Ahora pasemos a analizar esta idea fundamental de El capital, que con tanta habilidad intentó pasar por alto nuestro filósofo subjetivista. ¿En qué consiste propiamente el concepto de formación económicosocial y en qué sentido puede y debe considerarse el desarrollo de dicha formación como un proceso histórico natural? Estos son los interrogantes que ahora se nos plantean. Ya he indicado que desde el punto de vista de los viejos (no para Rusia) economistas y sociólogos, el concepto de formación económicosocial es completamente superfluo: hablan de la sociedad en general, discuten con los Spencer sobre lo que es la sociedad en general, sobre sus fines y su esencia, etc. En tales disquisiciones, estos sociólogos subjetivistas se apoyan en argumentos por el estilo de los que afirman que el fin de la sociedad consiste en procurar ventajas para todos sus miembros, y que por ello la justicia exige una organización determinada, y los sistemas que no corresponden a esta organización ideal (“la sociología debe comenzar por cierta utopía”, dice uno de los autores del método subjetivista, el señor Mijailovski, lo cual caracteriza perfectamente la naturaleza de sus métodos) son anormales y deben ser eliminados. “El objetivo esencial de la sociología — razona, por ejemplo, el señor Mijailovski — consiste en el estudio de las condiciones sociales en que tal o cual necesidad de la naturaleza humana es satisfecha.” Como se ve, a este sociólogo sólo le interesa una sociedad que satisfaga a la naturaleza humana, pero en modo alguno le interesan las formaciones sociales que, por añadidura, pueden estar basadas en fenómenos tan en pugna con la “naturaleza humana” como la esclavización de la mayoría por la minoría. Se ve también que, desde el punto de vista de este sociólogo, ni hablar cabe de considerar el desarrollo de la sociedad como un proceso histárico natural. (“Al reconocer algo como deseable o indeseable, el sociólogo debe hallar las condiciones necesarias para realizar lo deseable o para eliminar lo indeseable”, “para realizar tales y cuales ideales”, razona el mismo señor Mijailovski). Más aún, ni hablar cabe siquiera de un desarrollo, sino de diversas desviaciones de lo “deseable”, de “defectos”, que se han producido en la historia como consecuencia. . . , como consecuencia de que los hombres no han sido inteligentes, no han sabido comprender bien lo que exige la naturaleza humana, no han sabido hallar las condiciones para realizar estos regímenes racionales. Es evidente que la idea fundamental de Marx sobre el proceso histórico natural de desarrollo de las formaciones económicosociales socava hasta las raíces esa moraleja infantil que pretende llamarse sociología. Pero, ¿cómo llegó Marx a esta idea fundamental? Lo hizo separando de los diversos campos de la vida social el de la economía, separando de todas las relaciones sociales las de producción, como relaciones fundamentales, primarias, que determinan todas las demás. El mismo Marx describe el proceso de su razonamiento sobre esta cuestión de la siguiente manera:
    “El primer trabajo que emprendí para resolver las dudas que me asaltaron fue una revisión crítica de la filosofía hegeliana del derecho. Este trabajo me llevó a la conclusión de que tanto las relaciones jurídicas como las formas políticas no pueden ser deducidas de razones jurídicas y políticas ni explicadas exclusivamente por ellas; aun menos posible es explicarlas e inferirlas de la llamada evolución general del espíritu humano. Tienen sus raíces exclusivamente en las relaciones materiales de vida, cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los escritores ingleses y franceses del siglo XVIII, en la denominación de ‘sociedad civil’. Pero la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la economía política. El resultado a que llegué por el estudio de esta última puede concretarse así: en la producción material, los hombres deben establecer determinadas relaciones mutuas, relaciones de producción. Estas corresponden siempre al grado de desarrollo de la productividad que han alcanzado en determinado momento sus fuerzas económicas. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se erige la superestructura jurídica y política, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. De tal modo, el régimen de producción condiciona los procesos de la vida social, política o puramente espiritual. La existencia de dichos procesos, no sólo no depende de la conciencia del hombre, sino, por el contrario, esta última depende de ellos. Pero en determinada fase del desarrollo de su productividad, las fuerzas chocan con las relaciones de producción establecidas entre los hombres. Como consecuencia, los hombres entran en contradicción con lo que constituye una expresión jurídica de las relaciones de producción, es decir, el régimen de propiedad. Entonces, las relaciones de producción dejan de corresponder a la productividad y comienzan a trabarla. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se modifica más o menos rápidamente toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian estas revoluciones hay que distinguir siempre rigurosamente el cambio material ocurrido en las condiciones de producción, que debe ser verificado con la exactitud propia de las ciencias naturales y el cambio en las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas y filosóficas: en una palabra, las formas ideológicas que introducen en la conciencia de los hombres la idea del conflicto e implican una lucha latente por resolverlo. Como no podemos juzgar a un individuo por lo que piensa de sí, tampoco podemos juzgar estas épocas de revolución por la conciencia que tienen de sí mismas. Por el contrario, hay que explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las condiciones de producción y las condiciones de productividad [. . .] Examinados en sus rasgos generales, los sistemas de producción asiático, antiguo, feudal y el actual sistema burgués, pueden ser considerados como épocas progresistas en la historia de las formaciones económicas de la sociedad”[4].
    Y esta idea del materialismo en la sociologia era una idea genial. Se entiende que por el momento no era sino una hipótesis, pero una hipótesis que por primera vez hacia posible tratar de un modo rigurosamente científico los problemas históricos y sociales. Hasta entonces, como los sociólogos no sabían descender hasta relaciones tan elementales y primarias como las de producción, empezaban directamente por la investigación y el estudio de las formas político-jurídicas, tropezaban con el hecho de que estas formas surgían de tales o cuales ideas de la humanidad en un momento dado, y no pasaban de ahí; resultaba como si las relaciones sociales fuesen establecidas concientemente por los hombres. Pero esta conclusión, que halló su expresión completa en la idea de El contrato social [5] (cuyos vestigios se notan mucho en todos los sistemas del socialismo utópico), estaba completamente en pugna con todas las observaciones históricas. Jamás ha sucedido, ni sucede, que los miembros de la sociedad se representen el conjunto de las relaciones sociales en que viven como algo definido, integral, penetrado por un principio fundamental; por el contrario, la masa se adapta inconcientemente a esas relaciones, y es tan pobre la idea que de ellas tiene como relaciones sociales históricas especiales, que, por ejemplo, sólo últimamente se halló una explicación de las relaciones de intercambio, en las cuales los hombres han vivido durante muchos siglos. El materialismo ha eliminado esta contradicción, profundizando el análisis hasta llegar al origen de estas mismas ideas sociales del hombre, y su conclusión de que el desarrollo de las ideas depende del de las cosas es la única compatible con la psicología científica. Además, también en otro sentido esta hipótesis, por vez primera, ha elevado la sociología al grado de ciencia. Hasta ahora los sociólogos distinguieron con dificultad, en la complicada red de fenómenos sociales, los fenómenos importantes de los que no lo eran (esta es la raíz del subjetivismo en sociología), y no supieron encontrar un criterio objetivo para esta diferenciación. El materialismo proporciona un criterio completamente objetivo, al destacar las “relaciones de producción” como estructura de la sociedad, y al permitir que se aplique a dichas relaciones el criterio científico general de la repetición, cuya aplicación a la sociología negaban los subjetivistas. Mientras se limitaban a las relaciones sociales ideológicas (es decir, relaciones que antes de establecerse pasan por la conciencia* de los hombres), no podían advertir la repetición y regularidad en los fenómenos sociales de los diversos países, y su ciencia, en el mejor de los casos, se limitaba a describir tales fenómenos, a recapilar materia prima. El análisis de las relaciones sociales materiales (es decir, que se establecen sin pasar por la conciencia de los hombres: al intercambiar productos, éstos contraen relaciones de producción, aun sin tener conciencia de que ello constituye una relación social de producción) permitió inmediatamente observar la repetición y la regularidad, y sintetizar los sistemas de los diversos países en un solo concepto fundamental de formación social. Esta síntesis fue la única que permitió pasar de la descripción de los fenómenos sociales (y de su valoración desde el punto de vista del ideal) a su análisis rigurosamente científico, que subraya, por ejemplo, qué diferencia a un país capitalista de otro y estudia qué tienen en común todos ellos.


    * Se entiende, por supuesto, que se trata siempre de la conciencia de las relaciones sociales y no de otras.


    Por último, en tercer lugar, esta hipótesis creó, además, por primera vez, la posibilidad de existencia de una sociología científica, porque sólo reduciendo las relaciones sociales a las de producción, y estas últimas al nivel de las fuerzas productivas, se obtuvo una base firme para representarse el desarrollo de las formaciones sociales como un proceso histórico natural. Y se sobrentiende que sin tal concepción tampoco puede haber ciencia social. (Los subjetivistas, por ejemplo, reconocen que los fenómenos históricos se rigen por leyes, pero no pudieron ver su evolución como un proceso histórico natural, precisamente porque no iban más allá de las ideas y fines sociales del hombre, y no supieron reducir estas ideas y estos fines a las relaciones sociales materiales.)
    Y he aquí que Marx, que formuló esta hipótesis en la déca da del 40, emprende el estudio de materiales documentados (Nota bene ). Toma una de las formaciones económicosociales — el sistema de la economía mercantil — y sobre la base de una gigantesca cantidad de datos (que estudió durante no menos de 25 años) proporciona un análisis sumamente minucioso de las leyes que rigen el funcionamiento de esta formación y de su desarrollo. Este análisis se limita exclusivamente a las relaciones de producción existentes entre los miembros de la sociedad: no recurre una sola vez, para explicar las cosas, a los factores que se encuentran fuera de estas relaciones de producción. Marx permite ver cómo se desarrolla la organización mercantil de la economía social, cómo ésta se trasforma en economía capitalista y crea clases antagónicas (ya dentro del marco de las relaciones de producción): la burguesía y el proletariado; cómo dicha economía desarrolla la productividad del trabajo social y aporta con ello un elemento que entra en contradicción inconciliable con los fundamentos de la propia organización capitalista.
    Tal es el esqueleto de El capital. Pero el caso es que Marx no se dio por satisfecho con este esqueleto, que no se limitó sólo a la “teoría económica”, en el sentido habitual de la palabra; al explicar la estructura y el desarrollo de una formación social determinada exclusivamente por las relaciones de producción, siempre y en todas partes estudió las superestructuras correspondientes a estas relaciones de producción, cubrió de carne el esqueleto y le inyectó sangre. Por ello obtuvo El capital un éxito tan gigantesco, pues esta obra del “economista alemán” presentó ante los ojos del lector toda la formación social capitalista como un organismo vivo, con los diversos aspectos de la vida cotidiana, con las manifestaciones sociales reales del antagonismo de clases propio de las relaciones de producción, con su superestructura política burguesa destinada a salvaguardar el dominio de la clase de los capitalistas, con sus ideas burguesas de libertad, igualdad, etc., con sus relaciones familiares burguesas. Ahora se comprende que la comparación con Darwin es en todo sentido exacta: El capital no es más que “algunas ideas de síntesis, estrechamente vinculadas entre sí, que coronan todo un Mont Blanc de materiales concretos”. Y si el que leyó El capital no advirtió estas ideas de síntesis, la culpa ya no será de Marx, quien hasta en el prólogo, como vimos más arriba, habla de ellas. Más aún, semejante comparación es justa, no sólo en su aspecto exterior (que no se sabe por qué interesó especialmente al señor Mijailovski), sino también en su aspecto interior. Así como Darwin puso fin a la idea de que las diversas especies de animales y plantas no están ligadas entre sí, son casuales, “creadas por Dios” e invariables, y ubicó por primera vez la biología sobre una base completamente científica, estableciendo la variabilidad y la continuidad de las especies, así Marx puso fin a la concepción de la sociedad como una suma mecánica de individuos sujetos a toda clase de cambios por voluntad de las autoridades (o, lo que es lo mismo, por voluntad de la sociedad y de los gobiernos), suma que se produce y cambia casualmente, y ubicó por primera vez la sociología sobre una base científica, al formular el concepto de formación económicosocial como conjunto de determinadas relaciones de producción, al establecer que el desarrollo de estas formaciones constituye un proceso histórico natural.
    Ahora, desde la aparición de El capital, la concepción materialista de la historia no es ya una hipótesis, sino una tesis científicamente demostrada; mientras no exista otro intento de explicar en forma científica el funcionamiento y desarrollo de alguna formación social — precisamente de una formación social y no de los fenómenos de la vida cotidiana de un país, o de un pueblo, o aun de una clase, etc. — , otro intento capaz de poner en orden “los hechos correspondientes”, tal como lo supo hacer el materialismo; capaz de dar, asimismo, un cuadro vivo de una formación determinada explicándola de un modo rigurosamente científico; mientras no exista ese intento, la concepción materialista de la historia será sinónimo de ciencia social. El materialismo no es “una concepción preferentemente científica de la historia”, como lo cree el señor Mijailovski, sino la única concepción científica de la historia.
    Ahora bien, ¿es posible imaginar caso más curioso que el que existan personas que, habiendo leído El capital, no hayan encontrado en él materialismo? ¿Dónde está?, pregunta con sincera perplejidad el señor Mijailovski.
    Leyó el Manifiesto comunista y no advirtió que en él se da una explicación materialista de los sistemas contemporáneos — jurídicos, polítícos, familiares, religiosos, filosóficos –, y que indusive la crítica de las teorías socialistas y comunistas busca y encuentra el origen de dichos sistemas en determina das relaciones de producción.
    Leyó la Miseria de la filosofía y no advirtió que el análisis de la sociología de Proudhon se hace allí desde el punto de vista materialista, que la crítica de la solución de los más diversos problemas históricos propuestos por Proudhon parte de los principios del materialismo; que las propias indicaciones del autor sobre las fuentes en que es preciso buscar los datos para solucionar estos problemas constituyen referencias sobre las relaciones de producción.
    Leyó El capital y no advirtió que tenía ante sí un modelo de análisis científico, materialista, de una — y la más compleja — formación social, un modelo reconocido por todos y por nadie superado. Y he aquí que se sienta y ejercita su poderoso intelecto en este profundo problema: “¿en qué obra expuso Marx su concepción materialista de la historia?”
    Quienquiera conozca las obras de Marx podría responderle con otra pregunta: ¿en qué obra no expuso Marx su concepción materialista de la historia? Pero el señor Mijailovski conocerá sin duda las investigaciones materialistas de Marx, sólo cuando éstas estén clasificadas y adecuadamente indicadas en algún sofístico trabajo sobre historia de algún Karéiev con el membrete: “materialismo económico”.
    Pero lo más curioso de todo es que el señor Mijailovski acusa a Marx de no haber “analizado [sic!] todas las teorías conocidas del proceso histórico”. Esto es ya divertidísimo. ¿Pero en qué consistían las nueve décimas partes de esas teorías? En suposiciones puramente apriorísticas, dogmáticas y abstractas acerca de qué es la sociedad, qué es el progreso, etc. (Cito con toda intención ejemplos afines a la inteligencia y al corazón del señor Mijailovski.) Esas teorías son inservibles por el hecho mismo de su existencia, son inservibles debido a sus métodos básicos, a su carácter total e irremediablemente metafísico. Porque comenzar preguntando qué es la sociedad y qué es el progreso significa comenzar por el final. ¿Cómo se puede llegar a una concepción de la sociedad y el progreso en general, si no se ha estudiado en particular formación social alguna, si no se ha sabido siquiera establecer esa concepción, si no se ha sabido siquiera encarar un serio estudio real, un análisis objetivo de cualesquiera de las relaciones sociales? Es el síntoma más evidente de la metafísica por la que comenzaba toda ciencia: cuando no se sabía iniciar el estudio de los hechos, se inventaban a priori teorías generales que siempre eran estériles. El químico metafísico, incapaz todavía de investigar en los hechos los procesos químicos, inventaba teorías sobre la fuerza de la afinidad química. El biólogo metafísico hablaba de lo que eran la vida y la fuerza vital. El psicólogo metafísico razonaba sobre lo que era el alma. El método mismo era absurdo. No se puede razonar sobre el alma sin explicar en particular los procesos psíquicos: el progreso debe consistir aquí precisamente en abandonar las teorías generales y las construcciones filosóficas sobre lo que es el alma, y saber ubicar sobre una base científica el estudio de los hechos que caracterizan tales o cuales procesos psíquicos. Por ello la acusación del señor Mijailovski es exactamente como si un psicólogo metafísico, después de haberse pasado toda la vida haciendo “indagaciones” sobre lo que es el alma (sin saber explicar con exactitud ni el más elemental fenómeno psicológico), se pusiese a acusar a un psicólogo científico de no haber revisado todas las teorías conocidas sobre el alma. El, este psicólogo científico, ha rechazado las teorías filosóficas sobre el alma y empezado directamente por el estudio del sustrato material de los fenómenos psíquicos — los procesos nerviosos –; analizó y explicó, por ejemplo, tales o cuales procesos psíquicos. Y he aquí que nuestro psicólogo metafísico lee este trabajo, lo alaba por estar bien descritos los procesos y estudiados los hechos, pero queda insatisfecho. ¡Cómo! — se emociona y se agita el filósofo al oir a su alrededor conversaciones sobre la concepción completamente nueva de la psicología aportada por este sabio, sobre el método especial de la psicología científica –, ¿pero en qué obra se expone este método? ¡Pero si en este trabajo hay “sólo hechos”! ¡No contiene un ápice de revisión “de todas las teorías filosóficas conocidas sobre el alma”! ¡No es en absoluto la obra adecuada!
    Del mismo modo, por cierto, El capital no es una obra adecuada para el sociólogo metafísico, quien no advierte la esterilidad de los razonamientos apriorísticos sobre lo que es la sociedad, ni comprende que tales métodos, en lugar de contribuir al estudio y explicación del problema, sólo conducen a suplantar el concepto de la sociedad por las ideas burguesas de un mercader inglés o por los ideales filisteos socialistas de un demócrata ruso, y nada más. Precisamente por eso todas estas teorías de la filosofía de la historia surgieron y desaparecieron como pompas de jabón, y fueron, en el mejor de los casos, síntomas de las ideas y relaciones sociales de su tiempo; no hicieron avanzar un solo paso la comprensión, por el hombre, de las relaciones sociales, aunque sólo se tratase de relaciones aisladas, pero reales (y no las que “correspondan a la naturaleza humana”). El paso gigantesco hacia adelante que Marx dio en ese sentido consiste, predsamente, en haber arrojado por la borda todos esos razonamientos sobre la sociedad y el progreso en general, y en haber ofrecido, en cambio, un análisis científico de una sociedad y de un progreso: de la sociedad y el progreso capitalistas. ¡Y el señor Mijailovski lo acusa de haber comenzado por el principio y no por el final, por el análisis de los hechos y no por las conclusiones finales, por el estudio de relaciones sociales particulares, históricamente determinadas, y no por teorías generales sobre lo que son esas relaciones sociales en general! Y pregunta: “¿Dónde está la obra pertinente?” ¡¡Oh, sabihondo, sociólogo subjetivista!!
    Si nuestro filósofo subjetivista se hubiera limitado a su perplejidad para decidir en cuál de las obras está fundamentado el materialismo, sólo sería una desgracia a medias. Pero él — a pesar de no haber encontrado en parte alguna, no sólo una fundamentación, sino ni siquiera una exposición de la concepción materialista de la historia (o quizá, precisamente por no haberla encontrado) –, comienza por atribuir a dicha doctrina pretensiones que jamás manifestó. Cita a Blos para demostrar que Marx proclamó una concepción completamente nueva de la historia, y pasa luego a decir con todo descaro que esta teoría pretende haber “explicado a la humanidad su pasado”, haber explicado “todo [sic!!?] el pasado de la humanidad”, etc. ¡Pero si esto es totalmente falso! Dicha teoría sólo pretende explicar la organización social capitalista, y ninguna otra. Si la aplicación del materialismo al análisis y la explicación de una sola formación social dio resultados tan brillantes, es de todo punto de vista natural que el materialismo aplicado a la historia no sea ya una hipótesis, sino una teoría científicamente comprobada; es de todo punto de vista natural que la necesidad de semejante método se extienda también a las demás formaciones sociales, aunque éstas no hayan sido sometidas a un estudio especial de los hechos ni a un análisis detallado, lo mismo que la idea del trasformismo, demostrada con respecto a un número suficiente de hechos, se extiende a todo el campo de la biología, aunque con respecto a algunas especies de animales y plantas no se haya llegado a establecer todavía con exactitud el hecho de su trasformación. Y del mismo modo que el trasformismo está lejos de pretender explicar “toda” la historia de la formación de las especies, sino que sólo coloca los métodos de esa explicación en un plano científico, el materialismo aplicado a la historia jamás ha pretendido explicarlo todo, sino sólo indicar, según la expresión de Marx en El capital, el “único método científico” de explicar la historia[6]. Puede juzgarse por esto lo ingeniosos, serios y decentes que son los métodos que el señor Mijailovski emplea en su polémica, cuando comienza por tergiversar a Marx, atribuyendo al materialismo aplicado a la historia absurdas pretensiones de “explicarlo todo”, de hallar “la llave de todos los candados de la historia” (pretensiones que Marx, naturalmente, rechazó al punto y en forma muy mordaz, en su “carta”[7] acerca de los artículos de Mijailovski); ironiza luego a propósito de estas pretensiones inventadas por él mismo, y por último, citando pensamientos exactos de Engels — exactos, porque esta vez nos da una cita y no una paráfrasis — en el sentido de que la economía política, tal como la entienden los materialistas, “está todavía por crearse”, que “todo lo que de ella hemos recibido se limita” a la historia de la sociedad capitalista[8] ¡extrae la conclusión de que “estas palabras restringen en mucho el campo de acción del materialismo económico”! ¡Qué ilimitada ingenuidad o qué ilimitada presunción debe de tener una persona para pensar que semejantes malabarismos pasarán inadvertidos! ¡Primero tergiversa a Marx, luego ironiza sobre la base de su propia mentira, más tarde cita pensamientos exactos y por último tiene la insolencia de declarar que con éstos se limita el campo de acción del materialismo económico!
    La categoría y la calidad del malabarismo del señor Mijailovski pueden verse en el ejemplo siguiente: “Marx no las fundamenta en parte alguna” — las bases de la teoría del materialismo económico –, dice el señor Mijailovski. “Es cierto que Marx, junto con Engels, tenía el propósito de escribir una obra sobre la historia de la filosofía y la filosofía de la historia e inclusive la escribió (en 1845-1846), pero esa obra no fue publicada[9]. Engels dice: ‘La primera parte de esta obra es una exposición de la concepción materialista de la historia, que sólo demuestra cuán insuficientes eran entonces nuestros conocimientos de la historia económica’. De este modo — concluye el señor Mijailovski –, los puntos fundamentales del ‘socialismo científico’ y de la teoría del materialismo económico fueron descubiertos y más tarde expuestos en el Manifiesto, en una época en que, según propia confesión de uno de sus autores, eran insuficientes los conocimientos que poseían para emprender semejante obra.”
    ¿Verdad que es graciosa esta crítica? Engels dice que eran escasos sus conocimientos de “historia” económica y que, por lo mismo, dejaron de publicar su obra de carácter “general” sobre la historia de la filosofía. El señor Mijailovski lo tergiversa de tal modo, que resulta que tenían conocimieníos insuficientes “para una obra” como la elaboración de los “puntos fundamentales del socialismo científico”, es decir, de la crítica científica del régimen “burgués” que ya se había formulado en el Manifiesto. Una de dos: o el señor Mijailovski es incapaz de entender la diferencia que existe entre el intento de abarcar toda la filosofía de la historia y el de explicar científicamente el régimen burgués, o supone que Marx y Engels no tenían conocimientos suficientes para la crítica de la economía política. En este caso, el señor Mijailovski comete una crueldad al no darnos a conocer sus opiniones respecto de dicha insuficiencia, sus enmiendas y adiciones. La decisión de Marx y Engels de no publicar la obra históricofilosófica, y de concentrar todas sus fuerzas en el análisis científico de una sola organización social, sólo demuestra un muy alto grado de honradez científica. En cambio, la decisión del señor Mijailovski, de ironizar sobre la base de esta su adulteración, diciendo que Marx y Engels al exponer sus concepciones reconocían la insuficiencia de sus conocimientos para elaborarlas, sólo exhibe métodos polémicos que no atestiguan ni inteligencia ni sentido del decoro.
    Otro ejemplo más: “En la fundamentación del materialismo económico como teoría histórica — dice el señor Mijailovski –, quien más hizo fue el alter ego de Marx: Engels. Este tiene un trabajo histórico especial: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado en relación [im Anschluss ] con los conceptos de Morgan. Este ‘Anschluss’ es notable. El libro del norteamericano Morgan apareció muchos años después que Marx y Engels, de un modo completamente independiente de Morgan, proclamaron las bases del materialismo económico.” Y luego, dice Mijailovski que “los adeptos del materialismo económico han adherido” a este libro y, además, como en los tiempos prehistóricos no había lucha de clases, introdujeron una “enmienda” a la fórmula de la concepción materialista de la historia, y señalaron que paralelamente a la producción de valores materiales es elemento determinante la producción del hombre mismo, es decir, la procreación, que desempeñó un papel preponderante en la época primitiva, cuando la productividad del trabajo estaba aún muy poco desarrollada.
    “El gran mérito de Morgan — dice Engels — consiste en haber encontrado en los vínculos gentilicios de los indios norteamericanos la clave para descifrar importantísimos enigmas, no resueltos aún, de la historia antigua griega, romana y germánica.”[10]
    “De modo — sentencia sobre este punto el señor Mijailovski — que a fines de la década del 40 se descubrió y proclamó una concepción completamente nueva, materialista, auténticamente científica de la historia, concepción que ha sido para la ciencia de la historia lo que la teoría de Darwin para las actuales ciencias naturales.” Pero esta concepción — repite una vez más el señor Mijailovski — jamás ha sido científicamente fundamentada. “No sólo no fue comprobada en el extenso y variado campo de los hechos [¡El capital no es la obra ‘pertinente’, sólo contiene hechos y estudios minuciosos!], sino que ni siquiera fue suficientemente motivada, aunque sólo sea por la crítica y la exclusión de otros sistemas de la filosofía de la historia.” El libro de Engels Herrn E. Dührings Umwälzung der Wissenschaft * “sólo contiene ingeniosos intentos hechos de paso”, y el señor Mijailovski, por lo tanto, considera posible eludir por completo una gran cantidad de problemas sustanciales tratados en esta obra, a pesar de que esos “ingeniosos intentos” demuestran con gran ingenio la vacuidad de las sociologías que “comienzan por las utopías”, y a pesar de que en dicha obra se somete a una crítica minuciosa la “teoría de la violencia”, según la cual son los regímenes político-jurídicos los que determinan los regímenes económicos; teoría que con tanto tesón defienden los señores que escriben en Rússkoie Bogatstvo. En efecto, es mucho más fácil, claro está, formular, a propósito de una obra, alguna frase trivial que analizar seriamente aunque sólo sea uno de los problemas resueltos de un modo materialista en dicha obra; además, no hay peligro en hacerlo, puesto que es de suponer que la censura jamás autorizará su traducción, de modo que el señor Mijailovski puede llamarla ingeniosa, sin temer por su propia filosofía subjetiva.


    * La subversión de la ciencia por el señor Dühring (“Anti-Dühring “). (N. de la Red.)


    Aún más característica e instructiva (para ilustrar el hecho de que la lengua le ha sido dada al hombre para ocultar sus pensamientos o para dar forma de pensamiento a la vacuidad) es la opinión sobre El capital de Marx. “El capital contiene brillantes páginas de contenido histórico, p e r o [un “pero” magnífico, que ni siquiera es “pero”, sino el famoso “mais ” que traducido al ruso significa: “las orejas no crecen más arriba de la frente”], por el objetivo mismo de la obra, esas páginas están adaptadas a un solo período histórico determinado, y no confirman las tesis fundamentales del materialismo económico, sino simplemente se refieren al aspecto económico de un grupo determinado de fenómenos históricos.” En otras palabras: El capital — sólo dedicado al estudio precisamente de la sociedad capitalista — ofrece un análisis materialista de esta sociedad y de sus superestructuras, “pero” el señor Mijailovski prefiere silenciar este análisis: se trata, vean ustedes, de “un” solo período, mientras que el señor Mijailovski quiere englobar todos los períodos, y englobarlos así para no tratar período alguno en particular. Se entiende que para conseguirlo, es decir, para abarcar todos los períodos, sin tratar ninguno a fondo, existe un solo camino: el de los lugares y frases comunes, “brillantes” pero vacíos. Y nadie podrá equipararse al señor Mijailovski en el arte de salir del paso con frases. Resulta, pues, que no vale la pena referirse (por separado) al fondo de los estudios de Marx, porque éste “no confirma las tesis fundamentales del materialismo económico, sino simplemente se refiere al aspecto económico de un grupo determinado de fenómenos históricos”. ¡Qué profundidad de pensamiento! ¡”No confirma”, sino que “simplemente se refiere”! ¡Con qué simpleza, en realidad, puede todo problema ser escamoteado con una frase cualquiera! Por ejemplo, cuando Marx señala en forma reiterada cómo las relaciones entre los productores de mercancías forman la base de la igualdad de derechos civiles, del contrato libre y otros fundamentos del Estado jurídico, ¿qué es esto?, ¿afirma así el materialismo o “simplemente” se refiere a él? Con la modestia que le es propia, nuestro filósofo se abstiene de referirse al fondo del asunto, y extrae directamente conclusiones de sus “ingeniosos intentos” de dar muestras de brillante elocuencia sin decir nada.
    “No es de extrañar — dice en su conclusión — que, cuarenta años después de la proclamación de la teoría que pretendía explicar la historia universal, la historia antigua de Grecia, Roma y Alemania siga siendo para ella un enigma sin solución; y que la clave para descifrar ese enigma haya sido dada, primero por un hombre completamente ajeno a la teoría del materialismo económico, que no sabía nada de ella; y segundo, con la ayuda de un factor que no es económico. El término ‘producción del hombre mismo’, es decir, la procreación, término al cual se aferra Engels para conservar aun que sólo sea el vínculo verbal con la fórmula fundamental del materialismo económico, deja una impresión un tanto jocosa. Pero se ve obligado a reconocer que durante muchos siglos la vida de la humanidad no se modeló según esta fórmula.” ¡En realidad, señor Mijailovski, usted polemiza con muy “poco ingenio”! La teoría consistía en que para “explicar” la historia hay que buscar las bases, no en las relaciones ideológicas, sino en las relaciones materiales de la sociedad. La faIta de datos concretos no permitió aplicar este método al análisis de algunos de los fenómenos más importantes de la historia antigua de Europa, como es la organización gentilicia[11], que debido a ello siguió siendo un enigma[*]. Pero he aquí que el abundante material reunido en Norteamérica por Morgan le permite analizar la esencia de la organización gentilicia, y llega a la conclusión de que es necesario buscar la explicación, no en las relaciones ideológicas (por ejemplo, en las de carácter jurídico o religioso), sino en las materiales. Es evidente que este hecho confirma brillantemente el método materialista, y nada más. Y cuando el señor Mijailovski, poniendo reparos a esta doctrina, dice que primero halló la clave para estos dificilísimos enigmas históricos un hombre “completamente ajeno” a la teoría del materialismo económico, sólo puede uno preguntarse hasta qué grado las personas no saben distinguir lo que está a su favor de lo que les inflige una durísima derrota. En segundo lugar, razona nuestro filósofo, la procreación no es un factor económico. ¿Pero dónde ha leído que Marx o Engels se refieran necesariamente al materialismo económico? Al caracterizar su concepción del mundo, la llaman sencillamente materialismo. Su idea fundamental (expuesta en forma completamente determinada, aunque no sea más que en la cita de Marx dada más arriba) consistía en que las relaciones sociales se dividen en materiales e ideológicas. Las últimas sólo constituyen la superestructura de las primeras, que se van formando al margen de la voluntad y de la conciencia del hombre, como (resultado) forma de las actividades del hombre destinadas a asegurar su existencia. La explicación de las formas político-jurídicas — dice Marx en la cita dada más arriba — hay que buscarla en las “relaciones materiales de vida”. Y bien, ¿no será que el señor Mijailovski cree que las relaciones referentes a la procreación pertenecen a las relaciones idéológicas? Sus explicaciones sobre este punto son tan características, que vale la pena detenerse en ellas. “Por más que nos ingeniemos sobre la ‘procreación’ — dice — y tratemos de establecer aunque sólo sea una relación verbal entre ella y el materialismo económico; por más que se entrelace, en la complicada red de fenómenos de la vida social, con otros fenómenos, incluyendo los económicos, tiene sus propias raíces fisiológicas y psíquicas. [¡¿Está usted diciendo a criaturitas y lactantes, señor Mijailovski, que la procreación tiene raíces fisiológicas?! ¿A quién pretende embaucar?] Y esto nos recuerda que los teóricos del materialismo económico no sólo no han ajustado sus cuentas con la historia, sino tampoco con la psicología. No cabe la menor duda de que los vínculos gentilicios han perdido su significación en la historia de los países civilizados, pero es dudoso que se pueda afirmar lo mismo, con igual seguridad, en cuanto a las relaciones directamente sexuales y familiares. Se entiende que éstas sufrieron fuertes cambios bajo la pre sión de la vida, la cual, en general, se hace más compleja, pero con cierta destreza dialéctica se podría demostrar que no sólo las relaciones jurídicas, sino también las propias relaciones económicas, constituyen una ‘superestructura’ de las sexuales y familiares. No nos ocuparemos de ello, pero in dicaremos aunque sólo sea la institución de la herencia.”


    * Tampoco en este caso pierde el señor Mijailovski la ocasión de ironizar: ¿cómo, pues, se compagina la concepción científica de la historia y el enigma de la historia antigua? En cualquier manual puede usted ver, señor Mijailovski, que el problema de la organización gentilicia es de los más difíciles, yque para su explicación se han formulado numerosas teorías.


Por fin consiguió nuestro filósofo abandonar la región de las frases vacías[*] y encarar los hechos, hechos determinados, que hacen posible una comprobación y que no permiten “embaucar” tan fácilmente en lo que se refiere al fondo del asunto. Veamos, pues, cómo demuestra nuestro crítico de Marx que la institución de la herencia es una superestructura de las relaciones sexuales y familiares. “Se dejan en herencia — razona el señor Mijailovski — productos de la producción económica. [¡”Productos de la producción económica”! ¡Qué estilo!¡Qué bien suena!¡Y qué lenguaje tan elegante!] Y la propia institución de la herencia está condicionada hasta cierto punto por el hecho de existir la competencia económica. Pero ante todo, también se dejan en herencia valores no materiales, lo que se manifiesta en el cuidado de educar a los hijos en el espíritu de los padres.” ¡De modo que la educación de los hijos pasa a la categoría de herencia! Por ejemplo, el Código Civil de Rusia contiene un artículo donde se dice que “los padres deben procutar formar el carácter de sus hijos mediante la educación familiar, contribuyendo a los propósitos del gobierno”. ¿Será eso lo que nuestro filósofo llama institución de la herencia? “Y segundo — aunque nos mantengamos exclusivamente en el terreno económico –, siendo la institución de la herencia inconcebible sin productos de la producción que se trasmiten por herencia, tampoco es concebible sin los productos de la ‘procreación’; sin ellos y sin esa compleja e intensa psicología que la acompañan directamente.” (¡Pero obsérvese el lenguaje: la compleja psicología “acompaña” a los productos de la procreación!¡Qué maravilla!) ¡De modo que la institución de la herencia es una su perestructura de las relaciones familiares y sexuales, porque la herencia es inconcebible sin la procreación!¡Pero si esto es un verdadero descubrimiento de América! Hasta ahora todo el mundo suponía que la procreación no podía explicar la institución de la herencia así como la necesidad de alimentarse no puede explicar la institución de la propiedad. Hasta hoy todo el mundo creía que si en Rusia, por ejemplo en la época del florecimiento del sistema de los “pomestie “[12], la tierra no podía trasmitirse por herencia (ya que sólo se la consideraba propiedad condicional), había que buscar la explicación de esto en las particularidades de la organización social de entonces. Por lo visto, el señor Mijailovski supone que se explica, simplemente, porque el estado psíquico que acompañaba a los productos de la procreación de los señores feudales de aquella época se distinguía por su escasa complejidad.


    * En realidad, ¿de qué otto modo podría llamarse el método de reprochar a los materialistas el no haber ajustado sus cuentas con la historia, sin intentar, no obstante, analizar literalmente ninguna de las numerosas explicaciones materialistas de los diversos problemas historicos, dadas por los materialistas; o el de afirmar que se podría demostrar, pero que no nos vamos a ocupar de ello?


    Ráspese al “amigo del pueblo” — podemos decir, parafra seando la conocida sentencia — y se encontrará al burgués. En realidad, ¿qué otro sentido pueden tener estas disquisiciones del señor Mijailovski sobre el vínculo de la institución de la herencia con la educación de los niños, con la psicología de la procreación, etc., sino el de que esta institución es tan eterna, necesaria y sagrada como la educación de los niños? Por cierto que el señor Mijailovski procuró dejarse una salida y declara que “la institución de la herencia está condicio nada, hasta cierto punto, por el hecho de existir la competencia económica”. Pero esto no es sino un intento de eludir el problema sin dar una respuesta clara, y, además, un intento llevado a cabo con medios incompetentes. ¿Cómo podemos tener en cuenta esta observación cuando nada se nos dice de hasta qué “cierto punto” precisamente depende la herencia de la competencia, ni se aclara para nada cómo precisamente se explica esa relación entre la competencia y la institución de la herencia? En efecto, esta institución presupone la propiedad privada y ésta sólo surge con la aparición del intercambio. Descansa sobre la base de la especialización ya na ciente del trabajo social y de la enajenación de los productos en el mercado. Por ejemplo, cuando todos los miembros de la primitiva comunidad indígena elaboraban colectivamente los productos que necesitaban, no era posible la propiedad privada. Pero cuando en la comunidad penetró la división del trabajo y sus miembros empezaron a ocuparse por separado en la producción de un objeto cualquiera, vendiéndolo en el mercado, entonces surgió la institución de la propiedad privada como manifestación de ese aislamiento material de los productores de mercancías. Tanto la propiedad privada como la herencia son categorías de regímenes sociales en los que ya se han formado familias separadas poco numerosas (monogámicas) y ha empezado a desarrollarse el intercambio. El ejemplo del señor Mijailovski demuestra justamente lo contrario de lo que él quería demostrar.
    ¡El señor Mijailovski hace otra referencia a hechos, que también constituye una perla en su género! “En cuanto a los vínculos gentilicios — sigue el señor Mijailovski, corrigiendo el materialismo –, éstos han palidecido en la historia de los pueblos civilizados, en parte, ciertamente, bajo la influencia de las formas de producción [otra vez un subterfugio, sólo que más desacertado aún. ¿Qué clase de formas de producción? ¡Otra frase vacía!], pero en parte se han disuelto en su propia continuación y generalización: en los vínculos nacionales.” ¡De modo que los vínculos nacionales constituyen la continuación y generalización de los vínculos gentilicios! Es evidente que el señor Mijailovski extrae sus conceptos sobre la historia de la sociedad de las mismas fábulas infantiles que se enseña a los escolares. La historia de la sociedad — pregona esta doctrina dogmática — consiste en que al comienzo existía la familia, esa célula de toda sociedad[*]; luego la familia creció hasta formar toda una tribu, y ésta hasta formar una nación. Si el señor Mijailovski repite este absurdo infantil con aire grave, sólo demuestra — aparte de todo lo demás — que no tiene la menor idea ni siquiera de la marcha de la historia rusa. Si se puede hablar de vida gentilicia en la antigua Rusia, no cabe duda de que en la Edad Media, en la época de los zares moscovitas, no existían ya los vínculos gentilicios, es decir, que el Estado no se basaba en uniones gentilicias, sino en uniones locales; los terratenientes y los monasterios aceptaban a campesinos de diversos lugares, y las comunidades formadas de este modo constituían uniones puramente territoriales. Pero apenas cabía hablar entonces de vínculos nacionales en el sentido propio de la palabra: el Estado se dividía en “territorios” separados algunos de los cuales eran inclusive principados, que conservaban huellas vivas de su anterior autonomía, particularidades de administración y a veces tropas propias (los boyardos locales iban a la guerra al frente de sus propias mesnadas), fronteras aduaneras propias, etc. Sólo el nuevo período de la historia rusa (aproximadamente desde el siglo XVII) se caracteriza por la fusión realmente efectiva de todas estas regiones, territorios y principados en un todo. Pero no fueron motivo de esta fusión los vínculos gentilicios, estimadísimo señor Mijailovski, y ni siquiera su continuación y generalización, sino la intensificación del intercambio entre las regiones, el crecimiento gradual de la circulación de mercancías, la concentración de los pequeños mercados locales en un solo mercado general para toda Rusia. Y como los dirigentes y amos en este proceso fueron los capitalistas comerciantes, la formación de esos vínculos nacionales no podía ser otra cosa que la formación de los vínculos burgueses. El señor Mijailovski contradice su propia afirmación con los dos hechos que él mismo indica, sin proporcionarnos otra cosa que modelos de trivialidades burguesas: “trivialidades”, porque explica la institución de la herencia por la procreación y su psicología, y la nacionalidad por los vínculos gentilicios; “burguesas”, porque confunde las categorías y superestructuras de una formación social históricamente determinada (basada en el intercambio) con categorías tan generales y eternas como la educación de los hijos y los vínculos “directamente” sexuales.


    * Idea puramente burguesa: las familias pequeñas, separadas, empezaron a predominar sólo en el régimen burgués; no existian en absoluto en las épocas prehistóricas. Nada caracteriza más a un burgués que la aplicación de los rasgos del régimen contemporáneo a todas las épocas y a todos los pueblos.


    En este sentido es característico que en cuanto nuestro filósofo subjetivista intenta pasar de frases a indicaciones concretas basadas en hechos, se queda empantanado. Y por lo visto se siente a sus anchas en esa situación no tan pulcra: está tranquilamente sentado, acicalándose y salpicando lodo a su alrededor. Se le antoja, por ejemplo, refutar la tesis de que la historia es una serie de episodios de la lucha de clases, y helo ahí declarando, con aire de gran pensador, que eso es un “extremismo”. Dice: “La Asociación Internacional de los Trabajadores[13] fundada por Marx, organizada para los fines de la lucha de clases, no impidió que los obreros franceses y alemanes se degollaran y se arruinaran mutuamente”, lo cual, según él, demuestra que el materialismo no ajustó las cuentas “al demonio del amor propio nacional y del odio nacional”. Semejante afirmación demuestra, por parte del crítico, la más crasa incomprensión de que los muy reales intereses de la burguesía comercial e industrial constituyen la base principal de este odio, y que hablar del sentimiento nacional como de un factor independiente sólo significa escamotear la esencia de la cuestión. Por cierto, ya hemos visto cuán profundamente sabia es la concepción que de la nacionalidad tiene nuestro filósofo. El señor Mijailovski sólo sabe hablar de la Internacional en tono irónico, al estilo de Burenin[14]: “Marx era el jefe de la Asociación Internacional de los Trabajadores, que por cierto se ha disuelto pero que renacerá”. Claro que si se ve el nec plus ultra de la solidaridad internacional en el sistema del intercambio “justo”, como lo hace con trivialidad pequeñoburguesa el cronista de noticias del interior en el núm. 2 de Rússkoie Bogatstvo, y no se entiende que el intercambio, el justo y el injusto, siempre presupone y comprende el dominio de la burguesía, y que sin aniquilar la organización económica basada en el intercambio es imposible terminar con los choques internacionales, comprenderemos por qué se mofa continuamente de la Internacional. Entonces entenderemos que el señor Mijailovski no puede concebir en modo alguno la sencilla verdad de que el único medio de combatir el odio nacional consiste en que la clase de los oprimidos se organice y agrupe estrechamente para luchar contra la clase de los opresores en cada país, y que estas organizaciones nacionales de obreros se unan en un solo ejército obrero internacional para luchar contra el capital internacional. En cuanto a que la Internacional no impidió que los obreros se mataran mutuamente, será suficiente recordar al señor Mijailovski los acontecimientos de la Comuna de París, que demostraron la verdadera posición del proletariado organizado frente a las clases dirigentes que hacían la guerra.
    Lo que más indigna en toda esta polémica del señor Mijailovski son sus métodos. Si no le satisface la táctica de la Internacional, si no comparte las ideas en nombre de las cuales se organizan los obreros europeos, debería, por lo menós, criticarlas abierta y francamente, exponiendo sus puntos de vista sobre una táctica más conveniente o sobre concepciones más acertadas. Pero no hace ninguna objeción precisa ni clara, y se limita lisa y llanamente a esparcir, en una mar de frases, burlas absurdas. ¿Cómo no decir que esto es lodo? Sobre todo teniendo en cuenta que en Rusia no se permite legalmente defender las ideas y la táctica de la Internacional. Los mismos métodos emplea el señor Mijailovski para polemizar con los marxistas rusos: sin tomarse la molestia de formular de buena fe y con exactitud tales o cuales tesis de éstos para someterlas a una crítica directa y determinada, prefiere aferrarse a fragmentos de la argumentación marxista oídos al vuelo y deformarlos. Juzgue el lector por sí mísmo: “Marx era demasiado inteligente y demasiado erudito para creer que fue él precisamente quien descubrió la idea de la necesidad histórica y de que los fenómenos sociales se rigen de acuerdo con leyes determinadas [. . .] En los peldaños más bajos [de la escalera marxista]* no se sabe esto [que “la idea de la necesidad histórica no es una novedad inventada o descubierta por Marx, sino una verdad establecida ya des de hace mucho”], o por lo menos tienen una idea vaga del gasto de fuerzas y de energías intelectuales hecho durante siglos para establecer dicha verdad.”


    * A propósito de este término absurdo es preciso observar que el señor Mijailovski destaca especialmente a Marx (demasiado inteligente y demasiado erudito para que nuestro crítico pueda criticar en forma directa y abierta alguna de sus tesis), luego a Engels (“de una inteligencia no tan creadora”) y después a personas más o menos independientes, como Kautsky y los otros marxistas. ¿Pero qué significado serio puede tener esta clasificacion? Si al crítico no le satisfacen los divulgadores de Marx, ¿quién le impide corregirlos de acuerdo con Marx? No hace nada de eso. Por lo visto, quiso ser ingenioso, pero sólo consiguió ser trivial.


    Claro que semejantes declaraciones pueden en efecto impresionar al público que oye hablar por primera vez del marxismo, y entre este público puede lograrse con facilidad el objetivo del crítico: tergiversar, ironizar y “triunfar” (palabra que, según dicen, emplean los colaboradores de Rússkoie Bogatstvo al comentar los artículos del señor Mijailovski). Quien conozca aunque sea un poco a Marx, verá inmediatamente hasta qué punto es falso y huero semejante método. Se puede no estar de acuerdo con Marx, pero no se puede negar que haya formulado con la más completa precisión aquellas de sus concepciones que constituyen una “novedad” con respecto a los socialistas anteriores. La novedad consiste en que los socialistas anteriores, para fundamentar sus concepciones, consideraban suficiente demostrar la opresión de las masas bajo el régimen existente, la superioridad de un régimen en el que cada uno reciba lo que haya elaborado, demostrar que tal régimen ideal corresponde a la “naturaleza humana”, al concepto de una vida racional y moral, etc. Marx entendía que era imposible conformarse con semejante socialismo. No se limitó a caracterizar el régimen existente, a juzgarlo y condenarlo; le dio una explicación científica, redujo ese régimen existente, diferente en los distintos Estados de Europa y fuera de ella, a una base común: a la formación social capitalista, cuyas leyes de funcionamiento y desarrollo analizó objetivamente (demostró la necesidad de la explotación en semejante régimen). Tampoco creía posible Marx conformarse con la afirmación de que sólo el régimen socialista corresponde a la naturaleza humana, como sostenían los grandes socialistas utópicos y sus pobres epígonos, los sociólogos subjetivistas. Con el mismo análisis objetivo del régimen capitalista demostró la necesidad de su trasformación en régimen socialista. (Todavía volveremos al aspecto de cómo lo demostró Marx y cómo lo refuta el señor Mijailovski.) De aquí que los marxistas hablen con tanta frecuencia de la necesidad. La tergiversación aportada por el señor Mijailovski a este asunto es evidente: ha pasado por alto todo el contenido efectivo de la teoría, toda su esencia, y presenta el problema de tal modo que, según él, toda la teoría se reduce a una sola palabra, a la “necesidad” (que “no puede ser la única base cuando se trata de cuestiones prácticas complejas”), como si la demostración de esta teoría consistiese en que así lo exige la necesidad histórica. En otras palabras, guarda silencio sobre el contenido de la doctrina, se aferra sólo a una de sus reiteradas expresiones y ahora comienza nuevamente a ironizar a propósito de la “moneda desgastada” en la que él mismo se empeñó en convertir la doctrina de Marx. Por supuesto, no seguiremos paso a paso estas bufonadas, porque ya los conocemos de sobra. Dejémoslo que haga cabriolas para divertir y complacer al señor Burenin (quien no en vano estimula al señor Mijailovski en Nóvoie Vremia [15]), dejémoslo que después de haber hecho reverencias a Marx siga ladrando desde su rincón: “su polémica con los utopistas y los idealistas es unilateral”, es decir, lo es sin necesidad de que los marxistas repitan los argumentos de esa polémica. Estos exabruptos no tienen otra denominación que ladridos, porque no aportan literalmente ni una sola objeción real, determinada, comprobable, a esta polémica: de modo que, aun cuando intervendríamos gustosos en la discusión sobre este tema, pues consideramos esta polémica de suma importancia para la solución de los problemas socialistas rusos, simplemente no podemos contestar a este ladrido y sí sólo encogernos de hombros y decir:
    ¡Bravo debe ser el faldero, cuando ladra al elefante!
    No deja de tener interés el razonamiento que el señor Mijailovski agrega a continuación, sobre la necesidad histórica, pues nos descubre, aunque sea en parte, el verdadero caudal ideológico de “nuestro conocido sociólogo” (título del que goza el señor Mijailovski, juntamente con el señor V. V., entre los representantes liberales de nuestra “sociedad culta”). Se refiere al “conflicto entre la idea de la necesidad histórica y la importancia de la actividad individual”: los hombres públicos se equivocan al considerarse como actores, siendo así que “se los hace actuar”, que sólo son “títeres movidos desde misteriosos bastidores por las leyes inmanentes de la necesidad histórica”; semejante conclusión, según él, se deduce de esa idea, que él por lo tanto califica de “estéril” y “difusa”. Es probable que no todos los lectores sepan de dónde tomó el señor Mijailovski toda esta necedad de los títeres, etc. Es que éste es uno de los temas preferidos por el filósofo subjetivista: la idea del conflicto entre el determinismo y la moralidad, entre la necesidad histórica y la importancia del individuo. Para ello borroneó un montón de papeles, llenó un abismo con sus absurdas habladurías sentimentales y pequeñoburguesas: para solucionar este conflicto a favor de la moralidad y el papel del individuo. En realidad no existe tal conflicto: lo inventó el señor Mijailovski, temeroso (y no sin razón) de que el determinismo quite terreno a la moralidad pequeñoburguesa por la cual tanto cariño siente. La idea del determinismo que establece la necesidad de los actos del hombre y rechaza la absurda leyenda del libre albedrío, no niega en un ápice la inteligencia ni la conciencia del hombre, como tampoco la valoración de sus acciones. Muy por el contrario, sólo la concepción determinista permite hacer una valoración rigurosa y acertada, sin imputar todo lo imaginable al libre albedrío. Del mismo modo, tampoco la idea de la necesidad histórica menoscaba en nada el papel del individuo en la historia: toda la historia se compone precisamente de acciones de individuos que son indudablemente personalidades. El verdadero problema que surge al valorar la actuación social del individuo consiste en saber qué condiciones aseguran el éxito de esta actividad, qué garantiza que esa actividad no resultará un acto aislado que se pierda en el mar de los actos opuestos. De la misma manera se plantea el problema que resuelven de modo diferente los socialdemócratas y los demás socialistas rusos: ¿cómo la actividad destinada a realizar el régimen socialista debe atraer a las masas para lograr resultados serios? Es evidente que la solución de esta cuestión depende directa e inmediatamente de la idea que se tenga de la agrupación de las fuerzas sociales en Rusia, de la lucha de clases que constituye la realidad rusa; y aquí el señor Mijailovski sólo vuelve a dar rodeos en torno del asunto, sin intentar siquiera plantearlo con exactitud y tratar de darle esta o la otra solución. Como es sabido, la solución socialdemócrata de la cuestión se basa en el concepto de que el régimen económico ruso es considerado como una sociedad burguesa de la cual sólo puede haber una salida, que emana necesariamente de la esencia misma del régimen burgués: la lucha de clases del proletariado contra la burguesía. Es evidente que una crítica seria debería precisamente refutar, bien este concepto de que nuestro régimen es un régimen burgués, bien la concepción de la esencia de dicho régimen y de las leyes de su desarrollo; pero el señor Mijailovski ni piensa en abordar problemas serios. Prefiere escaparse por la tangente con frases sin contenido, diciendo que la necesidad es un concepto demasiado general, etc. ¡Pero toda idea, señor Mijailovski, será un concepto demasiado general, si le sacamos antes, como si se tratara de un arenque ahumado, todo su contenido y luego nos ocupamos sólo de su piel! Esa piel, que oculta problemas realmente graves, y de candente actualidad, es el campo predilecto del señor Mijailovski, quien subraya con especial orgullo, por ejemplo, que “el materialismo económico elude o enfoca de un modo falso el problema de los héroes y de la multitud”. Obsérvese que la cuestión de precisar de qué clases en lucha se trata y sobre qué terreno se va constituyendo la realidad rusa es, por lo visto, para el señor Mijailovski un asunto demasiado general, y lo pasa por alto. En cambio, las relaciones entre el héroe y la multitud — no importa si esta multitud se compone de obreros, campesinos, fabricantes o terratenientes — le interesan sumamente. Es posible que sean cosas “interesantes”, pero reprochar a los materialistas que empleen todos sus esfuerzos en resolver los problemas que tienen relación directa con la liberación de la clase trabajadora significa ser aficionado a la ciencia filistea, y nada más. Para concluir su “crítica” (?) del materialismo, el señor Mijailovski nos ofrece otro intento de falsear los he chos y un truco más. Afirma que duda de que Engels tenga razón cuando dice que El capital ha sido silenciado por los economistas profesionales[16] (¡aduciendo como argumento la peregrina afirmación de que en Alemania hay numerosas universidades!), y agrega: “Marx no tenía presente en modo alguno a este círculo de lectores [los obreros] y esperaba algo también de los hombres de ciencia”. Esto es totalmente falso: Marx comprendía muy bien cuán poca imparcialidad y crítica científica podía esperarse de los representantes burgueses de la ciencia, y en el Epílogo a la segunda edición de El capital lo dice con toda claridad: “El hecho de que El capital haya sido tan rápidamente comprendido en amplios círculos de la clase obrera alemana es el mejor premio a mi trabajo. El señor Meyer, que en lo relativo a cuestiones económicas sostiene el punto de vista burgués, formuló en un folleto editado durante la guerra franco-prusiana, un pensamiento muy justo: el gran sentido teórico [der grosse theoretische Sinn ], que se consideraba patrimonio de los alemanes, ha desaparecido por completo entre las llamadas clases cultas de Alemania, pero en cambio renace en la clase obrera.”[17]
    El truco se refiere una vez más al materialismo, y su estructura es en todo sentido igual a la de la primera falsedad: “La teoría [del materialismo] jamás ha sido científicamente fundamentada ni comprobada”. Tal es la tesis. Y sigue la demostración: “Algunas buenas páginas, de contenido histórico, de Engels, Kautsky y otros (como también en el estimado trabajo de Blos) podrían prescindir de la etiqueta del materialismo económico, puesto que [obsérvese: ¡”puesto que”!] en la práctica [sic!] se tiene en cuenta en ellas toda la vida social en conjunto, aunque en este acorde prevalece la nota económica”. Conclusión. . . “El materialismo económico no se ha justificado en la ciencia”.
    ¡Procedimiento conocido! Para demostrar la inconsistencia de una teoría, el señor Mijailovski comienza por tergiversarla, atribuyéndole el absurdo propósito de no tomar en consideración todo el conjunto de la vida social, mientras que, muy al contrario, los materialistas (los marxistas) fueron los primeros socialistas que subrayaron la necesidad de analizar, no sólo el aspecto económico, sino todos los aspectos de la vida social*; luego hace constar que “en la práctica” los materialistas explicaban “bien” todo el conjunto de la vida social por el factor económico (cosa que, como es evidente, refuta al autor), y por último llega a la conclusión de que el materialismo “no se ha justificado”. ¡En cambio, señor Mijailovski, sus trucos están perfectamente justificados!
    Estos son todos los recursos de que se vale el señor Mijailovski para “refutar” el materialismo. Repito que no se trata de crítica alguna, sino de charlatanería hueca y presuntuosa. Si preguntásemos a cualquiera qué objeciones aduce el señor Mijailovski contra el punto de vista de que las relaciones de producción constituyen la base de las demás; cómo refutó la exactitud de los conceptos de formación social y de proceso histórico natural del desarrollo de estas formaciones elabora dos por Marx mediante el método materialista; cómo demostró que son erróneas las explicaciones materialistas de los diversos problemas históricos, aunque sólo sean las que dan los escritores que él cita; si preguntásemos todo esto a cualquiera, la respuesta sería una: no ha refutado nada, no ha opuesto nada y no ha demostrado inexactitud alguna. No hizo más que dar vueltas, tratando de escamotear el fondo del problema con frases y componiendo de paso toda clase de subterfugios absurdos.


    * El capital y la táctica de los socialdemóctatas lo ponen de manifiesto con claridad a diferencia de los socialistas anteriores. Marx sostenía abiertamente que no había que limitarse al aspecto económico. En 1843, al elaborar el proyecto de programa de una revista que se editaría Marx escribía a Ruge: “El principio socialista, en conjunto, representa también aquí un solo aspecto . . . Nosotros, en cambio, debemos prestar igual atención a otro aspecto, a la existencia teórica del hombre, y por lo tanto hacer objeto de nuestra crítica la religión, la ciencia, etc. . . . Así como la religión constituye el índice de las luchas teóricas de la humanidad, así el Estado politico es el indice de las luchas prácticas de la humanidad. De este modo, el Estado politico, dentro de los límites de su forma, expresa sub specie rei publicae [desde el punto de vista político], todas las luchas, necesidades e inteteses sociales. Por lo tanto, hacer objeto de crítica el problema político más especial — por ejemplo, la diferencia entre el sistema estamental y el sistema representativo — no significa en modo alguno descender de la hauteur des principes [de la altura de los principios. (N. de la Red.)], pues este problema expresa en el lenguaje politico la diferencia entre la dominación del hombre y la dominación de la propiedad privada. De modo que el crítico no sólo puede, sino que debe referirse a estos problemas políticos [que a un socialista de cortos alcances le parecen no merecer atención alguna]”[18].


    Difícilmente puede esperarse algo serio de un crítico como éste, cuando en el núm. 2 de Rússkoie Bogatstvo sigue refutando al marxismo. La diferencia consiste en que su capacidad de inventar trucos se ha agotado ya, y empieza a utilizar los inventados por otros.
    Para comenzar, se extiende sobre lo “complejo” de la vida social. Tomemos, por ejemplo, dice, el galvanismo; también se relaciona con el materialismo económico, ya que los experimentos de Galvani “hicieron impresión” también a Hegel. ¡Qué ingenioso! ¡Con el mismo éxito se podría establecer una relación entre el señor Mijailovski y el emperador de China! ¡¿Qué se deduce de todo esto, sino que hay personas que se complacen en decir tonterías?!
    “La esencia del curso histórico de las cosas — continúa el señor Mijailovski –, por ser inasequible en general, tampoco ha sido comprendida por la doctrina del materialismo económico, aunque, por lo visto, se apoya en dos pilares: en el descubrimiento de las formas de producción e intercambio que lo determinan todo, y en la ineluctabilidad del proceso dialéctico.”
    ¡De modo que los materialistas se apoyan en la “ineluctabilidad” del proceso dialéctico! En otras palabras, basan sus teorías sociológicas en las tríadas de Hegel. Estamos ante la vulgar acusación de que el marxismo acepta la dialéctica hegeliana, acusación que parecía ya bastante desgastada por los críticos burgueses de Marx. Incapaces de oponer algo sustancial a la doctrina, esos señores se aferraban a la manera de expresarse de Marx, atacaban la procedencia de su teoría, creyendo poder socavar así su esencia. Y el señor Mijailovski no repara en recurrir a tales métodos. Le sirve de motivo para ello un capítulo de la obra de Engels contra Dühring. Al refutar los ataques de Dühring contra la dialéctica de Marx, Engels dice que Marx jamás pensó ni remotamente, en “demostrar” algo con las tríadas de Hegel; que sólo estudiaba e indagaba el proceso real, y el único criterio de verdad de una teoría era para él su concordancia con la realidad. Y si al hacerlo, dice, resultaba a veces que el desarrollo de algún fenómeno social coincidía con el esquema de Hegel: tesis-negación-negación de la negación, esto no tiene nada de extraño, porque no es raro en absoluto que ocurra en la naturaleza. Y Engels empieza a dar ejemplos del ámbito de la historia natural (el desarrollo de una semilla) y social (cómo, por ejemplo, al principio existió el comunismo primitivo, luego la propiedad privada y más tarde la socialización capitalista del trabajo; o al principio el materialismo primitivo, luego el idealismo y finalmente el materialismo científico, etc.). Para todo el mundo es evidente que el centro de gravedad de la argumentación de Engels es que la misión de los materialistas consiste en describir adecuada y correctamente el verdadero proceso histórico, y que insistir en la dialéctica, recoger ejemplos llamados a demostrar la exactitud de la tríada no son más que vestigios del hegelianismo del cual nació el socialismo científico, vestigios de su modo de expresarse. En efecto, una vez que se ha declarado categóricamente que es absurdo “demostrar” algo con las tríadas, cosa que nadie pensaba hacer, ¿qué significado pueden tener los ejemplos de procesos “dialécticos”? ¿No está claro que se trata sólo de una indicación del origen de la doctrina, y nada más? El mismo señor Mijailovski lo presiente, cuando dice que no debe echarse en cara a la teoría su origen. Pero para ver en los razonamientos de Engels algo más que el origen de la teoria, es evidente que sería necesario demostrar que por lo menos un problema histórico ha sido resuelto por los materialistas, no basándose en los hechos respectivos, sino mediante las triadas. ¿Probó a demostrarlo el señor Mijailovski? En modo alguno. Por el contrario, él mismo se vio obligado a reconocer que “Marx ha llenado hasta tal punto el esquema dialéctico vacío con un contenido concreto, que se lo puede separar de dicho contenido como se separa la tapa de un recipiente, sin cambiar nada” (luego hablaremos de la excepción que hace aquí el señor Mijailovski, refiriéndose al futuro). Si esto es asi, ¿por qué entonces se ocupa el señor Mijailovski con tanta aplicación de la tapa que nada cambia? ¿Por qué dice que los materialistas “se basan” en la incontrovertibilidad del proceso dialéctico? ¿Por qué declara, al combatir esta tapa, que combate contra uno de los “pilares” del socialismo científico, siendo esto una completa falsedad?
    Se sobrentiende que no voy a seguir paso a paso la forma en que el señor Mijailovski analiza los ejemplos de las tríadas, porque, repito, ello nada tiene que ver con el materialismo científico, ni con el marxismo ruso. Sin embargo sería interesante saber qué fundamento tenía el señor Mijailovski para tergiversar de tal modo la actitud de los marxistas hacia la dialéctica. Dos fundamentos: en primer lugar, oyó campanas y no sabe dónde; en segundo lugar, fabricó (o mejor dicho, tomó de Dühring) un subterfugio más.

    Ad. I.[*]: El señor Mijailovski se encontraba continuamente, al leer la literatura marxista, con el “método dialéctico” en la ciencia social, con el “pensamiento dialéctico”, siempre en la esfera de las cuestiones sociales (la única de que se trata), etc. En su simpleza espiritual (y ojalá fuese sólo simpleza) creyó que este método consistia en resolver todos los problemas sociológicos según las leyes de la tríada hegeliana. Si hubiera abordado el tema con mayor atención, no habría podido dejar de convencerse de lo absurdo de esta concepción. Marx y Engels llamaron método dialéctico — por oposición al metafísico –, sencillamente, al método científico en sociología, consistente en considerar a la sociedad como un organismo vivo, que se halla en continuo desarrollo (y no como algo mecánicamente enlazado y que, por ello, permite toda clase de combinaciones arbitrarias de elementos sociales aislados) y para cuyo estudio es necesario realizar un análisis objetivo de las relaciones de producción que constituyen una formación social determinada, estudiar las leyes de su funcionamiento y desarrollo. Más abajo procuraremos ilustrar la relación entre el método dialéctico y el metafísico (este último engloba también, sin duda, el método subjetivo en sociología) con argumentos del propio señor Mijailovski. Ahora sólo subrayaremos que quienquiera haya leído la definición y descripción del método dialéctico que dan tanto Engels (en la polémica con Dühring: Del socialismo utópico al socialismo científico ) como Marx (en varias notas de El capital y en el Epílogo a la segunda edición, así como en Miseria de la filosofía ) habrá visto que para nada se habla allí de las tríadas de Hegel, y que todo se reduce a considerar la evolución social como un proceso histórico natural del desarrollo de las formaciones económicosociales. Para demostrar lo citaré in extenso la descripción que sobre el método dialéctico da la revista Viéstnik Europi [19], en su núm. 5 de 1872 (en el artículo: El punto de vista en crítica de la economía política de C. Marx )[20], que Marx cita en el Epilogo a la segunda edición de El capital. Marx dice allí que el método que empleó en El capital no fue bien entendido; “Los críticos alemanes ponen el grito en el cielo, naturalmente, hablando de la sofística hegeliana”. Y para exponer con mayor claridad su método, trascribe la descripción que-de él se hace en dicho artículo. Para Marx — se dice allí sólo una cosa tiene importancia, a saber: encontrar la ley que rige los fenómenos que investiga, y es para él de suma importancia la ley del cambio, del desarrollo de esos fenómenos, de su tránsito de una forma a otra, de un sistema de relaciones sociales a otro. Por lo mismo, Marx se preocupa de una sola cosa: demostrar por medio de investigaciones cientificas exactas la necesidad de determinados sistemas de relaciones sociales y precisar, del modo más acabado posible, los hechos que le sirven de puntos de partida y de apoyo. Para este objeto le basta plenamente con demostrar, a la vez que la necesidad del régimen actual, la necesidad de otro régimen que inevitablemente debe brotar del precedente, independientemente de que los hombres crean o no en esto, que tengan o no conciencia de ello. Marx considera el movimiento social como un proceso histórico natural, sujeto a leyes que no sólo no dependen de la voluntad, la conciencia y los propósitos de los hombres, sino que, por el contrario, determinan su voluntad, su conciencia y sus propósitos (Tomen nota los señores subjetivistas, que separan la evolución social de la evolución históriconatural, porque el hombre se fija “objetivos” concientes y se guía por determinados ideales.) Si el elemento consciente desempeña un papel tan subordinado en la historia de la civilización, se sobrentiende que la crítica de esta misma civilización puede, menos que ninguna otra, basarse en cualquier forma o cualquier resultado de la conciencia. En otras palabras, en modo alguno puede servirle de punto de partida una idea, sino sólo un fenómeno exterior, objetivo. La crítica debe consistir en comparar y confrontar un hecho determinado, no con una idea, sino con otro hecho; lo importante es que los dos hechos sean en todo lo posible investigados con exactitud y que representen, uno con respecto al otro, distintos momentos del desarrollo. Lo más importante es que sean investigados con la misma exactitud todos los estados conocidos, su sucesión y el vínculo entre las diversas etapas del desarrollo.


    * En cuanto al punto 1. (N. de la Red.)


Marx niega por completo la idea de que las leyes de la vida económica sean las mismas para el pasado que para el presente. Por el contrario, cada periodo histórico tiene sus propias leyes. La vida económica es un fenómeno análogo a la historia del desarrollo en otros campos de la biología. Los economistas anteriores no comprendieron la naturaleza de las leyes económicas, cuando las consideraron análogas a las leyes químicas y físicas. Un análisis más profundo demuestra que los organismos sociales se diferencian tan radicalmente uno del otro como los organismos animales y vegetales. Como el propósito de Marx es investigar desde este punto de vista la organización económica capitalista, formula de un modo estrictamente científico el objetivo que debe proponerse todo estudio exacto de la vida económica. La importancia científica de semejante investigación consiste en revelar las leyes especiales (históricas) que rigen el surgimiento, la existencia, el desarrollo y la muerte de un organismo social determinado y su remplazo por otro, por un organismo superior.
    Tal es la descripción del método dialéctico que Marx eligió entre una infinidad de comentarios sobre El capital, aparecidos en periódicos y revistas, y que tradujo al alemán, porque esta caracterización de su método, según él mismo afirma, es completamente exacta. Cabe preguntar si hay en esta descripción aunque sea una sola palabra sobre las tríadas, las tricotomías, la incontrovertibilidad del proceso dialéctico y otros absurdos semejantes contra los que en forma tan caballeresca sale a batirse el señor Mijailovski. Y Marx, después de esa descripción, dice con toda claridad que su método es “directamente opuesto” al de Hegel. Según éste, el desarrollo de la idea, de acuerdo con las leyes dialécticas de la tríada, de termina el desarrollo de la realidad. Sólo en este caso, por supuesto, puede hablarse de la significación de las tríadas, de la incontrovertibilidad del proceso dialéctico. Por el contrario a mi modo de ver — dice Marx –, “lo ideal no es más que el reflejo de lo material”. Y todo se reduce entonces a una “concepción positiva del presente y de su desarrollo necesario”. Las tríadas quedan así reducidas al papel de la tapa y de la envoltura (“yo he coqueteado con el lenguaje de Hegel”, dice Marx en el epílogo citado), papel por el cual sólo son capaces de interesarse los filisteos. Pero cabe preguntar: ¿cómo debemos juzgar a un hombre que quiere criticar uno de los “pilares” del materialismo científico, es decir, la dialéctica, y se pone a hablar de todo lo que se le ocurre, inclusive de las ranas y de Napoleón, pero no se refiere para nada a lo que es la dialéctica, ni tampoco a si el desarrollo de la socieded es realmente un proceso histórico natural? ¿Es justa la concepción materialista de las formaciones económicosociales como organismos sociales de carácter especial? ¿Son justos los métodos de análisis objetivo de estas formaciones? ¿Es cierto que no son las ideas sociales las que determinan el desarrollo social, sino que éste determina a aquéllas?, etc. ¿Puede decirse que en este caso se trata sólo de incomprensión?
    Ad 2: Después de semejante “crítica” de la dialéctica, el señor Mijailovski atribuye a Marx esos métodos de demostrar “mediante” la tríada de Hegel y, por supuesto, sale desafiante a combatirlos. “Respecto del futuro — dice –, las leyes inmanentes de la sociedad son exclusivamente dialécticas.” (En ello consiste la excepción mencionada más arriba). El razonamiento de Marx, de que es inevitable la expropiación de los expropiadores en virtud de las leyes del desarrollo del capitalismo, tiene “un carácter exclusivamente dialéctico”. El “ideal” de Marx sobre la propiedad común de la tierra y del capital, “en el sentido de su inevitabilidad y de su carácter indudable, se mantiene exclusivamente en el último eslabón de la cadena tricotómica hegeliana”.
    Este argumento está íntegramente tomado de Dühring, que expuso en su libro Kritische Geschichte der Nationaloekonomie und des Sozialismus (3-te Aufl., 1879. S. 486-487)*, pero el señor Mijailovski no menciona para nada a Dühring. ¿Será, entre paréntesis, que ha llegado por sus propios medios a semejante tergiversación de Marx?
    Engels dio una magnífica respuesta a Dühring, y como incluye la crítica de Dühring, nos limitaremos a reproducir esa respuesta de Engels.[21] El lector verá que le cuadra plenamente al señor Mijailovski.
    “‘Este bosquejo histórico [la génesis de la llamada acumulación originaria del capital en Inglaterra] — dice Dühring — es, relativamente, la mejor parte del libro de Marx y lo sería más aún si no se apoyara en las muletas dialécticas, además de las científicas. La negación de la negación de Hegel desempeña aquí — a falta de argumentos mejores y más claros — el papel de la comadrona, merced a cuyos servicios el porvenir surge del seno del presente. La supresión de la propiedad individual que de la manera antes señalada se ha producido desde el siglo XVI, es la primera negación. La seguirá otra, caracterizada como la negación de la negación, y, por lo tanto como restauración de la <> pero en una forma superior, basada en la posesión común de la tierra y de los instrumentos de trabajo. Si a esta nueva <> la llama el señor Marx al mismo tiempo <>, en ello se refleja precisamente la unidad superior hegeliana, en la que la contradicción es eliminada [aufgehoben, denominación específica hegeliana], es decir, según el juego de palabras hegeliano, la contradicción es a la vez superada y conservada.
    ‘. . . La expropiación de los expropiadores viene a ser, de este modo, una especie de producto automático de la realidad histórica en sus condiciones materiales exteriores [. . .] Dudo de que ninguna persona razonable se convenza de la necesidad de la posesión común de la tierra y del capital basándose en su fe en los malabarismos verbales hegelianos al estilo de la negación de la negación. Por lo demás, la nebulosa hibridez de las concepciones de Marx no puede sorprender a nadie que comprenda qué de absurdos es posible urdir con la dialéctica hegeliana como base científica o, mejor dicho, qué de absurdos deben necesariamente resultar de ello. Para los que no conozcan estas artimañas diré expresamente que la primera negación de Hegel desempeña el papel de la idea del pecado original en el catecismo, y la segunda el papel de la unidad superior que conduce a la redención. La lógica de los hechos no puede basarse ya, por cierto, en tales analogías sin sentido tomadas del campo religioso [ . . .] El señor Marx permanece muy contento con el universo nebuloso de su propiedad que es a la vez individual y social, y deja que sus adeptos resuelvan ese profundo enigma dialéctico’. Hasta aquí el señor Dühring.


    * Historia crítica de la economía nacional y del socialismo (3a edición, 1879, págs. 486-487). (N. de la Red.)

    “De modo que — concluye Engels –, Marx no puede de mostrar la necesidad de la revolución social, la necesidad de implantar la propiedad común de la tierra y de los medios de producción fruto del trabajo, sin recurrir a la negación de la negación hegeliana; y porque basa su teoría socialista en estas absurdas analogías tomadas de la religión, llega a la conclusión de que en la sociedad futura habrá propiedad individual y a la vez social, como unidad superior hegeliana de la contradicción eliminada.*


    * Que semejante formulación de las concepciones de Dühring cuadra plenamente al señor Mijailovski, lo demuestra el siguiente pasaje de su artículo: C. Marx enjuiciado por el señor I. Zhukovski. Al replicar al señor Zhukovski, quien afirmaba que Marx era un defensor de la propiedad privada, el señor Mijailovski señala este esquema de Marx, explicándolo de la siguiente manera: “El esquema de Marx comprende dos muy conocidos trucos de la dialéctica hegeliana: en primer Iugar, el esquema está construido de acuerdo con las leyes de la tríada hegeliana; en segundo término, la síntesis se basa en la identidad de los contrarios: propiedad individual y social. De modo que aquí la palabra ‘individual’ tiene un sentido especial, puramente convencional, como elemento del proceso dialéctico, y no se puede basar en ella absolutamente nada”. Esto lo decía un hombre con las mejores intenciones, para defender ante el público ruso al “sanguíneo” Marx del burgues señor Zhukovski. ¡Y con estas buenas intenciones, dice que Marx basa su concepción del proceso en “trucos”! El señor Mijailovski podría deducir de ello una moraleja que le sería bastante útil: las buenas intenciones no bastan, cualquiera sea el asunto de que se trate.


    “Dejemos por ahora la negación de la negación y veamos qué es esa ‘propiedad individual y a la vez social’. El señor Dühring la llama ‘nebulosa’ y — por extraño que parezca — realmente en esto tiene razón. Por desgracia no es, ni mucho menos, Marx quien cae en esa ‘nebulosa’, sino, una vez más, el propio señor Dühring . . . Al corregir a Marx con arreglo a Hegel, le adjudica una unidad superior de la propiedad, de la cual Marx no dice una palabra.
    “Marx dice: ‘Es la negación de la negación. Crea nuevamente la propiedad individual, pero sobre la base de las conquistas de la era capitalista, sobre la base de la cooperación de los trabajadores libres y de su posesión común de la tierra y de los medios de producción producidos por ellos. La trasformación de la propiedad privada y dispersa de los individuos, basada en el trabajo propio, en propiedad capitalista, es, por supuesto, un proceso mucho más largo, difícil y penoso que la trasformación de la propiedad privada capitalista, que en los hechos se basa ya en un proceso social de producción, en propiedad social.’ Eso es todo. De modo que el régimen creado por la expropiación de los expropiadores se caracteriza por la restauración de la propiedad individual, pero ‘sobre la base’ de la propiedad social de la tierra y de los medios de producción creados por los propios trabajadores. Para cual quiera que entienda el alemán [y el ruso, señor Mijailovski, porque la traducción es completamente exacta], esto significa que la propiedad social se extiende a la tierra y demás medios de producción, y la propiedad individual a los productos, esto es, a los artículos de consumo. Y para que lo comprendan hasta los niños de seis años, en la página 56 [pág. 30 de la ed. rusa], Marx supone una ‘unión de hombres libres, que trabajan empleando medios de producción comunes y que gastan, en forma planificada, sus fuerzas individuales de trabajo como una única fuerza de trabajo social’, esto es, una comunidad organizada de modo socialista, y agrega: ‘El producto total del trabajo representa un producto social. Parte de este producto sirve nuevamente como medio de producción. ‘Esta parte sigue siendo propiedad social’. Pero otra parte es consumida, como medio de subsistencia, por los miembros de la unión. ‘Es, en consecuencia, necesaria una distribución de esa parte entre ellos’ Esto debe ser bastante claro hasta para el señor Dühring.
    “La propiedad que es a la vez individual y social, esta nebulosa hibridez, ese absurdo que surge necesariamente de la dialéctica hegeliana, ese nebuloso universo, ese profundo enigma dialéctico, cuya solución deja Marx a sus adeptos, es, una vez más, una libre creación y un invento del señor Dühring . . .
    “Pero — continúa Engels –, ¿qué papel desempeña en Marx la negación de la negación? En la página 791 y siguientes [en ruso, en la pág. 648 y siguientes] expone las conclusiones finales que extrae de las 50 páginas anteriores dedicadas a la investigación económica e histórica de la llamada acumulación originaria del capital. Hasta la era capitalista existía, al menos en Inglaterra, la pequeña producción basada en la propiedad privada del trabajador sobre sus medios de producción. La llamada acumulación originaria del capital consistió en este caso en la expropiación de estos productores directos, es decir, en la supresión de la propiedad privada basada en el trabajo de su propietario. Ello fue posible porque la pequeña producción que hemos mencionado sólo es compatible con los estrechos marcos primitivos de la producción y de la sociedad, y en cierto grado de su desarrollo crea ella misma las condiciones materiales de su supresión. Esta supresión, esta trasformación de los medios de producción individuales y dispersos en medios socialmente concentrados, constituye la prehistoria del capital. No bien los trabajadores se convirtieron en proletarios y sus medios de producción en capital; no bien se consolido el modo capitalista de producción, la socialización posterior del trabajo y la posterior trasformación de la tierra y de los otros medios de producción [en capital], y por lo tanto la posterior expropiación de los propietarios privados, adquiere una nueva forma. ‘Ahora ya no es el trabajador que trabaja para sí quien debe ser expropiado, sino el capitalista que explota a numerosos obreros. Esta expropiación se lleva a cabo por el juego de leyes inmanentes de la propia producción capitalista, por la concentración de los capitales. Un capitalista elimina a muchos otros. Paralelamente a esta concentración o expropiación de muchos capitalistas por unos pocos, se desarrolla cada vez en mayor escala la forma cooperativa del proceso del trabajo, la aplicación tecnológica conciente de la ciencia, la explotación metódica y social de la tierra, la trasformación de los instrumentos de trabajo en me dios que sólo pueden ser utilizados en común, la economía de todos los medios de producción, porque se utilizan como medios comunes de producción del trabajo social combinado. Con la reducción constante de los magnates del capital, que usurpan y monopolizan todas las ventajas de este proceso de trasformación, aumenta la suma de miseria, opresión, esclavitud, degradación y explotación; pero con esto aumenta también la rebelión de la clase obrera, que crece constantemente y que se disciplina, unifica y organiza por el mismo mecanismo del proceso capitalista de producción. El capital se convierte en traba del modo de producción que ha surgido y florecido con él y bajo su amparo. La concentración de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que son incompatibles con su envoltura capitalista. Esta se rompe. Ha llegado la hora de la propiedad privada capitalista. Los expropiadores son expropiados.’

    “Y ahora pregunto yo al lector: ¿dónde están los sutiles arabescos y laberintos dialécticos; dónde la confusión de ideas que reduce a cero todas las diferencias; dónde están los milagros dialécticos para los ortodoxos y los trucos amoldados a la doctrina de Hegel sobre el logos, sin los cuales Marx, a juicio de Dühring, no hubiera podido llevar a cabo su exposición? Marx demuestra históricamente, y lo resume aquí, que así como antes la pequeña producción, con su propio desarrollo, engendró necesariamente las condiciones de su supresión, ahora la producción capitalista ha engendrado ella misma las condiciones materiales que la llevarán a su hundimiento. Tal es el proceso histórico, y si resulta al mismo tiempo dialéctico, eso no es culpa de Marx, por más molesto que esto resulta al señor Dühring.
    “Y sólo ahora al poner término a su demostración que se basa en hechos históricos y económicos, continúa Marx: ‘El modo capitalista de producción y de apropiación, y, por con siguiente, la propiedad privada capitalista, constituyen la primera negación de la propiedad individual basada en el propio trabajo. Pero la producción capitalista, con la inexorabilidad de una ley natural de la historia, engendra su propia negación. Es la negación de la negación’, etc. (tal como lo hemos citado más arriba)
    “Por lo tanto, al caracterizar este proceso como la negación de la negación, Marx no pretende probar su necesidad histórica. Por el contrario: sólo después de demostrar históricamente que en realidad este proceso en parte se ha realizado ya y en parte debe aún realizarse, lo define además como un proceso que se desarrolla de acuerdo con una ley dialéctica determinada. Eso es todo. De modo que también aquí incurre en pura falsedad el señor Dühring al afirmar que la negacion de la negación desempeña en este caso el papel de la comadrona con cuyos servicios el porvenir surge del seno del pasado, o que Marx quiere convencernos de la necesidad de la propiedad común de la tierra y del capital por fe en la ley de la negación de la negación” (pág. 125). Como ve el lector, toda esta magnífica réplica de Engels a Dühring puede aplicársele también íntegra al señor Mijailovski, quien afirma exactamente lo mismo: el porvenir, en Marx, se apoya con exclusividad en el último eslabón de la cadena hegeliana, y sólo por fe se puede llegar a la convicción de que es inevitable.*
    Toda la diferencia entre Dühring y el señor Mijailovski se reduce a las dos siguientes pequeñas cuestiones: en primer lugar, Dühring, aunque no puede hablar de Marx sin echar espuma por la boca, consideró, sin embargo, necesario recordar, más adelante en su Historia, que Marx, en su Epílogo, rechaza en forma categórica la acusación de ser hegeliano. No obstante, el señor Mijailovski omite la definición de Marx (arriba citada), totalmente precisa y clara, de lo que él en tiende por método dialéctico.


    * No está de más, me parece, señalar al respecto que toda esta explicacion de Engels está en el mismo capítulo donde habla de la semilla, de la doctrina de Rousseau y de otros ejemplos del proceso dialéctico. Creo que sería suficiente comparar estos ejemplos con las manifestaciones tan claras y categóricas de Engels (y de Marx, a quien había leído previamente el manuscrito de esa obra), para afirmar que ni siquiera se puede hablar de que se procura demostrar algo con las tríadas o introducir en la descripción del proceso real “los elementos convencionales” de dichas tríadas; parece que esto basta para comprender lo absurdo que es acusar al marxismo de dialéctica hegeliana.


    En segundo lugar, el otro rasgo original del señor Mijailovski consiste en haber concentrado toda su atención en el uso de los tiempos de verbo. ¿Por qué, al hablar del futuro, emplea Marx el presente? — pregunta con aire triunfal nuestro filósofo –. Puede usted, muy respetado crítico, consultar cualquier gramática, y verá que el presente se usa en lugar del futuro cuando este futuro se considera como algo inevitable e indudable. ¿Pero por qué, por qué es indudable? — se inquieta el señor Mijailovski, deseando comunicar una emoción tan fuerte que le permita justificar incluso una tergiversación –. También a esto Marx da una respuesta precisa. Se puede considerar que es insuficiente o inexacta, pero entonces hay que demostrar en qué y por qué precisamente es inexacta, y no decir absurdos sobre el hegelianismo.
    Hubo tiempós en que el señor Mijailovski no sólo sabía en qué consistía esa respuesta, sino que lo explicaba a los demás. El señor Zhukovski — decía entonces, en 1877 — ha podido con razón considerar problemática la concepción de Marx sobre el futuro, pero “no tenía el derecho moral” de eludir la cuestión de la socialización del trabajo, “a la que Marx concede una importancia enorme”. ¡Naturalmente, Zhukovski, en 1877, no tenía el derecho moral de eludir la cuestión, pero sí lo tiene el señor Mijailovski en 1894! ¿A lo mejor porque quod licet Jovi, non licet bovi ?*


    * “Lo que es lícito para Júpiter, no lo es para el buey.” (N. de la Red.)


    No puedo menos que recordar aquí la extraña idea de esta socialización expresada en una oportunidad, en Otiéchestviennie Zapiski [22]. En su núm. 7 de 1883, publicó una Carta a la Redacción de cierto señor Postoronni[23], quien, lo mismo que el señor Mijailovski, consideraba problemática la “concepción” de Marx sobre el porvenir. “En lo fundamental — razonaba aquel señor — la forma social del trabajo, bajo la dominación del capitalismo, se reduce a que unos centenares o miles de obreros pulen, martillan, ajustan, tornean, estiran o realizan una multitud de otras operaciones en un local común. En cuanto al carácter general de este régimen lo expresa perfectamente el adagio: ‘Cada uno para sí y Dios para todos’. ¿Qué tiene que ver con ello la forma social de trabajo?”
    ¡Se ve en seguida que el hombre lo ha comprendido todo! ¡¡”La forma social de trabajo” “se reduce” a “trabajar en un local común”!! Y después de exponer ideas tan descabelladas en una de las mejores revistas rusas, nos quieren hacer creer que la parte teórica de El capital ha sido en general reconoida por la ciencia. Cierto es que como no tenía nada serio que objetar a El capital, la “ciencia generalmente reconocida” comenzó a hacerle reverencias, pero al mismo tiempo siguió dando pruebas de la ignorancia más crasa y repitiendo las antiguas trivialidades de la economía escolar. Debo detenerme un poco en este asunto, para mostrar al señor Mijailovski en qué consiste el fondo del problema que él, según su costumbre, ha pasado por alto.
    La socialización del trabajo por la producción capitalista no consiste en absoluto en que se trabaje en un local común (esto es sólo una pequeña parte del proceso), sino en que la concentración del capital va acompañada por la especialización del trabajo social, por la disminución del número de capitalistas en cada rama de la industria y por un aumento de la cantidad de ramas especiales de la industria; en que múltiples procesos de producción dispersos se funden en un solo proceso social de producción. Así, por ejemplo, cuando la industria textil estaba en manos de artesanos, los pequeños productores hilaban y tejían ellos mismos; la industria tenía pocas ramas (estaban fusionadas las operaciones de hilar y tejer). Pero una vez socializada la producción por el capitalismo, aumenta la cantidad de ramas especiales de la industria; se realizan por separadó las operaciones de hilar el algodón y tejerlo; la propia especialización y la concentración de la producción originan nuevas ramas: fabricación de maquinaria, extracción de la hulla, etc. En cada rama industrial, ya más especializada, el número de capitalistas es cada vez menor. Esto significa que es cada vez más fuerte el vínculo social que une a los productores entre sí: los productores van uniéndose estrechamente en un bloque único. Cada uno de los pequeños productores aislados realizaba varias operaciones, y, por lo tanto, era relativamente independiente de los demás: por ejemplo, el artesano que sembraba él mismo el lino, lo hilaba y tejía, era casi independiente de los demás. A semejante régimen de pequeños productores de mercancías dispersos (y sólo a semejante régimen) es aplicable el adagio: “Cada uno para sí y Dios para todos”, es decir, la anarquía de las fluctuaciones del mercado. Con el trabajo socializado logrado gracias al capitalismo las cosas son en todo sentido diferentes. El fabricante que produce tejidos depende del que elabora hilados de algodón; este último, del agricultor capitalista productor de algodón, del dueño de las fábricas de maquinaria, del de las minas de hulla, etc., etc. Por consiguiente, ningún capitalista puede prescindir de los demás. Es evidente que el adagio de “Cada uno para sí” ya no es aplicable a semejante régimen: aquí cada uno trabaja para todos y todos para cada uno (y a Dios no le queda lugar alguno, ni como fantasía celestial, ni como “Becerro de oro” terrenal). Cambia por completo el carácter del régimen. Cuando existían las pequeñas empresas aisladas, si en alguna de ellas se paralizaba el trabajo, ello afectaba sólo a una cantidad pequeña de miembros de la sociedad, no causaba confusión general y por consiguiente no llamaba la atención de todo el mundo, no daba motivo a una intervención de la sociedad. Pero si semejante paralización ocurre en una gran empresa dedicada a una rama industrial muy especializada y que, por lo tanto, trabaja para casi toda la sociedad y a su vez depende de toda la sociedad (pongo como ejemplo, para mayor claridad, un caso en que la socialización ha llegado a su punto culminante), entonces tiene que paralizarse el trabajo en todas las demás empresas de la sociedad, pues sólo pueden recibir los productos que necesitan de aquella empresa y sólo pueden realizar todas sus mercancías si pueden disponer de las mercancías de aquélla. Todo el proceso productivo se fusiona de esta manera en un único proceso productivo social, pero al mismo tiempo cada empresa es dirigida por un capitalista, depende de su arbitrio, y los productos sociales pasan a ser propiedad privada suya. ¿No es evidente que la forma de producción entra en contradicción inconciliable con la forma de apropiación? ¿No es evidente que esta última debe adaptarse a la primera, debe convertirse en una forma también social, esto es, socialista? Pero el ingenioso filisteo de Otiéchestviennie Zapiski lo reduce todo al trabajo en un local común. ¡Es en verdad Io que se llama no dar en el clavo! (He descrito sólo el proceso material, sólo el cambio de las relaciones de producción, sin referirme al aspecto social de este proceso, a la unificación, aglutinación y organización de los obreros, pues éste es un fenómeno derivado, secundario.)
    La razón de que sea aún necesario explicar a los “demócratas” rusos cosas tan elementales, está en que se han atascado hasta tal punto en el fango de las ideas pequeñoburguesas, que ni siquiera son capaces de imaginar otro régimen que no sea el de los pequeños burgueses.
    Pero volvamos al señor Mijailovski. ¿Qué objeciones hace a los hechos y a los argumentos en que Marx basa su conclusión de que el régimen socialista es inevitable en virtud de las propias leyes de desarrollo del capitalismo? ¿Ha demostrado que, con la organización mercantil de la economía social, no aumenta en realidad la especialización del proceso social de trabajo, la concentración de capitales y empresas, la socialización de todo el proceso de trabajo? No, no ha ofrecido ninguna prueba que refute estos hechos. ¿Hizo tambalear la tesis de que la anarquía, inconciliable con la socialización del trabajo, es un rasgo inherente a la sociedad capitalista? Nada ha dicho sobre esto. ¿Ha demostrado que la unificación del proceso de trabajo de todos los capitalistas en un solo proceso social de trabajo es compatible con la propiedad privada? ¿Demostró que es posible y concebible otra solución de esta contradicción, aparte de la indicada por Marx? No, no dijo ni una palabra sobre esto.
    ¿En qué se basa, pues, su crítica? En trucos, supercherías y en un torrente de frases, que no son más que simples cascabeles.
    Porque no pueden, en realidad, calificarse de otro modo estos métodos, cuando el crítico — después de haber dicho muchas tonterías sobre los sucesivos pasos triples de la historia — , pregunta a Marx, con gran seriedad: “¿Y después?”, es decir, cuál será el curso de la historia más allá de la última fase del proceso descrita por Marx. No debe olvidarse que Marx, desde el comienzo de su actividad de escritor y revolucionario, dijo con toda precisión lo que exigía de una teoría sociológica: debe dar una idea exacta del proceso real, y nada más (véase, por ejemplo, en el Manifiesto comunista, el criterio de los comunistas sobre la teoría[24]). En El capital observó estrictamente esta exigencia: habiéndose fijado la tarea de analizar de manera científica la formación social capitalista, puso punto final cuando demostró que el desarrollo de esta organización, que en verdad se realiza ante nuestros ojos, sigue una tendencia determinada y que debe sucumbir inevitablemente y convertirse en otra organización, en una organización superior. Pero el señor Mijailovski pasa por alto toda la esencia de la doctrina de Marx, hace su necia pregunta: “¿Y después?”, y luego agrega con aire profundo: “Debo confesar con franqueza que no veo con toda claridad cuál será la respuesta de Engels”. ¡En cambio, nosotros debemos confesar con franqueza, señor Mijailovski, que sí vemos con toda claridad el espíritu y los métodos de semejante “crítica”!
    O tomemos otro razonamiento: “En la Edad Media, la propiedad individual de Marx, basada en el trabajo del mismo propietario, no era el único factor, ni el predominante, ni siquiera en el campo de las relaciones económicas. Existían muchos otros fenómenos, pero el método dialéctico en la interpretación de Marx [¿no será en la tergiversación del señor Mijailovski?] no propone volver a ella . . . Es evidente que todos estos esquemas no representan una imagen de la realidad histórica, ni siquiera de sus proporciones, y sólo satisfacen la inclinación del espíritu humano, de concebir cada objeto en su estado pasado, presente y futuro.” ¡Inclusive los métodos de sus escamoteos, seiior Mijailovski, son monótonos hasta dar náuseas! Primero atribuye al esquema de Marx — que se propone dar una fórmula del proceso real del desarrollo del capitalismo* y nada más — la intención de demostrar lo todo con las tríadas, y luego hace constar que el esquema de Marx no corresponde a ese plan que él mismo le impone (la tercera fase restablece sólo un aspecto de la primera y omite todos los demás), y extrae con mucho desenfado la condusión de que “el esquema, evidentemente, no representa una imagen de la realidad histórica”!


    * Por lo mismo, se omiten otros rasgos de los regímenes económicos de la Edad Media, porque pertenecen a la formación social del feudalismo, y Marx analiza sólo la formación capitalista. El proceso de desarrollo del capitalismo propiamente dicho comenzó en realidad (por ejemplo, en Inglaterra) a partir del régimen de los pequeños productores de mercancías diseminados, con su propiedad individual basada en el trabajo.


    ¿Es concebible polemizar en serio con este hombre que (empleando la expresión de Engels sobre Dühring) no es capaz de mencionar una cita exacta, ni siquiera por excepción? ¿Hay alguna base para la discusión cuando se asegura a la gente que el esquema “evidentemente” no corresponde a la realidad y no se hace el menor intento por demostrar de alguna manera su inexactitud?
    En lugar de criticar el verdadero contenido de las concepciones marxistas, el señor Mijailovski ejercita su ingenio en las categorías del pasado, el presente y el futuro. Engels, por ejemplo, al refutar las “verdades eternas” del señor Dühring dice que “nos predican actualmente” tres tipos de moral: la cristiana feudal, la burguesa y la proletaria, de modo que el pasado, el presente y el futuro tienen sus teorías de la moral.[25] El señor Mijailovski opina sobre esto: “Creo que todas esas divisiones triples de la historia en períodos se basan precisamente en las categorías del pasado, el presente y el futuro”. ¡Qué profundidad de pensamiento! ¿Pero quién ignora que al examinar cualquier fenómeno social en el proceso de su desarrollo, siempre se hallarán en él vestigios del pasado, bases del presente y gérmenes del futuro? Pero Engels, por ejemplo, ¿quiso acaso afirmar que la historia de la moral (sólo se refería al “presente”) se limitaba a los tres momentos indicados, quiso decir que la moral feudal no fue precedida, por ejemplo, por la esclavista y esta última por la moral de la comunidad comunista primitiva? ¡En lugar de criticar seriamente el intento de Engels, de dilucidar las corrientes contemporáneas de las ideas morales explicándolas en forma materialista, el señor Mijailovski nos ofrece la más vacua de las fraseologías!
    Respecto de estos métodos de “crítica” del señor Mijailovski, crítica iniciada con la declaración de que no sabe en qué obra se expone la concepción materialista de la historia, quizá sea conveniente recordar que hubo tiempos en que el autor conocía una de estas obras y sabía apreciarla mejor. En 1877 el señor Mijailovski opinaba lo siguiente sobre El capital : “Si se quita a El capital la envoltura pesada, burda e inútil de la dialéctica hegeliana [¡pero qué cosa tan extraña!: ¿por qué en 1877 la “dialéctica hegeliana” era “inútil” y en 1894 resulta que el materialismo se basa en “la incontrovertibilidad del proceso dialéctico”?], entonces, al margen de otros méritos de esta obra, veremos en ella un material perfectamente elaborado para resolver el problema general de la relación entre las formas y las condiciones materiales de su existencia, y una magnífica manera de plantear este problema para cierto campo.” La “relación entre las formas y las condiciones materiales de su existencia” es precisamente el problema de la correlación entre los diversos aspectos de la vida social, de la superestructura de las relaciones sociales ideológicas sobre la base de las relaciones materiales, problema cuya bien conocida solución constituye la doctrina del materialismo. Prosigamos.
    “Propiamente dicho, todo ‘El capital ‘ [la cursiva es mía] está dedicado a investigar cómo una forma social, una vez surgida, sigue desarrollándose, consolida sus rasgos típicos, subordinando, asimilando los descubrimientos, los inventos, las mejoras de los métodos de producción, los nuevos mercados, la ciencia misma, obligándolos a trabajar para ella, y cómo, finalmente, dicha forma no puede soportar los nuevos cambios de las condiciones materiales.”

    ¡Qué sorprendente! ¡En 1877 “todo El capital ” estaba de dicado a la investigación materialista de una forma social determinada (¿en qué consiste el materialismo, sino en la explicación de las formas sociales por las condiciones materiales?), y en 1894 resulta que ni siquiera se sabe en qué obra hay que buscar la exposición de este materialismo!
    En 1877 El capital contenía la “investigación” de cómo “una forma [es decir, la forma capitalista, ¿verdad?] no pue de soportar los nuevos cambios de las condiciones materiales” (¡tómese nota de esto!), pero en 1894 resulta que no hay investigación alguna y que el convencimiento de que la forma capitalista no puede soportar el desarrollo posterior de las fuerzas productivas ¡se apoya “exclusivamente en un extremo de la tríada hegeliana”! En 1877 el señor Mijailovski decía que “el análisis de las relaciones entre esta forma social y las condiciones materiales de su existencia seguiría siendo siempre [la cursiva es mía] una prueba de la fuerza lógica y de la inmensa erudición del autor”, pero en 1894 declara que la doctrina del materialismo jamás y en parte alguna ha sido comprobada ni fundamentada científicamente.
    ¡Caso extraño! ¿Qué significa esto en realidad? ¿Qué ha sucedido?
    Han sucedido dos cosas: en primer lugar, el socialismo ruso, el socialismo campesino de la década del 70, que “bufaba” contra la libertad por su carácter burgués y que luchaba contra los “liberales de frente serena”, empeñados en disimular los antagonismos que encerraba la vida rusa, y que soñaba con una revolución campesina, degeneró completamente y dio lugar a este trivial liberalismo pequeñoburgués que descubre “impresiones alentadoras” en las tendencias progresistas de la agricultura, olvidando que las acompaña (y las condiciona) la expropiación en masa de los campesinos. En segundo lugar, en 1877 el señor Mijailovski se entusiasmó tanto con su tarea de defender al “sanguíneo” (es decir, al socialista revolucionario) Marx contra sus críticos liberales, que no vio la incompatibilidad del método de Marx con su propio método. Pero he aquí que le explicaron el antagonismo inconciliable que existe entre el materialismo dialéctico y la sociología subjetiva: se lo explicaron los artículos y las obras de Engels; se lo explicaron los socialdemócratas rusos (en las obras de Plejánov encontramos más de una vez observaciones muy certeras, dirigidas al señor Mijailovski), y el señor Mijailovski, en lugar de ponerse a revisar con seriedad el asunto, se desbocó simplemente. En lugar de elogiar a Marx (como lo hizo en 1872 y en 1877)[26], ladra ahora contra él escudándose tras alabanzas de calidad dudosa, y brama y echa chispas contra los marxistas rusos, que no quieren conformarse con la “defensa de los económicamente más débiles”, con unos depósitos de mercancías y con algunas mejoras en el campo, con museos y arteles para los kustares[*] y demás bienintencionadas ideas filisteas de progreso, sino que quieren seguir siendo “sanguíneos”, partidarios de la revolución social, y enseñar, dirigir y organizar a los elementos verdaderamente revolucionarios de la sociedad.


    * Kustar: artesano en idioma ruso. (N. del T.)


    Después de esta breve digresión respecto de un pasado remoto, creo que podemos terminar el análisis de la “crítica” del señor Mijailovski a la teoría de Marx. Intentemos, pues, hacer un balance y resumir los “argumentos” del crítico.
    La doctrina que intentó aniquilar se basa, primero, en la concepción materialista de la historia y segundo, en el método dialéctico.
    En cuanto a lo primero, el crítico ha declarado, ante todo, que no sabe en qué obra está expuesto el materialismo. Como no encontró en parte alguna esa exposición, se puso a inventar por su cuenta una definición del materialismo. Para dar una idea de las excesivas pretensiones de dicho materialismo, inventó que los materialistas pretenden haber explicado todo el pasado, el presente y el futuro de la humanidad; y cuando más tarde, al confrontar sus afirmaciones con la declaración auténtica de los marxistas, resultó que éstos consideran explicada sólo una formación social, el crítico resolvió que los materialistas restringen el campo de acción del materialismo, con lo cual se refutan a sí mismos. Para dar una idea de los métodos de elaboración de este materialismo, inventó que los propios materialistas reconocían que les faltaban conocimientos para una obra como la elaboración del socialismo científico, aunque la insuficiencia de conocimientos la reconocían Marx y Engels (en 1845-1846) en lo que se refiere a la historia de la economía en general, y aunque dicha obra, demostración de la insuficiencia de sus conocimientos, jamás fue publicada por ellos. Después de estos preámbulos, nos brinda la crítica en sí: El capital ha quedado reducido a la nada porque se refiere a un solo período, mientras que el crítico reclama todos los períodos, y además, porque El capital no afirma el materialismo económico, sino que sólo se refiere a él; por lo visto, son argumentos tan serios y profundos, que obligaron a reconocer que el materialismo jamás había sido científicamente fundamentado. Luego se cita contra el materialismo el hecho de que un hombre completamente ajeno a esta doctrina, que estudió las épocas prehistóricas en un país completamente distinto, ha llegado también a conclusiones materialistas. Para demostrar luego que la procreación ha sido traída por los pelos al materialismo, que sólo se trata de un subterfugio, el crítico empezó a demostrar que las relaciones económicas constituyen una superestructura de las relaciones sexuales y familiares. Las indicaciones que con este motivo nos da tan sabio crítico para aleccionar a los materialistas, nos aportan la profunda verdad de que la herencia es imposible sin la procreación, de que a los productos de esta procreación los “acompaña” una mentalidad complicada y de que los hijos se educan en el espíritu de los padres. De paso nos enteramos también de que los vínculos nacionales constituyen una continuidad y generalización de los vínculos gentilicios. Prosiguiendo sus indagaciones teóricas sobre el materialismo, el crítico observa que el contenido de muchos argumentos de los marxistas consiste en que la opresión y la explotación de las masas son “necesarias” bajo el régimen burgués y que este régimen “necesariamente” debe trasformarse en socialista, y entonces se apresura a declarar que la necesidad es un concepto demasiado general (si no se dice que es lo que las personas consideran necesario) y que, por lo tanto, los marxistas son místicos y metafísicos. Asimismo declara el crítico que la polémica de Marx con los idealistas es “unilateral”, pero sin decir una palabra sobre el punto de vista de estos idealistas en cuanto al método subjetivo y la opinión que tiene de ellos el materialismo dialéctico de Marx.
    En cuanto al segundo pilar del marxismo — el método dialéctico –, bastaba un solo empujón del valiente crítico para derrumbarlo. Y el empujón ha sido muy acertado: el crítico se revolvió y deshizo en esfuerzos increíbles para refutar la idea de que pudiera demostrarse algo con las tríadas, silenciando que el método dialéctico no consiste en absoluto en las tríadas, sino precisamente en la negación de los métodos del idealismo y del subjetivismo en la sociología. Otro empujón iba dirigido en especial contra Marx: con la ayuda del glorioso señor Dühring, el crítico le adjudica a Marx la in-verosímil estupidez de demostrar, mediante las tríadas, la necesidad del hundimiento del capitalismo, y luego combate victoriosamente esta estupidez.
    ¡He aquí la epopeya de los brillantes “triunfos” de “nuestro célebre sociólogo”! ¿Verdad que es muy “edificante” (como dice Burenin) contemplar estos triunfos?
    No podemos menos que referirnos aquí a otra circunstancia, que no tiene relación directa con la crítica de la doctrina de Marx, pero que es sumamente característica para comprender los ideales del crítico y su concepción de la realidad. Se trata de su actitud hacia el movimiento obrero en Occidente.
    Más arriba vimos cómo declara el señor Mijailovski que el materialismo no se ha justificado en la “ciencia” (¿quizás en la ciencia de los “amigos del pueblo” de Alemania?), pero este materialismo — razona el señor Mijailovski — “se difunde, en realidad, con mucha rapidez entre la clase obrera”. ¿Cómo explica este hecho el señor Mijailovski? “En cuanto al éxito en expansión, por decir así, de que goza el materialismo económico — dice él –, en cuanto a su difusión en una forma críticamente no verificada, el centro de gravedad de este éxito no se encuentra en lá ciencia, sino en la práctica de la vida diaria, determinada por las perspectivas del porvenir.” ¿Qué otro sentido puede tener esta frase torpe sobre la práctica “determinada” por las perspectivas del porvenir, como no sea el de que el materialismo se propaga, no por haber explicado con acierto la realidad, sino por haberse apartado de dicha realidad hacia las perspectivas? Y más adelante dice: “estas perspectivas no exigen de la clase obrera alemana, que las hace suyas, ni de las personas que se preocupan ardientemente por su destino, conocimientos, ni esfuerzo del pensamiento crítico. Sólo exigen fe.” ¡En otras palabras, la amplia difusión del materialismo y del socialismo científico depende de que esta doctrina promete á los obreros un porvenir mejor! ¡Pero si basta el conocimiento más elemental de la historia del socialismo y del movimiento obrero en Occidente para demostrar todo lo absurdo y falso de esta explicación! Todo el mundo sabe que el socialismo científico no trazó perspectiva alguna del porvenir, sino que se limitó a hacer un análisis del régimen burgués contemporáneo, estudiando las tendencias de desarrollo de la organización social capitalista, y nada más. “No decimos al mundo — escribía Marx ya en 1843, y luego cumplió estrictamente este programa –, nosotros no decimos al mundo: ‘deja de luchar, toda tu lucha no vale nada’; nosotros le damos la verdadera consigna de lucha. Sólo mostramos al mundo por qué lucha realmente: pero la conciencia es una cosa que el mundo debe adquirir, quiéralo o no.”[27] Todo el mundo sabe, por ejemplo, que El capital, obra principal y fundamental en la que se expone el socialismo científico, se limita a alusiones de carácter muy general sobre el porvenir, que sólo examina los elementos ya existentes, de los que va surgiendo el régimen futuro. Eu cuanto a perspectivas para el porvenir, todo el mundo sabe que las ofrecían en grado mucho mayor los socialistas anteriores, quienes describían con todo detalle la sociedad futura, ya que deseaban entusiasmar a la humanidad con la imagen de regímenes en que los hombres no tuvieran necesidad de luchar, en los que sus relaciones sociales no se basaran en la explotación, sino en los verdaderos principios del progreso, que se hallan en consonancia con las condiciones de la naturaleza humana. Sin embargo — pese a toda una falange de personas de gran talento que exponían estas ideas, y de socialistas convencidísimos –, sus teorías quedaron al margen de la vida y sus programas al margen de los movimientos políticos populares, hasta que la gran industria meca-nizada arrastró a la vorágine de la vida política a las masas de trabajadores proletarios, hasta que se encontró la verdadera consigna de su lucha. Esta consigna fue encontrada por Marx, que “no es un utopista, sino un sabio severo y, a veces, hasta lacónico” (según opinaba el señor Mijailovski en tiempos remotos, en 1872), y encontrada, no mediante unas perspectivas cualesquiera, sino a través de un análisis científico del régimen burgués contemporáneo, de la explicación de la necesidad de la explotación mientras exista este régimen, del estudio de las leyes de su desarrollo. El señor Mijailovski, como es natural, puede asegurar a los lectores de Rússkoie Bogatstvo que para comprender este análisis no hacen falta conocimientos, ni esfuerzo de pensamiento, pero ya hemos visto en su ejemplo mismo (y lo veremos aún en mayor grado en el caso de su colaborador economista[28]) una incomprensión tan burda de las verdades más elementales establecidas por dicho análisis, que semejante declaración, claro está, sólo puede provocar una sonrisa. Sigue siendo un hecho irrefutable que el movimiento obrero se extiende y se desarrolla precisamente en los lugares y en la medida en que se desarrolla la gran industria capitalista mecanizada; que la doctrina socialista tiene éxito precisamente cuando deja de argumentar sobre las condiciones sociales que corresponden a la naturaleza humana y emprende el análisis materialista de las relaciones sociales contemporáneas, cuando se pone a explicar la necesidad del actual régimen de explotación.
    Después de haber intentado pasar por alto las verdaderas causas del éxito del materialismo entre los obreros y ofrecido una caracterización diametralmente opuesta a la verdad sobre la posición de esta doctrina respecto de las “perspectivas”, el señor Mijailovski comienza ahora a burlarse, en la forma más vulgar y filistea, de las ideas y la táctica del movimiento obrero de Europa occidental. Como hemos visto, no pudo hallar ni un solo argumento contra las demostraciones de Marx sobre la inevitabilidad de la trasformación del régimen capitalista en régimen socialista debido a la socialización del trabajo. Pero esto no le impide ironizar de la manera más descarada, diciendo que el “ejército de los proletarios” prepara la expropiación de los capitalistas, “después de lo cual cesará ya toda lucha de clases, y sobre la tierra reinará la paz y la dicha para los hombres”. El señor Mijailovski conoce caminos mucho más sencillos y seguros que éste para realizar el socialismo: sólo hace falta que los “amigos del pueblo” indiquen con mayor detalle los caminos “claros e inmutables?’ de la “evolución económica deseada”, y entonces, seguramente, “se llamará” a estos amigos del pueblo para resolver “los problemas económicos prácticos” (véase el artículo del señor Iuzhakov: Problemas del desarrollo económico de Rusia, núm. 11 de Rússkoie Bogatstvo ), y mientras tanto. . . mientras tanto los obreros deben esperar, confiar en los amigos del pueblo y no comenzar, “con infundada seguridad en sí mismos”, a luchar independientemente contra los explotadores. Nuestro autor desea asestar un golpe mortal a esta “infundada seguridad en sí mismos”, y se indigna enfáticamente contra “esta ciencia que casi cabe en un diccionario de bolsillo”. ¡¡Qué horror, en efecto: ciencia, y folletos socialdemócratas que cuestan unas monedas y caben en el bolsillo!! ¿No resulta claro cuán infundada es la seguridad en sí mismos de quienes sólo aprecian la ciencia porque enseña a los explotados a luchar independientemente por su emancipación, a apartarse de toda clase de “amigos del pueblo”, que escamotean el antagonismo de clases, que quieren encargarse ellos mismos de todo este trabajo; las personas que, por lo mismo, exponen esta ciencia en ediciones baratas, que tanto chocan a los filisteos? ¡Cuán diferente sería la situación si los obreros confiaran su suerte a los “amigos del pueblo”! Estos les señalarían la ciencia verdadera, expuesta en numerosos tomos, la ciencia universitaria y filistea; les darían a conocer con detalle la organización social que corresponde a la naturaleza humana, siempre que los obreros. . . ¡aceptaran esperar, sin empezar la lucha por su propia cuenta con tan infundada seguridad en sí mismos!

    Antes de pasar a la segunda parte de la “crítica” del señor Mijailovski, dirigida no ya contra la teoría de Marx en general sino contra los sociaidemócratas rusos en particular, debemos hacer cierta digresión. El señor Mijailovski, procediendo como lo hizo al criticar a Marx, lejos de intentar una exposición exacta de su teoría la deformó lisa y llanamente; ahora hace otro tanto, ya que tergiversa de un modo absolutamente impúdico las ideas de los socialdemócratas rusos. Es necesario, pues, restablecer la verdad. El medio más adecuado para hacerlo es comparar las ideas de los socialistas rusos anteriores con las de los socialdemócratas. Expondré las primeras siguiendo un artículo del señor Mijailovski publicado en Rússkaia Misl de 1892, núm. 6, en el cual también se refiere al marxismo (y en tono decente — dicho sea como reproche a su modalidad actual –, sin tocar las cuestiones que en la prensa sometida a la censura sólo se pueden tratar al estilo de Burenin, y sin cubrir a los marxistas de toda clase de inmundicias), y expone sus propias opiniones en oposición al marxismo, o, si no en oposición, al menos paralelamente al marxismo. Claro está que no tengo el menor propósito de ofender en nada, ni al señor Mijailovski incluyéndolo entre los socialistas, ni a los socialistas rusos comparándolos con el señor Mijailovski: sólo pienso que la línea de la argumentación de aquéllos y de éste es en el fondo la misma, y la diferencia reside en el grado de firmeza, de franqueza y consistencia de sus convicciones.
    En una exposición de las ideas de la revista Otiéchestviennie Zapiski, decía el señor Mijailovski: “entre los ideales de carácter moral y político incluíamos la propiedad del agricultor sobre la tierra y del productor sobre las herramientas de trabajo”. El punto de partida, como se ve, es de lo más bien intencionado, rebosante de los mejores deseos. . . “Las formas medievales de trabajo* que aún subsisten en nuestro país están muy quebrantadas, pero nosotros no veíamos razón alguna para acabar con ellas definitivamente, en beneficio de cualquier doctrina, liberal o no liberal”.


    * “Por formas medievales de trabajo — explica el autor en otro lugar — no sólo debe entenderse la propiedad comunal de la tierra, las industrias de kustares y la organizacióp en artel. Todas éstas son, indudablemente, formas medievales, pero es preciso agregarles también toda forma de propiedad, sobre la tierra o sobre los instrumentos de producción por parte de los trabajadores.”


    ¡Peregrino modo de razonar! Porque una “forma de trabajo” sólo puede quebrantarse cuando es remplazada por alguna otra forma; pero no hallamos en la exposición de nuestro autor (y no podríamos hallarla en ninguno de sus correligionarios) el menor intento de analizar y explicar estas nuevas formas, ni las causas por las cuales las nuevas forrnas desalojan a las viejas. Más extraña aún es la segunda parte del pasaje: “No vemos razón alguna para acabar con estas formas en beneficio de cualquier doctrina”. ¿De qué medios disponemos “nosotros” (es decir los socialistas: véase la reserva hecha más arriba) para “acabar” con las formas de trabajo es decir, para trasformar las relaciones de producción existentes entre los miembros de la sociedad? ¿No es, acaso, absurda la idea de trasformar estas relaciones de acuerdo con una doctrina? Veamos más adelante: “Nuestra tarea no consiste en erigir necesariamente una civilización ‘particular’ nutrida en nuestras propias fuentes nacionales, pero tampoco en trasplantar a nuestro terreno, íntegramente, la civilización occidental con todas las contradicciones que la desgarran: hay que recoger lo bueno, venga de donde viniere, y el que sea nuestro o ajeno no es ya asunto de principio, sino de comodidad práctica. Sin duda, esto es tan sencillo, claro y comprensible, que no admite discusión alguna.” En efecto, ¡qué sencillo! ¡”Recoger” lo bueno de todas partes, y asunto terminado! De las formas medievales, “recoger” el hecho de que los medios de producción pertenezcan al que trabaja, y de las nuevas formas, es decir, de las capitalistas, “recoger” la libertad, la igualdad, la instrucción y la cultura. ¡Y huelgan palabras! Tenemos en este caso ante los ojos, íntegro, el método subjetivo aplicado a la sociología: comienza por la utopía de que la tierra pertenece al que la cultiva, e indica las condiciones de realización de lo deseable: “recoger” lo bueno de aquí y de allí. Este filósofo considera las relaciones sociales desde un punto de vista puramente metafísico, como un simple agregado mecánico de tales o cuales instituciones, un simple encadenamiento mecánico de estos o aquellos fenómenos. Separa uno de estos fenómenos — el hecho de que la tierra pertenecía al agricultor en las formas medievales — y piensa que se lo puede trasplantar a cualquier otra forma, lo mismo que se pasa un ladrillo de un edificio a otro. Pero esto no es estudiar las relaciones sociales, sino mutilar el material que se estudia. Porque en realidad no existía esa pertenencia de la tierra al agricultor, como fenómeno aislado e independiente, como ustedes lo consideran: sólo es uno de los eslabones de las relaciones de producción entonces existentes y que consistían en que la tierra se hallaba dividida entre los grandes propietarios territoriales, los señores feudales, y en que éstos adjudicaban tierra a los campesinos para explotarlos; de modo que la tierra era algo así como salario en especie: proveía al campesino de los productos necesarios a fin de que éste pudiera producir plusproducto para el terrateniente; proporcionaba los medios para que los campesinos pudieran cumplir con sus tributos en beneficio del señor feudal. ¿Por qué no analiza el autor este sistema de relaciones de producción y se limita a extraer un solo fenómeno, presentándolo así en forma completamente falsa? Porque el autor no sabe tratar los problemas sociales; ni siquiera se propone (repito que utilizo los razonamientos del señor Mijailovski sólo como ejemplo para la crítica de todo el socialismo ruso) explicar las “formas de trabajo” que existían entonces, presentarlas como un sistema dado de relaciones de producción, como determinada formación social. Para utilizar una expresión de Marx, al autor le es ajeno el método dialéctico, que impone el deber de considerar la sociedad como un organismo vivo en su funcionamiento y desarrollo.
    Sin siquiera preguntarse por qué las nuevas formas de trabajo desplazan a las viejas, repite, en su razonamiento sobre estas formas nuevas, exactamente el mismo error. Se contenta con hacer constar que estas formas “quebrantan” la pertenencia de la tierra al agricultor, es decir, hablando en términos generales, se expresan en la separación del productor de los medios de producción; se conforma con condenarlo como cosa que no corresponde al ideal. Y de nuevo su razonamiento es completamente absurdo: aísla un fenómeno (la privación de la tierra) y no intenta presentarlo como elemento ya de otro sistema de relaciones de producción, basado en la economía mercantil, que necesariamcnte engendra la competencia entre los productores de mercancías, la desigualdad, la ruina de unos y el enriquecimiento de otros. Subraya un solo fenómeno, la ruina de las masas, pero deja a un lado otro, el enriquecimiento de la minoría, y se ubica así en una situación que le impide comprender ninguno de los dos fenómenos.
    Y todavía dice que semejantes métodos equivalen a “buscar respuestas a los problemas de la vida revestidos de carne y hueso” (Rússkoie Bogatstvo, núm. 1 de 1894), cuando muy por el contrario, como no sabe ni quiere explicar la realidad, mirarla cara a cara, huye vergonzosamente de estos problemas de la vida con su lucha del pudiente contra el desposeído, al campo de las utopías ingenuas. Y a esto lo llama “buscar respuestas a los problemas de la vida, planteándolos idealmente en su compleja y candente realidad;’ (R. B., núm. 1), cuando en la práctica no intentó siquiera analizar ni explicar esta realidad de la vida.
    En cambio, nos ofrece una utopía que ha inventado extrayendo del modo más absurdo elementos aislados de las diversas formaciones sociales: algo de la medieval, algo de la “nueva”, etc. Es claro que una teoría con semejante base forzosamente tenía que quedar al margen de la evolución real de la sociedad, por la sencilla razón de que nuestros utopistas tuvieron que vivir y actuar, no en relaciones sociales formadas por elementos tomados de aquí y de allá, sino en aquellas que determinan las relaciones entre el campesino y el kulak (mujik acomodado), entre el kustar y el acaparador, entre el obrero y el dueño de la fábrica, relaciones que no comprendieron en absoluto. Las tentativas y los esfuerzos que hicieron para trasformar estas relaciones no comprendidas y adaptarlas a sus ideales, necesariamente tenían que fracasar.

    He aquí, en los rasgos más generales, un esbozo de la situación en que se encontraba la cuestión del socialismo en Rusia cuando “surgieron los marxistas rusos”.
    Los marxistas comenzaron precisamente por la crítica de los métodos subjetivos de los socialistas anteriores; no se conformaron con hacer constar la explotación y condenarla: quisieron explicarla. Al ver que toda la historia de la Rusia posterior a la Reforma consiste en la ruina de las masas y en el enriquecimiento de una minoría; al observar la gigantesca expropiación de los pequeños productores, paralelamente al progreso técnico que se notaba en todas partes; al ver que estas corrientes opuestas surgen y se afianzan en los lugares y en la medida en que se desarrolla y afianza la economía mercantil, no podían menos que concluir que se trataba de una organización burguesa (capitalista) de la economía social, organización que necesariamente engendra la expropiación y la opresión de las masas. Y esta convicción ya determinaba su programa practico, que consistía en adherir a esa lucha del proletariado contra la burguesía, a la lucha de las clases desposeídas contra las poseedoras, que constituye el contenido principal de la realidad económica de Rusia, comenzando por la aldea más perdida y terminando por la fábrica moderna más perfeccionada. ¿Pero cómo adherirse? La propia realidad volvió a dictarles la respuesta. El capitalismo había convertido las principales ramas industriales en grandes industrias mecanizadas; al socializar de este modo la producción, había creado las condiciones materiales del nuevo régimen y, al mismo tiempo, una nueva fuerza social: la clase de los obreros de las fábricas y talleres, del proletariado urbano. Sometida a una explotación burguesa que, por su esencia económica, es la misma que sufre toda la población trabajadora de Rusia, esta clase se encuentra, sin embargo, en condiciones especialmente ventajosas en cuanto a su emancipación: nada la liga ya a la vieja sociedad, basada por entero en la explotación; las condiciones mismas de su trabajo y de su vida la organizan, la obligan a reflexionar, le permiten salir a la palestra de la lucha política. Es natural que los socialdemócratas hayan puesto toda su atención y todas sus esperanzas en esta clase, que se propongan como programa el desarrollo de su conciencia de clase, que hayan orientado toda su actuación en el sentido de ayudarla a elevarse a la lucha política directa contra el régimen actual y de arrastrar a esa lucha a todo el proletariado ruso.

    Veamos ahora cómo combate el señor Mijailovski a los socialdemócratas. ¿Qué opone á sus concepciones teóricas, a su actuación política socialista? Nuestro crítico expone del siguiente modo las concepciones teóricas de los marxistas:
    “La verdad — según los marxistas, a decir del autor — consiste en que, en virtud de las leyes inmanentes de la necesidad histórica, Rusia desarrollará su propia producción capitalista con todas las contradicciones internas que le son inherentes, devorando los grandes capitales a los pequeños, y mientras tanto el mujik, arrancado de la tierra, se convertirá en un proletario, se unirá, ‘se socializará’, y todo quedará arreglado a pedir de boca, y no le quedará a la humanidad feliz más trabajo que el de gozar de semejante situación.”
    Resulta, pues, que los marxistas no se diferencian en nada de los “amigos del pueblo” en la manera de concebir la realidad, sino sólo en la forma de imaginarse el porvenir: para nada se ocupan, por lo visto, del presente, sino sólo de “perspectivas”. No cabe duda de que así es como piensa el señor Mijailovski. Los marxistas, dice, “están completamente se guros de que en sus predicciones del porvenir no hay nada utópico, sino que todo está pesado y medido según las nor mas estrictas de la ciencia” Y finalmentej con mayor clari dad aún: los marxistas “creen y profesan fe en la inmutabi lidad del esquema histórico abstracto”.
    En una palabra, estamos en presencia de la acusación más trivial y burda que desde hace mucho tiempo emplean contra los marxistas todos los que no pueden oponer nada esencial a sus concepciones. ¡¡”Los marxistas profesan fe en la inmutabilidad del esquema histórico abstracto”!!
    ¡Pero si esto es pura y simplemente mentiras y patrañas!
    Ningún marxista ha utilizado nunca, en parte alguna, el argumento de que en Rusia “debe haber” capitalismo “porque” lo ha habido en Occidente, etc. Ningún marxista ha visto jamás en la teoría de Marx una especie de esquema filosófico histórico obligatorio para todos, algo más que la explicación de determinada formación económicosocial. Sólo el filósofo subjetivista señor Mijailovski se ha ingeniado para no comprender a Marx, hasta el punto de ver en su obra una teoría filosófica universal; Marx le contestó con una explicación bien clara, diciéndole que se había equivocado de dirección. Jamás marxista alguno basó sus concepciones socialdemócratas en algo que no fuera la conformidad de la teoría con la realidad y con la historia de determinadas relaciones económicosociales, esto es, de las relaciones rusas. Y no podía proceder de otro modo, porque el propio fundador del “marxismo”, Marx, lo exige de la teoría y lo declara con toda precisión y nitidez, haciendo de esta exigencia la piedra angular de toda su doctrina.
    Por supuesto, el señor Mijailovski puede dedicarse cuanto quiera a refutar esta declaración, afirmando que ha oído “consus propios oídos” precisamente una profesión de fe en un esquema histórico abstlacto. ¿Pero qué nos importa a nosotros, socialdemócratas, o a cualquier otra persona, que el señor Mijailovski haya tenido que oír toda clase de dislates absurdos de sus interlocutores? ¿No demuestra esto tan solo que el señor Mijailovski elige con gran acierto a sus interlocutores, y nada más? Desde luego, es muy posible que estos ingeniosos interlocutores del ingenioso filósofo se hayan dado el nombre de marxistas, de socialdemócratas, etc. ¿Pero quién ignora el hecho (hace ya tiempo observado) de que hoy cualquier canalla gusta de vestirse de “rojo”?[*] Y si el señor Mijailovski es tan perspicaz que no puede distinguir a estos “disfrazados” de los verdaderos marxistas, o si ha comprendido tan profundamente a Marx que no advirtió este criterio de toda su doctrina, criterio que Marx destaca insistentemente (la fórmula de “lo que está sucediendo ante nuestros ojos”), esto sólo vuelve a demostrar que el señor Mijailovski carece de inteligencia, y nada más.


    * Todo esto lo escribo suponiendo que el señor Mijailovski oyó en realidad profesiones de fe sobre esquemas históricos abstractos, y que no inventó nada. Sin embargo, considero absolutamente necesario hacer esta salvedad: “como me lo contaron, te lo cuento”.


    En todo caso, puesto que resolvió polemizar en la prensa contra los “socialdemócratas”, debió tener en cuenta al único grupo de socialistas que lleva desde hace ya tiempo este nombre, de modo que no es posible confundirlo con otros, y tiene quienes lo representan en la literatura: Plejánov y su círculo[29]. Y si hubiera procedido así — como evidentemente lo habría hecho toda persona con un mínimo de decencia –, y hubiera consultado aunque sólo fuese la primera obra socialdemócrata, el libro de Plejánov Nuestras divergencias, allí habría visto, en las primeras páginas, una declaración categórica del autor en nombre de todos los miembros del círculo.
    “En ningún caso queremos cubrir nuestro programa con la autoridad de un gran nombre” (es decir, con la autoridad de Marx). ¿Comprende usted el ruso, señor Mijailovski? ¿Comprende la diferencia que existe entre una profesión de fe en esquemas abstractos y el negar que Marx tenga autoridad alguna para juzar acerca de los asuntos rusos?
    ¿Comprende que, al exponer como marxista una opinión cualquiera que tuvo la suerte de oír de sus interlocutores y al dejar a un lado la declaración impresa de un miembro destacado de la socialdemocracia, hecha en nombre de todo el grupo, no procedió con honradez?
    Y más adelante la declaración es más categórica todavía:
    “Repito — dice Plejánov — que entre los marxistas más consecuentes pueden surgir discrepancias en lo referente a enjuiciar la realidad rusa actual”; nuestra doctrina es “el primer intento de aplicar esta teoría científica al análisis de relaciones sociales sumamente complicadas y confusas”.
    Al parecer, es difícil hablar con más claridad: los marxistas, indudablemente, sólo toman de la teoría de Marx los métodos más preciosos, sin los cuales es imposible comprender las relaciones sociales y, por consiguiente, tienen por criterio de su apreciación de estas relaciones, no los esquemas abstractos y otras necedades por el estilo, sino su exactitud y conformidad con la realidad.
    ¿O bien cree usted que, al hacer tales declaraciones, el autor pensaba en realidad de otro modo? Pero no es así. El asunto de que se ocupaba consistía en saber si “Rusia tiene que pasar por la fase capitalista de desarrollo”. Por consiguiente, estaba formulado de un modo que nada tenía de marxista, sino que coincidía con los métodos subjetivistas de diversos filósofos de nuestro país que ven el criterio de esta necesidad en la política de las autoridades, o en la actividad de la “sociedad”, o en el ideal de una sociedad “conforme a la naturaleza humana”, y otras sándeces por el estilo. Cabe preguntar ahora: ¿cómo debería responder a semejante pregunta una persona que cree en los esquemas abstractos? Evidentemente, debería hablar de la indiscutibilidad del proceso dialéctico, de la significación filosófica universal de la teoría de Marx, de que es inevitable para cada país, pasar por la fase. . ., etc., etc.
    ¿Y cómo respondió Plejánov?
    En la única forma en que podía responder un marxista.
    Dejó por completo a un lado el problema de lo que debe ser, como cosa superflua, que sólo podía interesar a los subjetivistas, y se refirió exclusivamente a las verdaderas relaciones económicosociales, a su verdadera evolución. Por lo mismo, no dio tampoco una respuesta directa a la pregunta planteada de modo tan desacertado, y en cambio respondió así: “Rusia ha entrado en la senda capitalista”.
    ¡Pero el señor Mijáilovski habla con aire de experto sobre la profesión de fe en esquemas históricos abstractos, sobre las leyes inmanentes de la necesidad y sobre otros disparates increíbles! ¡¡Y llama a esto “polémica con los socialdemócratas”!!
    Renuncio definitivamente a comprender: si él es un polemista, ¡¿qué es entonces un charlatán?!
    Tampoco podemos dejar de observar, con respecto al razonamiento del señor Mijailovski, citado más arriba, que él expone las concepciones de los socialdemócratas dándoles el sentido de que “Rusia desarrollará su propia producción capitalista” Es evidente que a juicio de este filósofo no existe en Rusia producción capitalista “propia”. El autor, por lo visto, comparte la opinión de que el capitalismo ruso se limita a millón y medio de obreros (más adelante volveremos a encontrarnos con esta idea infantil de nuestros “amigos del pueblo”, que clasifican no se sabe cómo todas las demás formas de explotación del trabajo libre). “Rusia desarrollará su propia producción capitalista con todas las contradicciones internas que le son inherentes, y mientras tanto, el mujik, arrancado de la tierra, se convertirá en un proletario.” ¡Cuanto más nos adentramos en el bosque, más leña hay! ¿De modo que en Rusia no existen “contradicciones internas”?, es decir, hablando sin circunloquios, ¿no existe la explotación de las masas del pueblo por un puñado de capitalistas, no se arruina la enorme mayoría de la población mientras se enriquece un puñado de individuos? ¿No está ya el mujik separado de la tierra? ¿En qué consiste toda la historia de Rusia después de la reforma, sino en una expropiación de los campesinos en masa, de intensidad jamás vista en parte alguna? Hay que tener gran valor para declarar en público semejantes cosas. Y el señor Mijailovski lo tiene, cuando dice: “Marx operaba con un proletariado ya formado y con un capitalismo ya formado, mientras que nosotros todavía tenemos que crearlos”. ¡¿Rusia tiene que crear todavía un proletariado?! En Rusia, único país en el que puede verse semejante miseria de las masas, una miseria extrema, y una explotación tan infame de los trabajadores, país que se comparaba (con toda razón) con Inglaterra por la situación de sus pobres; en Rusia, donde el hambre de millones de hombres del pueblo es un fenómeno constante, que existe paralelamente, por ejemplo, a la creciente exportación de cereales, ¡¡en Rusia no hay proletariado!!

    ¡Creo que el señor Mijailovski merece un monumento en vida, por estas clásicas palabras![*]
    Digamos de paso que más adelante veremos que ésta es una táctica constante, y la más consecuente, de los “amigos del pueblo”: consiste en cerrar hipócritamente los ojos ante la insoportable situación de los trabajadores en Rusia y pintarla sólo como “inestable”, de modo que bastarían los esfuerzos de la “sociedad culta” y del gobierno para llevarlo todo al buen camino. Estos paladines creen que con cerrar los ojos ante el hecho de que la situación de las masas trabajadoras es mala, no porque “haya perdido estabilidad” sino porque éstas son sometidas al saqueo más infame por parte de un puñado de explotadores; creen que con esconder la cabeza en la arena como los avestruces, para no ver a los explotadores, éstos desaparecerán. Y cuando los socialdemócratas les dicen que es una cobardía vergonzósa tener miedo de mirar la realidad cara a cara; cuando toman como punto de partida este hecho de la explotación y afirman que su única explicación posible está en la organización burguesa de la sociedad rusa, organización que escinde a la masa del pueblo en proletariado y burguesía, y en el carácter de clase del Estado ruso, que no es más que el órgano de la dominación de esa burguesía, y que, por lo mismo, la única solución consiste en la lucha de clases del proletariado contra la burguesía: ¡¡entonces esos “amigos del pueblo” ponen el grito en el cielo y afirman que los socialdemócratas quieren privar al pueblo de la tierra, quieren destruir la organización económica de nuestro pueblo!!


    * Pero quizá el señor Mijailovski intente zafarse también en esta ocasión, afirmando que no quiso decir que en Rusia no hay proletariado en general, sino sólo que no hay proletariado capitalista. Si es así, ¿Por qué no lo dijo? Pues todo el problema consiste precisamente en saber si el proletariado ruso es un proletariado característico de la organización burguesa o de alguna otra organización de la economía social. ¿Quién tiene la culpa de que, en dos artículos enteros, no haya usted dicho ni una palabra sobre este problema, el único serio e importante, y haya prefcrido charlar sobre toda clase de necedades y llegar a las conclusiones más absurdas?


    Llegamos ahora al lugar más indignante de toda esta “polémica”, indecente por no decir más: a la “crítica” (?) que el señor Mijailovski hace de la actuación política de los socialdemócratas. Todo el mundo comprende que la actuación de los socialistas y agitadores entre los obreros no puede ser honradamente discutida en nuestra prensa legal y que lo único que en este sentido puede hacer una prensa decente, sometida a la censura, es “mantener un discreto silencio”. El señor Mijailovski ha olvidado esta regla tan elemental y no siente escrúpulos en aprovecharse del monopolio de que goza para dirigirse al público lector, con objeto de cubrir de lodo a los socialistas.
    ¡Pero ya se encontrarán, fuera dei periodismo legal, medios para combatir a este crítico inescrupuloso!
    “A mi entender — el señor Mijailovski se hace el ingenuo –, los marxistas rusos pueden ser divididos en tres categorías: marxistas espectadores [observadores impasibles del proceso], marxistas pasivos [que sólo “alivian los dolores del alumbramiento”, “no se interesan por el pueblo arraigado en la tierra y centran su atención y sus esperanzas en los que ya están privados de medios de producción”] y marxistas activos [que insisten lisa y llanamente en la ruina del campo].”
    ¡¿Qué significa esto?! Porque es imposible que el señor crítico ignore que los marxistas rusos son socialistas que parten del punto de vista de que la realidad de nuestro medio es una sociedad capitalista y la única salida de ella es la lucha de clases del proletariado contra la burguesía. ¿Por qué y sobre qué base los confunde en un todo, con una vulgaridad absurda? ¿Qué derecho (moral, por supuesto) tiene el crítico a extender el término de marxistas a personas que no aceptan las tesis evidentemente más elementales y fundamentales del marxismo, a personas que nunca ni en parte alguna han actuado como grupo especial, nunca ni en parte alguna han expuesto un programa suyo especial?
    El señor Mijailovski se ha reservado una serie de escapatorias para justificar estos procedimientos indignos.
    “Es posible — bromea con la ligereza de un infatuado hombre de mundo — que no sean verdaderos marxistas, pero ellos se consideran tales, y declaran serlo.” ¿Dónde y cuándo lo han declarado? ¿En los salones liberales y radicales de Petersburgo? ¿En cartas privadas? Supongamos que así sea. Entonces, ¡siga charlando con ellos en sus salones y en su correspondencia! Pero usted se manifiesta en la prensa y públicamente, contra personas que jamás, y en parte alguna, se han manifestado públicamente (bajo la bandera del marxismo). ¡Y todavía se atreve a declarar que polemiza con los “socialdemócratas”, sabiendo que este nombre sólo lo lleva un grupo de socialistas revolucionarios y que no se los debe confundir con nadie!*


    * Debo detenerme por lo menos en uno de los hechos indicados por el señor Mijailovski. Cualquiera que haya leído su artículo tendrá que aceptar que incluye también al señor Skvortsov (autor del artículo Causas económicas de los años de hambre ) entre los “marxistas”. Y sin embargo este señor no se titula a sí mismo marxista, y sería suficiente el conocimiento más elemental de las obras socialdemócratas para ver que, desde su punto de vista, ese señor es el más insignificante de los burgueses, y nada más. ¡Cómo puede ser marxista si no comprende que el ambiente social para el cual proyecta sus progresos es un ambiente burgués y que, por lo mismo, todas las “mejoras en el cultivo de la tierra”, que realmente se observan aún en la agricultura, significan un progreso burgués que mejora la situación de la minoría y que proletariza a las masas! ¡Cómo puede ser marxista, si no entiende que el Estado al cual se dirige con proyectos es un Estado de clase, sólo capaz de apoyar a la burguesía y de oprimir al proletariado!


    El señor Mijailovski maniobra y se escurre, como un escolar sorprendido in fraganti : yo nada tengo que ver con eso, se esfuerza en demostrar al Icctor. “Lo he oído con mis propios oídos y lo he visto con mis propios ojos.” ¡Perfectamente! Creemos de buena gana que sólo tiene ante los ojos a gente vulgar y canallesca. ¿Pero qué tiene que ver eso con nosotros, con los socialdemócratas? ¿Quién ignora que “en los tiempos actuales, cuando” no sólo la actuación socialista, sino cualquier actividad social un tanto independiente y honrada origina una persecucion política, por cada persona que realmente trabaja — bajo una u otra bandera: la de “Naródnaia Volia”, la del marxismo o inclusive, digamos, la del constitucionalismo –, hay varias decenas de charlatanes que encubren con esos nombres su cobardía liberal y quizás algunos, ya verdaderos canallas, que sacan alguna tajada? ¿No es evidente que sólo la más baja de las vilezas sería capaz de responsabilizar a cualquiera de estas tendencias por el hecho de que su bandera sea enlodada (y además, no en público, ni abiertamente) por cualquier canalla? Toda la exposición del señor Mijailovski es una cadena de puras tergiversaciones, desfiguraciones y trucos. Ya vimos más arriba cómo tergiversó por completo las “verdades” de las que parten los socialdemócratas, ya vimos que las expuso como jamás las ha expuesto, ni las podía exponer marxista alguno. Y si hubiera expuesto la verdadera concepción que de la realidad rusa tienen los socialdemócratas, no habría podido menos de ver que hay una sola manera de “concordar” con ellas: contribuir al desarrollo de la conciencia de clase del proletariado, organizándolo y agrupándolo estrechamente para la lucha política contra el régimen actual. Le ha quedado, entre paréntesis, otro subterfugio más. Con aire de inocencia ofendida, alza farisaicamente los ojos al cielo y deja oír su voz melosa: “Me place mucho escuchar esto, pero no entiendo contra qué protestan (así dice en el núm. 2 de Rússkoie Bogatstvo ). Lean con mayor atención mi juicio sobre los marxistas pasivos y verán que yo afirmo: nada puede objetar se desde el punto de vista ético”.
    Esto, claro está, no es otra cosa que volver a rumiar los miserables subterfugios anteriores.
    Porque, ¿cómo podría definirse la actitud de un hombre?, que pretendiese criticar el populismo socialrevolucionario (tomo como ejemplo un periodo en que aún no se hubiera manifestado otra corriente populista) y que dijera más o menos lo siguiente:
    “Los populistas, a mi entender, se subdividen en tres categorías: los populistas consecuentes, que aceptan plenamente las ideas del mujik y, en estricto acuerdo con sus anhelos, hacen un principio general de la práctica de los castigos corporales y de los malos tratos a la mujer y, en general, de toda la política infame del gobierno del knut y del garrote, que, por añadidura, se llamó política popular; sigue luego la categoría de los populistas cobardes, que no se interesan por las opiniones del mujik y sólo intentan trasplantar a Rusia el movimiento revolucionario que le es extraño, por medio de asociaciones, etc., a quienes, dicho sea de paso, nada puede objetarse desde el punto de vista ético, a no ser lo resbaladizo del camino, que puede desviar fácilmente al populista cobarde al campo de los populistas consecuentes y audaces; y por último los populistas audaces, que realizan plenamente los ideales populares del mujik acomodado y por ello se afincan en el campo para llevar la vida de verdaderos kulaks.” Naturalmente, toda persona decente diria que esto es una burla vulgar y canallesca. Y si, por añadidura, el individuo que tales cosas afirmara no pudiese ser tefutado por los populistas en la misma prensa; si, además, las ideas de estos populistas hubiesen sido expuestas hasta entonces sólo en forma clandestina y, por lo mismo, hubiera muchas personas que no tuviesen respecto de ellas un concepto exacto y pudiesen dar fe con facilidad a todo lo que se les dijera acerca de los populistas, todo el mundo estaría de acuerdo en que semejante individuo . . .
    En fin, quizás el propio señor Mijailovsk; no haya olvidado aún del todo la palabra que cabría poner aquí.

    ¡Pero basta ya! Quedan todavía muchas insinuaciones por el estilo en el señor Mijailovski, pero no conozco trabajo más fatigoso, más ingrato y más repugnante que revolver este lodo, recopilar las alusiones dispersas aquí y allá, compararlas y buscar aunque sólo sea una objeción seria.
    ¡Basta!
Abril de 1894.

 
 
  DE LOS EDITORES[30]
    En el texto del artículo el lector encontrará notas en las cuales se hace referencia a un examen posterior de algunos problemas, cuando en realidad no se efectúa tal examen.
    Ello se debe a que el artículo que of recemos a la consideración del lector sólo es la primera parte de la respuesta a los artículos de Rússkoie Bogatstvo acerca del marxismo. La falta absoluta de tiempo ha impedido la salida oportuna de este artículo, pero no consideramos posible postergarla más; aun así llevamos dos meses de retraso. Por eso nos decidimos a publicar por ahora el examen de la “crítica” del señor Mijailovski, sin esperar a terminar la impresión de todo el artículo.
    En la segunda y tercera partes en preparación, el lector en contrará, además del examen ofrecido, también el de los puntos de vista económicosociales de los otros jefes de Rússkoie Bogatstvo, los señores Iuzhakov y S. Krivenko, en relación con un ensayo sobre la realidad económica de Rusia y “a las ideas y la táctica de los socialdemócratas” que de esa tealidad se desprenden.

 
 
  A PROPOSITO DE ESTA EDICION[31]
    La presente edición es una reproducción exacta de la primera. Como no participamos en absoluto en la elaboración del texto, no nos hemos considerado con derecho a someterlo a modificación alguna y nos hemos limitado únicamente a la labor editorial. El motivo que nos induce a emprender esta labor es la seguridad de que la presente obra contribuirá a cierta reanimación de nuestra propaganda socialdemócrata.
    En la creencia de que la disposición a promover esta propaganda debe ser una consecuencia ineludible de las convicciones socialdemócratas, apelamos a todos los que comparten las ideas del autor del presente folleto para que contribuyan con todos los medios (sobre todo, naturalmente, con la reedición) a asegurar la más amplia difusión posible, tanto de la presente obra como de todos los órganos de la propaganda marxista en general. El momento actual es particurarmente propicio para esta contribución. Rússkoie Bogatstvo está adquiriendo un tono cada vez más provocador con respecto a nosotros. En un esfuerzo por paralizar la difusión de las ideas socialdemócratas en la sociedad, la revista llegó a acusarnos directamente de indiferencia para con los intereses del proletariado y de insistencia en perseguir la ruina de las masas. Nos atrevemos a pensar que con tales procedimientos la revista sólo se hace daño a sí misma y prepara nuestra victoria. Sin embargo, no hay que olvidar que los calumniadores disponen de todos los medios materiales para la más amplia propaganda de sus calumnias. Tienen una revista con una tirada de miles de ejemplares, tienen a su disposición salas de lectura y bibliotecas. Por eso debemos aplicar todos nuestros esfuerzos para demostrar a nuestros enemigos que aun las ventajas de una situación privilegiada no aseguran siempre el éxito de sus difamaciones. Estamos completamente seguros de que esos esfuerzos no han de faltar.
Julio de 1894.

PARTE  III
 

_DESCRIPTION_

 
    Para concluir trabemos conocimiento con otro “amigo del pueblo”, el señor Krivenko, quien también interviene en la guerra abierta contra los socialdemócratas.
    Sin embargo, no analizaremos sus artículos (Los francotiradores de la cultura, en el núm. 12 de 1893, y Cartas desde el camino, en el núm. 1 de 1894) como lo hicimos con los de los señores Mijailovski y Iuzhakov. El examen íntegro de los artículos de estos últimos era completamente necesario para tener una idea clara, en el primer caso, del contenido de sus objeciones contra el materialismo y el marxismo en general, y en el segundo, de sus teorías político-económicas. Ahora, para formarse una idea cabal de los “amigos del pueblo”, tenemos que conocer su táctica, sus proposiciones prácticas, su programa político. Este programa no ha sido expuesto por ellos en ninguna parte, de manera directa, con la misma coherencia y plenitud que sus concepciones teóricas. Por eso me veo obligado a extraerlo de diferentes artículos de una revista, cuyos colaboradores son lo bastante solidarios como para no contradecirse entre sí. Me atendré a los artículos del señor Krivenko arriba citados con preferencia a otros, porque facilitan una mayor cantidad de material, y porque su autor es tan típicamente el hombre práctico y político de la revista como el señor Mijailovski el sociólogo y el señor Iuzhakov el economista.
    Sin embargo, antes de pasar al examen de su programa, es absolutamente necesario detenerse todavía en un punto teórico. Antes vimos cómo el señor Iuzhakov sale del paso con frases hueras acerca del arriendo de tierras por el pueblo, que sirve de apoyo a la economía popular, etc., cubriendo con ellas su incomprensión de la economía de nuestros campesinos. No se ocupa de las industrias artesanales, y se limita a datos sobre el crecimiento de la gran industria fabril. Ahora el señor Krivenko repite frases muy similares sobre la artesanía de los kustares. 0pone de manera directa “nuestra industria popular”, es decir, la industria de los kustares, a la industria capitalista (núm. 12, págs. 180-181). “La producción popular [sic!] — dice — surge en la mayoría de los casos de un modo natural”, y la industria capitalista “se crea generalmente de un modo artificial”. En otro lugar opone la “pequeña industria popular” a la “gran industria, a la industria capitalista”. Si alguien se pregunta en qué consiste la particularidad de la primera, sólo se enterará de que es “pequeña”* y que los instrumentos de trabajo van unidos al productor (tomo esta última definición del antes citado artículo del señor Mijailovski). Pero esto no determina aún, ni mucho menos, su organización económica, y además es completamente falso. El señor Krivenko dice, por ejemplo, que “la pequeña industria popular da todavía hoy una suma mucho mayor de producción global y ocupa mayor número de brazos que la gran industria capitalista” El autor tiene en cuenta, evidentemente, los datos sobre el número de kustares, que llega a 4 millones, y según otro cálculo a 7 millones. ¿Pero quién no sabe que la forma predominante de la economía de nuestras industrias de kustares es el sistema de gran producción basado en el trabajo a domicilio, que la masa de kustares ocupa en la producción una situación en manera alguna inde pendiente, sino completamente dependiente, subordinada; que trabaja, no con su propio material, sino con el del mercader, quien sólo paga al kustar un salario? Los datos sobre el predominio de esta forma han aparecido hasta en las publicaciones legales. Me refiero, por ejemplo, al excelente trabajo del conocido estadístico S. Jarizoménov en el Iuridíscheski Viéstnik [32] (año 1883, núms. 11 y 12). Resumiendo los datos publicados acerca de nuestras industrias de kustares radicadas en las provincias centrales, en las que están más desarrolladas, Jarizoménov llega a la conclusión del indiscutible predominio del sistema de gran producción basado en el trabajo a domicilio, es decir, de la forma indudablemente capitalista de industria. “Al determinar el papel económico de la pequeña industria independiente — dice –, llegamos a estas conclusiones: en la provincia de Moscú, el 86,5 por ciento del giro anual de las industrias de los kustares lo da el sistema de gran producción basado en el trabajo a domicilio, y sólo el 13,5 por ciento pertenece a la pequeña industria independiente. En los distritos de Alexándrov y Pokrov, de la provincia de Vladímir, el 96 por ciento de la actividad anual de las industrias de kustares recae sobre el sistema de gran producción de manufactura basado en el trabajo a domicilio y sólo el 4 por ciento lo da la pequeña industria independiente.”


    * Sólo puede saberse esto: “De ella puede desarrollarse una verdadera [sic!] industria popular”, dice el señor Krivenko. Un procedimiento habitual de los “amigos del pueblo” consiste en decir frases inútiles y sin sentido, en lugar de caracterizar exacta y directamente la realidad.


    Por cuanto se sabe, nadie ha intentado refutar estos datos, y no es posible refutarlos. ¿Pues cómo se puede pasar por alto y silenciar estos hechos, llamar “popular” a esta industria en oposición a la industria capitalista, y hablar de la posibilidad de que llegue a convertirse en una verdadera industria?
    Sólo puede haber una explicación para este manifiesto desconocimiento de los hechos: la tendencia general de los “amigos del pueblo”, como de todos los liberales de Rusia, a diluir el antagonismo de clases, y la explotación del trabajador en Rusia, y a presentar todo esto sólo en forma de simples “defectos”. Y puede ser, también, que la causa resida por añadidura en un conocimiento tan profundo de la materia como el que manifiesta, por ejemplo, el señor Krivenko al llamar a la “producción cuchillera de Pavlovsk” “producción de carácter semiartesanal”. ¡Es asombroso el grado de tergiversación a que llegan los “amigos del pueblo”! ¿Cómo se puede aqui hablar de carácter artesanal, cuando los cuchilleros de Pavlovsk trabajan para el mercado y no por encargo? ¿Acaso considera el señor Krivenko como artesanía un sistema según el cual un comerciante encarga artículos al kustar para enviarlos a la feria de Nizhni-Nóvgorod? Esto es demasiado ridículo, pero por lo visto así es. En realidad, la producción de cuchillos es (en comparación con las otras producciones de Pavlovsk) la que menos ha conservado la forma de pequeña industria de los kustares con la (aparente) independencia de los productores: “La producción de cuchillos de mesa y de trabajo* — dice N. Annenski — se acerca ya en grado considerable a la fabril, o mejor dicho a la manufactura.”[33] De los 396 kustares ocupados en la producción de cuchillos de mesa en la provincia de Nizhni-Nóvgorod, sólo 62 (el 16 por ciento) trabajan para el mercado, 273 (el 69 por ciento) para un patrono** y 61 (el 15 por ciento) como obreros asalariados. Por consiguiente, sólo 1/6 de los kustares no está sometido directamente a un empresario. Por lo que se refiere a otra rama de la producción de cuchillos, la de navajas (cortaplumas), según palabras del mismo autor, “ocupa un lugar intermedio entre Ios cuchillos de mesa y la cerrajeria: la mayor parte de los kustares en esta rama trabajan para un patrono, pero al lado de ellos hay todavía bastantes kustares independientes que trabajan para el mercado”.


    * La más importante de todas produce por valor de 900.000 rublos, mientras la suma total de artículos de Pavlovsk es de 2.750.000 rublos.
    ** Es decir, para el comerciante que proporciona material al kustar le abona por el trabajo un salario corriente.


    En total, en la provincia de Nizhni-Nóvgorod, hay 2.552 kustares que producen este tipo de cuchillos, de los cuales el 48 por ciento (1.236) trabajan para el mercado, el 42 por ciento (1.058) para un patrono, y como obreros asalariados el lo por ciento (258). Por consiguiente, también aquí los kustares independientes (?) constituyen una minoría. Y sólo en apariencia son independientes, naturalmente, los que trabajan para el mercado, pues en realidad no están menos sometidos por el capital de los mayoristas. Si tomamos los datos acerca de las industrias artesanales de todo el distrito de Gorbátov, provincia de Nizhni-Nóvgorod, donde están ocupados en dichas industrias 21.983 trabajadores, es decir, el 84,5 por ciento de todos los trabajadores existentes *, tendremos lo siguiente (en cuanto a la organización económica de las industrias artesanales, sólo poseemos datos exactos referentes a 0.808 trabajadores ocupados en las siguientes industrias: de metales, del cuero, talabartería, fieltro y tejidos de cáñamo): el 35,6 por ciento de los kustares trabajan para el mercado, el 46,7 para un patrono y el 17,7 por ciento son asalariados. Así, pues, también aquí vemos el predominio del sistema de gran producción basado en el trabajo a domicilio, el predominio de relaciones en las cuales el trabajo está esclavizado por el capital.


    * Los economistas excepcionalistas rusos, que miden el capitalismo ruso por el número de obreros fabriles [sic!], incluyen sin reparo a estos trabajadores y a infinidad de otros semejantes, en la población ocupada en la agricultura y que sufre, no del yugo del capital sino de presiones artificiales ejercidas sobre el “régimen popular” (??!!).


    Si los “amigos del pueblo” eluden con tanta libertad semejantes hechos, ello ocurre, además, porque su comprensión del capitalismo no ha pasado de las ideas corrientes y vulgares — capitalista = empresario rico e instruido, que explota un gran establecimiento mecanizado — y no quieren conocer el contenido científico de este concepto. En el capítulo anterior vimos cómo el señor Iuzhakov hace partir directamente el capitalismo de la industria mecanizada, pasando por alto la cooperación simple y la manufactura. Este es un error muy difundido, que conduce entre otras cosas a desconocer la organización capitalista de nuestras industrias de kustares.
    Por supuesto, el sistema de gran producción basado en el trabajo a domicilio es una forma capitalista de industria; tenemos aquí todos sus rasgos: economía mercantil en un alto grado de desarrollo, concentración de los medios de producción en manos de determinados individuos, expropiación de la masa de obreros, que no poseen sus propios medios de producción y, por lo mismo, trabajan con los medios de producción de otros, y no para sí, sino para el capitalista. Evidentemente, por su organización, la industria artesanal es capitalismo puro; se diferencia de la gran industria mecanizada en que técnicamente está atrasada (lo que se explica ante todo por el nivel escandalosamente bajo de los salarios) y en que los trabajadores conservan minúsculas haciendas. Esta última circunstancia confunde particularmente a los “amigos del pueblo”, acostumbrados a pensar, como corresponde a verdaderos metafísicos, con contradicciones directas y desnudas: “sí, es sí; no, es no y lo demás, es cosa del diablo”.
    Si los obreros no poseen tierra, eso es capitalismo; sí la poseen no es capitalismo; y ellos se limitan a esta filosofía tranquilizadora, perdiendo de vista toda la organización social de la economía, olvidando el hecho tan conocido de que la posesión de tierra no elimina ni un ápice la miseria espantosa de estos propietarios de tierra, sometidos a la más desvergonzada rapiña por parte de otros propietarios de tierras, “campesinos” como ellos.
    Por lo visto, tampoco saben que el capitalismo no estaba en condiciones en parte alguna — ya que se hallaba comparativamente en un bajo nivel de desarrollo — de separar por completo al obrero de la tierra. En relación con Europa occidental, Marx estableció la ley de que sólo la gran industria mecanizada expropia definitivamente al obrero. Se comprende, por eso, que el argumento corriente de que no existe capitalismo en nuestro país, puesto que “el pueblo posee tierra”, carece de todo sentido, porque el capitalismo de la cooperación simple y de la manufactura nunca y en parte alguna estuvo vinculado al completo desarraigo del trabajador respecto de la tierra, sin dejar por eso, naturalmente, de ser capitalismo.
    Por lo que se refiere a la gran industria mecanizada en Rusia — y esta forma es adquirida con rapidez por las ramas más grandes e importantes de nuestra industria –, pese a todos los rasgos específicos de nuestro país, tiene la misma propiedad que en el resto del Occidente capitalista, es decir, no tolera ya en absoluto que el obrero conserve ligazón con la tierra. Este hecho lo demostró, por lo demás, Deméntiev[34] con datos estadísticos precisos, de los cuales (independientemente por completo de Marx) extrajo la conclusión de que la producción mecanizada va ligada indisolublemente al completo desarraigo del trabajador de la tierra. Esta investigación demostró una vez más que Rusia es un país capitalista, que en él los lazos del trabajador con la tierra son tan débiles e ilusorios, y el poderío del propietario (dueño del dinero, mayorista, campesino rico, manufacturero, etc.) tan firme ya, que basta con que la técnica dé un paso más para que el; “campesino” (??que vive desde hace mucho tiempo de la venta de su fuerza de trabajo) se convierta en obrero puro[*]. La incomprensión de los “amigos del pueblo” en lo referente a la organización económica de las industrias de los kustares no se limita, ni mucho menos, sin embargo, a esto. El concepto que tienen inclusive de industrias en las que no se trabaja “para un patrono”, es tan superficiaI como su concepto del agricultor (cosa que ya vimos más arriba). Esto, por lo demás, es completamente natural cuando se ponen a juzgar y sentenciar acerca de cuestiones político-económicas señores que, por lo visto, sólo saben que existe en el mundo algo llamado medios de producción que “pueden” ir unidos al trabajador, y eso está muy bien, pero que también “pueden” estar separados de él, y eso está muy mal. Así no se llega muy lejos.
    Hablando de las industrias artesanales que se convierten en capitalistas y de las que no sufren ese proceso (en las que “puede existir libremente la producción en pequeña escala”), el señor Krivenko señala, entre otras cosas, que en algunas ramas “los gastos fundamentales de producción” son muy insignificantes, por lo que es posible en ellas la pequeña producción. Como ejemplo presenta la industria ladrillera, en la que el costo de producción puede ser, según él, 15 veces menor que el giro anual de las fábricas.
    Como ésta es, puede decirse, la única indicación documentada del autor (éste es, lo repito, el rasgo más característico de la sociología subjetiva: el temor a caracterizar y analizar directa y exactamente la realidad, y remontarse con preferencia a la región de los “ideales” . . . de la pequeña burguesía), la tomaremos para demostrar hasta qué punto son falsas las ideas de los “amigos del pueblo” sobre la realidad.


    * El sistems de gran producción basado en el trabajo a domicilio no sólo es un sistema capitalista, sino, además, el peor, ya que en él la explotación más intensa del trabajador se combina con la menor posibilidad, para los obreros, de librar la lucha por su emancipación.


    Tenemos una descripción de la industria ladrillera (fabricación de ladrillos de arcilla blanca) en la estadistica económica del zemstvo de Moscú (Recopilación, t. VII, fasc. I, parte 2, etc.). Dicha industria está concentrada principalmente en tres subdistritos del distrito de Bogorodsk, donde hay 233 establecimientos con 1.402 obreros (567 obreros familiares[*] = 41 por ciento; 835 contratados = 59 por ciento), y con una producción anual de 357.000 rublos. La industria surgió hace mucho tiempo, pero se desarrolló en especial en los últimos 15 años, gracias a la construcción de un ferrocarril, que facilitó considerablemente la venta en el mercado. Antes de existir el ferrocarril, predominaba la forma de producción familiar, que ahora cede el puesto a la explotación del trabajo asalariado. Esta industria tampoco se halla libre de la dependencia de los pequeños industriales con respecto a los grandes en cuanto a la venta en el mercado: como consecuencia de la “escasez de medios pecuniarios”, los primeros venden a los últimos el ladrillo en la localidad (a veces en “bruto”, no cocido) a precios terriblemente reducidos.
    Sin embargo, tenemos la posibilidad de conocer también la organización de la industria, no sólo por esta dependencia, sino además por el censo de kustares adjunto al estudio, donde aparecen indicados el número de obreros y la suma de la producción anual de cada establecimiento.


    * Por obreros “familiares”. en oposición a los contratados, se entiende los trabajadores miembros de la familia de los patronos.


    Para averiguar si es aplicable a esta pequeña industria la ley según la cual la economía mercantil es una economía capitalista, es decir, se trasforma inevitablemente en tal al llegar a determinado grado de desarrollo, debemos comparar el tamaño de los establecimientos: la cuestión consiste precisamente en la relación entre los pequeños y grandes establecimientos según su papel en la producción y según la explotación del trabajo asalariado. Tomando como base el número de obreros, dividiremos los establecimientos de los kustares en tres grupos: I) los establecimientos que tienen de 1 a 5 obreros (se incluyen los familiares y los contratados); II) establecimientos que emplean de 6 a 10 obreros y III) establecimientos con más de 10 obreros.
    Examinadas las proporciones de los establecimientos, el personal obrero y la suma de producción en cada grupo, obtenemos los siguientes datos: [Véase el cuadro en la pág. 111 (N. de la Red.)]
    Obsérvese este cuadro y se advertirá la organización burguesa o, lo que es lo mismo, la organización capitalista de la industria: a medida que los establecimientos se hacen mayores se eleva la productividad del trabajo* (el grupo medio representa una excepción), al intensificarse la explotación del trabajo asalariado, aumenta la concentración de la producción*.
    El tercer grupo, que basa casi por entero su economía en el trabajo asalariado, tiene en sus manos — con un 10 por ciento.


    * Un obrero produce al año, en el grupo I, 251 rublos; en el II, 249; en el III, 260.
    ** La proporcion de establecimientos que emplean trabajo asalariado en el grupo I es del 25 por ciento, en el II del 90 y en el III del 100 por ciento; la proporción de obreros asalariados es del 19 por ciento, del 58 y del 91 por ciento respectivamente.
    *** En el grupo I al 72 por ciento de establecimientos corresponde el 34 por ciento de la producción; en el II, al 18, el 22, y en el III, al 10, por ciento, el 44.


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del número total de establecimientos — el 44 por ciento de la suma global de producción.
    Esta concentración de los medios de producción en manos de la minoría, concentración ligada a la expropiación de la mayoría (los obreros asalariados), explica precisamente tanto la dependencia de los pequeños productores respecto de los mayoristas (los grandes industriales son en realidad mayoristas), como la opresión del trabajo en esta industria. Vemos, por consiguiente, que la causa de la expropiación del trabajador y de su explotación reside en las propias relaciones de producción.
    Los socialistas populistas rusos, como es sabido, se atenían a la opinión contraria, y veían la causa de la opresión del trabajo en las industrias de los kustares, no en las relaciones de producción (a las que se consideraba edificadas sobre un principio tal que excluye la explotación), sino fuera de ellas, en la política, precisamente en la política agraria, tributaria, etc. Cabe preguntar: ¿en qué se basaba y se basa la persistencia de esta opinión, que ahora casi ha adquirido ya la solidez de un prejuicio? ¿No será en el hecho de que predominaba otra idea acerca de las relaciones de producción en las industrias de los kustares? Nada de eso. Esa opinion persiste sólo gracias a la ausencia de todo intento de caracterizar exacta y definidamente los datos, las formas verdaderas de la organización económica ; persiste sólo gracias a que no se especifican las relaciones de producción y no se las somete a un análisis particular. En una palabra, persiste sólo porque no se comprende el único método científico de las ciencias sociales, a saber, el método materialista. Ahora se comprenderá, también, el giro de los razonamientos de nuestros viejos socialistas. En cuanto a las industrias de los kustares, atribuyen la causa de la explotación a fenómenos que se encuentran fuera de las relaciones de producción; en cuanto al gran capitalismo, al capitalismo fabril, no podían dejar de ver que allí la causa de la explotación reside precisamente en las relaciones de producción. El resultado era una contradicción inconciliable, una incongruencia, resultaba incomprensible de dónde había podido brotar este gran capitalismo, cuando en las relaciones de producción (¡que además no eran analiza das!) de las industrias de kustares no había nada que fuera de naturaleza capitalista. La conclusión surge naturalmente: como no entienden los vínculos que unen la industria de los kustares y la industria capitalista, oponen la primera a la última como la “popular” a la “artificial”. Aparece la idea de la contradicción entre el capitalismo y nuestro “régimen popular”, idea que ha adquirido una difusión muy amplia y que hace poco todavía le era brindada al público ruso por el señor Nik.-on en una edición corregida y aumentada. Esta idea persiste sólo por inercia, a pesar de toda su monumental falta de lógica: se juzga el capitalismo fabril por lo que éste es en realidad, y la industria de los kustares por lo que ésta “puede ser”; se juzga al primero, por el análisis de las relaciones de producción, y a la segunda, sin intentar examinar por separado las relaciones de producción y llevando directamente el asunto a la esfera de la política. Bastará hacer el análisis de estas relaciones de producción y veremos que el “régimen popular” representa esas mismas relaciones de producción capitalistas, aunque en estado no desarrollado, embrionario; veremos que si se renuncia al ingenuo prejuicio de considerar a todos los kustares iguales entre sí y se expresa con exactitud las diferencias que hay en su seno, resultará que la diferencia entre el “capitalista” de la fábrica y el “kustar” es a veces menor que la que existe entre un “kustar” y otro; veremos que el capitalismo representa, no la antítesis del “régimen popular “, sino su continuación directa, más próxima e inmediata, y su desarrollo.
    Puede ser, por lo demás, que no se encuentre apropiado este ejemplo. Se dirá que en el caso dado es demasiado grande[*] el porcentaje de obreros asalariados. Pero el caso es que aquí son importantes, no las cifras absolutas, ni mucho menos, sino las relaciones que se manifiestan en ellas, relaciones que por su esencia son burguesas y que no dejan de ser tales, ya sea que su carácter burgués se exprese con fuerza o con debilidad.
    Si se quiere, tomaré otro ejemplo — intencionadamente, con un débil carácter burgués — ; tomaré (del libro del señor Isáiev sobre las industrias artesanales de la provincia de Moscú) la alfarería, “una industria puramente doméstica”, según las palabras del señor profesor. Esta industria, por supuesto, puede servir de prototipo de las pequeñas industrias campesinas: su técnica es la más simple, sus instrumentos los más insignificantes, y produce utensilios de uso universal y necesario. Pues bien, gracias al censo de alfareros que muestra las mismas peculiaridades que el ejemplo precedente, tenemos la posibilidad de estudiar también la organización económica de esta industria artesanal, sin duda completamente típica para la enorme cantidad de pequeñas industrias “populares” rusas. Dividimos a los kustares en grupos: I) los que tienen de 1 a 3 obreros (se incluyen los familiares y los contratados); II) los que tienen de 4 a 5 obreros; III) los que tienen más de 5 obreros, y hacemos el mismo cálculo:

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    * Esto difícilmente será cierto en relación con las industrias artesanales de la provincia de Moscú, pero tal vez es justo por lo que se refiere a las industrias artesanales menos desarrolladas del resto de Rusia.


    Es evidente que también en esta pequeña industria — y ejemplos tales podríamos aducir cuantos se quisieran — las relaciones son burguesas: vemos la misma diferenciación que surge de la economía mercantil, y además es una diferenciación específicamente capitalista, que lleva a la explotación del trabajo asalariado, explotación que desempeña ya el papel principal en el grupo superior, el cual ha concentrado, con 1/8 de todos los establecimientos y con un 30 por ciento de los obreros, casi 1/3 de toda la producción, con una productividad del trabajo considerablemente superior en comparación con la productividad media. Estas relaciones de producción, ya por sí solas, explican la aparición y el poder de los mayaristas. Vemos cómo en manos de una minoría que posee los establecimientos más importantes y más rentables, y que recibe del trabajo ajeno un ingreso “neto” (en el grupo superior de alfareros, a un establecimiento corresponden 5,5 obreros asalariados) se acumulan “ahorros”, mientras que la mayoría se arruina, e inclusive los pequeños patronos (sin hablar ya de los obreros asalariados) no tienen lo indispensable para vivir. Lógica e inevitablemente, los últimos serán avasallados por los primeros, y lo serán de un modo inevitable, como consecuencia precisamente del carácter capitalista de las relaciones de producción existentes. Estas relaciones consisten en que el producto del trabajo social, organizado por la economia mercantil, pasa a manos de particulares y en ellas sirve de instrumento de opresión y esclavización del trabajador, sirve de medio de enriquecimiento personal a expensas de la explotación de la masa. Y no se piense que esta explotación, esta opresión, se expresan más débilmente porque el carácter capitalista de las relaciones está todavía débilmente desarrollado y porque es insignificante la acumulación de capital que acompaña a la ruina de los productores. Todo lo contrario.

Esto conduce únicamente a formas de explotación más brutales, propias del régimen de servidumbre; conduce a que el capital, como no está todavía en condiciones de subordinar directamente al obrero con la simple compra de su fuerza de trabajo por el valor de ésta, enreda al trabajador en toda una red de exacciones usurarias, lo sujeta a su dominio con procedimientos de kulak, y como resultado lo despoja, no sólo de la plusvalía, sino también de una enorme parte del salario, y además lo desmoraliza privándolo de la posibilidad de cambiar de “patrono”, lo ultraja obligándolo a considerar como un favor el hecho de que le “da” (sic!) trabajo. Se comprende que ni un solo obrero consentiría jamás en cambiar su situación por la del kustar “independiente” ruso en la industria “auténtica”, “popular”. Se comprende también que todas las medidas preferidas por los radicales rusos, o no tocan en absoluto la explotación del trabajador y su esclavización por el capital, resultando ser experimentos aislados (arteles), o empeoran la situación de los trabajadores (inalienabilidad del nadiel*) o, finalmente, depuran, desarrollan y consolidan dichas relaciones capitalistas (mejoramiento de la técnica, el crédito, etc.).


    * Nadiel: parcela en idioma ruso. (N. del T.)


    Por lo demás, los “amigos del pueblo” nunca podrán concebir que en la pequeña industria campesina, con toda su miseria, con las proporciones relativamente insignificantes de los establecimientos y con la bajísima productividad del trabajo, con la técnica primitiva v el pequeño número de obreros asalariados, haya capitalismo. Ellos no están en modo alguno en condiciones de concebir que el capital es una relación determinada entre los hombres, que sigue siendo tal con un grado mayor o menor de desarrollo de las categorías comparadas. Los economistas burgueses nunca han podido comprender esto: siempre impugnaron esta definición del capital. Recuerdo que en Rússkaia Misl uno de ellos, hablando del libro de Zíber (sobre la teoría de Marx), reprodujo esta definición (del capital como relación), puso signos de exclamación y se indignó profundamente.
    Este es el rasgo más característico de los filósofos burgueses: tomar las categorías del régimen burgués como eternas y naturales. Por eso, también para el capital emplean tales definiciones, por ejemplo, la de que es trabajo acumulado, que sirve para la producción posterior. Es decir, lo definen como una categoría eterna para la sociedad y escamotean de este modo la formación económica especial, históricamente determinada, en la que este “trabajo acumulado”, organiza do por la economía mercantil, cae en manos de quien no ha trabajado y sirve para la explotación del trabajo ajeno. Por eso vemos en ellos, en lugar de un análisis y estudio de determinado sistema de relaciones de producción, una serie de trivialidades aplicables a todos los regímenes, mezcladas con dulzonerías sentimentales de moral pequeñoburguesa.
    Ahora veamos por qué los “amigos del pueblo” llaman “popular” a esta industria, por qué la oponen a la industria capitalista. Sólo porque estos señores son ideólogos de la pequeña burguesía y no están en condiciones de hacerse siquiera a la idea de que estos pequeños productores viven y actúan bajo el sistema de la economía mercantil (razón por la cual yo los llamo pequeños burgueses), y que sus relaciones para con el mercado los escinden necesaria e inevitablemente en burguesía y proletariado. Si intentaran estudiar la organización real de nuestras pequeñas industrias “populares”, en lugar de hacer frases sobre lo que “puede” salir de ellas, entonces veríamos si lograrían encontrar en Rusia una rama, por poco desarrollada que fuese, de la industria de kustares que no estuviese organizada de una manera capitalista.
    Y si no éstán de acuerdo en que los caracteres necesarios y adecuados para este concepto son que una minoría monopoliza los medios de producción, despoja de ellos a la mayoría y explota el trabajo asalariado (hablando en términos generales, la apropiación por individuos particulares del producto del trabajo social organizado por la economía mercantil: he aquí en qué consiste la esencia del capitalismo), entonces tómense la molestia de dar “su” definición del capitalismo y “su” historia.
    En rigor, la organización de nuestras industrias “populares” de los kustares ofrece una magnífica ilustración para la historia general del desarrollo del capitalismo. Esta organización nos demuestra con claridad su aparición, sus embriones, por ejemplo en forma de cooperación simple (grupo superior en la alfarería); nos demuestra además cómo los “ahorros” acumulados en manos de particulares — merced a la economía mercantil — se convierten en capital, monopolizando al principio la venta (“mayoristas” y comerciantes) como consecuencia de que sólo los dueños de estos “ahorros” tienen los fondos necesarios para la venta al por mayor, que les permiten esperar hasta que las mercancías son vendidas en los mercados distantes; cómo luego este capital comercial somete a su dominio a la masa de productores y organiza la manufactura capitalista, el sistema capitalista de gran producción basado en el trabajo a domicilio; cómo, por fin, la ampliación del mercado y el aumento de la competencia conducen a la elevación de la técnica, cómo este capital comercial se convierte en industrial y organiza la gran producción maquinizada. Y cuando este capital, después de fortalecerse y de avasallar a millones de trabajadores y a regiones enteras, comienza directamente y con toda desenvoltura a presionar sobre el gobierno, convirtiéndolo en lacayo suyo, ¡entonces nuestros ingeniosos “amigos del pueblo” alzan sus clamores hablando de “implantación del capitalismo”, de su “creación artificial”!
    ¡Por cierto que se han dado cuenta un poco tarde!
    Así, pues, el señor Krivenko, con sus frases sobre la industria popular, auténtica, justa, etc., ha intentado lisa y llanamente ocultar el hecho de que nuestras industrias de kustares no son más que capitalismo en diferentes grados de su desarrollo. Con estos procedimientos nos hemos familiarizado ya bastante al leer al señor Iuzhakov, quien en vez de estudiar la reforma campesina empleó frases vacías sobre la finalidad fundamental del famoso manifiesto, etc., en vez de estudiar el sistema de arrendamiento lo llamó popular, en vez de analizar cómo se forma el mercado interior del capitalismo se dedicó a filosofar sobre su ruina indefectible por falta de mercados, y así por el estilo.
    Para demostrar hasta qué grado deforman los hechos los señores “amigos del pueblo”, me detendré aún en otro ejemplo*. Nuestros filósofos subjetivistas nos obsequian tan raramente con referencias exactas de hechos, que sería injusto pasar por alto una de ellas, una de las más exactas que encontramos en ellos, precisamente la referencia que el señor Krivenko (núm. I de 1894) hace de los presupuestos campesinos de la provincia de Vorónezh. Aquí podemos convencer nos con claridad con el ejemplo de los datos por ellos elegidos, quiénes tienen una visión más correcta de la realidad, los radicales y “amigos del pueblo” rusos o los socialdemócratas rusos.


    * Aunque este ejemplo se refiere a la diferenclación de los campesinos, sobre la que ya se ha hablado mucho, considero necesario analizar sus propios datos, para demostrar patentemente qué vil falsedad es afirmar que los socialdemocratas se interesan, no por la realidad, sino por los “pronósticos del futuro”, y qué métodos de charlatanes emplean los “amigos del pueblo” al pasar por alto, en la polémica con nosotros, la esencia de nuestras concepciones y salir del paso con frases absurdas.


    El estadístico del zemstvo de Vorónezh, señor Scherbina, da como apéndice de su descripción de la explotación agrícola del distrito de Ostrogozhsk 24 presupuestos de familias campesinas típicas, y los analiza en el texto[*].


    * Recopilación de datos estadísticos de la provincia de Vorónezh, t. II, parte II. La agricultura en el distrito de Ostrogozshk. Vorónezh. 1857. Los presupuesros van en los apéndices, págs. 42-49. El análisis se hace en el capítulo XVIII: Composición y presupuestos de familias campesinas.


    El señor Krivenko reproduce este análisis, sin ver, o mejor dicho, sin querer ver que los métodos seguidos en él son completamente inadecuados para formarse una idea acerca de la economía de nuestros agricultores. El hecho es que estos 24 presupuestos describen familias completamente diferentes — prósperas, medias y pobres –, cosa que también señala el propio señor Krivenko (pág. 159), pero éste, como el señor Scherbina, opera simplemente con cifras promedio, que agrupan en un mismo montón muy diferentes tipos de familias y de este modo encubre por completo su diferenciación. Y la diferenciación de nuestro pequeño productor es un hecho general y tan importante (hacia el cual desde hace ya mucho tiempo los socialdemócratas llaman la atención de los socialistas rusos. Ver las obras de Plejánov), que aparece con absoluta clariclad inclusive en un número tan reducido de datos como el que ha elegido el señor Krivenko. Al hablar de la actividad agrícola de los campesinos, en lugar de dividir a éstos en categorías según las dimensiones de sus haciendas y el tipo de explotación, los divide, como lo hace el señor Scherbina, en categorías jurídicas de campesinos ex siervos de la gleba en tierras del Estado y de los señores feudales, y dirige toda su atención a la mayor prosperidad de los primeros en comparación con los últimos, y pasa por alto que las diferencias que existen entre los campesinos dentro de una misma categoría son mucho mayores que las diferencias entre las categorías[]. Para demostrar esto divido los 24 presupuestos en 3 grupos: a) coloco aparte a 6 campesinos acomodados; después b) 11 campesinos medios (números 7-10, 16-22 de Scherbina) y c) 7 pobres (números 11-15, 23-24 de los presupuestos en el cuadro de Scherbina). El señor Krivenko dice por ejemplo, que los gastos en una hacienda de campesinos que fueron siervos en tierras del Estado suman 541,3 rublos, y en una de campesinos que fueron siervos de terratenientes suman 417,7 rublos. Pierde aquí de vista que estos gastos no son ni remotamente iguales para los distintos campesinos de una y la misma categoría: entre los antiguos siervos en tierras del Estado hay por ejemplo, campesinos que gastan 84,7 rublos y otros que gastan diez veces más : 887,4 rublos (aun si dejamos a un lado al colono alemán que gasta 1.456,2 rublos). ¿Qué sentido puede tener un promedio obtenido de la suma de tales magnitudes? Si tomamos la división por categorías hecha por mí, tenemos que entre los campesinos acomodados los gastos por cada hacienda equivalen, tér mino medio, a 855,86 rublos, entre los campesinos medios a 471,61 y entre los campesinos pobres a 223,78 rublos[].


    * Es indudable que la hacienda de un campesino que vive exclusivamente de la agricultura y emplea a un trabajador, difiere por su tipo de la hacienda de un campesino que se ha contratado de peón y que obtiene los 3/5 de sus ingresos trabajando como peón. Y entre estos 24 campesinos hay de los dos tipos. ¡Juzgue el lector qué clase de “ciencia” resultará si se agrupa a peones y a campesinos que emplean peones y se opera con un promedio general!


    La proporción es, aproximadamente: 4:2:1.
    Prosigamos. El señor Krivenko, siguiendo a Scherbina, da el monto de los gastos para las necesidades personales en las diferentes categorías jurídicas de campesinos: entre los antiguos siervos en tierras del Estado, por ejemplo, los gastos en alimentación vegetal suman al año 13,4 rublos por persona, y entre los antiguos siervos de terratenientes, 12,2. En tanto que según las categorías económicas las cifras dan: a) 17,7; b) 14,5 y c) 13,1. Los gastos por consumo de carne y leche suman — entre los antiguos siervos de terratenientes — 5,2 rublos per capita, y entre los antiguos siervos en tierras del Estado, 7,7 rublos. Según las categorías: 11,7; 5,8; 3,6. Es evidente que el cálculo por categorías jurídicas sólo encubre las enormes diferencias existentes, y nada más. Es evidente, por eso mismo, que no sirve para nada. Los ingresos de los campesinos antiguos siervos en tierras del Estado son superiores a los de los antiguos siervos de terratenientes en un 53,7 por ciento — dice el señor Krivenko –: promedio general, 539 rublos (de 24 presupuestos), y para las dos categorías más de 600 rublos y cerca de 400 rublos respectivamente. Pero si se los clasifica según su situación económica los ingresos son: a) 1.053,2 rublos; b) 473,8 rublos; c) 202,4 rublos; es decir, las oscilaciones son, no de 3:2, sino de 10:2.


    * Las oscilaciones en la magnitud de una familia media son mucho menores: a) 7,83, b) 8,36, c) 5,28 personas por familia.


    “El valor de los bienes de las haciendas de los campesinos antiguos siervos en tierras del Estado es de 1.060 rublos, y el de las haciendas de los antiguos siervos de terratenientes es de 635 rublos”, dice el señor Krivenko. Y por categorías[]: a) 1.737,91 rublos; b) 786,42 y c) 363,38 rublos; de nuevo las oscilaciones son, no de 3:2, sino de 10:2. Con su división de los “campesinos” en categorías jurídicas, al autor le resultó imposible formarse una idea acertada en cuanto a la economía de estos “campesinos”.     Si consideramos las haciendas de los diferentes tipos de campesinos por su grado de prosperidad, veremos que las familias acomodadas tienen, término medio, 1.053,2 rublos de ingresos y 855,86 de gastos, es decir, un ingreso neto de 197,34 rublos. Una familia media tiene 473,8 rublos de ingresos y 471,61 de gastos, es decir, un ingreso neto de 2,19 rublos por hacienda (esto sin considerar aún el crédito y los atrasos en el pago de impuestos); evidentemente, apenas si posee lo justo para vivir: de 11 haciendas 5 tienen déficit. El grupo inferior, de campesinos pobres, administra su hacienda sencillamente con pérdidas: con ingresos de 202,4 rublos, los gastos son de 223,78, es decir, un déficit de 21,38 rublos*. Es evidente que si agrupamos estas haciendas y tomamos el promedio general (ingreso neto de 44,11), desfiguramos por completo la realidad. Dejaremos a un lado en ese caso (como lo hizo el señor Krivenko) el hecho de que los 6 campesinos prósperos que obtienen un ingreso neto emplean peones (8 personas), hecho que revela el tipo de su actividad agrícola


    * Son particuíarmente grandes las diferencias en cuanto a la posesión de aperos; término medio, el valor de los aperos por cada hacienda es de 54,83 rublos. Pero entre los campesinos acomodados es dos veces mayor: 111,80 rublos, y entre los campesinos pobres tres veces menor: 16,04 rublos. Entre los campesinos medios, 48,44 rublos.
    ** Es ínteresante señalar que el presupuesto de los peones rurales — 2 de los 7 campesinos pobres — resulta sin déficit: 99 rublos de ingresos y 93,45 de gastos por familia. Uno de los peones recibe del dueño la comida, la ropa y el calzado.


(están en vías de convertirse en agricultores capitalistas), que les produce un ingreso neto y los libra casi por completo de la necesidad de recurrir a “industrias artesanales”. Estos propietarios (todos en conjunto) cubren con ayuda,de esas industrias tan sólo el 6,5 por ciento de su presupuesto (412 rublos de 6.319,5); además, esas industrias son — según una indicación del señor Scherbina — tales como el “acarreo” o aun el “comercio de ovejas”, es decir, que no sólo no atestiguan dependencia, sino que, por el contrario, presuponen la explotación de otros (precisamente en el último de los casos citados, la acumulación de “ahorros” se convierte en capital comercial). Estos campesinos poseen 4 establecimientos industriales, que les producen 320 rublos (5 por ciento) de ingreso*.


    * Véase el Apéndice I.


    Otro es el tipo de economía de los campesinos medios: éstos, como hemos visto, apenas si tienen lo justo para vivir. La agricultura no cubre sus necesidades, y el 19 por ciento de sus ingresos los obtienen de las llamadas industrias artesanales. Por el artículo del señor Scherbina sabemos qué clase de industrias son éstas. Se señalan las de 7 campesinos: sólo 2 de ellos ejercen oficios independientes (sastre, y carbonero), los 5 restantes venden su fuerza de trabajo (“se fue de segador”, “trabaja en una destilería”, “trabaja como jornalero durante la cosecha”, “es pastor”, “trabajó en la finca local”). Estos ya son mitad campesinos, mitad obreros. Los empleos auxiliares los hacen descuidar su trabajo agrícola, con lo que arrastran su hacienda definitivamente a la ruina.
    Por lo que se refiere a los campesinos pobres, realizan la agricultura sencillamente con pérdidas; aumenta todavía más la importancia de las “industrias artesanales” en su presupuesto (producen el 24 por ciento de los ingresos), y estas industrias (excepto en el caso de un campesino) se reducen casi por completo a la venta de la fuerza de trabajo. En el caso de dos de ellos predominan esas “industrias” (trabajo de peones, que les proporciona los 2/3 de sus ingresos).
    De aquí resulta claro que estamos en presencia de pequeños productores en proceso de completa diferenciación, cuyos grupos superiores pasan a la burguesía y los inferiores, al proletariado. Se comprende que si tomamos los promedios generales, no veremos nada de esto y no tendremos idea alguna de la economía del campo.
    Sólo el hecho de operar con estos promedios ficticios ha permitido al autor semejante procedimiento. Para determinar la ubicación de estas haciendas típicas dentro del tipo general de la explotación agrícola de dicho distrito, el señor Scherbina agrupa a los campesinos según el tamaño de sus nadiel, y resulta que el grado de prosperidad (término medio) de las 24 haciendas escogidas, es superior aproximadamente en 1/3 a la hacienda tipo del distrito. Este cálculo no puede ser aceptado como satisfactorio, tanto porque entre las 24 haciendas se observan enormes diferencias, como porque el agrupamiento según la superficie de sus tierras de nadiel encubre la diferenciación de los campesinos: la tesis del autor, de que “las tierras de nadiel constituyen la causa fundamental de la prosperidad” del campesino, es completamer¡te errónea. Todos saben que la distribución “igualitaria” de la tierra dentro de la comunidad no impide en absoluto a los miembros de ella que carecen de caballos abandc nar la tierra, entregarla en arriendo, irse a otros lugares en busca de trabajo y convertirse en proletarios, y a otros que tienen muchos caballos obtener en arriendo grandes cantidades de tierra y hacerse de una gran hacienda, una hacienda rentable. Si tomamos, por ejemplo, nuestros 24 presupuestos, veremos que un campesino rico, que posee 6 desiatinas de tierra de nadiel obtiene ingresos por un total de 758,5 rublos; un campesino medio, con 7,1 desiatinas, 391,5 rublos, y uno pobre, con 6,9 desiatinas, 109,5 rublos. En general, hemos visto que la proporción de los ingresos en los diferentes grupos equivale a 4:2:1, mientras que la proporción de tierra de nadiel es: 22,1:9,2:8,5 = 2,6:1,08:1. Esto es perfectamente comprensible, porque vemos, por ejemplo, que los campesinos acomodados, que poseen término medio 22,I desiatinas de tierra de nadiel por familia, toman aun en arriendo 8,8 desiatinas cada uno, mientras que los campesinos medios, que tienen menos tierra de nadiel (9,2 desiatinas), toman en arriendo menos tierra — 7,7 desiatinas — y los campesinos pobres, con menos tierra de nadiel (8,5 desiatinas), toman en arriendo no más de 2,8 desiatinas*. Por eso cuando el señor Krivenko afirma: “Desgraciadamente, los datos aportados por el señor Scherbina no pueden servir de medida exacta del estado general de cosas, no sólo en la provincia, sino inclusive en el distrito”, lo único que cabe replicar es que no pueden servir de medida sólo cuando se recurre al falso método de calcular con promedios generales (método al que no debió recurrir el señor Krivenko), pero hablando en general, los datos del señor Scherbina son tan amplios y valiosos, que dan la posibilidad de extraer conclusiones justas, y si el señor Krivenko no ha procedido así, de nada hay que culpar al señor Scherbina.


    * No quiero decir, por supuesto, que los datos de las 24 haciendas basten p o r s í s o l o s para refutar la tesis sobre la importancia cardinal de la tierra de nadiel. Pero más arriba hemos ofrecido datos de varios distritos, que refutan por completo dicha tesis[35].


    Este último, por ejemplo, en la pág. 197, agrupa a los campesinos, no según la tierra de nadiel, sino según los animales de labor, es decir, un agrupamiento de acuerdo con el índice económico y no con el índice jurídico, y esto nos permite afir mar que las relaciones entre las diferentes categorías de las 24 haciendas típicas son completamente idénticas a las rela ciones de los diferentes grupos económicos para todo el distrito.

    Este agrupamiento es el siguiente[*]: [Véase el cuadro en la pág. 129. (N. de la Red.)]
    No cabe duda alguna de que los promedios generales de las 24 haciendas típicas están por encima del tipo de economía campesina común al distrito. Pero si en lugar de estos promedios ficticios tomamos las categorías económicas, tendremos posibilidad de establecer una comparación.

Ostrogozhsk Uyezd, Voronezh Gubernia
    Vemos que los peones de las haciendas típicas están en condiciones un tanto inferiores a las de los campesinos sin animales de labor, pero se asemejan mucho a ellos. Los campesinos pobres se asemejan mucho a los que tienen un animal de laboreo (si tienen 0,2 menos de ganado: los campesinos pobres tienen 2,8 y los campesinos con un solo caballo 3; en cambio, tienen algo más de tierra, contando toda, la de nadiel y la arrendada: 12,6 desiatinas contra 10,7). Los campesinos medios se encuentran en condiciones apenas superiores a los campesinos con 2 ó 3 animales de laboreo (tienen algo más de ganado y algo menos de tierra), y los campesinos acomodados se asemejan a los que tienen 4 y más bestias de laboreo siendo sus condiciones algo inferiores a las de ellos. Tenemos por lo tanto derecho a extraer la conclusión de que en total en el distrito no menos de 0,1 de los campesinos realizan


    * La comparación de las 24 haciendas típicas con las categorías económicas en todo el distrito fue hecha con los mismos métodos empleados por el señor Scherbina para comparar el promedio de aquéllas con los grupos basados en la superficie de sus tierras de nadiel.


   * Se ha excluido del groupo de los campesinos pobres dos peones rural números 14 y 15 de los presu-
puestos de Scherbina), así que sólo quedan 5 campesinos pobres.
   ** Véanse las págs. 130-132. (n. de la Red.)


una explotación agrícola regular y rentable, y no necesitan buscar trabajos auxiliares. (Es importante señalar que estos ingresos se traducen en dinero y, por consiguiente, presuponen una agricultura de carácter mercantil.) La explolación agrícola la realizan, en grado considerable, con la ayuda de trabajadores asalariados: no menos de 1/4 de estas familias tienen peones permanentes, y se desconoce el número de las que además emplean trabajadores temporarios Además, en el distrito más de la mitad de los campesinos son pobres (hasta 0,6 no tienen caballo o tienen uno solo, 26% + 31,3% = 57,3%), que trabajan la tierra con pérdidas y, por consiguiente, se arruinan, viéndose sometidos a una expropiación constante e inexorable. Se ven precisados a vender su fuerza de trabajo, y cerca de 1/4 de los campesinos vive ya en mucho mayor proporción del trabajo asalariado que de la agricultura. El resto son campesinos medios, que de una u otra forma trabajan la tierra con déficit constante, tienen que buscar ingresos complementarios y por consiguiente no tienen ningún tipo de estabilidad económica.


    ** A propósito de este cuadro no se puede tampoco dejar de señalar que vemos aquí exactamente lo mismo: un aumento de la cantidad de tierra tomada en arriendo a medida que crece el grado de prosperidad a pesar del aumento de la cantidad de tierra de nadiel. Así, pues, con los datos de otro distrito se confirma la falsedad de la idea acerca de la importancia cardinal de la tierra de nadiel. Por el contrario, vemos que la proporción de tierra de nadiel en el total de tierras en poder de dicho grupo disminuye a medida que aumenta su grado de prosperidad. Si sumamos la tierra de nadiel y la tomada en arriendo, y calculamos el porcentaje que en esta suma corresponde a la tierra de nadiel, obtenemos los siguientes datos por grupos: I) 96,8%; II) 85%; III) 79,3%; IV) 63,3%. Y este fenómeno es completamente comprensible. Sabemos que con la Reforma liberadora la tierra se convirtió en Rusia en una mercancía. Quien tiene dinero, siempre puede comprar tierra: también la tierra de nadiel hay que comprarla. Se comprende que los campesinos acomodados concentren en sus manos la tierra y que esta concentración se exprese con mayor fuerza en las tierras tomadas en arriendo, como consecuencia de las restricciones medievales puestas a la trasferencia de la tierra de nadiel. Los “amigos del púeblo”, que estan a favor de estas restricciones, no comprenden que lo único que iace esta absurda medida reaccionaria es empeorar la situación de los campesinos pobres: arruinados, desprovistos de aperos de labranza, los campesinos en todo caso deben entregar en arriendo la tierra, y la prohibición de este arriendo (o venta) llevará, bien a que la entreguen subrepticiamente y, por consiguiente, en peores condiciones para el arrendatario, bien a que devuelvan gratuitamente la tierra a “la comunidad”, es decir, a ese mismo kulak.
    No puedo menos que trascribir aqui el comentario tan profundamente exacto de Gúrvich acerca de esta famosa “inalienabilidad”:
    “Para orientarnos en este asunto, debemos examinar quién es el com prador de la tierra del campesino. Hemos visto que sólo una infima parte de los lotes de tierra ‘chetvertnáia’ fue comprada por los comer ciantes. Hablando en general, los pequeños lotes vendidos por los nobles son comprados sólo por los campesinos. Por consiguiente, esto afecta unicamente las relaciones entre los campesinos y no los intereses de la nobleza ni los de la clase capitalista. Es muy posible que en semejantes casos el gobierno ruso tenga a bien arrojar una limosna a los populistas. Esta extraña unión [mésalliance ] de tutela patriarcal oriental [oriental paternalism ] con un monstruoso prohibicionismo socialista de Estado difícilmente dejara de provocar la oposición de aquellos a quienes se quiere favorecer. Como el proceso de diferenciación del campo se opera, evidentemente, en el interior de éste y no fuera de el, !a inalienabilidad de la tierra del campesino será apcnas un sinónimo de la expropiación sin indemnización de los campesinos pobres en beneficio de los miembros ricos de la comunidad.
    “Vemos que el porcentaje de emigrantes entre los campesinos chetvertnie [36], que tenían derecho a enajenar su tierra, era mucho más alto que entre los campesinos ex siervos del Estado que practicaban una agricultura comunal: precisamente en el distrito de Ranenburg (provincia de Riazán) la proporción de emigrantes entre los primeros es del 17 por ciento y entre los segundos, del 9 por ciento. En el distrito de Dankov, entre los primeros es del 12 y entre los segundos, del 5 por ciento. ¿A qué se debe esta diferencia? Un ejemplo concreto aclarará esto:
    ‘En 1881 una pequeña comunidad de 5 hogares, antiguamente siervos de Grigórov, emigraron de la aldea Biguildino, distrito de Dankov. Vendieron su tierra, 30 desiatinas, a un campesino rico por 1.500 rublos. En su anterior lugar de residencia estos campesinos carecían de medios de subsistencia y la mayoría de ellos trabajaba todo el año como peones’ (Recopilación de datos estadísticos, parte II, págs. 115, 247). Según datos del señor Grigóriev (La migraaón campesina de la peovincia de Riazán ), 300 rublos, precio del lote promedio de tierra de un campesino, que medía 6 desiatinas, era lo suficiente para que una familia campesina pudiera empezar a dedicarse a la agricultura en el sur de Siberia. De este modo, un campesino completamente arruinado tendría la posibilidad, vendiendo su lote de tierra comunal, de llegar a ser un agricultor en el nuevo territorio. La veneración de las sagradas costumbres de los antepasados difícilmente podría resistir tal tentación, a no ser por la intervención contraria de la generosísima burocracia.
    “Me acusarán, naturalmente, de pesimismo, como me acusaron hace poco por mis puntos de vista sobre la migración de los campesinos (Siéverni Viéstnik, 1892, núm. 5, artículo de Bogdanovski). Por lo común se razona más o menos así: admitamos que la descripción corresponde exactamente a la realidad tal cual es, pero las consecuencias dañinas de las migraciones se deben no obstante a la situación anormal en que viven los campesinos, y en condiciones normales las objeciones (contra las migraciones) ‘no tendrían fuerza’. Por desgracia, sin embargo, estas condiciones realmente ‘anormales’ se desarrollan de modo espontáneo, y la creación de condiciones ‘normales’ no está al alcance de quienes simpatizan con los campesinos” (ob. cit., pág. 137)[37].


    Me he detenido deliberadamente, con tanto detalle, en estos datos para demostrar hasta qué punto tergiversa la realidad el señor Krivenko. Sin pensarlo mucho, toma promedios generales y opera con ellos: lógicamente, el resultado no es siquiera una ficción, sino una falsedad incuestionable. Hemos visto, por ejemplo, que los ingresos netos (+197,34) de un campesino acomodado (de los presupuestos típicos) cubren los déficit de nueve familias de campesinos pobres (-21,38 x 9 = -192,42), de modo que el 10 por ciento de los campesinos ricos en el distrito no sólo cubrirían los déficits del 57 por ciento de los campesinos pobres, sino que darían cierto excedente. Y el señor Krivenko, que obtiene del presupuesto promedio de 24 haciendas un excedente de 44,14 rublos (y sin crédito y atrasos, 15,97 rublos), habla sólo por eso de la “declinación” de los campesinos medios y de los que viven en peores condiciones que éstos. Pero en realidad tal vez se pueda hablar de declinación, sólo en relación con el campesino medio[*], pues en lo que se refiere a la masa de campesinos pobres observamos ya una expropiación directa, acompañada además por la concentración de los medios de producción en manos de una minoría que posee haciendas relativamente grandes y sólidas.


    * Y esto difícilmente será así, porque la declinacion supone una pérdida temporal y fortuita de estabilidad, mientras que el campesino medio, como vimos, siempre se encuentra en una situación inestable, al borde de la ruina.


    El desconocimiento de esta última circunstancia ha impedido al autor advertir otro rasgo, muy interesante, de los citados presupuestos: éstos demuestran igualmente que la diferenciación de los campesinos crea el mercado interior. Por una parte, al pasar del grupo superior al inferior aumenta la importancia de los ingresos provenientes de las industrias artesanales (6,5, 18,8, 23,6 por ciento del total del presupuesto entre los campesinos acomodados, medios y pobres respectivamente), es decir, principalmente de la venta de fuerza de trabajo. Por otra parte, al pasar de los grupos inferiores a los superiores aumenta el carácter mercantil (más aún: burgués, como hemos visto) de la agricultura, aumenta la proporción de cereal que va al mercado: ingresos de la agricultura por categorías de todos los campesinos:

a) 3,861.7 b) 3,163.8 c) 689.9
——— ——— ———
1,774.4 899.9 175.2


El denominador indica la parte monetaria de los ingresos, que constituye el 45,9, el 28,3, el 25,4 por ciento de la categoría superior a la inferior.     Una vez más vemos aquí con toda evidencia cómo los medios de producción, de los cuales son privados los campesinos expropiados, se convierten en capital.     Se comprende que el señor Krivenko no podía extraer conclusiones acertadas del material así utilizado, o, por mejor decir, mutilado. Después de describir, de acuerdo con lo que informó un campesino de Nizhni-Nóvgorod, compañero suyo de viaje en el vagón del ferrocarril, el carácter monetario de la economía campesina de aquellos lugares, se ve obligado a llegar a la justa conclusión de que precisamente esa circunstancia, la de la economía mercantil, “prepara” “aptitudes especiales”, engendra una preocupación: “segarlo (al heno) lo más barato posible”, “venderlo lo más caro posible” (pág. 156)*. Esto sirve de “escuela” “que despierta


    * Para deducir los ingresos pecuniarios de la agricultura (Scherbina no los da) hubo que recurrir a cálculos bastante complicados. Del ingreso total proveniente de los cereales fue necesario excluir los ingresos por paja y cascarilta, destinadas, según palabras del autor, a forraje. El propio autor los excluye en el capítulo XVIII, pero sólo para las cifras totales del distrito y no para las de las 24 haciendas mencionadas. Con sus cifras totales determiné la proporción de los ingresos provenientes del grano (con relación a todos los ingresos obtenidos de cereales, es decir, del grano y de la paja con la cascarilla) y de este porcentaje excluí en el caso presente la paja y la cascarilla. Esa proporción es de 78,98 por ciento para el centeno, 72,67 para el trigo, 73,32 para la avena y la cebada, y 77,78 por ciento para el mijo y el trigo sarraceno. Luego la cantidad de grano vendido se determinó descontando la cantidad que se consume en la propia hacienda.
    ** “Hay que contratar al trabajador lo más barato posible y sacar provecho de él”, dice muy justamente en el mismo pasaje el señor Krivenko.


[¡es cierto!] y perfecciona la capacidad comercial”. “Se descubren talentos de los que salen los Kolupáiev, Derúnov y otras sanguijuelas[*], y los tontos e ingenuos quedan atrás, se empobrecen, se arruinan y se convierten en peones rurales” (pág. 156).
    Los datos referentes a una provincia agrícola (la de Vorónezh), que se encuentra en condiciones completamente distintas, conducen a las mismas conclusiones. Se diría que la cosa es bastante clara: aparece ante nosotros con nitidez el sistema de la economía mercantil, como fondo principal de la del país en general y de los “campesinos” “de las comunidades” en particular; aparece también el hecho de que la economía mercantil, y precisamente ella, divide al “pueblo” y a los “campesinos” en proletariado (se arruinan, se convierten en peones rurales) y burguesía (sanguijuelas), es decir, se con vierte en economía capitalista. ¡Pero los “amigos del pueblo” nunca se deciden a mirar la realidad cara a cara y llamar a las cosas por su nómbre (seria demasiado “cruel”)! El señor Krivenko razona:
    “Algunos encuentran este orden de cosas muy natural [habria que añadir: consecuencia muy natural del carácter capitalista de las relaciones de producción. Esa sería entonces una descripción exacta de las opiniones de “algunas personas”, y no habría sido posible para él deshacerse de esas opiniones con frases vacías y se habría obligado a tratar el asunto a fondo. Cuando el autor no se planteó como objetivo especial la lucha contra esas “algunas personas”, él mismo debió reconocer que la economía monetaria es precisamente la “escuela” de la que salen sanguijuelas “de talento” y peones “simplotes”] y ven en él la misión ineludible del capitalismo. [¡Es claro! Considerar que es preciso sostener la lucha precisamente contra esa “escuela” y contra las “sanguijuelas” que mandan en ella junto con sus lacayos administrativos e intelectuales, significa considerar al capitalismo como ineludible. En cambio, dejar intacta la “escuela” capitalista con las sanguijuelas y querer eliminar sus efectos capitalistas con medidas liberales que se quedan a mitad de camino, ¡significa ser un verdadero “amigo del pueblo”!] Nosotros estimamos esto en forma un tanto distinta. Es indudable que el capitalismo desempeña aquí un papel importante, cosa que señalamos más arriba [se trata precisamente de la alusión a la escuela de sanguijuelas y peones]; pero no se puede decir que su papel sea tan universal y decisivo, que en los cambios que se operan en la economía nacional no haya otros factores y que en el futuro no exista otra salida” (pág. 160).


    * ¡Señor Iuzhakov! ¿Cómo puede ser esto? Su camarada dice que las “sanguijuelas” salen de los “talentos”, y usted aseguraba que los hombres se hacen “sanguijuelas” sólo porque poseen “espíritu no crítico”. ¡Esto, señores, ya no está bien: en una misma revista contradecirse el uno al otro!


    ¡Obsérvese! En lugar de una caracterización exacta y directa del régimen actual, en lugar de una respuesta precisa a la pregunta de por qué los campesinos se dividen en sanguijuelas y peones, el señor Krivenko sale del paso con frases que nada dicen. “No se puede decir que el papel del capitalismo sea decisivo”. Ese es precisamente el problema: el de si se puede decir o no tal cosa.
    Para defender su opinión, habría debido señalar qué otras causas “deciden” el asunto, qué otra “salida” puede haber además de la que indican los socialdemócratas: la lucha de clases del proletariado contra las sanguijuelas[]. Sin embargo, no se hace indicación alguna. Por lo demás, ¿tal vez el autor toma como una indicación lo que va a renglón seguido? Por divertido que sea, de los “amigos del pueblo” se puede esperar cualquier cosa.     “Decaen, como hemos visto, ante todo las haciendas débiles con poca tierra”: por ejemplo, con menos de 5 desiatinas de tierra de nadiel. “Pero las haciendas típicas de campesinos que fueron siervos en dominios del Estado, con 15,7 desiatinas de tierra de nadiel, se distinguen por su estabilidad [. . .] Por cierto que para obtener semejante ingreso (en limpio, 80 rublos), toman todavía en arriendo hasta 5 desiatinas, pero esto sólo demuestra cuánto necesitan.”     ¿A qué se reduce, pues, esta “enmienda”, que vincula al capitalismo con la famosa “escasez de tierras”? Se reduce a que al que Liene poco se lo priva de ese poco, y los que tienen mucho (15,7 desiatinas cada uno) adquieren todavía más*. ¡¡Esto es una simple paráfrasis de la tesis según la cual unos se arruinan y otros se enriquecen!! Hora es de abandonar esas frases vacias sobre la escasez de tierras, que nada explican (ya que a los campesinos no se les da gratis las tierras de nadiel, sino que se les vende), y sólo describen el proceso, y además con inexactitud, puesto que hay que hablar, no sólo de la tierra sino de los medios de producción en general, y no de que los campesinos tienen “pocos” medios de producción, sino de que son despojados de ellos, son expropiados por el capitalismo en ascenso. “No queremos decir de ninguna manera — afirma como conclusión de su filosófica exposición el señor Krivenko — que la agricultura debe y puede, en todas las condiciones, seguir siendo ‘natural’ y estar aislada de la industria de trasformación [¡Otra vez frases! ¿Pero no se ha visto obligado hace un momento a reconocer la existencia actual de la escuela de la economía monetaria, que presupone el intercambio, y, por consiguiente, la separación de la agricultura de la industria de trasformación? ¿Para qué venir de nuevo con ese galimatías de lo posible y lo debido?], sino que sólo decimos que crear una industria artificialmente aislada es algo irracional [es interesante saber si están “aisladas” las industrias de Kimri y Pávlovo y quién, cómo y cuándo las ha “creado artificialmente”] y que el hecho de que el trabajador se vea privado de la tierra y de los instrumentos de producción sucede bajo la influencia, no sólo del capitalismo, sino también de otros factores, que lo han precedido y que contribuyeron a su acción.”


    * Si hasta ahora sólo se muestran capaces de hacer suya la idea de la lucha de clases del proletariado contra la burguesía los obreros fabriles urbanos y no los peones rurales “tontos e ingenuos”, es decir, los hombres que han perdido esas preciadas cualidades, tan estrechamente ligadas a las “bases seculares” y al “espíritu de la comunidad”, lo único que ello demuestra es la exactitud de la teoría de los socialdemócratas sobre el papel progresista y revolucionario del capitallsmo ruso.
    ** No hablo ya del absurdo de la idea según la cual los campesinos que poseen igual cantidad de tierra de nadiel son iguales entre sí y no se dividen también en “sanguijuelas” y “peones”.


    Aquí, por lo visto, estamos de nuevo ante el profundo pensamiento de que si el trabajador es privado de la tierra, que pasa a manos de las sanguijuelas, ello ocurre porque el primero tiene “poca” tierra y el segundo “mucha”.
    ¡Y semejante filosofía acusa a los socialdemócratas de “estrechez” porque ven la causa decisiva en el capitalismo! . . . Me he detenido una vez más con tanto detalle en la diferenciación de los campesinos y los kustares, precisamente porque era necesario aclarar de manera diáfana cómo ven la cuestión los socialdemócratas y cómo la explican. Era necesario demostrar que los mismos hechos que para el sociólogo subjetivista significan que los campesinos “se han empobrecido” y los “cazadores” y “sanguijuelas” “se han apropiado las ganancias en su beneficio”, desde el punto de vista del materialista significan la diferenciación burguesa de los productores de mercancías, que surge inevitablemente de la propia economía mercantil. Era necesario demostrar en qué hechos se basa la tesis (que aparece más arriba, en la primera parte[*]) según la cual la lucha entre los poseedores y los desposeídos se desarrolla en Rusia en todas partes, no sólo en fábricas y talleres, sino también en la aldehuela más recóndita y en to das partes es la lucha de la burguesía y el proletariado, burguesía y proletariado que se forman sobre la base de la economía mercantil. La diferenciación, el proceso por el cual nuestros campesinos y kustares dejan de ser tales, que se puede describir con exactitud gracias a un material tan excelente como la estadística de los zemstvos, aporta la prueba efectiva de la exactitud de la interpretación socialdemócrata de la realidad rusa, según la cual el campesino y el kustar son pequeños productores en el sentido “categórico” de esta palabra, es decir, pequeños burgueses. Esta tesis puede ser considerada el punto central de la teoría del SOCIALISMO OBRERO con relación al viejo socialismo campesino, que no comprendía ni el estado de economía mercantil en que vive este pequeño productor, ni su diferenciación capitalista debida a dicho estado. Por eso, el que quiera criticar con seriedad el socialdemocratismo deberá concentrar su argumentación precisamente en esto, demostrar que Rusia, desde el punto de vista de la economía política, no representa un sistema de economía mercantil, que la diferenciación de los campesinos no se produce sobre esta base, que la expropiación de la masa de la población y la explotación del trabajador puede ser explicada por otra razón cualquiera y no por la organización burguesa, capitalista de nuestra economía social (incluida la economía campesina).


    * Véanse las págs. 82-83. (N. de la Red.)


    ¡Inténtenlo, señores!
    Hay, además, otra razón por la cual para ilustrar la teoría socialdemócrata, preferí precisamente los datos de la economía campesina y de los kustares. Me apartaría del método materialista si al criticar los puntos de vista de los “amigos del pueblo”, me limitase a comparar sus ideas con las marxistas. Es necesario explicar además las ideas “populistas”, demostrar su base MATERIAL en nuestras actuales relaciones económicosociales. Los cuadros estadísticos y los ejemplos de la economía de nuestros campesinos y kustares demuestran qué es este “campesino”, del cual los “amigos del pueblo” quieren ser los ideólogos. Esos datos y ejemplos demuestran el carácter burgués de nuestra economía rural y confirman así hasta qué punto es justo clasificar a los “amigos del pueblo” entre los ideólogos de la pequeña burguesía. Más aún: demuestran que entre las ideas y los programas de nuestros radicales y los intereses de la pequeña burguesía existe la ligazón más estrecha. Esta ligazón, que se hará aún más clara después de examinar sus programas en detalle, es la que nos explica la difusión tan amplia que han logrado en nuestra “sociedad” esas ideas radicales; explica también, perfectamente, el servilismo político de los “amigos del pueblo” y su predisposición a la conciliación.
    Existía, por último, otra razón para que nos detuviéramos con tanto detalle precisamente en aquellos aspectos de la economía de nuestra vida social en los cuales el capitalismo está menos desarrollado y de donde por lo común extraen los populistas el material para sus teorías. Con el estudio y la descripción de esos aspectos económicos era más fácil contestar a fondo a una de las objeciones más difundidas contra la socialdemocracia, que circu!an entre nuestro público. A partir de la idea corriente sobre la contradicción entre el capitalismo y el “régimen popular”, y viendo que los socialdemócratas consideran el gran capitalismo como un fenómeno progresista, y que quieren precisamente apoyarse en él para la lucha contra el rapaz régimen moderno, nuestros radicales, sin más reflexiones, acusan a los socialdemócratas de desconocer los intereses de las masas de la población campesina, de querer “cocinar a todos los mujiks en la olla de la fábrica”, etc.
    Todos estos razonamientos se basan en el método, tremendamente ilógico y extraño, de juzgar al capitalismo por lo que es en realidad, pero al campo por lo que “podría ser”. Se comprende que la mejor respuesta es mostrarles el campo real, su economía real.
    Todo el que examine imparcial, científicamente esta economía, deberá reconocer que la Rusia rural es un sistema de mercados pequeños y dispersos (o de pequeñas secciones de un mercado central), que rige la vida económicosocial de diferentes y pequeñas zonas. Y en cada una de estas zonas vemos todos los fenómenos que, en general, son propios de la organización económicosocial cuyo regulador es el mercado: la diferenciación de los, productores directos — otrora iguales, patriarcales — en ricos y pobres; el surgimiento del capital, especialmente del capital comercial, que envuelve en sus redes al trabajador, chupándole la sangre. Cuando se compara la descripción que nuestros radicales hacen de la economía de los campesinos con datos exactos, de primera fuente, acerca de la vida económica del campo, asombra que el sistema de concepciones que criticamos no mencione la masa de pequeños mercaderes que pululan en cada uno de estos mercados, la masa de todos esos mercachifles y buhoneros, o como los llamen los campesinos en las diferentes localidades, toda esa masa de pequeños explotadores que dominan los mercados y oprimen sin piedad al trabajador. De ordinario se los deja sencillamente a un lado: “éstos — se dice — no son ya campesinos, sino mercaderes”. Sí, tienen ustedes completa razón: éstos “no son ya campesinos”. Pero intenten separar en un grupo especial a todos estos “mercaderes”, es decir, hablando con el lenguaje preciso de la economía política, a todos los que explotan una empresa comercial y que, aunque sólo sea en parte, se apropian de trabajo ajeno; traten de expresar con cifras exactas la fuerza económica de este grupo y su papel en toda la economía de la zona; traten después de considerar como un grupo opuesto a todos aquellos que “tampoco son ya campesinos” porque llevan al mercado su fuerza de trabajo, porque trabajan, no para sí, sino para otro, procuren llenar todas estas exigencias elementales de un estudio imparcial y serio, y obtendrán un cuadro tan claro de La diferenciación burguesa, que sólo quedará el recuerdo del mito sobre el “régimen popular”. Esta masa de pequeños explotadores rurales es una fuerza temible, en especial porque oprime al trabajador que se encuentra solo y aislado, porque lo amarra a su yugo y lo priva de toda esperanza de liberación; temible porque esta explotación, dada la barbarie de la vida rural, debida a la baja productividad del trabajo, característica del régimen descrito, y a la falta de comunicaciones, representa no sólo robo de trabajo sino además el ultraje asiático de la dignidad humana, que constantemente observamos en el campo. Si se compara esta aldea real con nuestro capitalismo, se comprenderá por qué los socialdemócratas consideran progresista el papel de nuestro capitalismo, cuando éste concentra esos pequeños mercados dispersos en un mercado que abarca a toda Rusia, cuando crea en lugar de la infinidad de pequeñas sanguijuelas bien intencionadas, un puñado de grandes “pilares de la patria”; cuando socializa el trabajo y eleva su productividad, cuando rompe esta subordinación del trabajador a los chupasangres locales y lo subordina al gran capital. Esta subordinación es progresista en comparación con aquélla — a pesar de todos los horrores de la opresión del trabajo, de la agonía lenta, del embrutecimiento, de la mutilación de las mujeres y los niños, etc. — porque DESPIERTA EL PENSAMIENTO DEL OBRERO, convierte el descontento sordo y vago en protesta conciente, convierte el motín aislado, pequeño, ciego, en una lucha organizada de clases por la liberación de todo el pueblo trabajador, lucha que extrae su fuerza de las propias condiciones de existencia de este gran capitalismo y por ello puede contar indudablemente con un EXITO SEGURO.
    En respuesta a la acusación de ignorar a las masas campesinas, los socialdemócratas pueden con pleno derecho trascribir las palabras de Carlos Marx:
    “La crítica ha arrancado de las cadenas las flores imaginarias que las adornaban, no para que la humanidad siga llevando esas cadenas despojadas de toda ilusión y alegría, sino para que arroje las cadenas y se apodere de la flor viva.”[38]
    Los socialdemócratas rusos arrancan de nuestro campo las flores imaginarias que lo adornan, luchan contra las idealizaciones y las fantasías, realizan la labor destructiva por la cual tanto los odian los “amigos del pueblo”, y hacen esto, no para que la masa de los campesinos permanezca en el estado de opresión actual, de agonía lenta y esclavización, sino para que el proletariado comprenda cuáles son las cadenas que aherrojan por todas partes al trabajador, para que comprenda cómo se forjan estas cadenas y sepa alzarse contra ellas, a fin de arrojarlas y poder alcanzar la verdadera flor.
    Cuando llevan esta idea a aquellos representantes de la clase trabajadora que por su situacion son los únicos capaces de adquirir conciencia de clase e iniciar la lucha de clases, los acusan del deseo de cocinar al mujik en la olla de la fábrica.
    ¿Y quién acusa?
    ¡Gente que cifra sus esperanzas respecto de la ]iberación del trabajador en el “gobierno” y en la “sociedad”, es decir, en los órganos de esa misma burguesía que ha aherrojado por todas partes a los trabajadores!
    ¡Y semejantes gusanos se atreven a habtar de la falta de ideales de los socialdemócratas!

    Pasemos al programa político de los “amigos del pueblo”, de cuyas concepciones teóricas nos parece que ya nos hemos ocupado demasiado. ¿Con qué medidas quieren “apagar el incendio”? ¿Dónde ven ellos la salida, qae, a su decir, ha sido indicada erróneamente por los socialdemócratas?
    “Reorganización del Banco campesino — dice el señor Iuzhakov en el artículo El ministerio de Agricultura (núm. 10 de Rússkoie Bogatstvo ) –, fundación de un departamento de colonización, reglamentación del régimen de arrendamiento de las tierras del Estado en interés de la economía del pueblo [. . .] estudio y regularización del problema de los arrendamientos: tal es el programa de restauración de la economía del pueblo y de su preservación contra la violencia [sic!] económica por parte de la naciente plutocracia.” Y en el artículo Problemas del desarrollo económico este programa de “restauración de la economía del pueblo” se completa con los siguientes “pasos primeros, pero necesarios”: “eliminación de los obstáculos de toda clase que actualmente traban la comunidad rural; liberación de ésta del régimen de tutela, paso al laboreo en común de la tierra (socialización de la agricultura) y desarrollo de la elaboración por la comunidad de la materia prima obtenida de la tierra”. Y los señores Krivenko y Kárischev añaden: “crédito barato, forma de artel de la explotación agrícola, mercado seguro, posibilidad de prescindir del beneficio de empresario [sobre esto se habla de manera especial más adelante], invención de motores más baratos y de otras mejoras técnicas”; finalmente, “museos, almacenes, agencias de comisionistas”.
    Examínese este programa y se verá que estos señores se ubican plena y enteramente en el terreno de la sociedad moderna (es decir, en el sistema capitalista, sin darse cuenta) y quieren salir del paso con remiendos y zurcidos, sin comprender que todos sus progresos — crédito barato, mejoras de la técnica, bancos, etc. — sólo servirán para fortalecer y desarrollar la burguesía.
    Nik.-on tiene completa razón, por supuesto — y ésta es una de sus tesis más valiosas, contra la cual no podían dejar de protestar los “amigos del pueblo” –, al decir que de nada sirve ninguna reforma hecha sobre la base del régimen actual, que el crédito y la colonización y las reformas tributarias y el páso de toda la tierra a manos de los campesinos no modificarán nada de modo esencial, sino que, por el contrario, fortalecerán y desarrollarán la economía capitalista, que en la actualidad está constreñida por una “tutela” excesiva, por la supervivencia del régimen de servidumbre, por la sujeción de los campesinos a la tierra, etc. Los economistas que desean un extensivo desarrollo del crédito — dice –, como el príncipe Vasílchikov (por sus ideas un indudable “amigo del pueblo”), quieren lo mismo que los economistas “liberales”, es decir, burgueses, “tienden al desarrollo y afianzamiento de las relaciones capitalistas”. No comprenden el carácter antagónico de nuestras relaciones de producción (en el “campesinado” lo mismo que en los otros estamentos), y en lugar de procurar que este antagonismo salga a la luz, en lugar de adherir francamente a los que son esclavizados en virtud de este antagonismo y tratar de ayudarlos a alzarse a la lucha, sueñan con frenar la lucha a través de medidas satisfactorias para todos, medidas que se proponen la conciliación y la unificación. Se comprende cuál puede ser el resultado de todas estas medidas: basta recordar los ejemplos de diferenciación arriba citados, para persuadirse de que todos estos créditos*, mejoras, bancos y demás “progresos” sólo podrán ser aprovechados por quien tiene determinados “ahorros” porque tienen una hacienda bien organizada y sólida, es decir, el representante de una insignificante minoría, de la pequeña burguesía. Y por mucho que se reorganice el Banco campesino y otras instituciones semejantes, no se modificará en nada el hecho básico y fundamental de que la masa de la población ha sido y continúa siendo expropiada, sin tener medios ni siquiera para alimentarse, y mucho menos para llevar una hacienda bien organizada.


    * Esta idea — sobre el apoyo, con ayuda del crédito, a la “economía del pueblo”, es decir, a la agricultura de los pequeños productores, donde existen relaciones capitalistas (y la existencia de éstas ya no la pueden negar, como hemos visto, los “amigos del pueblo”) –, esta absurda idea que demuestra la incomprensión de las verdades elementales de la economía política teórica, muestra con plena evidencia la vulgaridad de la teoría de estos señores, que pretenden nadar entre dos aguas.


    Lo mismo hay que decir del “artel”, del “laboreo en común de la tierra”. El señor Iuzhakov llama a este último “socialización de la agricultura”. Por cierto que no deja de ser curioso, porque la socialización requiere la organización de la producción en una escala más amplia que la de una aldehuela cualquiera, y porque para ello es necesario expropiar a las “sanguijuelas” que han monopolizado los medios de producción y dirigen la actual economía social rusa. Y esto requiere lucha, lucha y lucha, y no una mezquina moral filistea.
    Y por eso semejantes medidas se convierten en sus manos en timoratas semimedidas, de tipo liberal, que sólo subsisten gracias a la generosidad de los burgueses filantrópicos y que, por apartar a los explotados de la lucha, traen mucho más daño que ventaja de ese posible mejoramiento de la situación de unos pocos, mejoramiento que sólo puede ser insignificante e inestable sobre la base general de las relaciones capitalistas. La siguiente afirmación del señor Krivenko muestra hasta qué grado monstruoso llega en estos señores el escamoteo del antagonismo existente en la vida rusa, escamoteo hecho, es claro, con las mejores intenciones para hacer cesar la lucha actual, es decir, con el tipo de intenciones con que está empedrado el camino del infierno:
    “La intelectualidad dirige las empresas de los fabricantes y puede dirigir la industria popular.”
    Toda su filosofía se reduce a una quejosa cantinela en torno del tema de que hay lucha y explotación, pero “podría” también no haberla, si . . . , si no hubiese explotadores. En efecto, ¿qué ha querido decir el autor con su absurda frase? ¿Se puede acaso negar que las universidades rusas y otros centros de enseñanza dan cada año una “intelectualidad”(??) que busca únicamente quien le dé el pan de cada día? ¿Se puede acaso negar que sólo la minoría burguesa posee en la actualidad, en Rusia, los medios necesarios para el mantenimiento de esta “intelectualidad”? ¿Puede acaso desaparecer la intelectualidad burguesa en Rusia porque los “amigos del pueblo” digan que “podría” servir a otro dueño que no fuese la burguesía? Sí, “podría”, si no fuese una intelectualidad burguesa. ¡”Podría” no ser burguesa “si” no hubiese en Rusia burguesía y capitalismo! ¡Y hay gente que se pasa la vida repitiendo nada más que estos “si”! Por lo demás, estos señores no sólo se niegan a dar una importancia decisiva al capitalismo sino que en general no quieren ver nada malo en él. Si se eliminaran ciertos “defectos”, entonces tal vez se acomodarían no tan mal dentro del capitalismo. Véase si no esta declaración del señor Krivenko:
    “La producción capitalista y la capitalización de las pequeñas industrias artesanales no son en modo alguno puertas a través de las cuales la industria manufacturera puede tan sólo alejarse del pueblo. Naturalmente, puede alejarse de él, pero también puede entrar en la vida popular y acercarse a la agricultura y a la industria extractiva. Para ello son posibles unas cuantas combinaciones, y pueden servir a este fin tanto otras como estas mismas puertas” (161). El señor Krivenko reúne ciertas cualidades muy buenas, en comparación con el señor Mijailovski. Por ejemplo, franqueza y rectitud. Donde el señor Mijailovski habría escrito páginas enteras de frases pulidas y vivaces, dando vueltas alrededor del tema, sin tocarloj el positivo y práctico señor Krivenko no se anda con rodeos, y sin escrúpulos de conciencia vuelca ante el lector todos los absurdos de sus puntos de vista, sin dejar uno. Resulta pues, que “el capitalismo puede entrar en la vida popular”. ¡Es decir, el capitalismo es posible sin separar al trabajador de los medios de producción! Ciertamente, esto es admirable; ahora, por lo menos, tenemos una idea clarísima de lo que quieren los “amigos del pueblo”. Quieren economía mercantil sin capitalismo, capitalismo sin expropiación y sin explotación, con sólo pequeña burguesía que vegete pacíficamente bajo la protección de terratenientes humanitarios y administradores liberales. Y con aire serio de funcionarios de departamento que tienen la intención de colmar de beneficios a Rusia, se ponen a inventar sistemas bajo los cuales los lobos se hartarán y las ovejas permanecerán incólumes. Para hacernos una idea del carácter de estos sistemas debemos remitirnos al artículo de este mismo autor publicado en el núm. 12 (Los francotiradores de la cultura ): “La forma de artel y estatal de industria — razona el señor Krivenko, imaginándose por lo visto que ya lo “han llamado” “a resolver los problemas económicos prácticos” — no representa en modo alguno todas las posibilidades que caben en este caso. Es posible, por ejemplo, el siguiente sistema.” Y refiere a renglón seguido cómo llegó a la Redacción de Rússkoie Bogatstvo un perito con un proyecto para la explotación técnica de la región del Don por una sociedad anónima de pequeñas acciones (no mayores de 100 rublos). Al autor del proyecto se le propuso modificarlo, más o menos así: “las acciones debían pertenecer, no a particulares, sino a las comunidades rurales; además, la parte de la población que entrase a trabajar en las empresas recibiría el salario corriente y las comunidades rurales le asegurarían la ligazón con la tierra”.
    ¡Qué genio administrativo! ¿No es cierto? ¡Con qué conmovedora sencillez y facilidad se introduce el capitalismo en la vida popular y se eliminan todos sus perniciosos atributos! Lo único que hace falta es ordenar las cosas de manera que por intermedio de la comunidad los ricachos rurales compren acciones* y obtengan dividendos de la empresa en la que trabajaría “parte de la población” a la cual se le asegura la ligazón con la tierra, una “ligazón” tal, que no ofrece la posibilidad de vivir de esta tierra (si no, ¿quién iría a trabajar por “el salario corriente”?) pero que es suficiente para sujetar al hombre a su localidad, esclavizarlo precisamente en la empresa capitalista local y privarlo de la posibilidad de cambiar de patrono. Hablo de patrono, de capitalista, con pleno derecho, porque quien paga al trabajador el salario no puede ser llamado de otro modo.
    Es posible que el lector se queje ya de mí por detenerme tanto en un dislate semejante, que sin duda no merece atención. Pero permítaseme decir que aunque estos sea un disparate, es sin embargo un disparate cuyo estudio resulta útil y necesario porque refleja las relaciones económicosociales que existen en realidad en Rusia, y debido a ello es una de las ideas sociales difundidísimas en nuestro país que los socialdemócratas todavía deberán tener en cuenta durante mucho tiempo. La cuestión está en que el paso del régimen de servidumbre, el paso del modo feudal de producción al modo capitalista en Rusia creó y en parte crea todavía, una situación tal del trabajador que el campesino, al no estar en condiciones de vivir de la tierra y sostener con los productos obtenidos de ella las cargas a que lo somete el terrateniente (y sobre el campesino aún hoy pesan estas cargas ), se vio obligado a buscar “ingresos adicionales”, que al principio, en los buenos tiempos viejos tenían la forma de una ocupación independiente (por ejemplo, de acarreo), o de un trabajo no independiente, pero más o menos bien pagado, debido al desarrollo extraordinariamente débil de este tipo de trabajos. Este estado de cosas aseguró, en comparación con el actual, cierto bienestar a los campesinos, el bienestar del siervo de la gleba, que vegetaba pacíficamente bajo el patrocinio de cien mil nobles jefes de policía y de los nuevos unificadores y acaparadores de la tierra rusa: los burgueses.


    * Hablo de la compra de acciones por los ricos, a pesar de la reserva que hace el autor respecto de que las acciones pertenecerían a las comunidades, porque después de todo, éste habla de la compra de acciones con dinero, que sólo poseen los ricos. Por eso, se realice o no el negocio a través de dichas comunidades, de todas formas sólo podrán pagar los ricos, exactamente como la compra o el arrendamiento de tierra por la comunidad no impide de ningún modo la monopolización de esa tierra por los ricos. Además, los ingresos (dividendos) debe recibirlos también quien ha pagado; de otro modo, las acciones no serían acciones. En tiendo que la proposición del autor significa que determinada parte del beneficio será destinada a “asegurar a los obreros la ligazón con la tierra”. Ahora bien, si no es esto lo que el autor entiende (aunque se desprende inevitablemente de lo que dice), sino que los ricos paguen dinero por las acciones sin recibir dividendos, entonces su proyecto se reduce a que los poseedores compartan sus bienes con los desposeídos. Esto recuerda la anécdota sobre el matamoscas que requería que primero se cazara la mosca y se la pusiera en la vasija, después de lo cual moría al instante.


    Y he aquí que los “amigos del pueblo” idealizan este régimen, dejan a un lado lisa y llanamente sus aspectos oscuros, y sueñan con él, “sueñan” porque hace mucho tiempo que ya no existe, hace mucho tiempo que fue destruido por el capitalismo, que dio origen a la expropiación en masa de los campesinos que trabajaban la tiérra y convirtió las antiguas “ocupaciones auxiliares” en la explotación más desenfrenada de una excesiva oferta de “brazos”.
    Nuestros paladines de la pequeña burguesía quieren precisamente que se conserve la “ligazón” del campesino con la tierra, pero no quieren la servidumbre, que era lo único que garantizaba esta ligazón y que fue desterrada por la economía mercantil y por el capitalismo, que hizo imposible esta ligazón. Quieren ocupaciones auxiliares que no aparten al campesino de la tierra, que — al mismo tiempo que trabaja para el mercado — no engendren la competencia, no creen capital y no sometan a él a la masa de la población. Fieles al método subjetivo en sociología, quieren “tomar” lo bueno de aquí y de allí, pero en rigor, como es natural, este deseo infantil lleva únicamente a sueños reaccionarios que desconocen la realidad, lleva a la incapacidad de comprender y utilizar los aspectos realmente progresistas y revolucionarios del nuevo sistema, y a simpatizar con medidas que eternizan el búeno y viejo régimen del trabajo semiservil, semilibre, que reunía todos los horrores de la explotación y de la opresión, y que no ofrecía posibilidades de salida.
    Para demostrar la exactitud de esta declaración que in cluye a los “amigos del pueblo” entre los reaccionarios, me basaré en dos ejemplos.
    En la estadística del zemstvo de Moscú podemos leer la descripción de la hacienda de cierta señora K. (en el distrito de Podolsk), que causó la admiración (la hacienda y no la descripción) tanto de los estadísticos de Moscú como del señor V. V., si la memoria no m engaña (dicho señor dijo algo sobre esto, según recucrdo, en un artículo de la revista).
    Esta famosa hacienda de la señora K. Ie sirve al señor V. Orlov como “una convincente confirmación práctica” de su tesis favorita, según la cual “donde la labor agrícola de los campesinos se realiza en buenas condiciones, las haciendas de propiedad privada son también mejor explotadas”. De la descripción que el señor Orlov hace de la finca de dicha señora se ve que ésta explota su hacienda mediante el trabajo de campesinos locales, que le trabajan la tierra a cambio de harina, etc., que reciben en préstamo durante el invierno; y que la dueña se preocupa mucho por los campesinos, los ayuda, de modo que ahora son los que mejor viven en el distrito, tienen suficiente cereal “casi hasta la nueva cosecha (antes no les alcanzaba ni hasta la fiesta de San Nicolás)”.
    Cabe preguntar: ¿elimina “semejante arreglo el antagonismo de intereses entre el campesino y el propietario de la tierra”, como piensan los señores N. Kablukov (t. V, pág. 175) y V. Orlov (t. II, págs. 55-59 y otras)?[39] Es evidente que no, pues la señora K. vive del trabajo de sus campesinos. Por consiguiente, la explotación en manera alguna ha sido eliminada. No ver la explotación debido a las buenas relaciones con los explotados, es perdonable para la señora K., pero no para un economista estadístico, que, admirado por este caso, resulta ser igual a los Menschenfreunde * de Occidente, que admiran las buenas relaciones del capitalista con el obrero y hablan con arrobamiento de los casos en que el fabricante se preocupa por los obreros, organiza para ellos proveedurías, construye viviendas, etc. Extraer de la existencia (y, consiguientemente, de la “posibilidad”) de semejantes “hechos”, la conclusión de que no existen intereses antagónicos, significa no ver el bosque a causa de los árboles. Esto en primer lugar.


    * Filántropos. (N. de la Red.)


    En segundo término, por el relato del señor Orlov vemos que los campcsinos de la señora K., “gracias a las excelentes cosechas [la terrateniente les dio buena semilla], pudieron adquirir ganado” y tienen haciendas “florecientes”. Supongamos que estos “campesinos prósperos” se han convertido en campesinos, no “casi”, sino completamente acomodados: que no sólo la “mayoría”, sino todos ellos tienen suficiente cereal, y no “casi” hasta la nueva cosecha, sino justamente hasta la cosecha. Supongamos que poseen bastante tierra, que tienen “establos y pastizales”, de los cuales ahora carecen (¡linda prosperidad!), que reciben en arriendo de la señora K. y pagan con su trabajo. ¿Acaso el señor Orlov piensa que entonces — es decir, si la actividad agrícola de los campesinos fuese realmente floreciente — estos campesinos “harían todos los trabajos en la finca de la señora K. cuidadosa, oportuna y rápidamente”, como lo hacen ahora? ¿O tal vez la gratitud hacia la buena señora que tan maternalmente les extrae hasta la última gota de sangre a estos campesinos prósperos será un incentivo no menos fuerte que la presente situación desesperada de los campesinos, a quienes, después de todo, les es imprescindible tener establos y pastizales?
    Evidentemente, tales son, en esencia, las ideas de los “amigos del pueblo”: como auténticos ideólogos de la pequeña burguesía, no quieren destruir la explotación, sino suavizarla; no quieren la lucha, sino la conciliación. Sus amplios ideales, desde el punto de vista de los cuales atacan con tanto tesón a los socialdemócratas por su estrechez de miras, no van más allá de los campesinos “acomodados”, que cumplen con las “obligaciones” que les imponen los terratenientes y los capitalistas con tal de que los traten con justicia.
    Otro ejemplo. El señor. Iuzhakov, en su bien conocido artículo, titulado “Normas de la propiedad agraria popular en Rusia” (Rússkaia Misl, 1885, núm. 9), expone sus puntos de vista acerca de las proporciones que debe alcanzar la propiedad agraria “popular”, es decir, según la terminología de nuestros liberales, una propiedad agraria que excluye el capitalismo y la explotación. Ahora — después de este magnífico esclarecimiento del asunto por el señor Krivenko — sabemos que él consideró también el caso desde el punto de vista de la “introducción del capitalismo en la vida del pueblo”. Como mínimo de propiedad agraria “popular” tomó unos nadiel que bastarían para cubrir “el aprovisionamiento de cereales y los pagos”[*], y lo restante, según él, se puede sacar “de las ocupaciones adicionales”. . . En otras palabras, él realmente se conformaba con un sistema en el cual el campesino, conservando la ligazón con la tierra, era sometido a una doble explotación, en parte por el terrateniente — en cuanto al “lote” –, en parte por el capitalista — en cuanto a “las ocupaciones adicionales” –. Esta situación de los pequeños productores, sometidos a una doble explotación y reducidos además a condiciones de vida tales que necesariamente engendran el atraso y el embrutecimiento, privados de toda esperanza, no sólo en la victoria, sino también en la lucha de las clases oprimidas, esta situación semimedieval es el nec plus ultra de las perspectivas y los ideales de los “amigos del pueblo”. Y he aquí que cuando el capitalismo, desarrollándose con enorme rapidez en el curso de la historia de Rusia posterior a la Reforma, comenzó a arrancar de cuajo este pilar de la vieja Rusia — el campesinado patriarcal y semisiervo –, a arrancarlo de la situación medieval, semifeudal, en que vivía y a ubicarlo en un medio moderno, puramente capitalista, obligándolo a dejar sus sitios habituales y peregrinar por toda Rusia en busca de trabajo, rompiendo su esclavitud con respecto al “patrono” local y mostrándole las bases de la explotación en general, de una explotación de clase, y no del pillaje de una víbora determinada; cuando el capitalismo comenzó a lanzar en masa al resto de la población campesina, embrutecida y teducida a la condición de ganado, al torbellino de la vida político-social, cada vez más compleja, entonces nuestros paladines comienzan a bramar y gemir, y hablan del hundimiento y destrucción de los pilares de la sociedad. Y ahora continúan también bramando y gimiendo acerca de esos buenos tiempos viejos, aunque parece que en la actualidad hay que ser ciego para no ver el lado revolucionario de este nuevo género de vida, para no ver cómo el capitalismo crea una nueva fuerza social que en nada está ligada al viejo régimen de explotación y que está en condiciones de luchar contra él.


    * Para mostrar la correlación entre este gasto y la parte restante del presupuesto campesino, me baso en los mismos 24 presupuestos del distrito de Ostrogozhsk. El gasto medio de una familia es de 495,39 rublos (en especie y en dinero). De ellos, 109,10 son para el mantenimiento del ganado, 135,80 para la alimentación vegetal y los impuestos, y los restantes 250, 49 para los demás gastos: alimentación no vegetal, ropa, aperos, arriendo y otros. El mantenimiento del ganado lo incluye el señor Iuzhakov en la cuenta de los prados y otras tierras.


    Sin embargo, en los “amigos del pueblo” no se ve ni rastro de deseo de un cambio radical del actual régimen. Se conforman plenamente con medidas liberales en ese terreno, y el señor Krivenko demuestra, en cuanto a la invención de medidas de esta índole, una verdadera capacidad administrativa digna de un Pompadour nativo.
    “En general, esa cuestión — dice, razonando acerca de la necesidad de “un estudio detallado y una trasformación radical” “de nuestra industria popular” — exige un examen especial y una división de la producción en grupos: la que es aplicable a la vida popular [sic!!] y aquella cuya aplicación encuentra dificultades serias de cualquier especie.”
    Un modelo de semejante división en grupos nos lo da eí mismo señor Krivenko, quien divide las industrias artesanales en industrias que no se capitalizan, industrias que ya se han capitalizado, e industrias que pueden “discutir con la gran industria su derecho a la existencia”.
    “En el primer caso — decide el administrador –, la pequeña producción puede existir libremente”: ¿y estar libre del mercado, cuyas oscilaciones originan la diferenciación de los pequeños productores en burguesía y proletariado? ¿Estar libre de la expansión de los mercados locales y de su concentración en un gran mercado? ¿Estar libre del progreso de la técnica? ¿O tal vez este progreso de la técnica — en la economía mercantil — puede también ser no capitalista? En el último caso, el autor exige “la organización de la producción también en gran escala”: “Es claro — dice — que aquí es necesaria la organización de la producción también en gran escala, el capital básico y el circulante, máquinas, etc., o el equilibrio de estas condiciones con otra cosa cualquiera: crédito barato, eliminación de los intermediarios superfluos, forma cooperativa de la agricultura y posibilidad de prescindir del beneficio de empresario, asegurar la venta, in vención de motores más baratos y otros perfeccionamientos técnicos, o, por último, cierta rebaja del salario, si es compensada por otros beneficios”.
    Un razonamiento ultratípico para caracterizar a los “amigos del pueblo”, con sus amplios ideales de palabra y su trivial liberalismo en los hechos. Comienza nuestro filósofo, como se ve, ni más ni menos que con la posibilidad de prescindir del beneficio de empresario y con la organización de la gran explotación agrícola. Magnífico: esto es precisamente LO QUE quieren también los socialdemócratas. ¿Pero cómo quieren conseguirlo los “amigos del pueblo”? Pues para organizar la gran producción sin empresarios hace falta en primer lugar eliminar la organización mercantil de la economía social y suplantarla por la organización colectiva, comunista, en la que el regulador de la producción no sea el mercado, como ahora, sino los productores mismos, la sociedad misma de obreros, en la que los medios de producción no pertenezcan a individuos particulares, sino a toda la sociedad. Esta sustitución de la forma privada de apropiación por la forma colectiva exige, evidentemente, una trasformación previa de la forma de producción, exige la fusión de los procesos dispersos, pequeños y aislados de produccion de los pequeños productores en un solo proceso sociel de producción ; exige, en una palabra, precisamente las condiciones materiales que crea el capitalismo. Pero es que los “amigos del pueblo” no tienen la menor intención de apoyarse en el capitalismo. ¿Cómo, pues, se proponen actuar? No se sabe. Ni siquiera mencionan la supresión de la ezonomía mercantil: es evidente que sus amplios ideales no pueden salir de ninguna manera de los marcos de este sistema de producción social. Además, para la abolición del beneficio de empresario habrá que expropiar a los empresarios, cuyos “beneficios” provienen precisamente del hecho de que han monopolizado los medios de producción. Para esta expropiación de los pilares de nuestra patria es preciso un movimiento popular revolucionario contra el régimen burgués, movimiento del que sólo es capaz el proletariado obrero, que en nada está ligado a este régimen. Pero a los “amigos del pueblo” ni siquiera les pasa por la mente la idea de lucha alguna, ni sospechan que sea posible y necesaria la existencia de cualesquiera otros hombres públicos que no sean los dirigentes de los organismos administrativos de esos mismos empresarios. Es claro que no tienen la menor intención de tomar ninguna medida seria contra el “beneficio de empresario”: el señor Krivenko simplemente ha hablado por hablar. Y en seguida se corrige: se puede, dice, “equilibrar” una cosa como la “posibilidad de prescindir del beneficio de empresario” “con otra cosa cualquiera”, por ejemplo con el crédito, la organización de la venta, los perfeccionamientos de la técnica. O sea, que todo ha sido arreglado de la mejor manera: en lugar de una cosa tan ofensiva para los señores empresarios como la abolición de sus sagrados derechos al “beneficio”, surgen inofensivas medidas liberales que no hacen más que poner en manos del capitalismo mejores armas para la lucha, que no hacen más que fortalecer, reforzar y desarrollar nuestra pequeña burguesía “popular”. Y pata que no queden dudas de que los “amigos del pueblo” defienden sólo los intereses de esta pequeña burguesía, el señor Krivenko añade la siguiente magnífica aclaración. Resulta que la supresión del beneficio de empresario se puede “equilibrar” . . . ¡¡¡”con la rebaja del salario”!!! A primera vista esto parece ser un simple galimatías. Pero no. Es la aplicación coherente de las ideas de la pequeña burguesía. El autor observa un hecho: la lucha del gran capital contra el pequeño, y como verdadero “amigo del pueblo” se coloca, naturalmente, al lado del pequeño . . . capital. Por cierto, oyó decir que uno de los más poderosos medios de lucha de los pequeños capitalistas es la disminución del salario, hecho observado y comprobado con plena exactitud en gran número de industrias también en Rusia, paralelo a la prolongación de la jornada de trabajo. Y he aquí que él quiere salvar a toda costa a los pequeños . . . capitalistas, y propone ¡”cierta rebaja del salario, siempte que ello sea compensado por otros beneficios”! Los señores empresarios, acerca de cuyas “ganancias” parecía se habían dicho al principio cosas algo extrañas pueden estar completamente tranquilos. Yo creo que inclusive nombrarían con gusto ministro de Hacienda a este genial administrador, que proyecta contra los emplesarios la disminución del salario.
    Se puede aducir aún otro ejemplo de cómo de los administradores humanitarios y liberales de R. Bogatstvo sale un burgués de pura sangre, en cuanto se trata de asuntos prácticos de cualquier especie. La “Crónica de la vida del interior”, en el núm. 12, de R. Bogatstvo, trata el tema del monopolio.
    “El monopolio y el sindicato — dice el autor –: tales son los ideales de una industria desarrollada.” Y más adelante se extraña de que estas instituciones surjan también en nuestro país, aunque en él no hay “una fuerte competencia de capitales”. “Ni la industria del azucar ni la del petróleo han alcanzado todavía, en modo alguno, un desarrollo de particular consideración. El consumo tanto de azúcar como de kerosén es, en nuestro país, casi embrionario, si juzgamos por el insignificante consumo por persona de estos productos, en comparación con el de otros países. Al parecer, el campo para el desarrollo de estas ramas de la industria es todavía muy vasto y puede absorber aún gran cantidad de capitales.”
    Es característico que aquí precisamente — en un problema práctico — el autor haya olvidado la idea preferida de R. Bogatstvo sobre la reducción del mercado interno. Se ve obligado a reconocer que este mercado tiene todavía ante sí la perspectiva de un inmenso desarrollo y no de una reducción. Llega a esta conclusión estableciendo la comparación con Occidente, donde el consumo es mayor. ¿Por qué? Porque el nivel cultural es superior. ¿Pero cuál es la base material de esta cultura, sino el desarrollo de la técnica capitalista, en el crecimiento de la economía mercantil y del intercambio, que llevan a los hombres a un contacto recíproco más frecuente y destruyen el aislamiento medieval de las diferentes localidades? ¿No existía en Francia, por ejemplo, un nivel cultural no superior al nuestro antes de la Gran Revolución, cuando aún no se había realizado la división de su campesinado semimedieval en burguesía rural y proletariado? Y si el autor hubiese examinado con mayor atención la vida rusa, no habría podido menos que observar, por ejemplo, el hecho de que en las localidades con un capitalismo desarrollado las necesidades de la población campesina son considerablemente superiores a las de las localidades puramente agrícolas. Esto lo señalan por unanimidad todos los investigadores de nuestras industrias de kustares en todos los casos en que estas industrias alcanzan un desarrollo tal que imponen su sello industrial a toda la vida de la población[*].


    * Como ejemplo me referire aunque solo sea a los kustares de Pávlovo, en comparación con los campesinos de las aldeas circunvecinas. Véase las obras de Grigóriev y Annenski[40]. Tomo intencionadamente como ejemplo, de nuevo, un distrito rural en el que existe, al parecer, un “régimen popular” especial.


    Los “amigos del pueblo” no prestan atención a semejantes “pequeñeces” porque para ellos el asunto se explica en este caso “sencillamente” por la cultura, o por la vida en general, que va alcanzando una mayor complejidad; además ni siquiera se plantean el problema de la base material de esta cultura y de esa mayor complejidad. Pero si dirigiesen sus miradas aunque sólo fuese a la economía de nuestro campo, deberían reconocer que precisamente la diferenciación de los campesinos en burguesía y proletariado crea el mercado interior.
    Piensan, por lo visto, que el crecimiento del mercado de ningún modo significa todavía el crecimiento de la burguesía. “El monopolio — continúa el citado cronista de asuntos del interior — en nuestro país, dado el débil desarrollo de la producción en general, dada la falta de espíritu emprendedor y de iniciativa, será un nuevo freno para el desarrollo de las fuerzas del país.” Hablando del monopolio del tabaco, el autor calcula que “pondrá fuera de la circulación popular 154 millones de rublos”. Aquí se pasa directamente por alto el hecho de que la base de nuestro régimen económico es la economía mercantil, que en nuestro país, como en todas partes, es dirigida por la burguesía. Y en lugar de decir que el monopolio estorba a la burguesía, el autor habla del “país”; en lugar de hablar de la circulación mercantil, burguesa, habla de la circulación “popular”[*]. El burgués nunca está en condiciones de captar la diferencia entre estos conceptos, por inmensa que sea. Para mostrar hasta qué punto, en realidad, ella es evidente, me referiré a una revista que tiene autoridad a los ojos de los “amigos del pueblo”: a Otiéchestviennie Zapiski. En el núm. 2 de 1872, en el artículo La plutocracia y sus bases, leemos:
    “Según la caracterización hecha por Marlo, el rasgo esencial de la plutocracia es el amor a la forma liberal de Estado, o por lo menos al principio de la libertad de adquisición. Si tomamos este signo y recordamos cuál era la situación unos 8 ó 10 años atrás, veremos que en cuanto a liberalismo hemos hecho progresos inmensos [. . .] Cualquiera que sea el periódico o revista que se tome, todos ellos, sin duda, representan más o menos principios democráticos, todos abogan por los intereses del pueblo. Pero junto a las concepciones democráticas e inclusive bajo su cubierta [obsérvese esto], a cada paso, intencionadamente o no, se dan las tendencias plutocráticas.”


    * Hay que culpar al autor del uso que hace de esta palabra, tanto más, cuanto que R. Bogatstvo gusta de emplear la palabra “popular” en oposición a lo que es burgués.


    El autor aduce como ejemplo eí memorial de los comerciantes de San Petersburgo y de Moscú al ministro de Hacienda expresándole la gratitud de ese honorabilísimo sector de la burguesía rusa por el hecho de que “ha basado la situación financiera de Rusia sobre la máxima ampliación de la actividad privada, que es la única fecunda”. Y el autor del artículo concluye: “Es indudable que los elementos y las tendencias plutocráticas existen en nuestra sociedad, y en cantidad considerable.”
    Como usted ve, sus predecesores, en tiempos lejanos, cuando todavía estaban vivas y frescas las impresiones de la gran reforma liberadora (que debía, según el descubrimiento del señor Iuzhakov, abrir vías pacíficas apropiadas para el desarrollo de Ia producción “popular”, pero que en realidad sólo abrió las vías de desarrollo de la plutocracia), no pudieron dejar de reconocer el carácter plutocratico, es decir burgués, de la empresa privada en Rusia.
    ¿Por qué, pues, olvidó usted esto? ¿Por qué al hablar de la circulación “popular” y del desarrollo “de las fuerzas del país” merced al desarrollo “del espíritu emprendedor y de la iniciativa”, no menciona el carácter antagónico de ese desarrollo, el carácter explotador de ese espíritu emprendedor y de esa iniciativa? Cabe y hay que pronunciarse, naturalmente, contra los monopolios e instituciones semejantes, ya que es indudable que empeoran la situación del trabajador; pero no se debe olvidar que, además de todas estas trabas medievales, el trabajador está encadenado por otras todavía más fuertes y novísimas, por las trabas burguesas. Indudablemente, la abolición de los monopolios será útil a todo el “pueblo”, porque cuando la economía burguesa pasa a ser la base de la economía del país, estos restos del orden medieval sólo añaden a las calamidades capitalistas otras peores aún: las medievales. Sin duda alguna, es ineludible acabar con ellas — y cuanto antes, cuanto más radicalmente, tanto mejor –, a fin de desatar las manos a la clase obrera, facilitarle la lucha contra la burguesía, mediante la eliminación, en la sociedad, burguesa, de las trabas semifeudales heredadas por ella.
    Así es como hay que hablar, llamando a las cosas por su nombre: la abolición de los monopolios y de toda otra restricción medieval (que abundan en Rusia) es imprescindible para la clase obrera a fin de facilitarle la lucha contra el orden burgués. Eso es todo. Olvidar, por la coincidencia de los intereses de todo el “pueblo” contra las instituciones medievaíes, feudales, el profundo e inconciliable antagonismo de la burguesía y del proletariado en el seno de este “pueblo”, sólo pueden hacerlo los burgueses.
    Sí; por lo demás, sería absurdo pensar en avergonzar con ello a los “amigos del pueblo”, cuando a propósito de lo que hace falta al campo dicen, por ejemplo, cosas como éstas:
    “Cuando hace unos cuantos años — cuenta el señor Krivenko — ciertos periódicos examinaban qué profesiones y qué tipo de intelectuales eran necesarios en el campo, la enumeración resultó muy grande y variada, y abarcaba casi todos los órdenes de la vida: tras los médicos (hombres y mujeres) iban los enfermeros, tras ellos los abogados, tras los abogados los maestros, los bibliotecarios y libreros, los agrónomos, los peritos forestales y agrícolas en general, los técnicos de las especialidades más diversas (el terreno es muy extenso y todavía está casi virgen), organizadores y directores de instituciones de crédito, de depósitos de mercancías, etc.”
    Detengámonos aunque sólo sea en los “intelectuales” (??) cuya actividad concierne directamente al dominio económico, a estos peritos forestales, agrícolas, técnicos, etc. ¡En efecto, cuán necesarios son estos hombres en el campol ¿Pero en Q U E campo? Naturalmente, en el campo de los terratenientes, en el de los mujiks emprendedores, que tienen “ahorros” y pueden pagar por sus servicios a todos estos profesionales a quienes el señor Krivenko tiene a bien llamar “intelectuales”. Este campo espera, en efecto, desde hace mucho tiempo, técnicos, crédito, depósitos de mercancías: lo atestigua toda la literatura económica. Pero hay también otro campo, mucho más numeroso, que no estaría de más que recordasen con mayor frecuencia los “amigos del pueblo”: es el de los campesinos arruinados y harapientos, despojados hasta de la última hilacha, que no sólo no tienen “ahorros” para pagar el trabajo de los “intelectuales”, sino ni siquiera pan en cantidad suficiente para no morir de hambre. ¡¡Y a este campo quieren ayudarlo con depósitos de mercancías!! ¿Qué guardarán en estos depósitos nuestros campesinos que sólo tienen un caballo, y a veces ninguno? ¿Su ropa? Ya la empeñaron en el año 1891 a los kulaks rurales y urbanos, que, cumpliendo la receta humanitaria y liberal que proponen ustedes, organizaron entonces verdaderos “depósitos de mercancías” en sus casas, tabernas y tiendas. Sólo les quedaron sus “brazos”; pero ni siquiera los funcionarios rusos han ideado hasta ahora “depósitos” para este tipo de mercancía.
    Es difícil concebir una demostración más evidente de la extrema trivialidad de estos “demócratas” que este enternecimiento por los progresos técnicos en el “campesinado” y ese cerrar los ojos a la expropiación en masa de este mismo “campesinado”. El señor Kárishev, por ejemplo, en el núm. 2 de R. Bogatstvo (Esbozos, § XII), con el deleite de un cretino liberal, cuenta los casos de “perfeccionamientos y mejoras” en la agricultura, los casos de “difusión en las haciendas campesinas de variedades seleccionadas de semillas”: avena norteamericana, centeno Vasa, avena de Clydesdale, etc. “En algunos lugares los campesinos reservan para semilla pequeños lotes especiales en los que después de un cuidadoso laboreo siembran a mano granos seleccionados.” “Muchas y muy variadas innovaciones” se observan “en el terreno de los aperos y máquinas perfeccionados”[*]: aporcadoras, arados ligeros, trilladoras, aventadoras, seleccionadoras. Se comprueba “el aumento de la diversidad de abonos”: fosfatos, polvo de hueso, excremento de palomas, etc. “Los corresponsales insisten en la necesidad de organizar en las aldeas almacenes locales de los zemstvos para la venta de fosfatos”, y el señor Kárishev, citando la obra del señor V. V. titulada Tendencias progresistas en la explotación agrícola (a ella hace referencia también el señor Krivenko), se extasia ante todos estos conmovedores progresos:


    * Recuerdo al lectot la distribución de estos aperos perfeccionados en el distrito de Novouzensk: para el 37 por ciento de campesinos (los pobres), o sea 10.000 familias de 28.000: ¡7 aperos sobre 5.724, es decir, 1/8 por ciento! 4/5 de los aperos están monopolizados por los ricos, que constituyen tan solo 1/4 del total de familias.


    “Estos informes que hemos podido exponer sólo en forma abreviada producen una impresión alentadora y a la vez triste [. . .] Alentadora porque este pueblo, empobrecido, cargado de deudas, en buena parte sin caballos, que trabaja sin descanso, no se entrega a la desesperación, no cambia de ocupación sino que permanece fiel a la tierra comprendiendo quc en ella, en la buena atención de ella, está su futuro, su fuerza, su riqueza. [¡Sí, naturalmente! ¡De suyo se comprende que precisamente este mujik empobrecido y sin caballos compra fosfatos, semillas seleccionadas, trilladoras, semillas de avena de Clydesdale! O, sancta simplicitas! ¡¡Y escribe esto, no una colegiala, sino un profesor, un doctor en economía política; dígase lo que se quiera, la mera santa simplicidad no puede explicar esto !!] Febrilmente, busca procedimientos para esta buena atención, busca nuevas vías, sistemas de cultivo, semillas, aperos, abonos, todo lo que ayude a fecundar su madre tierra que tarde o temprano le recompensará por esto con creces[*] [. . .] Producen una impresión triste los informes arriba insertos porque [¿tal vez se piensa que este “amigo del pueblo” recordará aquí aunque sólo sea la expropiación en masa de los campesinos que acompaña y origina la concentración de la tierra en manos de los mujiks emprendedores, la trasformación de ésta en capital, sobre la base de una agricultura mejorada, esa expropiación que precisamente arroja al mercado “brazos” “libres” y “baratos”, que facirltan los éxitos del “espíritu emprendedor” nacional sobre la base de todas esas trilladoras, seleccionadoras, aventadoras? Nada de eso], porque [. . .] somos nosotros mismos quienes debemos despertarnos. ¿Dónde está nuestra ayuda al mujik que lucha por mejorar su sistema de cultivo? Nosotros tenemos acceso a la ciencia, la literatura, los museos, almacenes, oficinas de comisionistas. [Palabra de honor, señores, así está escrito: “ciencia” al lado de “oficinas de comisionistas”. . . Hay que estudiar a los “amigos del pueblo”, no cuando combaten contra los socialdemócratas, porque para este caso se cubren con un manto hecho de andrajos de “ideales de nuestros antepasados”, sino en su ropaje habitual, cuando examinan en detalle las cuestiones de la vida cotidiana. Y entonces se puede apreciar todo el sabor y el color de estos ideólogos de la pequeña burguesía.] ¿Hay algo semejante a disposición del mujik? Hay, naturalmente, embriones, pero no se sabe por qué se desarrollan con dificultad. El mujik quiere ejemplos: ¿dónde están nuestros campos de experimentación, nucstras haciendas modelo? El mujik busca la palabra impresa: ¿dónde están nuestras publicaciones agronómicas populares? [. . .] El mujik busca abonos, aperos, semillas: ¿dónde están en nuestro país los almacenes de los zemstvos con todo eso, el aprovisionamiento al por mayor, las facilidades de adquisición y distribución? ¿Dónde están ustedes, hombres de acción, los particulares y los de los zemstvos? Vayan y trabajen, hace tiempo que ha sonado la hora y
¡Gracias de todo corazón os dará
el pueblo ruso!”
N. Kárishev (R. B., núm. 2, pág. 19).


    * Tiene usted toda la razón, honorable señor profesor, al decir que una agricultura mejorada recompensará con creces a este “pueblo” que no “se entrega a la desesperación” y “permanece fiel a la tierra”. ¿Pero no observa usted, oh gran doctor en economía política, que para la adquisición de todos estos fosfatos, etc., el “mujik” debe destacarse de la masa de míseros hambrientos por la posesión de dinero sobrante y el dinero no es otra cosa que un producto del trabajo social, que va a parar a manos privadas; que la apropiación de la “recompensa” por esa agricultura mejorada será la apropiación del trabajo ajeno ; que ver la fuente de esta abundante recompensa en el celo personal del agricultor que “trabaja sin descanso” para “fecundar la madre tierra”, solo pueden hacerlo los lacayos más miserables de la burguesía?


    ¡Helos aquí a estos amigos de los pequeños burgueses “populares”, deleitados por sus progresos pequeñoburgueses!
    Se diría que, aun al margen del análisis de nuestra economía rural, es suficiente observar este hecho sobresaliente de nuestra historia económica moderna — los progresos comprobados por todos, en la agricultura, paralelos a una gigantesca expropiación del “campesinado” — para persuadirse del absurdo de la idea sobre el “campesinado” ¡como un todo armónico y homogéneo, para persuadirse del carácter burgués de todos estos progresos! Pero los “amigos del pueblo” permanecen sordos a todo esto. Después de abandonar los lados buenos del viejo populismo socialrevolucionario ruso, se han aferrado con fuerza a uno de sus grandes errores: la incomprensión del antagonismo de clases en el seno del campesinado.
    “El populista de la década del 70 — dice con gran acierto Gúrvich — no tenía idea alguna sobre el antagonismo de clase existente en el seno del campesinado, y limitaba este antagonismo exclusivamente a las relaciones entre el ‘explotador’ — kulak o usurero — y su víctima, el campesino, imbuido de espíritu comunista[*]. Gleb Uspenski estaba solo en su escepticismo, respondía con sonrisa irónica a la ilusión general. Con su excelente conocimiento de los campesinos y con su inmenso talento artístico, que penetraba hasta la esencia misma de los fenómenos, no podía dejar de ver que el individualismo se había convertido en la base de las relaciones económicas, no sólo entre el usurero y el deudor, sino entre los campesinos en general. Véase su artículo ‘Cortados por el mismo patrón’, en Rússkaia Misl, año 1882, núm. 1” (obra cit., página 106).


    * “En el seno de la comunidad lural han surgido clases sociales antagónicas”, dice Gúrvich en otro lugar (pág. 104). Cito a Gúrvich sólo como complemento de los datos concretos ya aportados.


    Pero si era permitido e inclusive natural caer en esta ilusión en las décadas del 60 y del 70 — cuando todavía había tan pocos datos relativamente exactos sobre la economía rural, cuando no era aún tan marcada la diferenciación del campesinado –, ahora hay que cerrar premeditadamente los ojos para no ver esta diferenciación. Es en extremo característico que precisamente en los últimos tiempos, cuando la ruina de los campesinos alcanzó, al parecer, su apogeo, se oiga por todas partes hablar de corrientes progresistas en la agricultura. El señor V. V. (también un indiscutible “amigo del pueblo”) ha escrito sobre este tema todo un libro. Y no se le podrá reprochar inexactitud en los hechos aducidos. Por el contrario, hay un hecho que no puede suscitar dudas: el hecho del progreso técnico, agrícola de los campesinos; pero es igualmente indudable el hecho de la expropiación en masa de los campesinos. Y he aquí que los “amigos del pueblo” concentran toda su atención en que el “mujik” busca febrilmente nuevos sistemas de cultivo, que le ayuden a fecundar la madre tierra, perdiendo dc vista el reverso de la medaíla, la febril separación del “mujik” de la tierra. Ocultan la cabeza como avestruces para no mirar cara a cara la realidad, para no ver que asisten precisamente al proceso de trasformación en capital de esa tierra de la que son separados los campesinos, al proceso de creación de un mercado interior*. ¡Traten de refutar la existencia en nuestra comunidad campesina de estos dos procesos diametralmente opuestos, traten de explicarlo de otro modo que por el carácter burgués de nuestra sociedad! ¡Ni pensarlo! Cantar aleluyas y deshacerse en frases humanitarias y bienintencionadas: he aquí el alfa y omega de toda su “ciencia”, de toda su “actividad” política.
    E inclusive elevan estos tímidos remiendos liberales del actual orden de cosas al rango de una filosofía. “Una actividad pequeña, genuina — razona con gran profundidad el se ñor Krivenko — es mucho mejor que una gran inactividad.” Nuevo e ingenioso. Y además — continúa –, “una actividad pequeña no es de ningún modo sinónimo de una pequeña finalidad”. Como ejemplo de esta “ampliación de la actividad”, cuando una acción pequeña se convierte en “justa y buena”, menciona la labor de una señora dedicada a la organización de escuelas; después, la actividad de los abogados entre los campesinos, encaminada a desalojar a los picapleitos; el propósito de los abogados de trasladar a provincias las sesiones de los tribunales regionales, para poder defender así a los procesados en el lugar; por último, la organización, ya conocida por nosotros, de los almacenes de los kustares: la ampliación de la actividad (hasta alcanzar las proporciones de gran finalidad) debe consistir aquí en la organización de almacenes “a través de los esfuerzos combinados de los zemstvos en los centros más animados”.


    * Las búsquedas de “nuevos sistemas de cultivo” son precisamente “febriles” porque el mujik emprendedor se ve precisado a explotar una hacienda más grande, y no puede hacer frente a ello con los viejos métodos; precisamente porque a esta búsqueda de nuevos sistemas obliga la competencia, ya que la agricultura adquiere un carácter cada vez mas mercantil, burgués.


    Todas éstas son, naturalmente, obras muy elevadas, humanitarias y liberales: “liberales” porque depurarán el sistema económico burgués de todas sus restricciones medievales facilitando así que el obrero luche contra dicho sistema, que, se comprende, no sólo quedará intacto, sino, por el contrario, fortalecido con semejantes medidas, y todo esto hace ya mucho tiempo que lo venimos leyendo en todas las publicaciones liberales rusas. No valdría la pena salir al paso de esto si no nos obligaran a ellos los señores de R. B., quienes se han puesto a destacar estos “tímidos brotes de liberalismo” C O N T R A los socialdemócratas y como ejemplo para éstos, reprochándoles además el abjurar de los “ideales de nuestros antepasados”. Lo menos que podemos decir es que esto tiene gracia: refutar a los socialdemócratas proponiendo y señalando una actividad liberal (esto es, al servicio de la burguesía) tan moderada y correcta. Y a propósito de los antepasados y de sus ideales hay que observar que, por erróneas y utópicas que fuesen las viejas teorías de los populistas rusos, en todo caso mantenían una actitud INCONDICIONALMENTE negativa frente a semejantes “tímidos brotes de liberalismo”. Tomo esta última expresión de un artículo del señor N. Mijailovski: “A propósito de la edición rusa del libro de C. Marx” (Otiéchestviennie Zapiski, 1872, núm. 4), escrito con un estilo vivaz, ágil y fresco (en comparación con sus escritos actuales), y que es una impetuosa protesta contra el propósito de no ofender a nuestros jóvenes liberales.
    Pero esto sucedió hace mucho tiempo, tanto, que los “amigos del pueblo” lo han olvidado por completo y han mostrado en forma patente, con su táctica, que cuando falta la crítica materialista de las instituciones políticas, cuando no se comprende el carácter de clase del Estado moderno, no hay más que un paso del radicalismo político al oportunismo político.
    Veamos algunos ejemplos de este oportunismo:
    “La trasformación del ministerio de Bienes del Estado en ministerio de Agricultura — declara el señor Iuzhakov — puede ejercer una profunda influencia en el curso de nuestro desarrollo económico, pero puede también resultar tan sólo un cambio de funcionarios” (núm. 10 de R. B.).
    Todo depende, por lo tanto, de a quién “se llame”: a los amigos del pueblo o a los representantes de los intereses de los terratenientes y capitalistas. Los intereses en sí pueden no ser tocados.
    “Proteger al económicamente débil del económicamente fuerte es la primera tarea natural de la intervención del Estado”, continúa en el mismo artículo el señor Iuzhakov, y es apoyado con iguales expresiones por el cronista de asuntos del interior en el núm. 2 de R. B. Y para no dejar dudas de que interpreta este absurdo filantrópico[*] exactamente como sus dignos colegas, los ideólogos liberales y radicales de la pequeña burguesía en Europa occidental, añade a continuación:
    “Los Land Bills de Gladstone[41], los seguros obreros de Bismarck[42], la inspección fabril, la idea de nuestro Banco campesino, la organizáción de las migraciones, las medidas contra los kulaks, todos éstos son intentos de aplicación de este principio de la intervención del Estado, con el fin de proteger al económicamente debil.”


    * Absurdo porque la fuerza del “económicamente fuerte” consiste, entre otras cosas, en que tiene en sus manos el poder político. Sin él no podría mantener su dominación económica.


    Esto está bien, porque es franco. El autor afirma abiertamente que es partidario de las relaciones sociales existentes, tal como los señores Gladstone y Bismarck; igual que ellos quiere zurcir y remendar la sociedad moderna (burguesa, cosa que él no comprende, como tampoco lo comprenden los partidarios de Gladstone y Bismarck en Europa occidental), y no luchar contra ella. En completa armonía con ésta su concepción teórica fundamental, está la circunstancia de que ven un instrumento de las reformas en un órgano cimentado en esta sociedad moderna y que defiende los intereses de sus clases dominantes: el Estado Lo consideran abiertamente todopoderoso y situado por encima de todas las clases, y esperan de él, no sólo el “apoyo” al trabajador, sino también la creación de un orden de cosas verdadero y justo (como lo hemos escuchado del señor Krivenko). Se comprende, por lo demás, que de ellos, ideólogos acérrimos de la pequeña burguesía, no se puede esperar otra cosa. Pues uno de los rasgos fundamentales y característicos de la pequeña burguesía, rasgo que, por lo demás, la convierte en una clase reaccionaria, consiste en que el pequeño productor, disperso y aislado por ías condiciones mismas de la producción, sujeto a determinado lugar y a determinado expíotador, no está en condiciones de comprender el carácter de clase de esta explotación y de esta opresión, de ías que sufre a veces no menos que el proletario, no está en condiciones de comprender que tampoco el Estado en la sociedad burguesa puede dejar de ser un Estado de clase*.
    ¿Por qué, pues, sin embargo, honorabilísimos señores “amigos del pueblo”, hasta ahora — y con particular energía desde la Reforma liberadora –, nuestro gobierno “ha apoyado, defendido y fomentado” sólo a la burguesía y aí capitalismo? ¿Por qué esta actividad nociva de este gobierno absoluto, supuestamente situado por encima de las clases, ha coincidido precisamente con un período histórico que se caracteriza en la vida interna del país por el desarrollo de la economía mercantil, del comercio y de la industria? ¿Por qué piensan ustedes que estos últimos cambios en la vida interna del país son el efecto, y la política del gobierno la causa, a pesar de que estos cambios eran tan profundos en la sociedad que el gobierno ni siquiera los advirtió y les puso infinidad de obstáculos, y a pesar de que ese mismo gobierno “absoluto”, en otras condiciones de la vida interna del país, “apoyó”, “defendió” y “fomentó” a otra clase?


    * Por eso los “amigos del pueblo” son los peores reaccionarios cuando sostienen que la función natural del Estado es proteger al económicamente débil (así debería ser según su trivial moral de viejas), cuando toda la historia rusa y la política interior atestiguan que la función de nuestro Estado es proteger sólo a los terratenientes feudales y a la gran burguesía, y reprimir del modo más feroz todo intento de defenderse “de los económicamente débiles “. Y ésta, por cierto, es su función natural, porque el absolutismo y la burocracia están imbuidos hasta el tuétano de espíritu burgués-feudal y porque en el terreno económico la burguesía reina y gobierna con poder indivisible, manteniendo al obrero “dócil como un cordero”.
 
  ¡Oh, los “amigos del pueblo” nunca se plantean semejantes interrogantes! Todo eso es materialismo y dialéctica, “hegelianismo”, “mística y metafísica”. Piensan sencillamente que si se le pide con suficiente dulzura y humildad, este gobierno pondrá todo en orden. Y por lo que se refiere a la humildad, hay que hacer justicia a R. Bogatstvo : por cierto que, aún entre la prensa liberal rusa, se destaca por la incapacidad de conducirse con alguna independencia. Juzguen ustedes mismos:
    “La abolición del impuesto a la sal, la abolición de la capitación y la reducción de los pagos de rescate de la tierra” constituyen, en opinión del señor Iuzhakov, “un considerable alivio para la economia nacional”. ¡Naturalmente! ¿Pero no fue acompañada la abolición del impuesto a la sal por la creación de numerosos nuevos impuestos indirectos y por el aumento de los antiguos? ¿No fue acompañada la abolición de la capitación por un aumento de los pagos de los campesinos antiguos siervos del Estado, so pretexto de incluirlos en el sistema del rescate? ¿No queda aún ahora, después de la famosa disminución de los pagos de rescate (con la que el Estado no devolvió a los campesinos ni siquiera la ganancia que recibió de las operaciones de rescate) una falta de correspondencia entre los pagos y los ingresos obtenidos de la tierra, es decir una supervivencia directa de los censos para librarse de los tributos feudales? ¡No importa! ¡Lo importante aquí es sólo el “primer paso”, el “principio”, y luego . . . , luego se podrá pedir más!
    Pero esto son sólo las flores. Veamos ahora los frutos:
    “La década del 80 aligeró las cargas que pesaban sobre el pueblo [con las medidas señaladas] y lo salvó así de la ruina total.”
    Esta es también una frase clásica por su desvergonzado servilismo, que sólo se puede colocar al lado de la declaración arriba citada del señor Mijailovski, de que aún necesitamos crear el proletariado. No se puede por menos que recordar a este propósito la incisiva descripción hecha por Schedrín, de la evolución del liberal ruso[43]. Comienza este liberal pidiendo a las autoridades el “máximo de reformas posible”; continúa luego mendigando “aunque s~lo sea algo” y termina adoptando la eterna e inconmovible posición de “amoldarse a la bajeza”. ¡¡Qué se puede decir de los “amigos del pueblo” sino que han tomado esta posición eterna e inconmovible, cuando ellos, bajo la impresión fresca del hambre sufrida por millones de seres, ante la cual el gobierno se comportó primero con una avaricia de mercachifle y luego con una cobardía también propia de un mercachifle, dicen en letras de molde que el gobierno salvó al pueblo de la ruina total!! Pasarán unos cuantos años más señalados por una expropiación aún más rápida de los campesinos, el gobierno añadirá a la creación del ministerio de Agricultura la abolición de uno o dos impuestos directos y el establecimiento de unos cuantos nuevos impuestos indirectos, después el hambre alcanzará a 40 millones de personas, y estos señores escribirán exactamente lo mismo: ¡ya ven! ¡Pasan hambre 40 y no 50 millones; esto, porque el gobierno aligeró las cargas que pesaban sobre el pueblo y lo salvó de la ruina total; esto, porque el gobierno escuchó a los “amigos del pueblo” y creó el ministerio de Agricultura!
    Otro ejemplo:
    El cronista de asuntos del interior, en el núm. 2 de R. B., hablando de que Rusia ¡¡”por fortuna” (sic!) es un país atrasado, “que conserva elementos que le permiten basar su régimen económico en el principio de la solidaridad”[*], dice que por eso está en condiciones de intervenir “en los asuntos internacionales como exponente de la solidaridad económica” y que su indiscutible “poderío político” aumenta las probabilidades que tiene para ello!!
    ¡Este gendarme de Europa, baluarte permanente e inconmovible de toda reacción, y que ha llevado al pueblo ruso a una humillación tal que, viviendo subyugado en su propio país, ha servido de instrumento para subyugar a los pueblos de Occidente, este gendarme es elevado a la categoría de exponente de la solidaridad económica!
    ¡Esto supera ya toda medida! Los señores “amigos del pueblo” dejan atrás a los liberales. No sólo ruegan al gobierno, sino que le rezan, haciendo genuflexiones hasta el suelo con tal fervor que hasta da miedo de que cruja su frente de fieles vasallos al golpear en el piso.
    ¿Recuerdan ustedes la definición alemana del filisteo?
Was ist der Philister?
Ein hohler Darm,
Voll Furcht und Hoffnung,
Dass Gott erbarm **.


    * ¿Entre quiénes? ¿Entre el terrateniente y el campesino? ¿Entre el mujik emprendedor y el desharrapado? ¿Entre el fabricante y el obrero? Para comprender este clásico “principio de solidaridad” hay que recordar que la solidaridad entre el empresario y el obrero se consigue “por la rebaja del salario”.
    ** En aleman en el original: ¿Qué es un filisteo? Una tripa vacía, rellena de cobardía y de esperanza en la misericordia de Dios. (Goethe). (N. de la Red.)


    Esta definición no es del todo adecuada para nuestros asuntos. Dios. . . Dios ocupa entre nosotros un lugar secundario. En cuanto a las autoridades, eso ya es otra cosa. Y si en esta definición sustituimos la palabra “Dios” por la palabra “autoridades”, tendremos la más exacta expresión del campo ideológico, del nivel moral y del valor cívico de los “amigos del pueblo” rusos humanitarios y liberales.
    A esta tan absurda concepción del gobierno los “amigos del pueblo” añaden la correspondiente actitud hacia la llamada “intelectualidad”. El señor Krivenko escribe: “La literatura” . . debe “valorar los fenómenos según su sentido social y estimular cada intento activo de lograr el bien. Ha insistido y continúa insistiendo en la insuficiencia de maestros, médicos, técnicos, en que el pueblo sufre enfermedades, se empobrece [¡hay pocos técnicos!], es analfabeto, etc., y cuando aparecen hombres que aburridos de pasar las horas junto al tapete verde, de intervenir en los espectáculos de aficionados y comer pasteles de esturión en las recepciones organizadas por los mariscales de la nobleza en provincias, se ponen al trabajo con una abnegación singular [¡no es para menos: sacrificaron el tapete verde, los espectáculos y los pasteles!], venciendo numerosos obstáculos, la literatura debe felicitarlos”.
    Dos páginas más adelante, con la seriedad práctica de un funcionario experimentado, reprende a quienes “han vacilado ante la cuestión de aceptar o no los puestos de superintendentes de los zemstvos, alcaldes urbanos, presidentes y concejales de los zemstvos, designados con arreglo a los nuevos estatutos En una sociedad con una elevada conciencia de las necesidades y deberes cívicos [¡escuchen, señores: ciertamente, esto vale tanto como los discursos de los famosos Pompadour rusos, de unos Baránov o Kosich cualesquiera!] serían inconcebibles semejantes vacilaciones y actitudes tales ante el problema, porque esta sociedad asimilaría a su manera cada reforma que contuviera facetas vitales, es decir, desarrollaría los aspectos útiles y convertiría en letra muerta los inútiles; en cuanto a las reformas carentes por completo de vitalidad, seguirían siendo un cuerpo extraño”.
    ¡El diablo sabe qué es esto! ¡Qué oportunismo barato, y qué indulgencia en la autoadmiración! La tarea de la literatura consiste en reunir chismes de salón sobre los malvados marxistas, hacer reverencias al gobierno por haber salvado al pueblo de la ruina total, felicitar a los hombres que se aburrían de pasar las horas junto al tapete verde, enseñar al “público” a no renunciar a puestos como el de superintendente de los zemstvos. . . ¿Pero qué es lo que estoy leyendo? ¿Nedielia [44] o Nóvoie Vremia? No, es Rússkoie Bogatstvo, órgano de los demócratas rusos avanzados. . .
    Y semejantes señores hablan de los “ideales de nuestros antepasados”, pretenden que ellos, precisamente ellos, conservan las tradiciones de los tiempos en que Francia difundía por toda Europa las ideas del socialismo y en que la asimilación de estas ideas produjo en Rusia las teorías y las doctrinas de Herzen y de Chernishevski. Esto ya es del todo escandaloso, y sería profundamente indignante y ofensivo si Rússkoie Bogatstvo no fuese tan ridícula, si semejantes declaraciones en las páginas de tal revista no provocasen una risa homérica. ¡Sí, ustedes mancillan estos ideales! ¿En qué consistían en realidad estos ideales de los primeros socialistas rusos, de los socialistas de aquella época que con tanto acierto caracterizó Kautsky con estas palabras:
    — “Cuando cada socialista era un poeta, y cada poeta, un socialista.”
    — La fe en un orden social especial, en el sistema comunal de la vida rusa ; de ahí la fe en la posibilidad de una revolución socialista campesina : he aquí lo que los animaba, lo que alzaba a decenas y centenares de hombres a la lucha heroica contra el gobierno. Y no se podrá reprochar a los socialdemócratas no haber sabido valorar el inmenso mérito histórico de estos hombres, los mejores de su tiempo, no haber sabido respetar profundamente su memoria. Pero yo pregunto: ¿dónde está ahora esta fe? No existe; hasta tal punto no existe, que cuando el señor V. V. intentó demostrar el año pasado que la comunidad rural educa al pueblo en la actividad solidaria, y es un centro de sentimientos altruistas, etc., hasta el señor Mijailovski se sintió avergonzado y replicó púdicamente al señor V. V. que “ningún estudio ha demostrado la ligazón de nuestra comunidad rural con el altruismo”. En efecto, tal estudio no existe. Y lo que son las cosas: hubo un tiempo en que sin necesidad de investigación alguna los hombres creían, y creían sin reservas.
    ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Sobre qué fundamento? . . .
    — “cada socialista era un poeta, y cada poeta, un socialista”.
    Y además — añade el mismo señor Mijailovski — todos los investigadores escrupulosos están de acuerdo en que el campo se está dividiendo, dando lugar a que surja, por una parte la masa del proletariado y por la otra un puñado de “kulaks” que tienen bajo su bota al resto de la población; y de nuevo tiene razón: el campo realmente se está dividiendo. Es más, hace ya mucho tiempo que se ha dividido por completo. Junto con él se ha dividido también el viejo socialismo campesino ruso, y cedió su lugar, por una parte al socialismo obrero, y por la otra degeneró en un vulgar radicalismo pequeñoburgués. No se puede llamar a esta trasformación de otro modo que degeneración. De la doctrina que sostenía que la vida campesina constituye un orden social especial y que nuestro país ha emprendido una vía excepcional de desarrollo, nacio un eclecticismo diluido, que no puede ya negar que la economía mercantil ha pasado a ser la base del desarrollo económico, que se ha trasformado en capitalismo, pero que no quiere ver el carácter burgués de todas las relaciones de producción, no quiere ver la necesidad de la lucha de clases bajo este régimen. Del programa político que pretendía alzar a los campesinos a la revolución socialista contra los fundamentos de la sociedad moderna [*] ha surgido un programa que pretende hacer remiendos, “mejorar” la situación de los campesinos, manteniendo los fundamentos de la sociedad actual.
    Hablando estrictamente, todo lo anterior ha podido dar una idea de la “crítica” que se puede esperar de estos señores de Rússkoie Bogatstvo, cuando emprenden la tarea de “fulminar” a los socialdemócratas. No hay ni siquiera intentos de exponer de una manera franca y honesta la interpretación socialdemócrata de la realidad rusa (podrían muy bien hacerlo, y eludir la censura, si pusieran el acento en el aspecto económico, si emplearan las mismas expresiones un tanto alegóricas que utilizaron en toda su “polémica”) y de objetar la esencia de esta interpretación, objetar la exactitud de sus conclusiones prácticas. En lugar de ello prefieren salir del paso con frases sin el menor contenido acerca de esquemas abstractos y de la fe en ellos, acerca del convencimiento de la necesidad de que cada país recorra la fase. . . y otras tonterías por el estilo, que hemos tenido suficiente ocasión de ver en el señor Mijailovski. Además, hay tetgiversaciones descaradas. El señor Krivenko, por ejemplo, declara que Marx “reconocía que a nuestro país le era posible, si lo deseaba [¡¿¿Así, pues, según Marx, la evolución de las relaciones económicosociales depende de la voluntad y de la conciencia de los hombres??! ¡¿Qué es esto: ignorancia ilimitada o desverguenza sin igual?!] y actuaba de conformidad, evitar las vicisitudes del capitalismo y recorrer otro camino, más conveniente [sic!!!] “.


    * A esto se reducían, en esencia, todos nuestros viejos programas revolucionarios, comenzando aunque sólo sea por los bakuninistas y los rebeldes, continuando por los populistas y terminando con los partidarios de “Naródnaia Volia”, los cuales también tenían la seguridad de que los campesinos enviarían una cantidad aplastante de socialistas al futuro Zemski Sobor y esta seguridad no ocupaba el último lugar.


    Nuestro paladín pudo decir este absurdo recurriendo a una superchería descarada. Al citar un pasaje de la conocida Carta de Carlos Marx (Iuríd. Viest., 1888, núm. 10) — donde Marx habla de su alta estima por Chernishcvski, quien consideraba posible para Rusia “no sufrir los tormentos del régimen capitalista” –, el señor Krivenko cierra las comillas, es decir, da por terminada la reproducción exacta de las palabras de Marx (que terminan así: “él [Chernishevski] se pronuncia por esta última solución”) y añade: “Y yo, dice Marx, comparto [la cursiva es del señor Krivenko] estas opiniones” (pág. 186, núm. 12).
    Pero Marx en realidad dijo: “Y mi honorable crítico tendría por lo menos tanta razón para inferir de mi estima a este ‘gran crítico y erudito ruso’ que comparto sus opiniones sobre el tema, como para deducir de mi polémica con el ‘escritor'[45] y paneslavista ruso que las rechazo.” (Iuríd. Viest., 1888, núm. 10, pag. 271.)
    Así Marx dice que el señor Mijailovski no tenía derecho a ver en él un adversario de la idea sobre el desarrollo especial de Rusia, porque respetaba también a quienes sostenían esta idea, pero el señor Krivenko lo interpreta falsamente al decir que Marx “reconocía” este desarrollo especial. Es una tergiversación manifiesta. La afirmación de Marx que hemos citado demuestra con absoluta claridad que rehúye dar una respuesta que vaya al fondo de la cuestión: “el señor Mijailovski habría podido tomar como fundamento una cualquiera de las dos observaciones contradictorias, es decir, no tenía razón para basarse ni en la una ni en la otra al extraer sus conclusiones acerca de mi punto de vista sobre los asuntos rusos en general”. Y a fin de que estas observaciones no dieran motivos para falsas interpretaciones, Marx, en esa misma “carta”, da respuesta directa a la pregunta sobre la aplicación que puede tener su teoría en Rusia. Dichares puesta demuestra con singular nitidez que Marx rehúye dar una contestación que vaya al fondo del asunto, rehúye el análisis de los datos rusos, que son los únicos que pueden resolver la cuestión: “Si Rusia — respondía él — aspira a convertirse en una nación capitalista según el modelo de los países de Europa occidental — y en este aspecto se ha perjudicado mucho en el curso de los últimos años –, no lo conseguirá sin haber trasformado previamente una buena parte de sus campesinos en proletarios.”
    Me parece que está muy claro: la cuestión consistía precisamente en si Rusia tendía a convertirse en una nación capitalista, en si la ruina de sus campesinos era un proceso de creación del régimen capitalista, del proletariado capitalista; y Marx dice que “si” Rusia tiende a ello, será necesario convertir una buena parte de los campesinos en proletarios. En otras palabras, la teoría de Marx consiste en investigar y explicar la evolución del sistema económico de determinados países, y su “aplicación” a Rusia puede consistir sólo en INVESTIGAR las relaciones rusas de producción y su evolución[*] UTILIZANDO los procedimientos elaborados por el método MATERIALISTA y por la economía política TEORICA.


    * Esta conclusión, lo repito, no podía menos que ser clara para todo el que hubiera leido el Manifiesto comunista, la Miseria de la filosofía y El capital, y sólo para el señor Mijailovski era preciso un esclarecimiento especial.


    La elaboración de la nueva teoría metodológica y político-económica significó un progreso tan gigantesco de la ciencia social, un avance tan colosal para el socialismo, que casi inmediatamente después de la aparición de El capital el principal problema teórico para los socialistas rusos pasó a ser el del “destino del capitallsmo en Rusia”; era el centro de las discusiones más acaloradas, y de acuerdo con él se decidían las tesis programáticas más importantes. Y es notable que cuando (diez años atrás) apareció un grupo particular de socialistas que respondió en forma afirmativa a la pregunta de si la evolución de Rusia era capitalista y basó esta respuesta en los datos de la realidad económica rusa, no halló una crítica directa y definida en cuanto al fondo del asunto, una crítica que tomase esos mismos fundamentos generales metodológicos y teóricos, y explicase de manera distinta los datos correspondientes.
    Los “amigos del pueblo”, que han emprendido una verdadera cruzada contra los marxistas, no defienden sus posiciones con un análisis objetivo de los hechos. Salen del paso con frases, como vimos en la primera parte. Además, el señor Mijailovski no pierde ocasión de ejercitar su ingenio diciendo que entre los marxistas no hay unanimidad, que no se han puesto de acuerdo entre sí. Y “nuestro conocido” N. Mijailovski ríe con sumo júbilo de su agudeza acerca de los marxistas “auténticos” y “no auténticos”. Es verdad que entre los marxistas no hay completa unanimidad. Pero, en primer lugar, este hecho ha sido tergiversado por el señor Mijailovski, y en segundo lugar demuestra, no la debilidad, sino precisamente la fuerza y la vitalidad de la socialdemocracia rusa. Uno de los rasgos característicos de los últimos tiempos es que los socialistas llegan a abrazar las concepciones socialdemócratas siguiendo diferentes caminos, razón por la cual, aunque están indiscutiblemente de acuerdo en la tesis fundamental y principal de que Rusia es una sociedad burguesa que ha surgido del régimen de servidumbre, que su forma política es un Estado de clase y que el único camino para abolir la explotación del trabajador consiste en la lucha de clases del proletariado, en muchos aspectos particulares discrepan, tanto en la argumentación como en la interpretación detallada de tales o cuales fenómenos de la vida rusa. Por eso puedo alegrar de antemano al señor Mijailovski declarando que también en los problemas que, por ejemplo, han sido tocados en estas rápidas notas — sobre la Reforma campesina, sobre la situación económica de la agricultura y de las industrias de kustares, sobre los arrendamientos rurales, etc. –, existen diferentes opiniones, dentro de los límites de las premisas fundamentales que acabamos de mencionar, compartidas por todos los socialdemócratas. La unanimidad de quienes se contentan con la aceptación unánime de “elevadas verdades” como aquellas que dicen que la Reforma campesina podría abrir a Rusia caminos pacíficos para un desarrollo justo, que el Estado podría apelar, no a los representantes de los intereses del capitalismo, sino a los “amigos del pueblo”, que la comunidad rural podría socializar la agricultura junto con la industria manufacturera, a la que el kustar podría convertir en gran producción, que el arrendamiento popular era el punto de apoyo de la agricultura popular ; esta enternecedora y emocionante unanimidad ha sido sustituida por la discrepancia entre quienes buscan la explicación de la organización económica real, presente, de Rusia como un sistema de determinadas relaciones de producción, la explicación de su evolución económica efectiva, de sus superestructuras políticas y de toda otra índole.
    Y si semejante trabajo, que lleva desde diferentes puntos de vista al reconocimiento de la tesis general que indiscutiblemente determina también la actividad política solidaria, y por eso da derecho y obliga a todos los que la aceptan a considerarse y llamarse “SOCIALDEMOCRATAS “, deja todavía un amplio margen de diferéncias de opinión sobre una gran cantidad de problemas particulares resueltos en diferentes sentidos, esto, naturalmente, sólo demuestra la fuerza y la vitalidad de la socialdemocracia rusa*.


    * Por la sencilla razón de que hasta ahora no se ha ballado solución alguna a estos problemas. No se puede, en efecto, llamar solución del problema del arriendo a la afirmación de que “el arrendamiento popular sirve de sostén a la agricultura popular”, o a una descripción como la siguiente del sistema de laboreo de las tierras de los terratenientes con los aperos de los campesinos: “el campesino ha demostrado ser más fuerte que el terrateniente”, quien “ha sacrificado su independencia en beneficio del campesino independiente”; “el campesino ha arrancado de manos del terrateniente la gran producción”; “el pueblo es el vencedor en la lucha por las formas de técnica agrícola”. Esta es la huera charlatanería liberal empleada en Destinos del capitalismo, de “nuestro conocido” señor V. V.


    Por lo demás, las condiciones de este trabajo son tan malas, que es difícil imaginar algo peor: no hay ni puede haber un organismo que una los diferentes aspectos del trabajo; en las condiciones de nuestro régimen policíaco, las relaciones privadas son en extremo difíciles. Se comprende que los socialdemócratas no puedan ponerse de acuerdo como es debido y convenir en los detalles, se comprende que discrepen entre sí. . .
    ¿Verdad que es gracioso?
    En la “polémica” del señor Krivenko con los socialdemócratas puede despertar perplejidad la circunstancia de que él habla de ciertos “neomarxistas”. Algún lector pensará que entre los socialdemócratas ha ocurrido algo parecido a una escisión, que los “neomarxistas” se han separado de los viejos socialdemócratas. Nada de eso. Nadie, en parte alguna nunca ha presentado públicamente una crítica de las teorías y del programa de los socialdemócratas rusos, en nombre del marxismo y en defensa de un marxismo diferente. La cuestión está en que los señores Krivenko y Mijailovski se han hecho eco de las diversas murmuraciones de salón acerca de los marxistas, han prestado oídos a los diferentes liberales que ocultan bajo el escudo del marxismo su esterilidad liberal y con el ingenio y el tacto que les son propios, provistos de semejante equipo, han emprendido la “crítica” de los marxistas. No es extraño que esta “crítica” constituya una cadena continua de absurdos y sucios exabruptos.
    “Para ser consecuentes — razona el señor Krivenko — hay que dar a esto una respuesta afirmativa” [a la pregunta: “¿no conviene esforzarse en el desarrollo de la industria capitalista?”] y “no estremecerse ante el acaparamiento de la tierra de los campesinos o ante la apertura de tiendas y tabernas”, hay que “alegrarse del éxito de los numerosos taberneros que hay en la Duma, ayudar a los todavía más numerosos acopiadores del trigo campesino.”
    En verdad, es divertidísimo. Traten de decir a este “amigo del pueblo” que la explotación del trabajador en Rusia es, por su esencia, en todas partes capitalista, que los mujiks emprendedores y los acopiadores deben ser contados entre los representantes del capitalismo por tales y cuales rasgos político-económicos que demuestran el carácter burgués de la diferenciación campesina, y proferirá alaridos, llamará a esto increíble herejía, comenzará a gritar diciendo que se toman a ciegas fórmulas y esquemas abstractos de Europa occidental (pasando por alto sin embargo, cuidadosamente, el significado real de la “herética” argumentación). Y cuando hay que cargar de colores los “horrores” que traen consigo esos malvados marxistas, entonces ya se puede dejar a un lado la alta ciencia y los puros ideales, entonces se puede inclusive reconocer que los que acaparan el trigo de los campesinos y la tierra de los campesinos son realmente representantes del capitalismo, y no sólo “cazadores” de bienes ajenos.
    Traten de demostrar a este “amigo del pueblo” que la burguesía rusa no sólo se apropia ya ahora, en todas partes, del trabajo del pueblo, debido a que ella sola concentra en sus manos los medios de producción, sino que también presiona sobre el gobierno, engendrando, imponiendo y determinando el carácter burgués de su política; se pondrá completamente frenético, comenzará a hablar a gritos de la omnipotencia de nuestro gobierno, de que éste, sólo por una fatal incomprensión y desdichada casualidad, “apela” exclusivamente a los representantes de los intereses del capitalismo y no a los “amigos del pueblo”, que dicho gobierno implanta en forma artificial el capitalismo. . . Y en este barullo ellos mismos deben reconocer, precisamente como representantes del capitalismo, a los taberneros que están en la Duma, es decir, uno de los elementos de este mismo gobierno que, según ellos, está situado por encima de las clases. ¿Pero señores, acaso los intereses del capitalismo están representados en nuestro país, en Rusia, tan sólo en la “duma” y tan sólo por los “taberneros”? . . .

    Por lo que se refiere a sucios exabruptos, los hemos visto en cantidad más que suficiente en el señor Mijailovski y los volvemos a encontrar en el señor Krivenko, quien, por ejemplo, en su deseo de pulverizar a la odiada socialdemocracia, cuenta que “algunos van a las fábricas (cuando se les ofrecen buenos puestos como técnicos y oficinistas)j sosteniendo que su único propósito es acelerar el proceso capitalista”. Por supuesto, no hay necesidad de responder a semejantes afirmaciones absolutamente indecentes. Aquí no cabe más que poner punto final.
    ¡Continúen, señores, en este mismo espíritu, continúen audazmente! El gobierno imperial — el mismo que, como acaban ustedes de decirlo, ha tomado ya medidas (aunque imperfectas) para salvar al pueblo de la ruina total — tomará medidas, esta vez perfectas, para salvar a ustedes de la acusación de trivialidad e ignorancia. La “sociedad culta” seguirá como hasta ahora, con agrado, en los intervalos entre los pasteles de esturión y el tapete verde, hablando del hermano menor y trazando proyectos humanitarios para “mejorar” su situación; sus representantes se enterarán con satisfacción, de boca de ustedes que ocupando puestos de superintendentes de los zemstvos o de cualesquiera otros guardianes del bolsillo del campesino, manifiestan una alta conciencia de las necesidades y obligaciones cívicas. ¡Continúen! Pueden estar seguros de que no sólo los dejarán en paz, sino que con tarán también con la aprobación y las alabanzas. . . de los señores Burenin.

    Como conclusión no estará de más, me parece, contestar a una pregunta que quizás habrá acudido ya a la mente de más de un lector. ¿Valía la pena dialogar tan largamente con semejantes señores? ¿Valía la pena contestar a fondo a este torrente de lodo liberal y protegido por la censura, que a ellos se les antoja llamar polémica?
    Me parece que valía la pena, no por ellos, es claro, y no por el público “culto”, sino por la provechosa enseñanza que pueden y deben obtener de este furioso ataque los socialistas rusos. Es la demostración más clara y convincente de que el período del desarrollo social de Rusia en el que la democracia y el socialismo se fundían en un todo inseparable, indisoluble (como ocurrió, por ejemplo, en la época de Chernishevski), ha pasado para no volver más. Ahora no hay ya, decididamente, base alguna para la idea — que hasta hoy persiste aquí y allá entre los socialistas rusos, reflejándose, con daño extraordinario, tanto en sus teorías como en su actividad práctica — según la cual no existe en Rusia una diferencia profunda y cualitativa entre las ideas de los demócratas y las de los socialistas.
    Todo lo contrario: entre esas ideas hay un profundo abismo, y es ya tiempo de que los socialistas rusos comprendan esto, comprendan que la RUPTURA COMPLETA y DEFINITIVA con las ideas de los demócratas es INEVITABLE e IMPERATIVA.
    Veamos qué era en realidad ese demócrata ruso en los tiempos que dieron origen a la citada idea, y qué es hoy. Los “amigos del pueblo” nos brindan suficiente material para trazar este paralelo.
    Resulta muy interesante, en ese sentido, el ataque del señor Krivenko contra el señor Struve, quien en una publicación alemana se pronunció contra el utopismo del señor Nik.-on (su artículo — En torno del desarrollo capitalista de Rusia, Zur Beurtheilung der kapitalistischen Entwicklung Russlands — apareció en Sozialpolitische Centralblatt [46] III, núm. 1, del 2 de octubre de 1893). El señor Krivenko arremete contra el señor Struve porque éste, según él, considera a las ideas de quienes “están a favor de la comunidad rural y del reparto de las tierras de nadiel” como “socialismo nacional” (que, según dice, “es de naturaleza puramente utópica”). Esta terrible acusación de supuesto socialismo pone al honorabilísimo autor fuera de sí:
    “¿No hubo nadie más — exclama — (fuera de Herzen, Chernishevski y los populistas) que estuviese en favor de la comunidad rural y del reparto de las tierras de nadiel? Y los autores de la ley orgánica sobre los campesinos, para quienes la comunidad y la actividad económica independiente de los campesinos fue la base de la Reforma, y los investigadores de nuestra historia y de la vida contemporánea, que apoyan estos principios, y casi toda nuestra prensa seria y decente, que también los apoya, ¿acaso todos ellos son víctimas de ese engaño llamado ‘socialismo nacional’?”
    ¡Tranquilícese, honorabilísimo señor “amigo del pueblo”! Se ha asustado usted tanto de esta terrible acusación de socialismo, que ni siquiera se tomó la molestia de leer con atención el “pequeño articulejo” del señor Struve. En efecto, ¡qué enorme injusticia sería acusar de socialismo a los que están “a favor de la comunidad rural y del reparto de las tierras de nadiel”! Por favor, ¿qué hay de socialismo en esto? Pues socialismo se llama a la protesta y la lucha contra la explotación del trabajador, a la lucha orientada a abolir esa explotación; y “estar a favor del reparto de tierras de nadiel” significa ser partidario del rescate, por parte de los campesinos, de toda la tierra de que disponían. Inclusive si no se está en favor del rescate, sino de que se deje gratuitamente a los campesinos toda la tierra que se encontraba en posesión de ellos antes de la Reforma, aun así, eso nada tiene de socialista, porque precisamente esta propiedad campesina sobre la tierra (que se fue formando durante el período feudal) fue también por doquier, en Occidente, como aquí en Rusia[*], la base de la sociedad burguesa. “Estar a favor de la comunidad rural”, es decir, protestar contra la intervención policíaca en los métodos habituales de distribución de la tierra: ¿qué hay en ello de socialista, cuando todo el mundo sabe que la explotación del trabajador puede muy bien existir dentro de esta comunidad y se engendra en su seno? Esto significa ya extender hasta lo imposible la palabra “socialismo”: por lo que se ve, habrá que incluir también entre los socialistas al señor Pobiedonóstsev[47].
    El señor Struve no cometé en manera alguna una injusticia tan terrible. Habla del “carácter utópico del socialismo nacional” de los populistas, y por el hecho de que llame a “Nuestras discrepancias” de Plejánov polémica con los populistas, se ve a quiénes incluye entre los populistas. Plejánov, indudablemente, polemizaba con socialistas, con personas que no tienen nada en común con la prensa rusa “seria y decente”. Y por eso el señor Krivenko no tenía derecho a adjudicarse lo que se refiere a los populistas. Y si quería conocer la opinión del señor Struve acerca de la corriente a la cual él mismo adhiere, entonces me extraña que no haya prestado atención al siguiente pasaje del artículo del señor Struve y no lo haya traducido para ” Rússkoie Bogatstvo “:


    * La prueba está en la diferenciación del campesinado.


    “A medida que avanza el desarrollo capitalista — dice el autor — la concepción del mundo que acabamos de describir [la populista] ha de perder terreno. O degenerará [wird herabsinken ] en una corriente reformista bastante incolora, proclive a los compromisos y a buscar compromisos[], gérmenes promisorios de lo cual se observan desde hace tiempo, o reconocerá el desarrollo real como inevitable y hará las deducciones teóricas y prácticas que necesariamente se desprenden de aquí; dicho en otras palabras dejará de ser utópico.”     Si el señor Krivenko no adivina dónde existen en nuestro país gérmenes de esta tendencia, sólo capaz de aceptar compromisos, yo le aconsejaría echar una mirada a Rússkoie Bogatstvo, a las concepciones teóricas de esta revista, que constituyen un lamentable intento de compaginar fragmentos sueltos de la doctrina populista con el reconocimiento del desarrollo capitalista de Rusia, al programa político de la revista dirigido a mejorar y restaurar la economía de los pequeños productores sobre la base del orden capitalista existente*
    Uno de los fenómenos más característicos y notables de nuestra vida social en los últimos tiempos es, hablando en términos generales, la degeneración del populismo en oportunismo pequeñoburgués.


    * Ziemlich blasse kompromissfähige und kompromisssüchtige Reformrichtung : en ruso se puede interpretar esto, según creo, así: oportunismo culturalista.
    ** Produce en general una lamentable impresión el intento del señor Krivenko de atacar al señor Struve. Revela una impotencia infantil de objetar algo sustancial, y una irritación también infantil. Por ejemplo, el señor Struve dice que el señor Nik.-on es un “utopista”. Y explica con toda claridad por qué lo llama así: 1) porque desconoce “el desarrollo real de Rusia”; 2) porque apela a la “sociedad” y al “Estado”, sin comprender el carácter de clase de nuestro Estado. ¿Qué puede objetar contra esto el señor Krivenko? ¿Niega que nuestro desarrollo sea realmente capitalista? ¿Dice que este desarrollo es de otra índole? ¿Que el Estado no es un Estado de clase? No, prefiere eludir por completo estas cuestiones y, con furia cómica, combatir ciertos “modelos estereo tipados” de su propia invención. Otro ejemplo. El señor Struve, además de acusar al señor Nik.-on de no comprender la lucha de clases, le reprocha grandes errores teóricos en lo que se refiere a “hechos puramente económicos”. Señala, entre otras cosas, que al hablar del número insignificante de nuestra población no agricola, el señor Nik.-on “no advierte que el desarrollo capitalista de Rusia tenderá precisamente a atenuar esta diferencia entre el 80 por ciento (población rural de Rusia) y el 44 por ciento (población rural de Norteamérica): en esto se puede decir que consiste su misión histórica”. El señor Krivenko, en primer lugar, tergiversa este pasaje, hablando de “nuestra” (7) misión de privar de tierra a los campesinos, cuando se trata sencillamente de la tendencia del capitalismo a reducir la población rural, y, en segundo lugar, sin decir ni una palabra sobre lo esencial (¿es posible un capitalismo que no conduzca a la disminución de la población rural?), se pone a hablar tonterías sobre los “exégetas”, etc. Véase el Apéndice II [págs. 237-238 del presente libro (N. de la Red.)].


    En efecto, si nos atenemos a la esencia del programa de R. B. — todas esas regularizaciones de las migraciones y de los arrendamientos, todos esos créditos baratos, museos, almacenes, perfeccionamientos técnicos, arteles y laboreo en común — , veremos que en realidad dicho programa goza de una enorme difusión en toda la “prensa seria y decente”, es decir, en toda la prensa liberal que no es órgano de los terratenientes feudales o que no forma parte de la prensa reptil[48]. La idea de la necesidad, de la utilidad, de la urgencia, del “carácter inofensivo” de todas estas medidas ha echado profundas raíces en toda la intelectualidad y alcanzado una difusión extraordinaria: se la encontrará tanto en los boletines y periódicos de provincias como en todas las investigaciones, recopilaciones y descripciones, etc., etc., de los zemstvos. Indudablemente que si se toma esto como populismo, el éxito es inmenso e indiscutible.
    Pero esto no es en modo alguno populismo (en el viejo y habitual sentido de la palabra), y su éxito y enorme difusión han sido conseguidos a costa de la vulgarización del populismo, a costa de la conversión del populismo socialrevolucionario, que era radicalmente opuesto a nuestro liberalismo, en un oportunismo culturalista que se funde con este liberalismo y que expresa únicamente los intereses de la pequeña burguesía.
    Para persuadirse de esto último, vale la pena dirigir la atención a los cuadros arriba trascritos, sobre la diferenciación de los campesinos y los kustares, y estos cuadros no pintan en manera alguna hechos aislados o nuevos, sino que representan sencillamente un intento de expresar en términos de economía política esa “escuela” de “sanguijuelas” y “peones rurales”, cuya existencia en nuestro campo no es negada ni siquiera por nuestros adversarios. Se comprende que las medidas “populistas” sólo pueden reforzar a la pequeña burguesía; o (los arteles y el cultivo de la tierra en común) representarán míseros paliativos, se reducirán a tímidos experimentos por el estilo de los que con tanta ternura cultiva la burguesía liberal por todas partes en Europa, por la sencilla razón de que no afectan en nada la “escuela”. Por esta misma razón los señores Ermólov y Witte[49] nada tienen contra estos progresos. Todo lo contrario. ¡Por favor, señores! Inclusive les darán a ustedes dinero “para los experimentos”, con tal de apartar a la “intelectualidad” de la labor revolucionaria (subrayar el antagonismo, explicarlo al proletariado, intentar encauzar este antagonismo por la senda de la lucha política abierta) y hacerla caer en esos remiendos del antagonismo, en la conciliación y la unificación. ¡Por favor, señores!
    Detengámonos un poco en ese proceso que ha conducido a tal degeneración del populismo. En su nacimiento mismo, en su aspecto inicial, esta teoría poseía suficiente unidad interna — partiendo de la idea de un modo específico de vida del pueblo, creía en los instintos comunistas del campesino “de la comunidad”, y por eso veía en los campesinos a los combatientes naturales por el socialismo –, pero le faltaba elaboración teórica, le faltaba ser confirmada en los hechos de la vida rusa, por una parte, y por otra, la experiencia en la aplicación de un programa político que estuviese basado en esas supuestas cualidades del campesino.
    El desarrollo de la teoría siguió precisamente esas dos direcciones: la teórica y la práctica. La labor teórica fue dirigida de un modo principal al estudio de la forma de posesión de la tierra, en la que querían ver embriones de comunismo; y esta labor aportó los datos más variados y ricos. Pero este material, que se refiere preferentemente a las formas de posesión de la tierra, hizo que los investigadores ignoraran por completo la economía del campo. Ello ocurrió de la manera más natural por cuanto, en primer lugar, los investigadores carecían de una teoría firme sobre el método en la ciencia social, una teoría que explicara la necesidad de destacar y estudiar de un modo especial las relaciones de producción; y, en segundo lugar, porque el material reunido proporcionaba indicaciones directas e inmediatas sobre las necesidades más urgentes de los campesinos, sobre las calamidades más inmediatas, que actúan como un duro yugo sobre la economía campesina. Y toda la atención de los investigadores se concentró en el estudio de estas calamidades de la escasez de tierras, de los pagos exorbitantes, de la privación de derechos, de la situación de aplastamiento y atropello de los campesinos. Todo eso fue descrito, estudiado y explicado con tal riqueza de materiales, con tal minuciosidad en los detalles, que, naturalmente, si no fuera el nuestro un Estado de clase, si su política fuese dirigida, no por los intereses de las clases gobernantes, sino por el análisis imparcíal de las “necesidades populares”, habría debido convencerse una y mil veces de la necesidad de eliminar esas calamidades. Los ingenuos investigadores, que creían en la posibilidad de “convencer” a la sociedad y al Estado, se hundieron por completo en los detalles de los hechos reunidos por ellos y perdieron de vista una cosa: la estructura político-económica del campo, perdieron de vista el fundamento básico de la economía, realmente comprimida por esas calamidades directas e inmediatas. El resultado fue, por supuesto, que la defensa de los intereses de la economía comprimida por la escasez de tierras, etc., resultó ser la defensa de los intereses de la clase que mantenía en sus manos dicha economía, de la única clase que podía mantenerse y desarrol!arse en las relaciones económico-sociales existentes en el seno de la comunidad, en el sistema económico existente en el país.
    La labor teórica encaminada al estudio de la institución que debería servir de fundamento y baluarte para eliminar la explotación, condujo a la elaboración de un programa que expresa los intereses de la pequeña burguesía, ¡es decir, precisamente de la clase sobre la que descansa este régimen de explotación!
    Al mismo tiempo, la labor práctica revolucionaria se desarrollaba también en una dirección completamente inesperada. La fe en los instintos comunistas del mujik, como es natural, exigía de los socialistas que dejaran a un lado la política y “fuesen al pueblo”. A la realización de este programa se entregó una multitud de hombres de gran energía y talento, que debieron convencerse en la práctica de cuán ingenua era la idea acerca de los instintos comunistas del mujik. Se decidió, por lo demás, que la cuestión no residía en el mujik, sino en el gobierno, y toda la labor fue dirigida a la lucha contra el gobierno, lucha que entonces sostenían los intelectuales solos y los obreros que a veces se unían a ellos. Al principio, esa lucha se libró en nombre del socialismo, basándose en la teoría según la cual el pueblo está preparado para el socialismo y que con la simple toma del poder se podrá llevar a término, no sólo la revolución política, sino también la revolución social. En los últimos tiempos esta teoría, por lo visto, se está desacreditando por completo, y la lucha de los populistas de “Naródnaia Volia” contra el gobierno se convierte en la de los radicales por la libertad política.
    Y por otra parte, por consiguiente, la labor condujo a resultados diamettalmente opuestos a su punto de partida; y resultó un programa que expresa sólo los intereses de la democracia radical burguesa. Propiamente hablando, este proceso todavía no ha acabado, pero a mi parecer se ha difundido ya con toda claridad semejante desarrollo del populismo ha sido totalmente natural e inevitable, ya que la doctrina se basaba en una idea puramente mítica sobre el régimen especial (comunal) de la economía campesina: al chocar con la realidad, el mito se disipó, y el socialismo campesino se trasformó en una representación democráticorradical del campesino pequeñoburgués.
    Veamos unos ejemplos de la evolución del demócrata:
    “Hay que preocuparse — dice el señor Krivenko — de que en lugar de un hombre cabal no resulte un tipo universal ruso falto de carácter, saturado únicamente de un confuso fermento de buenos sentimientos, pero incapaz de verdadera abnegación y de hacer algo perdurable en la vida.” El sermón es excelente; veamos cuál es su aplicación. “Respecto de lo último — continúa el señor Krivenko — yo conozco este enojoso hecho”: vivía en el sur de Rusia una juventud “animada de las mejores intenciones y de amor al hermano menor; mostraban hacia el mujik la mayor atención y respeto; lo trataban como a un huésped de honor, comían con él de un mismo plato, lo convidaban con dulces y pasteles; por todo le pagaban más caro que otros, le daban dinero en calidad de préstamo, de propinas o porque sí, le hablaban de las instituciones europeas y de las asociaciones obreras, etc. En esa misma localidad vivía también un joven alemán, Schmidt, mayordomo de una hacienda, o mejor dicho, sencillamente jardinero, hombre sin ninguna clase de ideas humanitarias, un auténtico, estrecho y formal espíritu alemán (sic??!!)”, etc. Y después de haber vivido tres o cuatro años en la localidad, esos jóvenes se marcharon. Pasaron cerca de 20 años y el autor, al visitar aquella comarca, supo que el “señor Schmidt” (como recompensa de sus útiles servicios ya no era llamado el jardinero Schmidt, ahora era el señor Schmidt) enseñó a los campesinos a cultivar la vid, que les da ahora “cierto ingreso” de 75 a 100 rublos por año, como resultado de lo cual conservan de él “un buen recuerdo”, y “de los señores que sólo abrigaban buenos sentimientos hacia el mujik y que no hicieron para él nada esencial [!], ni siquiera el recuerdo se conserva”.
    Si hacemos el cálculo, resultará que los acontecimientos descritos se refieren a los años 1869-1870, es decir, más o menos a la época en que los socialistas populistas[50] rusos intentaban introducir en Rusia la más avanzada e importante “institución europea”: la Internacional.
    Es claro que la impresión que se recibe del relato del señor Krivenko es demasiado fuerte, por lo que se apresura a hacer estas reservas:
    “Yo no digo con esto, naturalmente — aclara –, que Schmidt fuera mejor que esos señores, pero digo por qué, a pesar de todos sus otros defectos, dejó, sin embargo, una huella más profunda en la localidad y entre la población.
[No digo que es mejor, pero digo que dejó una huella más profunda: ¡¿qué tontería es ésta?!] Tampoco digo que hiciera algo importante, sino que, por el contrario, cito lo que él hizo como un ejemplo del más insignificante hecho incidental, que nada le costó, pero que fue para todos algo indudablemente vital.”
    La reserva, como se ve, es muy ambigua, pero el asunto aquí no consiste en su ambiguedad, sino en que el autor contrapone la esterilidad de una actuación al éxito de la otra, y ni siquiera sospecha, evidentemente, la diferencia radical en la orientación de estas dos clases de actividades. Ese es el quid de la cuestión, que hace a este relato tan característico para definir la fisonomía del demócrata actual.
    Esta juventud, al hablar al mujik del “régimen europeo y de las asociaciones obreras”, quería evidentemente estimular en él el deseo de modificar las formas de vida social (tal vez esta conclusión mía en el caso presente sea errónea, pero todo el mundo estará de acuerdo, pienso yo, en que es justa, ya que inevitablemente se desprende del citado relato del señor Krivenko), quería inducirlo a la revolución social contra la sociedad actual, que origina una tan escandalosa explotación y opresión del trabajador, a la vez que un entusiasmo general con motivo de toda clase de progresos liberales. Pero “el señor Schmidt”, como buen hacendado, sólo quería ayudar a los otros propietarios a organizar sus asuntos económicos, y nada más. ¿Cómo, pues, se puede comparar, confrontar estas dos actividades de fines diametralmente opuestos? ¡Es como si alguien se pusiera a comparar el fracaso de una persona que tratase de destruir un edificio determinado con el éxito de otra persona que quisiera apuntalarlo! Para establecer una comparación que tenga cierto sentido, habría que ver por qué resultó tan desafortunado el intento de esta juventud que iba al pueblo a inducir a los campesinos a la revolución: ¿no será porque dicha juventud partía de una idea equivocada según la cual precisamente el “campesinado” es el representante de la población trabajadora y explotada, cuando en realidad los campesinos no constituyen una clase particular (ilusión que se explica, tal vez, sólo por la influencia manifiesta de la época de decadencia del régimen de servidumbre, cuando los campesinos intervenían realmente como clase, pero sólo como clase de la sociedad feudal), ya que en su mismo seno se forman la clase de la burguesía, y la del proletariado; en una palabra, era necesario analizar las viejas teorías socialistas y su crítica por los socialdemócratas. En cambio, el señor Krivenko hace todos los esfuerzos imaginables para demostrar que la “del señor Schmidt” es “una obra indudablemente vital”. ¿Pero por qué, honorabilísimo señor “amigo del pueblo”, querer golpear a una puerta abierta? ¿Quién duda de esto? ¿Qué obra puede ser más indudablemente vital que la de introducir el cultivo de la vid y recibir de él 75 ó 100 rublos de ingresos?*
    Y el autor pasa a explicar que si un campesino introduce en sus campos el cultivo de la vid, la suya será una actividad aislada, pero si lo hacen unos cuantos, entonces será una actividad colectiva y amplia, que convierte una pequeña obra en una obra verdadera, correcta, como, por ejemplo, la realizada por A. N. Engelhardt[51], quien no sólo empleó los fosfatos en sus tierras, sino que introdujo su uso en las tierras de ótros.


    * ¡Por qué no intentaron proponer esta obra “vital” a aquelle juventud que hablaba al mujik de las asociaciones europeas! ¡Cómo lo habrían recibido, qué magnífica réplica les habrían dado! ¡Ustedes se habrían muerto de miedo de sus ideas, como lo hacen ahora del materialismo la dialéctica!


    ¿No es cierto que se trata de un magnífico demócrata?
    Tomemos otro ejemplo, el de las opiniones sobre la Reforma campesina. ¿Cuál fue la actitud hacia ella de Chernishevski, un demócrata de la citada época en que la democracia y el socialismo estaban indisolublemente unidos? Como no estaba en condiciones de manifestar abiertamente sus opiniones, guardó silencio, y recurriendo a circunloquios caracterizó de este modo la reforma que se preparaba:
    “Supongamos que yo estuviese interesado en la adopción de medidas para conservar las provisiones que constituyen el alimento de ustedes. De suyo se entiende que si hiciese esto guiado sólo por una buena disposición hacia ustedes, mi celo se basaría en el supuesto de que las provisiones les pertenecen y que la comida preparada con ellas les resulta saludable y ventajosa. Figúrense ustedes cuáles serían mis sentimientos si me enterase de que las provisiones de ningún modo les pertenecen y que por cada comida preparada con ellas les cobran un precio que n o  s ó l o  e x c e d e  e l  c o s t o  d e  l a  c o m i d a [esto fue escrito antes de la Reforma. ¡¡Y los señores Iuzhakov aseguran ahora que el principio fundamental de ella era dar seguridad a los campesinos!!], s i n o  q u e  n o  p u e d e n  e n  g e n e r a l  p a g a r  s i n  c a e r  e n  u n  e s t a d o  d e  e x t r e m a  p e n u r i a. ¿Qué pensamientos acudirían a mi mente ante tan extraños descubrimientos? [. . .] ¡Qué necio fui al afanarme por una obra para cuya utilidad no estaban aseguradas las debidas condiciones! ¿Quién sino un necio puede preocuparse por la conserveción de la propiedad en determinadas manos, sin asegurarse previamente de que la propiedad irá a parar a dichas manos, en condiciones ventajosas? [. . .] ¡Es mejor que se pierdan todas estas provisiones que s ó l o  c a u s a n d a ñ o  a la persona querida por mí! ¡M e j o r  e s  q u e  f r a c a s e  l a  o b r a  q u e  s ó l o  l e s  t r a e  l a  r u i n a! “
    Destaco los pasajes que muestran con mayor elocuencia la profunda y magnífica comprensión que Chernishevski tenía de la realidad que lo rodeaba, la comprensión de lo que eran los pagos de los campesinos, la comprensión del carácter antagónico de las clases sociales rusas. Es importante señalar también que semejantes ideas puramente revoluc;onarias las supo exponer en una prensa sometida a la censura. En sus obras ilegales escribía eso mismo, pero sin ambages. En el Prólogo al prólogo, Volguin (por labios del cual Chernishevski expone sus propios pensamientos) dice:
    “Que la obra de la emancipación de los campesinos sea puesta en manos del partido terrateniente. La diferencia no será grande “*, y a la observación de su interlocutor, de que, por lo contrario, la diferencia sería colosal, ya que el partido de los terratenientes estaba contra el reparto de tierra entre los campesinos, contesta resueltamente:
    “No, la diferencia no será colosal, sino insignificante. Sería colosal si los campesinos recibiesen la tierra sin rescate. Hay diferencia entre tomar a una persona una cosa o dejársela, pero da lo mismo si se toma a esa persona el pago de la cosa. El plan del partido de los terratenientes se diferencia del de los progresistas sólo en que es más sencillo y más breve. Por eso es aún mejor. Menos trámites burocráticos, probablemente, y menos cargas para los campesinos.  L o s  c a m p e s i n o s  q u e  t e n g a n  d i n e r o, c o m p r a r á n  t i e r r a.  A  l o s  q u e  n o  l o  t e n g a n, n o  h a y  p o r  q u é  o b l i g a r l o s  a  c o m p r a r l a.  L o  ú n i c o q u e  e s t o  h a r í a  s e r í a  a r r u i n a r l o s.  E l  r e s c a t e  e q u i v a l e  a  l a  c o m p r a. “


    * Tomo la cita del artículo de Plejánov “N. Chernishevski”, en Sotsial-Demokrat [52].


    Hacía falta el genio de un Chernishevski para comprender con tal claridad, cuando la reforma campesina sólo se iniciaba (cuando todavía no había sido lo bastante esclarecida, ni siquiera en Occidente), su carácter fundamentalmente burgués, para comprender que ya entonces la “sociedad” y el “Estado” ruso estaban gobernados y dirigidos por clases sociales incuestionablemente hostiles al trabajador y que incuestionablemente predeterminaban la ruina y la expropiación del campesinado. Y Chernishevski comprendía además que la existencia de un gobierno que encubría nuestras relaciones sociales antagónicas es un mal terrible que empeora mucho más la situación de los trabajadores.
    “A decir verdad — continúa Volguin –, mejor será eman ciparlos sin tierra. ” (Es decir, si tan fuertes son en nuestro país los terratenientes feudales, mejor será que intervengan franca y directamente, y hablen con entera claridad, en vez de encubrir sus intereses feudales tras los compromisos de un gobierno hipócrita y absolutista.)
    “La cuestión se plantea de manera que yo no encuentro motivos para inquietarme ni siquiera por el hecho de que los campesinos sean emancipados o no ; mucho menos por quién los emancipará, si los liberales o los terratenientes. A mi juicio es igual. Inclusive es mejor que sean los terratenientes. “
    Y en una de las Cartas sin destinatario : “Se dice : emancipar a los campesinos [. . .] ¿Dónde están las fuerzas para hacerlo? Todavía no existen. No se puede emprender un asunto cuando no hay fuerzas para realizarlo. Y puede verse cómo están las cosas : van a comenzar a emancipar. ¿Pero qué resultará de ello? Juzguen ustedes mismos qué resulta, cuando se emprende una tarea que está por encima de nuestras fuerzas. Se estropea y el resultado será algo abominable. “
    Chernishevski comprendía que el Estado feudal y burocrático ruso no estaba en condiciones de emancipar a los campesinos, es decir, de derrocar a los feudales, y que sólo podía realizar “algo abominable”, llegar a un mezquino compromiso entre los intereses de los liberales (rescate y compra son una misma cosa) y de los terratenientes, compromiso que engaña a los campesinos con el espejismo del bienestar y de la libertad, pero que en realidad los arruina y los pone a merced de los terratenientes. Y protestaba, maldecía la Reforma, deseaba su fracaso, deseaba que el gobierno se embrollase en sus acrobacias entre los liberales y los terratenientes, y sobreviniese una bancarrota que condujera a Rusia al camino de la lucha abierta de clases.
    Pero nuestros “demócratas” contemporáneos ahora — cuando las geniales predicciones de Chernishevski se han convertido en un hecho, cuando treinta años de historia han echado por tierra, despiadadamente, toda clase de ilusiones económicas y políticas — cantan loas a la Reforma, ven en ella la sanción de la producción “popular”, se las ingenian para extraer de ella pruebas de la posibilidad de seguir no se sabe qué camino que eluda la existencia de clases sociales hostiles al trabajador. Repito, la actitud hacia la Reforma campesina es la prueba más evidente de cuán profundamente se han aburguesado nuestros demócratas. Estos señores no han aprendido nada y han olvidado mucho, mucho.
    A fin de establecer un paralelo tomaré Otiéchestviennie Zapiski de 1872. Ya trascribí más arriba fragmentos del artículo “La plutocracia y sus bases” a propósito de los progresos en cuanto al liberalismo (que encubría los intereses plutocráticos), hechos por la sociedad rusa en el primer decenio después de la “gran Reforma emancipadora”.

    Si antes era frecuente encontrar personas — escribía ese mismo autor en el mismo artículo — que se lamentaban de las reformas y lloraban los viejos tiempos, ahora ya no. “A todos les gusta el nuevo orden de cosas, todo el mundo se siente alegre y tranquilo”, y el autor señala más adelante cómo también la propia literatura “se va convirtiendo en un 6rgano de la plutocracia”, que sostiene los intereses y apetitos plutocráticos “bajo la cubierta de la democracia”. Examínese con más atención este ra~onamiento El autor se muestra disconforme porque “todos” están conformes con el nuevo orden de cosas creado por la Reforma, porque “todos” (los representantes de la “sociedad” y de la “intelectualidad”, naturalmente, y no los trabajadores) están alegres y tranquilos, a pesar de los evidentes rasgos antagónicos, burgueses, de este nuevo orden de cosas: el público no advierte que el liberalismo no hace más que encubrir “la libertad de adquisición”, y, como es natural, de adquisición a costa de la masa de trabajadores y en perjuicio de ella. Y protesta. Precisamente esta protesta, característica de un socialista, es lo que hay de valioso en su razonamiento. Obsérvese que esta protesta contra la plutocracia encubierta por la democracia contradice la teoría general de la revista: pues niegan toda clase de factores, elementos e intereses burgueses en la Reforma campesina, niegan el carácter de clase de la intelectualidad rusa y del Estado ruso, niegan la existencia de terreno propicio para el capitalismo en Rusia, y sin embargo no pueden de jar de percibir, de palpar el capitalismo y el carácter burgués. Y como Otiéchestviennie Zapiski percibió el carácter antagónico de la sociedad rusa y combatió el liberalismo y la democracia burguesa, la revista hizo causa común con todos nuestros primeros socialistas, que aunque no supieron comprender ese antagonismo, tuvieron conciencia de él y quisieron luchar contra la organización de la sociedad que lo engendraba; por eso la revista Otiéchestviennie Zapiski fue progresista (naturalmente, desde el punto de vista del proletariado). Los “amigos del pueblo” han olvidado este carácter antagónico, han perdido toda sensibilidad y no ven cómo “bajo el manto de democracia” también en nuestro país, en la santa Rusia, se ocultan burgueses de pura sangre; y por eso mismo ahora son reaccionarios (respecto del proletariado), pues ocultan el antagonismo, no hablan de la lucha, sino de una actividad cultural conciliadora.
    ¿Pero señores, ha dejado acaso el liberal ruso de rostro sereno, el representante democrático de la plutocracia en la década del 60 de ser el ideólogo de la burguesía en la del 90 sólo porque su rostro se nubló con el velo del dolor ciudadano?
    ¿Acaso la “libertad de adquisición” en gran escala, la libertad de adquisición de grandes créditos, de grandes capitales, de grandes mejoras técnicas, deja de ser liberal, es decir, burguesa, sin cambiar las relaciones económicosociales existentes, sólo porque es sustituida por la libertad de adquisición de pequeños créditos, de pequeños capitales, de pequeñas mejoras técnicas?
    Repito que no han cambiado de opinión bajo la influencia de un cambio radical de puntos de vista o de una radical modificación de nuestro orden de cosas. No, simplemente han olvidado.
    Perdido ese único rasgo que en otros tiempos hacía que sus predecesores fuesen progresistas, a pesar de toda la inconsis tencia de sus teorías, a pesar de la concepción ingenuamente utópica que tenían de la realidad, los “amigos del pueblo” no aprendieron absolutamente nada en todo este lapso. Y sin embargo, aun con independencia del análisis político-económico de la realidad rusa, la sola historia política de Rusia en estos treinta años habría debido enseñarles muchascosas.
    En ese entonces, en la “década del 60”, el poder de los señores feudales fue minado: sufrieron una derrota, no definitiva, es cierto, pero tan fuerte que debieron desaparecer de la escena. Los liberales, por el contrario, levantaron cabeza. Abundaban las frases liberales sobre el progreso, la ciencia, el bien, sobre la lucha contra la injusticia, sobre los intereses populares, la conciencia popular, las fuerzas populares, etc., etc., esas mismas frases que también ahora en momentos de singular depresión, vomitan nuestros quejumbrosos radicales en sus salones, nuestros fraseólogos liberales en sus banquetes de aniversario, en las páginas de sus revistas y periódicos. Los liberales resultaron ser tan fuertes, que han trasformado “el nuevo orden de cosas” a su modo, no por completo, ni mucho menos, como es natural, pero en medida considerable. Aunque tampoco entonces brillaba en Rusia “la clara luz de una lucha abierta de clases”, había sin embargo, más luz que ahora, de modo que inclusive los ideólogos de la clase trabajadora, que no tenían idea de esta lucha de clases, que preferían soñar con un futuro mejor antes que explicar el presente abominable, inclusive ellos no podían dejar de ver que tras el liberalismo se ocultata la plutocracia, que este nuevo orden de cosas era un orden burgués. Fue precisamente la desaparición de los señores feudales de la escena, que ya no desviaban la atención hacia problemas aún más candentes, que ya no impedían examinar el nuevo orden de cosas en su aspecto puro (en términos relativos), lo que permitió que esto se viera. Pero aunque nuestros demócratas de entonces sabían condenar el liberalismo plutocrático, no supieron, sin embargo, comprenderlo y explicarlo científicamente, no supieron comprender que era inevitable debido a la organización capitalista de nuestra economia social, no supieron entender el carácter progresista de ese nuevo régimen de vida en comparación con el antiguo régimen de servidumbre, no supieron comprender el papel revolucionario del proletariado engendrado por él, y se limitaron a “gruñir” contra cse régimen de “libertad” y de “humanismo”, consideraron su carácter burgués como algo casual, esperaban que en el “régimen popular” debían manifestarse todavía otras relaciones sociales, no se sabe cuáles.
    Y he aquí que la historia les ha mostrado esas otras relaciones sociales. Los señores feudales, no del todo liquidados por la reforma, tan monstruosamente mutilada en beneficio de sus intereses, han revivido (de momento) y mostrado de modo palpable cuáles son, además de las burguesas, esas otras relaciones sociales nuestras, y lo han mostrado bajo la forma de una reaccion tan desenfrenada, tan increíblemente absurda y feroz, que nuestros demócratas se acobardaron, se replegaron en lugar de avanzar y trasformar su ingenua democracia, que fue capaz de percibir el carácter burgués pero no supo comprenderlo, en socialdemocracia; retrocedieron, fueron hacia los liberales, y ahora se enorgullecen de que su lloriqueo . . . , quise decir sus teorías y sus programas sean compartidos por “toda la prensa seria y decente”. Se diría que la lección ha sido muy sugestiva: se ha hecho demasiado evidente la ilusión de los viejos socialistas acerca del régimen especial de vida del pueblo, acerca de los instintos socialistas del pueblo, acerca del carácter fortuito del capitalismo y de la burguesía; se diría que ya se puede mirar directamente a la realidad y reconocer en forma abierta que en Rusia no hubo ni hay otras relaciones económicosociales que las burguesas y las moribundas relaciones de servidumbre, y que por lo tanto no puede haber un camino al socialismo que no pase por el movimiento obrero. Pero estos demócratas no han aprendido nada, y las ingenuas ilusiones de un socialismo pequeñoburgués han dado paso a la moderación práctica de los progresos pequeñoburgueses.
    Ahora las teorías de estos ideólogos de la pequeña burguesía, cuando intervienen como representantes de los intereses de los trabajadores, son simplemente reaccionarias. Ocultan el antagonismo de las modernas relaciones económicosociales rusas y razonan como si se pudiese resolver las cosas con medidas generales, aplicables a todos, con vistas al “ascenso”, al “mejoramiento”, etc., como si se pudiese conciliar y unificar. Son reaccionarias cuando presentan a nuestro Estado como algo situado por encima de las clases, y por eso apto y calificado para prestar una ayuda seria y honrada a la población explotada.
    Son reaccionarias, por último, porque no comprenden en absoluto la necesidad de la lucha, de una lucha sin cuartel, de los trabajadores mismos por su liberación. Resulta, por ejemplo, que los “amigos del pueblo” pueden por sí solos arreglarlo todo. Los obreros pueden estar tranquilos. Ha llegado a la Redacción de R. B. un técnico y ellos poco menos que elaboraron totalmente “un esquema” para la “introducción del capitalismo en la vida del pueblo”. Los socialistas deben romper DECIDIDA y DEFINITIVAMENTE con todas las ideas y teorías pequeñoburguesas: TAL ES LA PRINCIPAL ENSEÑANZA VTIL que debe extraerse de esta campaña.
    Adviértase que hablo de la ruptura con las ideas pequeñoburguesas y no con los “amigos del pueblo”, ni con sus ideas, porque no puede haber ruptura con aquello con lo cual nunca se ha estado ligado. Los “amigos del pueblo” son sólo representantes de una de las tendencias de este tipo de ideas socialistas pequeñoburguesas. Y si en este caso, yo llego a la conclusión de que es necesario romper con las ideas socialistas pequeñoburguesas, con las ideas del viejo socialismo campesino ruso en general, es porque la presente campaña contra los marxistas, que realizan los representantes de las viejas ideas, asustados por el crecimiento del marxismo, los ha llevado a expresar con singular plenitud y relieve las ideas pequeñoburguesas. Si comparamos estas ideas con el socialismo contemporáneo y con los hechos de la realidad rusa contemporánea, vemos con asombrosa evidencia hasta qué punto han perdido todo su vigor, todo fundamento teórico coherente, hasta qué punto han quedado reducidas, en su de generación, a un eclecticismo lamentable, al más adocenado programa culturalista oportunista. Se podrá decir que esto no es culpa de las viejas ideas del socialismo en general, sino sólo de estos señores, a los cuales, por cierto, nadie incluye entre los socialistas; pero semejante objeción me parece inconsistente. Me he esforzado por señalar en todas partes, que esta degeneración de las viejas teorías era inevitable, me he esforzado por dedicar la menor cantidad posible de es pacio a la crítica de estos señores en particular y la mayor cantidad posible de espacio a los principios generales y básicos del viejo socialismo ruso. Y si los socialistas encontraran que dichos principios fueron expuestos por mí de una manera errónea o inexacta o incompleta, sólo puedo contestar con este humilde ruego: ¡por favor, señores, expónganlas ustedes mismos, suplan lo que en ellas falte!
    Por cierto, nadie se alegraría más que los socialdemócratas de la posibilidad de polemizar con los socialistas.
    ¿Puede acaso pensarse que a nosotros nos resulta agradable contestar a la “polémica” de semejantes señores, o que nos habríamos puesto a esta tarea si no hubiese mediado por su parte un reto directo, insistente y áspero?
    ¿Puede pensarse que no hemos tenido que hacer esfuerzos para leer, releer y centrar nuestra atención en esa repugnante mezcla de rutinarias frases liberales con una moral pequeñoburguesa?
    Pero no es nuestra culpa de que ahora sólo sean esos señores quienes han tomado a su cargo la tarea de fundamentar y exponer tales ideas. Obsérvese asimismo que hablo de la necésidad de romper con las ideas pequeñoburguesas del socialismo. Las teorías pequeñoburguesas que hemos examinado son ABSOLUTAMENTE reaccionarias, POR CUANTO se presentan como teorías socialistas.
    Pero si comprendemos que en realidad no hay en ellas absolutamente nada de socialista, es decir, que no cabe duda alguna de que no explican la explotación del trabajador y por eso son, desde todo punto de vista, inservibles para su liberación; que en realidad reflejan y defienden los intereses de la pequeña burguesía, entonces debemos tener hacia ellas una actitud distinta, formular esta pregunta: ¿cuál debe ser la actitud de la clase obrera hacia la pequeña burguesía y hacia sus programas? Y no se puede contestar a esta pre gunta sin tomar en consideración el carácter dual de esta clase (en Rusia, esta dualidad es singularmente acusada debido al menor desarrollo del antagonismo entre la pequeña y la gran burguesía). Es progresista, en cuanto presenta reivindicaciones democráticas de carácter general, es decir, lucha contra todos los resabios de la época medieval y del régimen de servidumbre; es reaccionaria en cuanto lucha por conservar su posición de pequeña burguesía, y trata de retardar, de hacer retroceder el desarrollo general del país en el sentido burgués. Reivindicaciones reaccionarias, como por ejemplo la famosa inalienabilidad de las tierras de nadiel, así como numerosos otros proyectos de tutela sobre los campesinos, se encubren ordinariamente bajo el plausrble pretexto de la defensa de los trabajadores; pero en verdad, como es naturalj sólo empeoran su situación, y al mismo tiempo dificultan la lucha de éstos por su liberación. Hay que diferenciar rigurosamente estos dos aspectos del programa pequeñoburgués y, a la vez que se niega todo carácter socialista a estas teorías y se lucha contra sus aspectos reaccionarios, no hay que olvidar su lado democrático. Aclararé con un ejemplo cómo si bien los marxistas rechazan completamente las teorías pequeñoburguesas, ello no impide que incluyan la democracia en su programa, y, por el contrario, es necesario insistir en ella con persistencia aún mayor. Más arriba se señalaron los tres puntos básicos que siempre explotaron los representantes del socialismo pequeñoburgués en sus teorías: la escasez de tierra, los pagos exorbitantes, la tiranía de las autoridades.
    No hay absolutamente nada de socialista en la reivindicación de eliminar estos males, pues no explican en absoluto la expropiación y la explotación, y su eliminación no afectará en nada el yugo del capital sobre el trabajo. Pero eliminar estos males depurará este yugo de los resabios medievales que lo fortalecen, facilitará la lucha directa del obrero contra el capital y, por lo mismo, como reivindicación democrática encontrará el apoyo más decidido de los obreros. Los pagos y los impuestos son, hablando en términos generales, aspectos a los que sólo los pequeños burgueses son capaces de asignar una importancia especial, pero en nuestro país los pagos de los campesinos representan en muchos sentidos una simple supervivencia del régimen de servidumbre: tales son, por ejemplo, los pagos de rescate, que deben ser abolidos inmediata e incondicionalmente; tales son los impuestos que pesan sólo sobre los campesinos y la pequeña burguesía urbana, y de los cuales están exceptuados los “nobles”. Los socialdemócratas apoyarán siempre la reivindicación que exige abolir estos resabios de las relaciones medievales, que condicionan el estancamiento económico y político. Lo mismo hay que decir de la escasez de tierras. Me he detenido ya extensamente, más arriba, en la demostración del carácter burgués de los lamentos a ese respecto. Sin embargo es indudable que, por ejemplo, la reforma campesina sobre la base de recortes de tierras desvalijó sencillamente a los campesinos en beneficio de los terratenientes, y prestó a esa enorme fuerza reaccionaria un servicio directo (al arrebatar parte de la tierra de los campesinos) e indirecto (al deslindar con habilidad los nadiel). Y los socialdemócratas insistirán con toda energía en la inmediata devolución a los campesinos de la tierra que se les arrebató, en la total abolición de la propiedad de la tierra, ese baluarte de las instituciones y tradiciones feudales. Este último punto, que coincide con la nacionalización de la tierra, no encierra nada que sea socialista, porque con ello las relaciones capitalistas en la agricultura, que se van formando ya en nuestro país, no harían más que florecer con mayor rapidez y opulencia, pero es extraordinariamente importante en el sentido democrático, como la única medida que podría quebrar de modo definitivo el poderío de la nobleza rural. Por último, sólo los señores Iuzhakov y V. V. pueden, por supuesto, hablar de la falta de derechos de los campesinos como causa de la expropiación y explotación de éstos; pero el yugo de la administración que pesa sobre ellos no sólo es un hecho indudable, sino algo más que un simple yugo; significa tratar directamente a los campesinos de “chusma vil” cuyo sometimiento a la nobleza rural es algo natural, a la cual se le concede el uso de los derechos civiles generales sólo como una merced especial (la migración[*], por ejemplo) y de la que cualquier Pompadour puede disponer como de reclusos de una colonia de trabajo. Y los socialdemócratas adhieren en forma incondicional a la exigencia de restituir plenamente a los campesinos los derechos civiles, de abolir totalmente los privilegios de la nobleza, de destruir la tutela burocrática sobre los campesinos y de concederles la autonomía en la administración de sus asuntos locales.
    En general, los comunistas rusos, que adhieren al marxismo, más que cualesquiera otros deben llamarse SOCIALD E M O C R A T A S y no olvidar nunca en su actividad la enorme importancia de la DEMOCRACIA **.


    * No se puede dejar de recordar aquí la arrogancia típica de un terrateniente feudal ruso con que el señor Ermólov, en la actualidad ministro de Agricultura, en su libro Las malas cosechas y las penurias del pueblo, se opone a la migración. Según él, no se la puede considerar, desde el punto de vista del Estado, como una medida racional, cuando en la Rusia europea los terratenientes experimentan aún escasez de mano de obra. En realidad, ¿para qué existen los campesinos, si no para engordar con su trabajo a los terratenientes parásitos y a sus “encumbrados” lacayos?
    ** Este es un punto muy importante. Plejánov tiene toda la razón cuando dice que para nuestros revolucionarios existen “dos enemigos: los viejos prejuicios aún no extirpados totalmente, por una parte, y la insuficiente comprensión del nuevo programa por otra”. Véase el Apéndice III.


    En Rusia los restos de las instituciones medievales, semifeudales, son todavía tan extraordinariamente fuertes (en comparación con la Europa occidental), constituyen un yugo tan agobiante para el proletariado y el pueblo en general deteniendo el desarrollo del pensamiento político en todos los estamentos y clases de la sociedad, que no se puede menos que insistir en la enorme importancia que para los obreros tiene la lucha contra las instituciones feudales de toda especie, contra el absolutismo, el régimen de estamentos y la burocracia. Es preciso señalar a los obreros con todo detalle qué terrible fuerza reaccionaria representan estas instituciones, cómo fortalecen el yugo del capital sobre el trabajo, con qué fuerza deprimente presionan sobre los trabajadores, cómo mantienen el capital en sus formas medievales, que no dejan paso a las nuevas formas industriales de explotación del trabajo, haciendo terriblemente más difícil la lucha de los obreros por la liberación. Los obreros deben saber que si no derriban estos pilares de la reacción* no tendrán posibilidad alguna de sostener con éxito la lucha contra la burguesía, ya que mientras existan estos pilares el proletariado rural ruso, cuyo apoyo es condición imprescindible para la victoria de la clase obrera, nunca dejará de ser embrutecido y aplastado, será tan sólo capaz de caer en la desesperación ciega, y no de sostener una protesta y una lucha sensata y firme. Por ello la lucha al lado de la democracia radical contra el absolutismo y las castas e instituciones reaccionarias es una obligación directa de la clase obrera, que los socialdemócratas deben inculcarle, sin dejar un minuto de inculcarle también que la lucha contra todas estas instituciones sólo es necesaria como medio para facilitar la lucha contra la burguesía, que el logro de las reivindicaciones democráticas de carácter general es necesario para la clase obrera sólo como medio de desbrozar el camino que conduce a la victoria sobre el enemigo principal de los trabajadores: el capital, institución puramente democrática por su naturaleza, que en nuestro país, en Rusia, tiende de manera especial a sacrificar su democracia para aliarse con los reaccionarios a fin de reprimir a los obreros, de dificultar aún más el surgimiento del movimiento obrero.


    * Una institución reaccionaria particularmente imponente, a la cual nuestros revolucionarios han prestado relativamente poca atención, es la burocracia nacional, que rige de facto el Estado ruso. Reclutada principalmente entre los intelectuales de la clase media, esta burocracia es, tanto por su origen como por la finalidad y el carácter de su actividad, profundamente burguesa, pero el absolutismo y los enormes privilegios políticos de la nobleza rural le han infundido cualidades singularmente nocivas. Esta burocracia es una constante veleta que considera su tarea suprema la coordinación de los intereses del terrateniente y del burgués. Es un Judas que se aprovecha de sus simpatías y relaciones en el mundo de los terratenientes feudales para engañar a los obreros y campesinos aplicando, con el pretexto de “proteger al económicamente débil” y “custodiarlo” para defenderlo del kulak y del usurero, medidas que reducen a los trabajadores a la condición de “chusma vil”, entregándo!os atados de pies y manos al terrateniente feudal y dejándolos tanto mas indefensos, frente a la burguesía. Este burócrata es el más peligroso de los hipócritas, ha asimilado la experiencia de los campeones de la reacción de Europa occidental y encubre hábilmente sus apetitos a lo Arakchéiev bajo las hojas de parra de frases de amor al pueblo.


    Lo expuesto define de un modo bastante preciso, a mi parecer, la actitud de los socialdemócratas hacia el absolutismo y hacia la libertad política, así como también su actitud hacia la corriente, que ha venido manifestándose con fuerza particular en los últimos tiempos, que tiende a la “unificación” y a la “alianza” de todos los grupos revolucionarios para la conquista de la libertad política[53].
    Es esta una corriente bastante original y característica.
    Original porque las propuestas de “alianza” parten, no de un grupo o grupos determinados con programas determinados que coinciden en ciertos puntos. De ser esto así, el problema de la alianza debería ser resuelto en cada caso particular, sería un problema concreto que habrían de decidir los representantes de los grupos dispuestos a unirse. Entonces no podría existir una corriente “unificadora” especial. Pero semejante corriente existe, y parte sencillamente de personas que han cortado amarras con lo viejo, pero que no se han incorporado a nada de lo nuevo: la teoría en que se apoyaban hasta ahora los luchadores contra el absolutismo, por lo visto, se desmorona y destruye a la vez las condiciones de solidaridad y de organización necesarias para la lucha. Y he aquí que los señores “unificadores” y “portavoces de la alianza” piensan, sin duda, que es facilísimo crear tal teoría, reduciéndola exclusivamente a la protesta contra el absolutismo y a la reivindicación de la libertad política, eludiendo todos los restantes problemas socialistas y no socialistas. Se comprende que esta ingenua ofuscación se disipará indefectiblemente en los primeros intentos de tal unificación.
    Pero es característica esta corriente “unificadora” porque expresa una de las últimas fases del proceso de conversión del populismo combativo y revolucionario en democracia politicamente radical, proceso que traté de señalar más arriba. La unificación sólida de todos los grupos revolucionarios no socialdemócratas bajo dicha bandera sólo será posible cuando se elabore un firme programa de reivindicaciones democráticas que termine con los prejuicios sobre el viejo excepcionalismo ruso. Los socialdemócratas consideran, naturalmente, que la creación de semejante partido democrático sería un positivo paso adelante, y la labor socialdemócrata, dirigida contra el populismo, debe contribuir a ello, debe contribuir a extirpar toda clase de prejuicios y mitos, a agrupar a los socialistas bajo la bandera del marxismo y a formar un partido democrático integrado por los grupos restantes.
    Y con este partido, como es natural, no podrían “unificarse” los socialdemócratas, que consideran necesaria la organización independiente de los obreros en un partido obrero especial; pero los obreros prestarían el apoyo más enérgico a toda lucha de los demócratas contra las instituciones reaccionarias.
    La degencración del populismo en la teoría más adocenada del radicalismo pequeñoburgués — degeneración de la que son testimonio tan evidente los “amigos del pueblo” — nos demuestra cuán enorme error cometen los que infunden a los obreros la idea de la lucha contra el absolutismo, sin explicarles al mismo tiempo el carácter antagónico de nuestras relaciones sociales, en virtud del cual están asimismo a favor de la libertad política los ideólogos de la burguesía; sin explicarles el papel histórico del obrero ruso, como combatiente por la liberación de toda la población trabajadora.
    Se acusa a menudo a los socialdemócratas de querer monopolizar la teoría de Marx, siendo que, según esos críticos, su teoría económica es aceptada por todos los socialistas. Pero surge la pregunta: ¿qué sentido puede tener explicar a los obreros la fortna del valor, la naturaleza del orden burgués y el papel revolucionario del proletariado, si aquí, en Rusia, la explotación del trabajador se explica en general, y en todas partes, no por Ia organización burguesa de la economía social, ni mucho menos, sino, digamos, por la escasez de tierras, por los pagos, por el yugo de la administración?
    ¿Que sentido puede tener explicar a los obreros la teoría de la lucha de clases, si esta teoría no puede explicar siquiera las relaciones entre ellos y el fabricante (nuestro capitalismo ha sido implantado artificialmente por el gobierno), y ni hablar de la masa del “pueblo”, que no pertenece a la clase ya formada de los obreros fabriles?
    ¿Cómo es posible admitir la teoría económica de Marx, con su conclusión sobre el papel revolucionario del proletariado como organizador del comunismo a través del capitalismo, cuando en nuestro país se quiere buscar caminos que conduzcan al comunismo, al margen del capitalismo y el proletariado que él engendra?
    Es evidente que, en semejantes condiciones, llamar al obrero a la lucha por la libertad política equivaldrá a llamado a sacar las castañas del fuego para la burguesía avanzada, porque no se puede negar (es característico que inclusive los populistas y los adeptos de “Naródnaia Volia” no hayan negado esto) que la libertad política servirá ante todo a los intereses de la burguesía y no mejorará la situación de los obreros, sino sólo . . . sólo mejorará las condiciones de su lucha . . . contra esa misma burguesía. Digo esto contra aquellos socialistas que, aunque no admitan la teoría de los socialdemócratas, dirigen, sin embargo, su agitación hacia los medios obreros, después de haberse persuadido empíricamente de que sólo en ellos es posible encontrar elementos revolucionarios. La teoría de estos socialistas está en con tradicción con su práctica, y cometen un error muy serio al distraer a los obreros de su tarea inmediata: LA ORGANIZACION DEL PARTIDO SOCIALISTA O B R E R O *.


    * Hay dos caminos para llegar a la conclusión de que es necesario elevar al obrero a la lucha contra el absolutismo: o considerar al obrero como el único combatiente por el régimen socialista, y ver entonces en la libertad política una de las condiciones que facilitan su lucha: así opinan los socialdemócratas; o bien ver en él sencillamente al ser que más sufre por el régimen existente, que ya nada tiene que perder y que puede alzarse con más decisión que nadie contra el absolutismo. Pero esto significará obligar al obrero a ir a la zaga de los radicales burgueses, que se niegan a ver el antagonismo existente entre la burguesía y el proletariado tras la solidaridad de todo el “pueblo” contra el absolutismo.


    Este error surgió de úna manera natural cuando los antagonismos de clase de la sociedad burguesa no se habían desarrollado aún, y estaban aplastados por el régimen de servidumbre, cuando este último originaba la protesta solidaria y la lucha de toda la intelectualidad, creando la ilusión de una democracia especial de nuestra intelectualidad, de la inexistencia de un profundo abismo entre las ideas de los liberales y las de los socialistas. Ahora que el desarrollo económico ha avanzado tanto que aun quienes antes negaban la existencia de un terreno propicio para el capitalismo en Rusia, reconocen que hemos entrado precisamente en el camino capitalista de desarrollo, ahora ya no es posible hacerse ilusiones al respecto. La composición de la “intelectualidad” se perfila con tanta claridad, como la de la sociedad ocupada en la producción de valores materiales: si en esta última reina y gobierna el capitalista, en la primera da el tono una banda, que crece cada vez con mayor rapidez, de trepadores y mercenarios de la burguesía: una “intelectualidad” satisfecha y pacífica, ajena a quimeras de toda especie y que sabe bien lo que quiere. Nuestros radicales y liberales lejos de negar este hecho, por el contrario lo subrayan con énfasis. Tratan, con el mayor celo, de demostrar su inmoralidad, de condenarlo, fulminarlo, zaherirlo . . . y aniquilarlo. Estas ingenuas pretensiones de lograr que la intelectualidad burguesa se avergüence de ser burguesa, son tan ridículas como la tendencia de los economistas pequeñoburgueses de asustar a nuestra burguesía (aludiendo a la experiencia “de los hermanos mayores”) diciéndole que se encamina hacia la ruina del pueblo, hacia la miseria, el paro forzoso y el hambre de las masas; este proceso a la burguesía y a sus ideólogos, recuerda el proceso al pez, que fue condenado a volver al río. Más allá de estos límites comienza la “intelectualidad” liberal y radical, que derrama una incontable cantidad de frases sobre el progreso, la ciencia, la verdad, el pueblo, etc., que gusta añorar los años de la década del 60, cuando no había discusiones, decadencia, depresión y apatía, y todos los corazones estaban inflamados de democratismo.
    Con la ingenuidad que les es propia, estos señores no quieren en modo alguno comprender que la solidaridad de entonces era producto de las condiciones materiales de una época, que no pueden volver: el régimen de servidumbre oprimía a todos por igual, al mayordomo del terrateniente que había ahorrado algún dinero y aspiraba a una buena vida, y al mujik emprendedor que odiaba al señor por las exacciones, por la intervención de éste en sus asuntos y por apartarlo frecuentemente del trabajo en su propia tierra; al proletarizado siervo doméstico y al mujik empobrecido, que era vendido como siervo al mercader; a causa de dicho régimen padecían el mercader fabricante y el obrero, el maestro artesano y el kustar. A todas estas personas sólo las unía la hostilidad al régimen de servidumbre: más allá de esa solidaridad comenzaba el más acusado antagonismo económico. Hay que estar metido hasta lo indecible por dulces sueños para no ver ni siquiera ahora este antagonismo, que ha alcanzado un desarrollo tan enorme; para añorar aquellos tiempos de solidaridad, en momentos en que la realidad exige la lucha, exige que todo el que no quiera ser un auxiliar VOLUNTARIO o INVOLUNTARIO de la burguesía, se coloque al lado del proletariado.
    Quien no crea en esas frases rimbombantes sobre los “intereses populares” y trate de ahondar más, verá que tenemos ante nosotros a auténticos ideólogos de la pequeña burguesía, que sueñan con mejorar, sostener y restaurar su economía (“popular”, en su jerga) mediante diferentes medidas progresistas inocuas, y que no son capaces, en absoluto, de comprender que, dentro de las relaciones de producción existentes, lo único que se logrará con todas esas medidas progresistas será proletarizar cada vez más profundamente a las masas. No podemos dejar de agradecer a los “amigos del pueblo” el que hayan contribuido en mucho al esclarecimiento del carácter de clase de nuestra intelectualidad, y que hayan robustecido así la teoría de los marxistas sobre la naturaleza pequenoburguesa de nuestros pequeños productores; dichas medidas han de acelerar, inevitablemente, la extinción de las viejas ilusiones y mitos, que durante tanto tiempo confundieron a los socialistas rusos. Los “amigos del pueblo” tanto han ajado, gastado y mancillado estas teorías, que a los socialistas rusos que se atienen a ellas se les presenta indefectiblemente este dilema: o revisarlas desde el comienzo, o rechazarlas por completo, dejándolas en exclusivo usufructo de los señores que con vanidoso júbilo anuncian, urbi et orbi, la compra de instrumentos perfeccionados por los campesinos ricos y que con aire serio afirman que debemos felicitar a quienes ya están hartos de pasar las horas junto al tapete verde. ¡Y en ese sentido hablan del “régimen popular” y de la “intelectualidad”, no sólo con seriedad, sino con frases colosales, presuntuosas, sobre los amplios ideales y sobre un ordenamiento ideal de los problemas de la vida! . . .
    La intelectualidad socialista sólo podrá pensar en realizar una labor fecunda cuando abandone sus ilusiones y empiece a apoyarse en el desarrollo real de Rusia; y no en el deseado, en las relaciones económicosociales reales y no en las probables. Su labor TEORICA deberá, además, dirigirse al estudio concreto de todas las formas de antagonismo económico existentes en Rusia, al estudio de su conexión y de su desarrollo consecuente ; deberá descubrir ese antagonismo, allí donde se encuentra encubierto por la historia política, por las particularidades del orden jurídico, por los prejuicios teóricos establecidos. Deberá ofrecer un cuadro completo de nuestre realidad, como sistema determinado de relaciones de producción, señalar cómo la explotación y la expropiación de los trabajadores son la esencia de este sistema, señalar la salida del regimen actual, indicada por el desarrollo económico.
    Esta teoría, basada en el estudio detallado y minucioso de la historia y de la realidad rusas, debe dar respuesta a las demandas del proletariado, y si satisface las exigencias científicas, todo despertar del pensamiento rebelde del proletariado conducirá inevitablemente dicho pensamiento al cauce del socialdemocratismo. Cuanto más avance la elaboración de esta teoría, tanto más rápidamente crecerá el socialdemocratismo, ya que los más astutos guardianes del régimen actual no pueden impedir el despertar de la conciencia del proletariado; y no pueden porque ese régimen lleva aparejada, necesaria e inevitablemente, una acentuada expropiación creciente de los productores, un crecimiento cada vez mayor del proletariado y de su ejército de reserva, y esto al lado del aumento de la riqueza social, del enorme desarrollo de las fuerzas productivas y de la socialización del trabajo por el capitalismo. Por mucho que quede todavía por hacer para la elaboración de esta teoría, los socialistas lo harán; ello está garantizado por la difusión entre ellos del materialismo, el único método científico que exige que todo programa sea una formulación exacta de un proceso real; está garantizado por el éxito de la socialdemocracia, que ha adoptado estas ideas, éxito que ha inquietado hasta tal punto a nuestros liberales y demócratas que sus revistas mensuales, como observó un marxista, han dejado de ser aburridas.
    Al subrayar así la necesidad, importancia y magnitud de la labor teórica de los socialdemócratas, en manera alguna quiero decir que dicha labor deba tener prioridad respecto de la labor PRACTICA *; y mucho menos que la segunda sea aplazada hasta la terminación de la primera. A tal conclusión podrían


    * Todo lo contrario, la labor práctica de propaganda y agitación debe tener siempre prioridad, porque, en primer lugar, la labor teórica sólo da respuesta a los problemas que surgen de la segunda. Y, en segundo lugar, los socialdemócratas se ven obligados con tanta frecuencia, por circunstancias que no dependen de ellos, a limitarse al solo trabajo teórico que valoran mucho cada momento en que es posible la labor práctica.


llegar sólo los exégetas del “método subjetivo en sociología” o los partidarios del socialismo utópico. Por supuesto, si se supone que la tarea de los socialistas consiste en buscar “otros caminos [que no sean los reales] de desarrollo” del país, entonces es natural que la labor práctica se haga posible sólo cuando filósofos geniales descubran y muestren esos “otros caminos”; y por el contrario, una vez descubiertos y mostrados, termina la labor teórica y comienza la de quienes deben dirigir la “patria” por el “nuevo camino” “recién descubierto”. De manera completamente distinta se plantea el problema cuando la tarea de los socialistas reside en ser los dirigentes ideológicos del proletariado en su lucha efectiva contra los enemigos verdaderos y actuales que existen en la vía real del presente desarrollo económicosocial. Con esta condición la labor teórica y la labor práctica se funden en un todo, en una sola labor que con tanto acierto ha definido el veterano socialdemócrata alemán Liebknecht con estas palabras:
    Studieren, Propagandieren, Organisieren *.
    No se puede ser dirigente ideológico sin la labor teórica antes señalada, como tampoco es posible serlo sin dirigir dicha labor de acuerdo con las exigencias de la causa, sin propagar los resultados de esta teoría entre los obreros y ayudarlos a organizarse.
    Este planteamiento de la tarea preserva a la socialdemocracia de los defectos de que tan a menudo adolecen los grupos socialistas: de dogmatismo y de sectarismo.
    No puede haber dogmatismo allí donde el criterio supremo y único de la doctrina es su conformidad con el proceso real del desarrollo económicosocial; no puede haber sectarismo cuando la tarea consiste en contribuir a la organización del proletariado; cuando, por consiguiente, el papel de la “intelectualidad” reside en hacer innecesaria la existencia de dirigentes intelectuales especiales.


    * “Estudio, propaganda, organización.” (N. de la Red.)


    Por eso, a pesar de que existen divergencias entre los marxistas en diferentes problemas teóricos, los métodos de su actividad política han permanecido siempre invariables desde la aparición misma del grupo y continúan siendo hasta ahora, los de antes.
    La actividad política de los socialdemócratas consiste en contribuir al desarrollo y organización del movimiento obrero en Rusia, a hacerlo salir del estado actual de tentativas de protesta, “motines” y huelgas esporádicos y privados de una idea directriz, convirtiéndolo en una lucha organizada de T O D A  L A  C L A S E obrera rusa, dirigida contra el régimen burgués y tendente a la expropiación de los expropiadores, a la destrucción del régimen social basado en la opresión del trabajador. Base de esta actividad es el convencimiento, común a los marxistas, de que el obrero ruso es el único y natural representante de toda la población trabajadora y explotada de Rusia*.


    * El hombre del futuro en Rusia es el mujik, pensaban los representantes del socialismo campesino, los populistas en el más amplio sentido de la palabra. El hombre del futuro en Rusia es el obrero, piensan los socialdemócratas. Así estaba formulado en un manuscrito el punto de vista de los marxistas.


    Natural, porque la explotación del trabajador en Rusia, es en todas partes capitalista por esencia, si se dejan de lado los restos agonizantes de la economía del régimen de servidumbre; lo único que ocurre es que la explotación de la masa de productores es pequeña, dispersa, y no desarrollada, mientras que la explotación del proletariado fabril es grande, está socializada y concentrada. En el primer caso la explotación se encuentra todavía envuelta en formas medievales, recargada de diferentes aditamentos, artificios y subterfugios políticos, jurídicos y convencionales, que impiden al trabajador y a sus ideólogos ver la esencia del sistema que oprime al trabajador, ver dónde y cómo hallar la salida. Por el contrario, en el último caso la explotación ya está completamente desarrollada y aparece en su forma pura, sin ninguno de los aditamentos que confunden la cuestión. El obrero no puede ya dejar de ver que lo oprime el capital, que hay que sostener la lucha contra la clase de la burguesía. Y esta lucha, encaminada a la satisfacción de sus necesidades económicas más inmediatas, a la mejora de su situación material, exige inevitablemente la organización de los obreros, se convierte inevitablemente en una guerra, no contra los individuos, sino contra la c l a s e, esa misma clase que no sólo en las fábricas, sino en todas partes oprime y subyuga al trabajador. He ahí por qué el obrero fabril no es otra cosa que el representante avanzado de toda la población explotada; y para que pueda cumplir con su función de representarla en una lucha organizada y consecuente hace falta algo muy distinto que entusiasmarlo con unas “perspectivas” cualesquiera; para ello hace falta sólo y simplemente hacerle comprender cuál es su situación, hacerle comprender la estructura del sistema político y económico que lo oprime, la necesidad e inevitabilidad del antagonismo de clase bajo este sistema. Esta situación del obrero fabril en el sistema general de relaciones capitalistas lo convierte en el combatiente único por la liberación de la clase obrera, porque sólo la fase superior de desarrollo del capitalismo, la gran industria mecanizada, crea las condiciones materiales y las fuerzas sociales necesarias para esta lucha. En todos los demás lugares, dadas las formas inferiores de desarrollo del capitalismo, no existen esas condiciones materiales: la producción está dispersa en millares de pequeñísimas empresas (que no dejan de ser empresas dispersas ni aun bajo las formas más igualitarias de la posesión comunal de la tierra), el explotado, en la mayoría de los casos, posee todavía una empresa minúscula y de ese modo se halla ligado al mismo sistema burgués contra el cual debe sostener la lucha: esto demora y dificulta el desarrollo de las fuerzas sociales capaces de derrocar el capitalismo. La pequeña explotación, dispersa, aislada, sujeta a los trabajadores al lugar de residencia, los disocia, no les da la posibilidad de adquirir conciencia de su solidaridad de clase, no les da la posibilidad de unirse una vez que han comprendido que la causa de su opresión no es una u otra persona, sino todo el sistema económico. Por el contrario, el gran capitalismo rompe inevitablemente toda ligazón del obrero con la vieja sociedad, con determinado lugar de residencia y con determinado explotador; lo une, lo obliga a pensar y lo sitúa en condiciones que le permiten dar comienzo a la lucha organizada. Por consiguiente, los socialdemócratas dirigen toda su atención y toda su actividad a la clase de los obreros. Cuando sus representantes de vanguardia asimilen las ideas del socialismo científico, la idea del papel histórico del obrero ruso, cuando estas ideas alcancen una amplia difusión y entre los obreros se creen sólidas organizaciones que trasformen la actual guerra económica esporádica de los obreros en una lucha conciente de clases, entonces el OBRERO ruso, colocándose a la cabeza de todos los elementos democráticos, derribará el absolutismo y conducirá AL PROLETARIADO RUSO (al lado del proletariado de TO DOS LOS PAISES ), por el camino directo de la lucha política abierta, a la REVOLUCION COMUNISTA VICTORIOSA.
Fin.  
1894.  

 
 
APENDICE I 
    Trascribo aquí, en el cuadro estadístico, los datos de los 24 presupuestos de que se habla en el texto.
    Resumen de datos sobre la composición y presupuestos de 24 familias campesinas típicas en el distrito de Ostrogozhsk.

EXPLICACION DEL CUADRO
    1) Las primeras 21 columnas están tomadas enteramente de la recopi lación. La columna 22 agrupa las de la recopilación correspondiente al centeno, trigo, avena y cebada, mijo y trigo sarraceno, a los restantes cereales, a la papa, legumbres y heno (8 columnas). En el texto se ha dicho cómo se calculó el ingreso proveniente de los cereales (columna 23) con exclusión de la cascarilla y de la paja. Después, la columna 24 reúne las columnas de la recopilacion correspondientes a: caballos, ganado vacuno, cerdos, ovejas, aves, cueros y lana, tocino y carne, productos lácteos, manteca (9 columnas). Las columnas 25 a 29 están tomadas enteramente de la recopilación. Las columnas 30 a 34 reúnen las de la recopilacion correspondientes a: gastos en centeno, trigo, mijo y trigo sarraceno, papas, legumbres, sal, manteca, tocino y carne, pescado, productos lácteos, vodka, té (12 columnas). La columna 35 agrupa las de la recopilación correspondientes a: jabón, querosene, velas, ropa y uten silios de cocina (4 columnas). Las restantes están claras.
    2) La columna 8 resulta de la suma del número de desiatinas de tierra arrendada más el numero de desiatinas de tierra laborable en lot nadiel (en la recopilación existe una columna especial).
    3) Las cifras de abajo en las columnas: “Fuentes de ingresos” y “Distribución de gastos” significan la parte monetaria de los gastos y de os ingresos. En las columnas 25 a 28 y 37 a 42 todos los ingresos (o gastos) son monetarios. Se ha determinado la parte monetaria (el autor no la separa) deduciendo del ingreso global el consumo hecho en la propia hacienda.

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APENDICE II 
    El señor Struve, con toda corrección, centra su crítica a Nik.-on en la tesis de que “la doctrina de Marx sobre la lucha de clases y el Estado es completamente ajena al economista político ruso”. Yo no tengo la audacia del señor Krivenko para juzgar, sólo sobre la base de este pequeño artículo (de 4 columnas) del señor Struve, su sistema de concepciones (no conozco otros artículos suyos); y debo decir también que no concuerdo con todo lo que él sostiene, y por eso puedo defender, no su artículo en conjunto, sino sólo ciertas ideas fundamentales que él desarrolla Pero en todo caso la citada circunstancia ha sido valorada de una manera profundamente certera: en verdad el error fundamental del señor Nik.-on consiste en no comprender la lucha de clases, inherente a la sociedad capitalista. La rectificación de este solo error sería suficiente para que inclusive de sus ideas e investigaciones teóricas se dedujesen necesariamente conclusiones socialdemócratas. En realidad, ignorar la lucha de clases evidencia la más burda incomprensión del marxismo, incomprensión de la que hay que culpar al señor Nik.-on, tanto más cuanto que en general éste aspira a hacerse pasar por un riguroso admirador de los principios de Marx. ¿Puede nadie, por poco conocedor de Marx que sea, negar que la doctrina sobre la lucha de clases es el eje de todo el sistema de sus concepciones?
    El señor Nik.-on podía, naturalmente, aceptar la teoría de Marx con la excepción de este punto, sobre la base, digamos, de que no se ajusta a los datos de la historia y de la realidad rusas; pero entonces, en primer lugar, no podría haber afirmado que la teoría de Marx explica nuestro sistema, no podría haber hablado siquiera de esta teoría y del capitalismo, ya que habría sido necesario rehacer la teoría y elaborar una concepción sobre un capitalismo diferente, al cual no fuesen inherentes las relaciones antagónicas y la lucha de clases. En todo caso, debió hacer una reserva, y aclarar por qué si acepta la A del marxismo, se niega a aceptar la B. El señor Nik.-on no ha intentado siquiera hacer nada semejante.
    Y el señor Struve concluye, muy correctamente, que la incomprensión de la lucha de clases convierte al señor Nik.-on en un utopista, pues al ignorar la lucha de clases que se de senvuelve en la sociedad capitalista, eo ipso ignora todo el contenido real de la vida político-social de esta sociedad, y para la realización de su desideratum se conclena inevitablemente a deambular por el ámbito de los inocentes sueños. Esta incomprensión lo convierte en un reaccionario, pues la apelación a la “sociedad” y al “Estado”, es decir, a los ideólogos y los políticos de la burguesía, sólo pueden desconcertar a los socialistas, inducirlos a considerar como aliados a los peores enemigos del proletariado, sólo puede frenar la lucha de los obreros por la emancipación, en lugar de contribuir a la intensificación, al esclarecimiento y a una mejor organización de esa lucha.

    Ya que hablamos del artículo del señor Struve, no podemos menos que referirnos aquí también a la respuesta del señor Nik.-on en el número 6 de R. Bogatstvo [*].
    “Resulta — afirma el señor Nik.-on aduciendo datos sobre el lento aumento del número de obreros fabriles, aumento que va a la zaga del crecimiento de la población –, resulta que en nuestro país el capitalismo lejos de cumplir su ‘misión histórica’, fija él mismo límites a su propio desarrollo. He aquí por qué, entre otras cosas, tienen mil veces razón los que buscan ‘para su patria un camino de desarrollo distinto del que ha seguido y sigue Europa occidental'”. (¡Y esto lo escribe un hombre que reconoce que Rusia sigue ese mismo camino capitalista!) Esta “misión histórica” no se cumple, según el señor Nik.-on, porque “la corriente económica hostil a la comunidad rural [es decir, el capitalismo] destruye los fundamentos mismos de su existencia, sin traer consigo esa pequeña porción de significado unificador tan característica en Europa occidental y que comienza a manifestarse con singular fuerza en América del Norte”.
    En otras palabras, tenemos ante nosotros el clásico argumento contra los socialdemócratas inventado por el famoso señor V. V., quien consideraba el capitalismo desde el punto de vista de un funcionario de ministerio que resuelve la cuestión de Estado de la “introducción del capitalismo en la vida del pueblo”: si cumple su “misión”, puede ser admitido; si no la cumple, “no hay que admitirlo”. Aparte de todas las otras cualidades de este ingenioso razonamiento, la “misión” misma del capitalismo ha sido comprendida por el señor V. V.


    * En general, en sus artícuíos de R. Bogatstvo el señor Nik.-on trata afanosamente, al parecer, de demostrar que en manera alguna está tan lejos del radicalismo pequeñoburgués como podría creerse; que él también es capaz de ver en el crecimiento de la burguesía campesina (núm. 6, pág. 118: difusión entre los “campesinos” de instrumentos perfeccionados de trabajo. fosfatos, etc.) indicios de que “el c a m p e s i n a d o mismo” [¿el mismo que es expropiado en masa?] “comprende la necesidad de salir de la situación en que se encuentra”.


— y es comprendida, según se ve, por el señor Nik.-on — de una manera errónea y estrecha hasta lo imposible, hasta el escándalo; y de nuevo, naturalmente, estos señores atribuyen sin ceremonias la estrechez de su propia incomprensión a los socialdemócratas: ¡se los puede calumniar como a muertos, porque total no tienen acceso a la prensa legal!
    Marx consideraba que el papel progresista, revolucionario, del capitalismo consistía en el hecho de que, al socializar el trabajo, al mismo tiempo, por el mecanismo del proceso, “educa, une y organiza a la clase obrera”, la educa para la lucha, organiza su “rebeldía”, la une para “la expropiación de los expropiadores”, para la conquista del poder político y para arrebatar los medios de producción de las manos “de unos cuantos usurpadores”, a fin de ponerlos en las manos de toda la sociedad (El capital, pág. 650)[54].
    Esta es la formulación de Marx.
    Naturalmente, no se habla del “número de obreros fabriles”: se habla de la concentración de los medios de producción y de la socialización del trabajo. Es claro que este criterio no tiene nada en común con el “número de obreros fabriles”.
    Pero nuestros excepcionalistas intérpretes de Marx han tergiversado esto, de manera que la socialización del trabajo bajo el capitalismo se reduce al trabajo de los obreros fabriles en un mismo local, y por eso, dicen ellos, el papel progresista del capitalismo se mide . . . ¡¡¡por el número de obreros fa briles!!! Si aumenta el número de obreros fabriles, significa que el capitalismo desempeña bien su papel progresista; si disminuye, significa que “cumple mal su misión histórica” (pág. 103 del artículo del señor Nik.-on), y corresponde a la “intelectualidad” “buscar otros caminos para su patria”.
    Y he aquí que la intelectualidad de Rusia se pone a buscar “otros caminos” Los ha venido buscando y encontrando desde hace décadas, tratando de demostrar[*] con todas sus fuerzas que el capitalismo constituye un camino “falso” de desarrollo, pues conduce al paro forzoso y la crisis. En 1880 tuvimos una crisis, dicen, y también en 1893: es hora de abandonar este camino, pues evidentemente las cosas se nos presentan mal.
    Como el gato de la fábula, la burguesía rusa “escucha y sigue comiendo”: en verdad, las cosas se le presentarán “mal” cuando ya no pueda realizar sus fabulosas ganancias; y hace coro a los liberales y radicales, y emprende intensamente, gracias a los capitales que han quedado disponibles y que son más baratos, la construcción de nuevos ferrocarriles. Las cosas se “nos” presentan mal, porque en los viejos sitios “nosotros” ya hemos desvalijado por completo al pueblo y es preciso convertir nuestro capital en capital industrial, que no puede enriquecernos tanto como el comercial: así, “nosotros” iremos a las regiones limítrofes orientales y septentrionales de la Rusia europea, donde todavía es posible la “acumulación originaria”, que da jugosos beneficios, donde todavía la diferenciación burguesa de los campesinos está lejos de haber llegado a su punto culminante. La intelectualidad ve todo esto y amenaza sin cesar diciendo que “nosotros” nos encaminamos de nuevo a una bancarrota. Y realmente se acerca una nueva bancarrota. La masa de pequeños capitalistas es desalojada por los grandes, la masa de campesinos es expulsada de la agricultura, que pasa cada vez más a manos de la burguesía; crece en proporciones inabarcables la marea de la miseria, del paro forzoso, de la extenuación por hambre, y la “intelectualidad”, con la conciencia tranquila, recuerda sus profecías y vuelve a lamentarse del injusto camino seguido, demostrando la inconsistencia de nuestro capitalismo por la falta de mercados exteriores.


    * Estas pruebas son estériles, no porque sean falsas, ya que la ruina, el empobrecimiento y el hambre del pueblo son secuela indudable e inevitable del capitalismo, sino porque van dirigidas al vacío. La “sociedad”, aun bajo el manto de la democracia, defiende los intereses de la plutocracia, y, naturalmente, no es la plutocracia la que se opondrá al capitalismo. El “gobierno”. . . — citaré la opinión de un adversario, el señor N. Mijailovski –: por poco que conozcamos el programa de nuestro gobierno — dijo en una ocasión –, lo conocemos lo suficiente como para estar seguros de que “la socialización del trabajo” no entra en él.


    Pero la burguesía rusa “escucha y sigue comiendo”. Mientras la “intelectualidad” busca nuevos caminos, ella emprende gigantescas obras de construcción de ferrocarriles que conducen a sus colonias, donde crea un mercado para ella, introduciendo en los jóvenes países las maravillas del sistema burgués, fomentando con singular rapidez allí también una burguesía industrial y agrícola, y arrojando a la masa de productores a las filas de los sin trabajo, eternamente hambrientos.
    ¡¡¿Acaso continuarán los socialistas limitándose a lamentarse de los caminos equivocados y a demostrar la inconsistencia del capitalismo . . . por el lento crecimiento del número de obreros fabriles?!!
    Antes de pasar a examinar esta idea infantil*, no se puede por menos que señalar que el señor Nik.-on trascribió con extraordinaria inexactitud el pasaje criticado del artículo del señor Struve. En su artículo decía literalmente lo siguiente:


    * ¡Cómo no lla.nar, en efecto, infantil a esta idea cuando para determinar el papel progresista del capitalismo se toma, no el grado de socialización del trabajo, sino un índice tan oscilante como es el desarrollo de una sola rama del trabajo nacional! Todo el mundo sabe que el número de obreros no puede menos que ser extraordinariamente variable bajo el modo capitalista de producción, que dicho número depende de muchos factores secundarios como las crisis, la magnitud del ejército de reserva el grado de explotación del trabajo, el grado de intensidad de éste, etc. etc.


    “Cuando el autor [es decir, el señor Nik.-on] señala la diferencia entre la composición de la población rusa y la norteamericana por el género de ocupación — para Rusia se estima que el 80 por ciento de toda la población activa (erwerbsthätigen ) trabaja en la agricultura, y en Estados Unidos sólo el 44 por ciento –, no observa que el desarrollo del capitalismo en Rusia conducirá precisamente a la disminución de esa diferencia de 80-44: ésta, puede decirse, es su misión histórica.”
    Se puede pensar que aquí la palabra “misión” es inapropiada, pero la idea del señor Struve es clara: el señor Nik.-on no ha observado que el desarrollo capitalista de Rusia (él mismo reconoce que ese desarrollo es realmente capitalista) reducirá la población rural, puesto que se trata de una ley general del capitalismo. Por consiguiente, el señor Nik.-on, a fin de refutar esta objeción, debió demostrar o 1) que no descuidó esta tendencia del capitalismo, o 2) que el capitalismo no tiene esa tendencia.
    En lugar de eso el señor Nik.-on examina los datos sobre el número de nuestros obreros fabriles (un I por ciento de la población, según su cálculo). ¿Pero acaso en el artículo del señor Struve se habla de los obreros fabriles? ¿Acaso el 20 por ciento de la población en Rusia y el 56 por ciento en Norteamérica son obreros fabriles? ¿Acaso los conceptos “obreros fabriles” y “población no ocupada en la agricultura” son idénticos? ¿Se puede poner en duda que también en Rusia disminuye la parte de población dedicada a la agricultura?
    Después de esta enmienda, que considero tanto más necesaria cuanto que el señor Krivenko ya una vez, en esta misma revista, tergiversó este pasaje, pasaremos a examinar la idea del señor Nik.-on sobre “el mal cumplimiento de su misión por nuestro capitalismo”.
    En primer lugar, es absurdo identificar el número de obreros fabriles con el de obreros ocupados en la producción capitalista, como lo hace el autor de los Ensayos [55]. Esto significa repetir (e inclusive exagerar) el error de los economistas pequeñoburgueses rusos, que hacen partir el capitalismo directamente de la gran industria mecanizada. ¿Acaso los millones de kustares rusos que trabajan para los mercaderes con el material de éstos, por un salario corriente, no están ocupados en una producción capitalista? ¿Acaso los peones y jornaleros rurales no reciben de sus patronos un salario y no dan a éstos plusvalía? ¿Acaso los obreros de la construcción (industria que se ha desarrollado con rapidez en nuestro país después de la Reforma) no estan sometidos a la explotación capitalista?, etc.*


    * Me limito aquí a criticar el procedimiento del señor Nik.-on, de juzgar acerca de la “significación unificadora del capitalismo” por el número de obreros fabriles. No puedo pasar al análisis de las cifras, ya que no tengo a mano las fuentes que él ha utilizado. No se puede, sin embargo, dejar de ver que estas fuentes han sido elegidas por el señor Nik.-on no del todo felizmente. Al principio toma los datos de la Recopilación estadistica militar para 1865 y de la Guía de fábricas y talleres de 1894 correspondiente a 1890. Resulta un número de obreros (excluyendo los mineros) de 829.573 y 875.764 respectivamente. El aumento de un 5,5 por ciento es mucho menor que el de población (de 61.420.000 a 91.000.000, o sea, 48,1 por ciento). En la página siguiente toma ya otros datos: tanto para 1865 como para 1890 recurre a la Guía de 1893 Según estos datos, el número de obreros es de 392.718 y 716.792, respectivamente; el aumento es de un 82 por ciento. Pero esto sin la industria gravada con impuestos, en la que el número de obreros (pág. 104) era en 1865 de 186.053 y en 1890 de 144.352. Sumando estas últimas cifras a las precedentes, obtenemos un número total de obreros (exceptuados los mineros), en 1865 de 578,771, y en 1890 de 861.124. El aumento es de un 48,7 por ciento, con un crecimiento de la población en un 48,1 por ciento. Así, en cinco páginas el autor utiliza algunos datos que señalan un aumento del 5 por ciento y ¡otros un aumento del 48 por ciento! ¡¡Y sobre la base de cifras tan contradictorias conduye que nuestro capitalismo es inconsistente!!
    Y ademas, ¿por qué no tomo el autor los datos sobre el número de obreros que él mismo citó en los Ensayos (cuadro XI y XII) y por los cuales vemos que aumento en un 12-13 por ciento en tres años (1886-1889), es decir, un incremento que supera rápidamente el crecimiento de la población? El autor dirá, tal vez, que el intervalo de tiempo es muy breve. Pero en cambio, estos datos son homogéneos, comparables, y más fidedigúos; esto en primer lugar. Y en segundo lugar, ¿acaso d propio autor no utilizó esos mismos datos, a pesar del breve periodo de tiempo a que se refiere, para emitir un juicio sobre el crecimiento de la industria fabril?
    Se comprende que los datos cobre una sola rama del trabajo nacional no pueden menos que ser precarios cuando se toma un índice tan oscilante del estado de dicha rama como el número de obreros. ¡Y hay que ser un soñador muy ingenuo para esperar, sobre la, base de semejantes datos, que nuestro capitalismo llegue a derrumbarse, a reducirse a polvo por sí mismo, sin una lucha tenaz y encarnizada; para contraponer tales datos al indudable dominio y desarrollo del capitalismo en todas las ramas del trabajo nacional!


    En segundo lugar, es absurdo comparar el número de obreros fabriles (1.400.000) con toda la población y expresar esta relación en un porcentaje. Esto significa realmente comparar magnitudes inconmensurables: la población apta para el trabajo con la no apta, la población ocupada en la producción de valores materiales con la ocupada en la producción de “bienes ideológicos”, etc. ¿Acaso los obreros fabriles no mantienen cada uno un número determinado de miembros de ía familia que no trabajan? ¿Acaso no mantienen — además de a sus patrones y a toda una tropilla de mercaderes — a una cantidad innumerable de soldados, funcionarios y demás señores a los que ustedes incluyen entre la población agrícola, contraponiendo toda esa mezcolanza al obrero fabril? ¿Acaso, además, no hay en Rusia pequeñas industrias como la pesquera y otras, a las que también es absurdo contraponer a la industria fabril, y agruparlas con la agricultura? Si se hubiera querido tener una idea sobre la composición de la población de Rusia por sus ocupaciones, en primer lugar se debería haber señalado por separado la población dedicada a la producción de valores materiales (excluyendo, por consiguiente, la población no trabajadora, por una parte, y por otra los soldados, los funcionarios, los popes, etc.), y en segundo lugar intentado distribuirla en las diferentes ramas del trabajo nacional. Si no hubiera datos para ello, habría que haber desistido de hacer estos cálculos* y no decir tonterías sobre el 1 por ciento (??!!) de la población ocupada en la industria fabril.


    * El señor Nik.-on intentó hacer este cálculo en los Ensayos, pero con el mayor desacierto. En la página 302 leemos:
    “En los últimos tiempos se ha hecho el intento de determinar el número de todos los obreros libres en las 50 provincias de la Rusia europea (S. Korolenko, El trabajo libre asalariado, San Petersburgo, 1892). La investigación del departamento de Agricultura estima el total de la población agricola apta para el trabajo, en las so provincias de la Rusia europea, en 35.712.000 personas, mientras que el total de obreros necesarios en la agricultura, las industrias de trasformación, extractivas, el transporte, etc., es estimado en 30.124.000 personas. Así, pues, el excedente de obreros completamente superfluos se expresa en 18 enorme cantidad de 5.588.000 personas, lo que con sus familias, según la norma, alcanza a un número no inferior a 15 millones de personas,” (Esto se repite en la página 341.)
    Si examinamos esta “investigación”, veremos que “se ha investigado” en ella sólo el trabajo libre asalariado empleado por los terratenientes, y a esta investigación el señor Korolenko añadió un “estudio” referido a la Rusia europea, “en los aspectos agrícola e industrial”. En este estudio se hace el intento (no sobre la base de una “investigación” cual quiera, sino con arreglo a los viejos datos disponibles) de clasificar según las ocupaciones a la población obrera de la Rusia europea. En el resumen del señor Korolenko se obtiene el siguiente resultado: 35.712.000 obreros para las 50 provincias de la Rusia europea. De este número están ocupados: .

   
 

agriculture 27,435,400
cultivation of special crops 1,466,400
factory and mining industry 1,222,700
Jews 1,400,400
lumbering about 2,000,000
stock-breeding 1,000,000
railways 200,000
fishing 200,000
local and outside employment,
hunting, trapping, and
miscellaneous others
787,200
Total: 35,712,100

    Así, pues, el señor Korolenko ha clasificado (bien o mal) según las ocupaciones a todos los obreros, ¡mientras que el señor Nik.-on toma arbitrariamente de los tres primeros renglones y habla de 5.588.000 obreros “completamente superfluos” (??)!
    Además de este desaderto, no se puede dejar de observar que el cálculo del señor Korolenko es en extremo general e inexacto: la cantidad de trabajadores agrícolas está determinada según una norma única común a toda Rusia, no se ha clasificado aparte la población no productora (el señor Korolenko, siguiendo el antisemitismo de las autoridades, incluye aquí. . . ¡a los judíos! Debe haber más de 1.400.000 personas no productoras aptas para el trabajo: comerciantes, mendigos, vagabundos, delincuentes, etc.), es escandalosamente reducido el numero de kustares (el último renglón: ocupaciones auxiliares en la localidad y fuera de ella), etc. Sería mucho mejor no hacer semejantes cálculos.


    En tercer lugar — y esta es la principal y más escandalosa tergiversación de la teoría de Marx sobre el papel progresista y revolucionario del capitalismo –, ¿de dónde ha sacado usted que “la significación unificadora” del capitalismo sólo se expresa en la unificación de los obreros fabriles? ¿No habrá tomado esta idea sobre el marxismo de los artículos de Otiéchestviennie Zapiski a propósito de la socialización del trabajo? ¿No reducirá también ésta al trabajo en un mismo local?
    Pero no. Al parecer, no se le puede reprochar esto a Nik.-on, porque caracteriza con exactitud la socialización del trabajo por el capitalismo en la segunda página de su artículo publicado en el núm. 6 de R. Bogatstvo, señalando con acierto los dos rasgos de esta socialización: 1) trabajo para toda la sociedad y 2) unificación de los obreros aislados para la obtención del producto del trabajo común. Sin embargo, si esto es así, ¿por qué juzgar la “misión” del capitalismo por el número de obreros fabriles, siendo que esta “misión” se cumple por el desarrollo del capitalismo y de la socialización del trabajo en general, por la creación del proletariado en general, en relación con el cual los obreros fabriles no son más que su destacamento de vanguardia? Es indudable, naturalmente, que el movimiento revolucionario del proletariado depende también del número de estos obreros, de su concentración, del grado de su desarrollo, etc., pero todo esto no da el menor derecho a reducir “la significación unificadora” del capitalismo a l n ú m e r o de obreros fabriles. Ello significa empequeñecer hasta lo imposible la idea de Marx.
    Daré un ejemplo. En su folleto Zur Wohnungsfrage *, Federico Engels habla de la industria alemana y señala que en ningún otro país fuera de Alemania — él habla sólo de Europa occidental — existe una cantidad semejante de obreros asalariados que posean huerto o una parcela de tierra cultivada. “La industria artesanal rural, unida a la horticultura o a la agricultura — dice –, forman la amplia base de la joven gran industria de Alemania. ” A medida que aumentan las nece sidades de los pequeños campesinos alemanes, esta industria artesanal crece cada vez con mayor fuerza (como en Rusia también, añadimos nosotros), pero al mismo tiempo LA UNION de la industria con la agricultura es condición, no del BIENESTAR del artesano, sino, por el contrario, de una mayor OPRESION. Como está sujeto al lugar de residencia, se ve obligado a aceptar cualquier precio que se le ofrezca, razón por la cual da al capitalista no sólo plusvalía, sino tam bién una gran parte del salario (como en Rusia, con su enorme desarrollo del sistema de gran producción basado en el trabajo a domicilio). “Ese es un aspecto de la cuestión — continúa Engels –, pero ésta tiene también su reverso [. . .] Con la extensión de la industria artesanal los campesinos, localidad tras localidad, son incorporados al movimiento industrial de la época moderna. Esta revolucionarización de las localida des agrícolas mediante la industria artesanal extiende la revolución industrial en Alemania a regiones mucho mayores de lo que la extendió en Inglaterra y Francia [. . .] Esto explica por gué en Alemania, en comparación con Inglaterra y Francia, el movimiento obrero revolucionario alcanzó una difusión tan acentuada en la mayor parte del país, en lugar de limitarse con exclusividad a los centros urbanos. Y esto, a su vez, explica el crecimiento sereno, firme e incontenible de este movimiento. En Alemania es claro de por sí que la insurrección victoriosa en la capital y en las otras grandes ciudades será posible sólo cuando también la mayoría de las pequeñas ciudades y la mayor parte de las zonas rurales estén maduras para la revolución “[56].


    * Contribución al problema de la vivienda. (N. de la Red.)


    Véase: no sólo “la significación unificadora del capitalismo”, sino también el éxito del movimiento obrero dependen del número de obreros fabriles y, además, ¡del número de artesanos ! ¡Y nuestros excepcionalistas, desconociendo la organización puramente capitalista de la enorme mayoría de las industrias de los kustares rusos, las contraponen al capitalismo como una industria “popular”, y calculan el “porcentaje de la poblacion que se encuentra a disposición directa del capítalismo” por el número de obreros fabriles! Esto ya recuerda el siguiente razonamiento del señor Krivenko: los marxistas quieren dirigir toda la atención hacia los obreros fabriles, pero como su número total es de 1 millón entre 100 millones de personas, sólo constituyen un pequeño rincón de la vida, y dedicarse a él es lo mismo que limitarse al trabajo en las instituciones corporativas o en las sociedades de beneficencia (núm. 12 de R. B.). ¡¡Las fábricas y talleres son un rincón tan pequeño de la vida como las instituciones corporativas y las sociedades de beneficencia!! ¡Oh, genial señor Krivenko! ¿Sin duda son las instituciones corporativas las que fabrican los productos para toda la sociedad? ¿Tal vez precisamente el orden por el que se rigen las instituciones corporativas es el que explica la explotación y la expropiación de los trabajadores? ¿Tal vez precisamente en las instituciones corporativas es donde hay que buscar a los representantes de vanguardia del proletariado, capaces de alzar la bandera de la emancipación de los obreros?
    No son extrañas semejantes cosas en labios de filósofos burgueses menores, pero es lamentable encontrar algo semejante en el señor Nik.-on.
    En la página 393 de El capital,[57] Marx ofrece datos sobre la composición de la población inglesa. En Inglaterra y en Gales había en 1861, en total, 20 millones de habitantes. La cantidad de obreros ocupados en las ramas principales de la industria fabril era de 1.605.440*. Además, el número de criados era de 1.208.648, y en una nota a la segunda edición Marx indica el crecimiento singularmente rápido de esta última clase. ¡¡Figúrense ahora que en Inglaterra hubiese “marxistas” que para juzgar acerca de la “importancia unificadora del capitalismo” se pusiesen a dividir 1.600.000 por 20!! ¡¡¡Se obtendría un 8 por ciento: menos de una doceava parte !!! ¡Cómo, pues, se puede hablar de la “misión” del capitalismo cuando éste no ha unificado ni una doceava parte de la población! ¡Y además aumenta con mayor rapidez la clase de los “esclavos domésticos”: uná inversión estéril del “trabajo nacional”, que testimonia que “nosotros”, ingleses, seguimos “un camino equivocado”! ¡¿No es claro que “nosotros” tenemos que “buscar para nuestra patria otros caminos de desarrollo”, no capitalistas?!


    * 642.607 personas ocupadas en la industria textil, en la producción de medias y encajes (en nuestro país decenas de miles de mujeres ocupadas en la producción de medias y encajes se ven sometidas a la explotación más increíble de las “comerciantes”, para las cuales trabajan. El salario es tan reducido Ique llega a veces a 3 [sic! ] kopeks por día! ¿No se encuentran ellas, señor Nik.-on, “a disposición directa del capitalismo”?); además, 565.835 personas ocupadas en las minas de carbón y de mineral de hierro, y 396.998 en todas las industrias y manufacturas de metales.


    Hay aún otro punto en la argumentación del señor Nik.-on: al decir que nuestro capitalismo no tiene la misma significación unificadora que “es tan característica para la Europa occidental y que comienza a manifestarse con singular fuerza en América del Norte “, tiene en cuenta, evidentemente, el movimiento obrero. Así, nosotros debemos buscar otros caminos, ya que nuestro capitalismo no da origen a un movimiento obrero. Me parece que este argumento ya había sido anticipado por el señor Mijailovski, quien advertía sentenciosamente a los marxistas que Marx operaba con un proletariado ya creado. Y cuando un marxista le observó que él veía en la miseria sólo miseria, Mijailovskí respondió del siguiente modo: esta observación, como de costumbre, ha sido tomada por entero de Marx. Pero si nos referimos a ese pasaje de Miseria de la filosofía — agregaba — veremos que no es aplicable en nuestro caso y que nuestra miseria es sólo miseria. En realidad, sin embargo, en Miseria de la filosofía no veremos nada de eso. Marx habla allí de los comunistas de la vieja escuela, que ven en la miseria sólo miseria, sin advertir su aspecto revolucionario, destructor, que terminará por derrocar a la vieja sociedad[58]. Es evidente que el señor Mijailovski se basa en la falta de “manifestación” del movimiento obrero para afirmar que dicho pasaje no es aplicable en nuestro caso. Con motivo de este razonamiento permítasenos observar, en primer lugar, que sólo el más superficial conocimiento de los hechos puede sugerir la idea de que Marx operaba con un proletariado ya creado. El programa comunista de Marx fue elaborado por él antes de 1848. ¿Qué movimiento obrero* existía entonces en Alemania? No había entonces ni siquiera libertad política, y la actividad de los comunistas se limitaba a los círculos clandestinos (como ahora en nuestro país). El movimiento obrero socialdemócrata, que ha demostrado a todos de modo evidente el papel revolucionario y unificador del capitalismo, surgió dos decenios más tarde, cuando la doctrina del socialismo científico se formo definitivamente, cuando se extendió con mayor amplitud la gran industria y apareció una pléyade de hombres talentosos y enérgicos que difundieron esa doctrina entre los obreros. Además de presentar bajo una luz falsa los hechos históricos, y olvidar la labor gigantesca realizada por los socialistas para infundir conciencia y sentido de organización al movimiento óbrero, nuestros filósofos atribuyen a Marx las más absurdas concepciones fatalistas. Al decir de estos filósofos, según la concepción de Marx la organización y socialización de los obreros se operan espontáneamente y, por lo tanto, si nosotros, al ver el capitalismo no percibimos el movimiento obrero, es porque el capitalismo no cumple su misión, y no porque todavía sea poco eficaz nuestro trabajo organizativo y de propaganda entre los obreros. Ni siquiera vale la pena refutar este cobarde subterfugio filisteo de nuestros filósofos excepcionalistas: lo refuta toda la actividad de los socialdemócratas de todos los países, lo refuta cada discurso público de cualquier marxista. La socialdemocracia — dice con toda justicia Kautsky — es la unión del movimiento obrero con el socialismo. Y para que el papel progresista del capitalismo “se manifieste” también en nuestro país, nuestros socialistas deben poner con toda energía manos a la obra; deben elaborar de una manera más detallada la concepción marxista de la historia y de la realidad rusas, y hacer un estudio más sistemático, más concreto, de todas las formas de la lucha de clases y de la explotación, que en Rusia aparecen singularmente embrolladas y encubiertas. Deben además popularizar esta teoría, hacérsela conocer al obrero, deben ayudar a éste a asimilarla y elaborar la forma de organización más ADECUADA a nuestras condiciones para la difusión de las ideas socialdemócratas y para unir a los obreros y convertirlos en una fuerza política. Y los socialdemócratas rusos, lejos de haber dicho jamás que han terminado ya, que han completado esta tarea de ideólogos de la clase obrera (tarea que no tiene fin), siempre han subrayado que no han hecho más que iniciarla, que se necesitará el esfuerzo de multitud de personas a fin de crear algo sólido.


    * Se puede juzgar hasta que punto era entonces numéricamente in significante la clase obrera por el hecho de que 27 años después en 1875, Marx escribia: “El pueblo trabajador en Alemania está compuesto en su mayoría de campesinos y no de proletarios.[59]” ¡He aquí lo que significa “operar [??] con un proletariado ya creado”!


    Además de la insatisfactoria y escandalosamente estrecha comprensión de la teoría de Marx, esta objeción corriente acerca de que nuestro capitalismo no desempeña un papel progresista, parece también basarse en la absurda idea de un mítico “régimen popular”.
    Cuando “los campesinos” en la famosa “comunidad rural” se dividen en pobres y ricos, en representantes del proletariado y del capital (del comercial en particular) no quieren ver en esto un capitalismo embrionario, medieval, y, dejando a un lado la estructura política y económica del campo, parlotean, en sus búsquedas de “otros caminos para la patria”, sobre los cambios de la forma de posesión de la tierra por los campesinos, con lo que confunden imperdonablemente la forma de organización económica, como si en el seno de la misma “comunidad rural igualitaria” no floreciese en nuestro país la diferenciación puramente burguesa de los campesinos. Y cuando este capitalismo, al desarrollarse, rebasa los marcos estrechos del capitalismo medieval, rural, destruye el poder feudal de la tierra y obliga al campesino hace ya mucho tiempo desvalijado totalmente y hambriento, después de haber dejado la tierra a la comunidad para su distribución igualitaria entre los kulaks triunfantes, a abandonar su localidad, a peregrinar por toda Rusia, pasando grandes intervalos de tiempo sin trabajo, a conchabarse hoy con un terrateniente, mañana con un contratista en las obras de construcción de un ferrocarril, después como trabajador urbano o como peón de un campesino rico, etc.; cuando este “campesino”, cambiando de patronos por toda Rusia, ve que en todas partes a donde llega es víctima del más desvergonzado pillaje; ve que al mismo tiempo saquean a otros desposeídos como él; ve que lo desvalija, no necesariamente “el señor”, sino también “su hermano mujik”, siempre y cuando éste posea dinero para la compra de fuerza de trabajo; ve cómo en todas partes el gobierno está al servicio de sus patronos, coartando los derechos de los obreros y reprimiendo como si fuesen motines todo intento de defender sus derechos más elementales; ve cómo es cada vez más y más arduo el trabajo del obrero ruso, cómo crece cada vez con mayor rapidez la riqueza y el lujo — mientras la situación del obrero empeora día a día, la expropiación se intensifica y el paro forzoso se convierte en norma –, en tiempos como estos, nuestros críticos del marxismo buscan otros caminos para la patria, en tiempos como estos se dedican a considerar el profundo problema de si se puede reconocer aquí el papel progresista del capitalismo, teniendo en cuenta el lento crecimiento del número de obreros fabriles, y si no hay que rechazar nuestro capitalismo y considerarlo un camino equivocado puesto que “está cumpliendo mal, muy mal, su misión histórica”.
    ¿No es esta en verdad una ocupación elevada, de gran contenido humano?
    Y qué doctrinarios estrechos son esos malvados marxistas, cuando dicen que buscar otros caminos para la patria mientras en Rusia existe por doquier la explotación capitalista del trabajador, significa huir de la realidad a la región de las utopías, cuando hallan que no es nuestro capitalismo el que cumple mal su misión, sino que son los socialistas rusos quienes no quieren comprender que soñar con el apaciguamiento de la secular lucha económica de las clases antagónicas de la sociedad rusa significa caer en un estado a lo Manílov, no quieren comprender que hay que esforzarse por infundir conciencia a esta lucha y organizarla para ello, emprender la labor socialdemócrata.
    Como conclusión no podemos dejar de señalar otro ataque del señor Nik.-on contra el señor Struve, en ese mismo núm. 6 de R. B.
    “Es forzoso dirigir la atención — dice el señor Nik.-on a cierta particularidad de los métodos polémicos del señor Struve. Escribió para el público alemán, en una revista alemana seria, y empleó procedimientos al parecer totalmente inadecuados. Hay que pensar que no sólo el público alemán, sino inclusive el ruso ha alcanzado ‘la edad adulta’ para que pueda dejarse influir por los diferentes ‘espantajos’ de que está plagado su artículo. Expresiones como ‘utopía’, ‘programa reaccionario’ y otras semejantes aparecen en cada una de sus columnas. Pero, ¡ay!, estas ‘palabras terribles’ no producen ya, decididamente, el efecto que por lo visto espera el señor Struve” (pág. 128).
    Intentemos ver si en esta polémica de los señores Nik.-on y Struve se han empleado “procedimientos inadecuados”, y si así fuera, quién los ha empleado.
    El señor Struve es acusado de emplear “procedimientos inadecuados” porque en un artículo serio quiere influir sobre el público con “espantajos” y “palabras terribles”.
    Emplear “espantajos” y “palabras terribles” significa dar una caracterización del adversario que constituye una áspera censura, no fundameritada con claridad y precisión, y que no se desprende de manera inevitable de los conceptos de quien escribe (conceptos expuestos en forma definida), sino que sólo expresa el deseo de injuriar y pulverizar.
    Es evidente que sólo este último rasgo es el qué convierte los epítetos resueltamente negativos en “espantajos”. Pues el señor Slonimski expresó su opinión sobre el señor Nik.-on en términos bruscos, pero como al hacerlo formulaba con claridad y exactitud su punto de vista de liberal corriente, incapaz en absoluto de comprender el carácter burgues del actual estado de cosas, formulaba con plena nitidez sus prodigiosos argumentos, se le puede acusar de cuanto se quiera, pero no de emplear “procedimientos inadecuados”. El señor Nik.-on también opinó en términos bruscos sobre el señor Slonimski, citando entre otras cosas, como algo edificante y aleccionador, las palabras de Marx, “que se han justificado también en nuestro país” (es el señor Nik.-on quien lo reconoce), acerca del carácter reaccionario y utópico de la defensa de la pequeña producción artesanal y de la pequeña propiedad campesina, defensa en la que está empeñado el señor Slonimski, y lo acusó de “estrechez mental”, de “ingenuidad “, etc. Aclaramos que el artículo del señor Nik.-on está “plagado” de los mismos epítetos (subrayados) que el del señor Struve, pero nosotros no podemos hablar de “procedimientos inadecuados”, pues todo está fundamentado, todo se desprende de determinado punto de vista y de determinado sistema de concepciones del autor, que pueden ser falsos, pero que una vez aceptados ya no permiten sino tratar al adversario como a un utopista ingenuo, mezquino y reaccionario.
    Veamos ahora qué sucede con el artículo del señor Struve. Acusa al señor Nik.-on de utopismo, que desemboca inevitablemente en un programa reaccionario, y de ingenuidad y señala con entera claridad las razones por las cuales ha llegado a esta conclusión. Primero: el señor Nik.-on quiere la “socialización de la producción”, y para ello “apela a la sociedad [sic! ] y al Estado”. Esto “demuestra que el economista político ruso desconoce por completo la doctrina de Marx sobre la lucha de clases y sobre el Estado”. Nuestro Estado es “representante de las clases gobernantes”. Segundo: “Si se contrapone al capitalismo real un régimen económico imaginario, cosa que debe suceder sencillamente porque nosotros lo queremos ; dicho en otras palabras, si se quiere la socialización de la producción al margen del capitalismo, esto sólo testimonia una interpretación ingenua, que no corresponde a la historia”. Con el desarrollo del capitalismo, con la eliminación de la economía natural, con la reducción de la población rural, “el Estado moderno saldrá de las tinieblas en las que todavía se encuentra en nuestra época patriarcal (hablamos de Rusia), saldrá a la clara luz de la lucha abierta de clases, y para la socialización de la producción habrá que buscar otras fuerzas y factores”.
    Pues ¿no es ésta acaso una argumentación harto clara y precisa? ¿Se puede acaso poner en duda la verdad de las referencias específicas del señor Struve a las ideas del autor? ¿Acaso el señor Nik.-on en realidad tomó en consideración la lucha de clases, propia de la sociedad capitalista? No. Habla de la sociedad y del Estado y olvida esa lucha, la desecha. Dice, por ejemplo, que el Estado ha apoyado al capitalismo en lugar de socializar el trabajo por medio de la comunidad rural, etc. Es evidente que considera que el Estado podía actuar de una manera o de la otra, y que por consiguiente está situado al margen de las clases. ¿No resulta claro que acusar al señor Struve de recurrir a “espantajos” es una injusticia flagrante ? ¿No es claro que la persona que piensa que nuestro Estado es un Estado de clase no puede dejar de considerar utopista ingenuo y reaccionario a quien se dirige a dicho Estado para pedirle la socialización del trabajo, es decir, la eliminación de las clases gobernantes? Es más: cuando se acusa al adversario de emplear “espantajos” y se silencia al mismo tiempo el criterio del cual se desprende su opinión, a pesar de que lo ha expuesto con claridad; cuando además se lo acusa en una revista sómetida a la censura, a la cual no tiene acceso ese criterio, ¿no cabe pensar que éste es “un procedimiento completamente inadecuado”?
    Sigamos. El señor Struve formula el segundo argumento con no menos nitidez. Que la socialización del trabajo al margen del capitalismo, por medio dé la comunidad rural, es un régimen imaginario, es algo indudable pues no existe en la realidad. El propio señor Nik.-on pinta así esta realidad: hasta 1861 las unidades productoras eran la “familia” y la “comunidad rural” (Ensayos, págs. 106-107). Esta “producción pequeña, dispersa, que se bastaba a sí misma, no podía desarrollarse de una manera considerable, razón por la cual se caracterizaba por ser extremadamente rutinaria, poco productiva”. El cambio posterior consistió en que “la división social del trabajo iba siendo cada vez más profunda”. Por consiguiente, el capitalismo rompió las estrechas fronteras de las primitivas unidades de producción y socializó el trabajo en toda la sociedad. También el señor Nik.-on reconoce esta socialización del trabajo por nuestro capitalismo. Por eso, al querer apoyarse para la socialización del trabajo, no en el capitalismo, que ya ha socializado el trabajo, sino en la comunidad rural, cuya descomposición trajo consigo precisamente, p o r  p r i m e r a  v e z, la socialización del trabajo e n  t o d a  l a  s o c i e d a d, es un utopista reaccionario. He aquí el pensamiento del señor Struve. Se lo puede considerar acertado o erróneo, pero no se puede negar que su acerba crítica al señor Nik.-on se desprende con lógica inevitabilidad de esta opinión, y por ello es impropio hablar de “espantajos”.
    Más aún. Cuando el señor Nik.-on termina su polémica con el señor Struve atribuyendo a su adversario el deseo de desposeer de la tierra a los campesinos (“si por programa progresista se entiende desposeer de la tierra a los campesinos [. . .] el autor de los Ensayos es un conservador”) — a pesar de la declaración explícita del señor Struve de que quiere la socialización del trabajo, la quiere a través del capitalismo y para ello desea apoyarse en las fuerzas que aparecerán bajo “la clara luz de la lucha abierta de clases” –, esto sólo puede llamarse una versión diametralmente opuesta a la verdad. Y si se tiene en cuenta que en la prensa sometida a la censura el señor Struve no podía hablar de las fuerzas que actúan a la clara luz de la lucha de clases, y que por consiguiente el adversario del señor Nik.-on fue amordazado, entonces difícilmente podrá ponerse en duda que el procedimiento del señor Nik.-on es “un procedimiento por completo inadecuado.

 
 
 
 
APENDICE III 
    Al hablar de una comprensión estrecha del marxismo, me refiero a los marxistas mismos. No se puede dejar de observar a este propósito que el marxismo es escandalosamente empequeñecido y tergiversado cuando nuestros liberales y radicales se toman la tarea de exponerlo en las páginas de la prensa legal. ¡Qué exposición! ¡Piénsese sólo de qué manera hay que mutilar esta doctrina revolucionaria para hacerla caber en el lecho de Procusto de la censura rusa! Y nuestros autores realizan con toda tranquilidad semejante operación: en su exposición el marxismo queda casi reducido a la doctrina de cómo experimenta su desarrollo dialéctico, bajo el régimen capitalista, la propiedad individual, basada en el trabajo del propietario, cómo se convierte en su negación y después se socializa. Y con aire de seriedad ven en este “esquema” todo el contenido del marxismo, dejan a un lado todas las particularidades de su método sociologico, dejan a un lado la doctrina de la lucha de clases, dejan a un lado la finalidad directa de la investigación: exponer todas las formas de antagonismo y de explotación para ayudar al proletariado a suprimirlas. No es extraño que el resultado sea algo tan gris y estrecho, que nuestros radicales no cesan en sus lamentaciones a propósito de los pobres marxistas rusos. ¡No es para menos! ¡El absolutismo ruso y la reacción rusa no serían absolutismo y reacción si bajo su existencia se pudiese exponer íntegra, exacta y plenamente el marxismo, y explicar a fondo sus conclusiones! Y si nuestros liberales y radicales conociesen como es debido el marxismo (aunque sólo fuese por la literatura alemana), les daría vergüenza mutilarlo así en las páginas de una prensa sometida a la censura. Si no se puede exponer una teoría, callen o hagan la reserva de que están muy lejos de exponerlo todo, que omiten lo más esencial, ¿pero por qué entonces presentar fragmentos y alborotar luego hablando de su estrechez?
    Sólo así se puede llegar al absurdo, sólo posible en Rusia, de que se considere marxistas a personas que no tienen ni idea de la lucha de clases, del antagonismo necesariamente inherente a la sociedad capitalista, y del desarrollo de ese antagonismo, a personas que no tienen idea del papel revolucionario del proletariado; inclusive a personas que presentan abiertamente proyectos burgueses, con tal que contengan palabras “economía monetaria”, su “necesidad” y otras expresiones por el estilo, que requieren todo el profundo ingenio de un señor Mijailovski para ser estimadas como específicamente marxistas.
    Pero Marx consideraba que todo el valor de su teoría residía en que “por su misma esencia es una teoría crítica* y revolucionaria”[60]. Y esta última cualidad es, en efecto, inherente al marxismo por entero y sin ningún género de duda, porque dicha teoría se plantea directamente la tarea de poner


    * Obsérvese que Marx habla aquí de la crítica materialista, la única a la que considera científica, es decir, la crítica que compara los hechos políticos, jurídicos, sociales, los de la vida cotidiana y otros con la economía, con el sistema de las relaciones de producción, con los intereses de las clases que inevitablemente se van formando sobre la base de todas las relaciones sociales antagónicas. Difícilmente habrá quien ponga en duda que las relaciones sociales rusas son antagónicas; pero nadie intentó aún tomarlas como fundamento para tal crítica.


al descubierto todas las formas de antagonismo y explotación en la sociedad moderna, estudiar su evolución, demostrar su carácter transitorio, la inevitabilidad de su conversión en otra forma, y servir así al proletariado, para que éste termine lo antes posible y con la mayor facilidad posible, con toda explotación. La insuperable y sugestiva fuerza que atrae hacia esta teoría a los socialistas de todos los países, consiste precisamente en que combina la cualidad de ser rigurosa y sumamente científica (siendo como es la última palabra de la ciencia social) con la de ser revolucionaria, y las combina, no por casualidad, ni sólo porque el fundador de la doctrina unía en sí las cualidades del científico y del revolucionario, sino que las combina en la teoría misma, en forma intrínseca, e indisoluble. En efecto, como tarea de la teoría, como finalidad de la ciencia, se plantea aquí, en forma directa, el ayudar a la clase de los oprimidos en su lucha económica real.
    “Nosotros no decimos al mundo: Deja de luchar, toda tu lucha no vale nada. Nosotros le damos la ver dadera consigna de lucha “[61].
    Por consiguiente, la tarea directa de la ciencia, según Marx, consiste en dar una verdadera consigna de la lucha, es decir, saber presentar objetivamente dicha lucha como producto de determinado sistema de relaciones de producción, saber comprender la necesidad de esa lucha, su contenido, el curso y las condiciones de su desarrollo. No se puede dar “una consigna de lucha” sin estudiar en todos sus detalles cada una de sus formas, sin seguir cada uno de sus pasos, en su tránsito de una forma a otra, para saber determinar la situación en cada momento concreto, sin perder de vista el carácter géneral de la lucha, su objetivo general: la destrucción completa y definitiva de toda explotación y de toda opresion.
    Inténtese comparar la teoría “crítica y revolucionaria” de Marx con esa tontería insulsa que “nuestro conocido” N. Mijailovski expuso en su “crítica”, y luego combatió, y resultará asombroso que pueda haber en realidad hombres que se consideren “ideólogos de la clase trabajadora”, y se conformen. . . con la “moneda desgastada” en que convierten nuestros autores la teoría de Marx, despojándola de todo lo que tiene de vital.
    Inténtese comparar las exigencias de esta teoría con nuestra literatura populista, que también responde al deseo de ser la expresión ideológica de los trabajadores, una literatura dedicada a la historia y al estado actual de nuestro sistema económico en general y de los campesinos en particular, y resultará asombroso que los socialistas hayan podido conformarse con una teoría que se limitaba a estudiar y describir las calamidades y a moralizar a propósito de ellas. El régimen de servidumbre es presentado, no como una forma determinada de organización económica, que engendró una explotación determinada, determinadas clases antagónicas, determinadas instituciones políticas, jurídicas, etc., sino simplemente como abusos de los terratenientes y como una injusticia respecto de los campesinos. La reforma campesina es presentada, no como el choque de determinadas formas y clases económicas, sino como una medida de las autoridades, “que eligieron” por error “un camino equivocado”, a pesar de sus inmejorables intenciones. La Rusia de los tiempos posteriores a la reforma es presentada como una desviación del verdadero camino, acompañada por calamidades para el trabajador, y no como determinado sistema de relaciones antagónicas de producción, que tiene determinado desarrollo.
    Ahora, por lo demás, el descrédito de esta teoría es indudable, y cuanto antes comprendan los socialistas rusos que no puede haber, dado el nivel actual de conocimientos, una teoría revolucionaria fuera del marxismo, cuanto antes dirijan todos sus esfuerzos a la aplicación de esa teoría a Rusia, en el sentido teórico y en el práctico, tanto más certero y rápido será el éxito de la labor revolucionaria.

    Para ilustrar de una manera patente la corrupción que provocan los señores “amigos del pueblo” en “el pobre pensamiento ruso” contemporáneo, con su llamamiento a la intelectualidad a ejercer su influencia cultural sobre “el pueblo” para “la creación” de una industria bien organizada y justa, etc., trascribiremos la opinión de personas de criterios diametralmente opuestos a los nuestros: los partidarios de “Naródnoie Pravo”, esos descendientes directos e inmediatos de “Naródnaia Volia”. Véase el folleto Un problema vital, 1894, editado por el partido “Naródnoie Pravo”.
    Después de refutar en forma magnífica a esa clase de populistas que dicen “que de ninguna manera, ni siquiera en una situación de amplia libertad, debe Rusia abandonar su organización económica, que asegura [!] al trabajador una situación independiente en la producción”, que dicen: “no necesitamos reformas políticas, sino reformas económicas sistemáticas y planificadas”, los partidarios de “Naródnoie Pravo” continúan:
    “No somos defensores de la burguesía, y menos aún admiradores de sus ideales, pero si el destino adverso diera al pueblo a elegir: ‘reformas económicas planificadas’ bajo la protección de los superintendentes de los zemstvos, que las protegen celosamente de los atropellos de la burguesía, o de la misma burguesía sobre la base de la libertad política, es decir, en condiciones que aseguren al pueblo la defensa orga-nizada de sus intereses, consideramos que el pueblo saldría sencillamente ganando si eligiera la última. En nuestro país no hay ahora ‘reformas políticas’ que amenacen arrebatar al pueblo la seudoindependencia de su organización económica, y hay lo que todos y en todas partes se han habituado a considerar política burguesa, que se expresa en la más escandalosa explotación del trabajo del pueblo. En nuestro país no hay libertad, ni amplia ni reducida, pero sí existe la protección de los intereses de casta con la que han dejado de soñar los terratenientes y capitalistas de los países constitucionales. En nuestro país no hay ‘parlamentarismo burgués’; a la sociedad le está vedado el acceso a las funciones de gobierno, pero sí existen los señores Naidénov, Morózov, Kasi y Belov, que exigen la erección de una muralla china que proteja sus intereses, al lado de los representantes ‘de nuestra nobleza fiel’, que han llegado inclusive a exigir para sí un crédito gratuito de 100 rublos por desiatina. Se los invita a participar en comisiones, se los escucha con respeto, su palabra tiene una importancia decisiva en los asuntos más trascendentales de la vida económica del país. Y al mismo tiempo, ¿quién interviene en defensa del pueblo y dónde? ¿Ellos, los superintendentes de los zemstvos? ¿No es para el pueblo para quien se proyectan las cuadrillas de obreros agrícolas? ¿No se declara ahora, con franqueza rayana en el cinismo, que se ha dado al pueblo los nadiel sólo para que pague los impuestos y tributos, como expresa en una drcular el gober nador de Vologdá? Este no hizo más que formular y decir en voz alta lo que con su política realiza fatalmente la autocracia, o, dicho más exactamente, el absolutismo burocrático”.
    Por confusas que sean todavía las ideas de los partidarios de “Naródnoie Pravo” sobre “el pueblo” cuyos intereses quieren defender, sobre “la sociedad” en la cual continúan viendo el órgano digno de confianza para la protección de los intereses del trabajo, en todo caso hay que reconocer que la formación del partido “Naródnoie Pravo” es un paso adelante, un paso en el sentido de abandonar definitivamente las ilusiones y los sueños en “otros caminos para la patria”, en el sentido de reconocer sin temor los verdaderos caminos y, sobre su base, buscar elementos para la lucha revolucionaria. Aquí se descubre con claridad la tendencia a la formación de un partido democratico. Hablo sólo de la “tendencia”, porque los partidarios de “Naródnoie Pravo”, por desgracia, no aplican consecuentemente su punto de vista fundamental. Todavía hablan de la unificación y alianza con los socialistas, sin querer comprender que arrastrar a los obreros al simple radicalismo político sólo significa separar a los intelectuales obreros de la masa obrera, significa condenar a la impotencia el movimiento obrero, porque éste puede ser fuerte únicamente sobre la base de la defensa plena y completa de los intereses de la clase obrera, sobre la base de la lucha económica contra el capital, lucha que se funde indisolublemente con la lucha política contra los servidores del capital. No quieren comprender que la “unificación” de todos los elementos revolucionarios se consigue mucho mejor mediante la organización por separado de los representantes de los diferentes intereses* y la acción conjunta, en determinados casos,


    * Son ellos mismos quienes protestan contra la fe en eí poder taumatúrgico de la intelectualidad, ellos son los que hablan de la necesidad de atraer a la lucha al pueblo mismo. Para eso es necesario ligar esta lucha con determinados intereses de la vida cotidiana; es necesario, por con siguiente, diferenciar los diseintos intereses e incorporarlos por separado a la lucha. . . Pero si estos distintos intereses se esfuman detrás de reivindicaciones únicamente políticas, comprensibles sólo para la intelectualidad, ¿no significa ello retroceder de nuevo, limitarse otra vez a la lucha de la sola intelectualidad, cuya impotencia acaba de ser reconocida?


de ambos partidos. Todavía llaman a su partido “social revolucionario” (véase el Manifiesto del partido ‘ Naródnoie Pravo”, de fecha 19 de febrero de 1894), aunque al mismo tiempo se limitan exclusivamente a reformas políticas y eluden con gran escrupulosidad nuestras “malditas” cuestiones socialistas. Un partido que con tanto ardor llama a la lucha contra las ilusiones, no debería alentar ilusiones en los demás con las primeras palabras de su Manifiesto ; no debería hablar de socialismo allí donde no hay mas que constitucionalismo. Repito, sin embargo, que no es posible formarse una opinión correcta de los partidarios de “Naródnoie Pravo” si no se tiene en cuenta que proceden de los adeptos de “Naródnaia Volia”. No se puede dejar de reconocer por eso que están dando un paso adelante, al abrazar una lucha exclusivamente política, que no tiene relación con el socialismo, en un programa exclusivamente político. Los socialdemócratas desean con toda el alma el éxito de los partidarios de “Naródnoie Pravo”, desean el crecimiento y desarrollo de su partido, desean que estrechen lazos de unión con aquellos elementos sociales que se declaran a favor del régimen económico existente* y cuyos intereses inmediatos están real e íntimamente ligados a la democracia.
    No podrá sostenerse por mucho tiempo el populismo conciliador, cobarde, sentimental y soñador de los “amigos del pueblo”, cuando se vea atacado desde dos lados: por los radicales políticos, por ser capaces de expresar confianza en la buroctacia y no comprender la necesidad absoluta de la lucha política; y por los socialdemócratas, por intentar actuar poco menos que como socialistas, aun cuando no tienen la menor relacion con el socialismo, ni la menor idea de las causas de la opresión del trabajador y del carácter de la presente lucha de clases.


    * (Es decir, capitalista), y no a favor de la negación necessria de este regimen y de la lucha despiadada contra él.


NOTAS
  [1] El libro Quiénes son los “amigos del pueblo” y cómo lucoan contra los socialdemóctatas fue escrito en 1894 (la primera parte fue terminada en abril, la segunda y la tercera durante el verano). Lenin empezó a preparar la obra en Samara, entre 1892 y 1893. En el círculo de marxistas de esa ciudad hizo varias disertaciones en las que censuraba con vigor a los enemigos del marxismo, los populistas liberales V. V. (Vorontsov), Mijailovski, Iuzhakov, Krivenko; esas conferencias sirvieron de material preparatorio para esta obra.
    La obra fue editada por partes. La primera se imprimió en hectografo en Petersburgo (en la primavera de 1894) y se distribuyó ilegalmente en esa y otras ciudades. En julio de 1894 apareció la segunda edición de la primera parte, impresa en igual forma. Alrededor de cien ejemplares de la primera y la segunda partes fueron impresos por A. Ganshin en agosto, en Gorki (provincia de Vladímir). En septiembre del mismo año A. Vaneiev imprimió en Petersburgo, también en hectógrafo, cincuenta ejemplares más de la primera parte (era la cuarta edición) y aproximadamente la misma cantidad de la tercera. Un grupo socialdemócrata del distrito de Borzonsk, provincia de Chernígov, la publicó en hectógrafo.
    La obra circulaba ampliamente en Rusia y fuera de ella. Era bien conocida por el grupo “Emancipacion del Trabajo” y otras organizaciones socialdemócratas rusas en el extranjero.
    En 1923 se encontró una copia hectografiada de la primera y tercera partes en el archivo socialdemócrata de Berlín, y casi en la misma época, en la Biblioteca Pública de Leningrado.
    En 1936 fue descubierto un nuevo ejemplar hectografiado de la edición de 1894 con un sinnúmero de correcciones de redacción, evidentemente hechas por Lenin cuando revisó la edición para que se publicara en el exterior.
    La segunda parte del libro (en que las concepciones económicas políticas del populista liberal Iuzhakov fueron criticadas por Lenin) aún no ha sido hallada.    

  [2] Rússkoie Bogatstvo (“La riqueza rusa”): revista mensual que se publicó desde 1876 hasta mediados de 1918. A partir de los comienzos de la década del 90 se convirtió en el órgano de los populistas liberales y fue redactado por S. Krivenko y N. Mijailovski. Postulaba una política de conciliación con el gobierno zarista al negarse a la lucha revolucionaria contra éste, combatia encarnizadamente el marxismo y hostigaba a los marxistas rusos.

  [3] Se trata del artículo de Mijailovski, “C. Marx enjuiciado por el señor I. Zhukovski”, publicado en Otiéchestviennie Zapiski, núm. 10, octubre de 1877.  

  [4] Lenin cita el prólogo de Contribución a la crítica de la economía política (véase C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, t. I).  

  [5] El contrato social : una de las obras fundamentales de Jean-Jacques Rousseau. Fue publicada en 1762. Su idea básica es la de que todo régimen social debe ser el resultado de un libre acuerdo de un contrato entre los seres humanos. La teoría del “contrato social”, formulada en vísperas de la revolución burguesa del siglo XVIII en Francia, es idealista en su esencia, a pesar de lo cual desempeñó un papel revolucionario. Expresaba la demanda de igualdad burguesa y reclamaba la abolición de los privilegios de los estamentos feudales y el establecimiento de la república burguesa.  

  [6] Véase C. Marx El capital, t. I.    

  [7] Carta de C. Marx a la Redacción de “Otiéchestviennie Zapiski ” fue escrita a fines de 1877, a raíz de la publicacion del artículo de Mijailovski “C. Marx enjuiciado por el señor I. Zhukovski”. Después de la muerte de Marx, Engels copió la carta y la remitió a Rusia; según sus palabras, “circuló durante mucho tiempo en Rusia en copias manuscritas del original frances, y por último se publicó traducida al ruso en Viéstnik Naródnoi Voli, núm. 5, 1886, Ginebra, y más tarde, también en Rusia. Como todo lo que escribió Marx, esa carta despertó vivo interés en los círculos rusos”. La carta fue publicada por primera vez en Rusia en la revista Iuridíscheski Viéstnik, num. 10, 1888. Véase C. Marx y F. Engels, Correspondencia.    

  [8] F. Engels, Anti-Dühring, Sección segunda: Economía política. Objetivo y metodo.

  [9] Se alude aquí a la obra La ideología alemana, escrita por Marx y Engels en 1845-1846. El manuscrito de la obra permaneció durante varias décadas en los archivos de la socialdemocracia alemana. Fue publicado por primera vez integramente en aleman, en 1932, por el Instituto de Marx-Engels-Lenin.   La descripción citada (a continuación) fue tomada del prefacio a Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofia clásica alemana hecho por F. Engels. Véase C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, t. II.  

  [10] Véase el prefacio a la primera edición alemana de El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884) en C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, t. II.

  [11] Organización gentilicia de la sociedad : régimen de la comunidad primitiva. En su obra Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico J. Stalin dio una clásica descripcion de ese régimen.
    “Bajo el régimen de la comunidad primitiva, la base de las relaciones de producción es la propiedad social sobre los medios de producción. Esto, en sustancia, corresponde al carácter de las fuerzas productivas durante este período. Las herramientas de piedra y el arco y la flecha, que aparecen más tarde, excluían la posibilidad de luchar aisladamente contra las fuerzas de la naturaleza y contra las bestias feroces. Si no querían morir de hambre, ser devorados por las fieras o sucumbir a manos de las tribus vecinas, los hombres de aquella época veíanse obligados a trabajar en común, y así era como recogían los frutos en el bosque, como organizaban la pesca, como construían sus viviendas, etc. El trabajo en común condujo a la propiedad en común sobre los instrumentos de produccion, al igual que sobre los productos. Aún no había surgido la idea de la propiedad privada sobre los medios de producción, exceptuando la propiedad personal de ciertas herramientas, que al mismo tiempo que herramientas de trabajo eran armas de defensa contra las bestias feroces. No existía aún explotación, no existían clases.” (Cuestiones del leninismo )
    El libro de Morgan mencionado en el texto (págs. 26-27) lleva el nombre de Ancient society.  

 
  [12] Sistema de los “pomestie” : sistema especial de propiedad agraria feudal que apareció y se afianzó en Rusia a mediados del siglo XV. A diferencia de la “vótchina”, que constituía una propiedad total y hereditaria del boyardo, los “pomestie” constituían una propiedad condicional y transitoria del noble que desempeñaba un cargo. La tierra de los “pomestie”, pertenecia al soberano feudal y se la repartía originalmente a las personas que tenían cargos en el ejercito o en la Corte. Los “pomestie” se fueron transformando gradualmente en el sistema de propiedad hereditaria. Desde mediados del siglo XVII, la diferencia entre las dos formas mencionadas de propiedad agraria feudal desapareció gradualmente; y los derechos de sus benefiarios se igualaron. En tiempos de Pedro I los “pomestie” se convirtieron definitivamente en el sistema de propiedad privada de la nobleza rural.

  [13] Asociación Internacional de los Trabajadores : I Internacional, fundada por C. Marx en el otoño de 1864 en Londres. La Internacional, encabezada por Marx y Engels, dirigió la lucha política y económica de los obreros de diferentes países, consolidó su solidaridad internacional, y luchó contra los anarquistas prodhounistas, los bakuninistas y las demás tendencias antimarxistas. En 1872, de hecho, la Internacional dejó de existir. La significación histórica de la I Internacional consiste en que ella “sentó los fundamentns de una organización mundial de obreros a fin de preparar el ataque revolucionario al capital” (Lenin ).    

  [14] V. Burenin : colaborador del periódico reaccionario Nóvoie Vrémia y calumniador, quien atacaba rabiosamente a los representantes de todas tendencias progresistas de las ideas sociales. Lenin usa este nombre como sinónimo de procedimientos deshonestos en la polémica.

  [15] Nóvoie Vrémia (“Tiempo nuevo”): diario publicado en Petersburgo de 1868 a octubre de 1917; perteneció a diferentes editores y cambió repetidas veces su orientación política. En un comienzo, fue moderadamente liberal; desde 1876 se transformó en vocero de la nobleza reaccionaria y la burocracia oficialista. Después de ser sobornado por el gobierno zarista, luchó no sólo contra el movimiento revolucionario sino tambíén contra el movimiento liberal burgués.
    Burenin, en un artículo publicado el 4 de febrero de 1894, colmó de elogios a Mijailovski por combatir a los marxistas.

  [16] Véase C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, t. II.

  [17] Véase C. Marx, El capital, t. I.    

  [18] Lenin cita la carta de C. Marx a A. Ruge, de septiembre de 1843 (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. I).

  [19] Viéstnik Evropi : revista mensual que apareció de 1866 a primavera de 1918 en Petersburgo. Propagó puntos de vista de la burguesía liberal de Rusia; y, desde el comienzo de la década del 90 del siglo XIX, combatió consecuentemente al marxismo.    

  [20] Este artículo (firmado I. K.-n) de I. Kaufman, profesor de la Universidad de Petersburgo, fue considerado por Marx como una de las tesis más explícitas sobre el método dialéctico (véase el Epilogo de Marx a la segunda edición del tomo I de El capital ).    

  [21] Lenin cita a continuación un pasaje de la obra de F. Engels Anti-Dühring, en su propia traducción (Primera sección: Filosofía, capítulo XIII: Dialéctica. Negacion de la negación).    

  [22] Otiéchestviennie Zapiski : revista en la cual colaboró V. Bielinski a partir de 1839. Desde 1868 asumieron la dirección N. Nekrásov, M. Saltikov-Schedrín, Eliceiev y otros escritores; en este período agrupo en su derredor a los intelectuales democráticos revolucionarios. Fue constantemente perseguida por la censura y, en 1884, el gobierno zarista la clausuró.    

  [23] Postronni es seudónimo de Mijailovski.    

  [24] Se trata de las premisas que Marx y Engels formularon en Manifiesto del Partido Comunista :
    “Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo.
    “No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos.”

  [25] Véase F. Engels, Anti-Dühring (Primera sección: Filosofía, capítulo IX: Moral y derecho. Verdades eternas).

   
  [26] Se refiere a los artículos de N. Mijailovski titulados “A propósito de la edición rusa del libro de C. Marx” y “C. Marx enjuiciado por el señor I. Zhukovski” (Otiéchestviennie Zapiski, núm. 4, abril de 1872 y núm. 10, octubre de 1877, respectivamente).    

  [27] Lenin cita la carta de C. Marx a A. Ruge, de septiembre de 1843 (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. I).  

  [28] Lenin se refiere a I. Iuzhakov, ideólogo de los populistas y director de la revista Rússkoie Bogatstvo, cuyos conceptos políticos y económicos (sobre la apreciación de la actualidad económica rusa, el destino del capitalismo en Rusia, la descomposición de los campesinos y etc.) fueron criticados por Lenin en la segunda parte de Quiénes son los “amigos del pueblo”. De esa parte no fue hallado el manuscrito, ni tampoco una copia de la edición hectografiada (1894).  

  [29] Se refiere al grupo “Emancipación del Trabajo”: primer grupo marxista ruso, que J. Plejánov fundó en 1883 en Ginebra. Contribuyó con su magna labor a difundir el marxismo en Rusia. En cuanto a la apreciación de la actividad de ese grupo y de su papel histórico, véase capítulo I del Compendio de la Historia del Partido Comunista (b) de la URSS.  

  [30] De los editores : Epilogo de la primera edición de la primera parte de Quiénes son los “amigos del pueblo” y cómo luchan contra los social demócratas.  

  [31] A propósito de esta edición : Epílogo de la segunda edición de la primera parte, escrito en julio de 1894.    

  [32] Iuridíscheski Viéstnik (“Boletín jurídico”): revista mensual de los liberales burgueses. Se publicó en Moscú, de 1867 a 1892.    

  [33] Véase N. Annenski, “Informe sobre la situación de los kustares en la zona de Pavlovsk” (“Boletín de la comunicación fluvial y la industria de Nizhni-Nóvgorod”, núms. 1-3, 1891).    

  [34] Se refiere a la obra de E. Deméntiev La fábrica, lo que da a la población y lo que le quita (Moscú, 1893).  

 
  [35] Los Datos referentes a varios distritos mencionados por Lenin sobre Ia descomposición de los campesinos figuraban en la segunda parte de Quiénes son los “amigos del pueblo”, que no ha sido hallada.
    El problema de la diferenciacion del campesinado es objeto de un estudio especial en su obra El desarrollo dd capitalismo en Rusia, particularmente en el segundo capítulo: La diferenciación del campesinado (Obras Completas, t. III).    

  [36] Chetvertníe : nombre que se daba en Rusia zatista a la categoría de campesinos ex siervos en tierras del Estado, descendientes de militares de bajo rango, que en los siglos XV-XVII poblaron las zonas fronterizas del Estado de Moscú. Como recompensa por su servicio de protección de las fronteras los pobladores (cosacos, fusileros y soldados) recibían en usufructo, temporario o a perpetuidad, pequeños lotes que se medían en chétvert (media desiatina). Desde 1719 los campesinos siervos del Estado se denominaron como campesinos con hacienda. Al principio gozaron de ciertos privilegios, inclusive del derecho a tener siervos, pero en el siglo XIX se los fue equiparando a los campesinos comunes propiamente dichos. Por decreto de 1866 se les concedió el derecho de propiedad privada sobre la tierra que usufructuaban (tierra chetvertnáia ) y esa tierra pasó como herencia a manos de sus familiares.    

  [37] Aquí y en otras pagínas del libro de la presente edición Lenin cita, en su propia traducción, Situación económica de la aldea rusa de I. Gúrvich, el cual fue publicado en inglés (Nueva York, 1892), y en ruso (1896). El libro contiene un material realmente valioso, altamente apreciado por Lenin.    

  [38] Lenin cita Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. I.  

  [39] Colección de materiales estadísticos de la provincia de Moscú, t. V, parte I, 1879, y  t. II, 1878.  

  [40] Se refiere a la obra de Grigóriev Producción de navajas y cerraduras de los kustares de Pavlovsk (1881) y el artículo de N. Annenski (véase la nota 33 del presente libro).    

  [41] Land Bills de Gladstone : leyes agrarias, promulgadas por el gobierno liberal inglés de Gladstone en las décadas del 70 y 80 del siglo XIX. Con el propósito de atemperar la lucha entre los arrendatarios y los terratenientes (landlords ) y asegurarse los votos de los primeros, el gobierno de Gladstone impuso algunas limitaciones sin importancia a los abusos de los landlords que desalojaban en masa a los arrendatarios; asimismo, el gobierno prometió solucionar el problema de pagos de arrendamientos atrasados, crear tribunales agrarios especiales para fijar un monto “equitativo” de arriendos (durante 15 años), etc. Los Land Bills de Gladstone fueron una expresión típica de la demagogia social de la burguesía liberal.  

  [42] Seguro obrero de Bismarck : seguro social obrero por accidente, enfermedad, invalidez o vejez, adoptado en Alemania por el gobierno de Bismarck en la década del 80 del siglo XIX. Beneficiaba sólo a un sector de los obreros, además de que 2/3 de los fondos del seguro se formaban con aportes de los propios cbreros y sólo 1/3 con los patronales. La feroz ley de represión contra los socialistas, promulgada por Bismarck, no consiguió destruir el movimiento obrero, por lo cual el gobierno intentó lograr su objetivo concediendo a los trabajadores insignificantes beneficios. Como es sabido de todos, tampoco así pudo alcanzar su finalidad.  

  [43] Alude a la fábula de Schedrín, intitulada El liberal (Obras Escogidas ).    

  [44] Nedielia : semanario de orientación liberal populista; apareció en Petersburgo de 1866 a 1901. Se oponía a la lucha contra el absolutismo y preconizaba la llamada teoría de “las cuestiones menores”, es decir, exhortaba a los intelectuales a abandonar la lucha revolucionaria y dedicarse a “difundir la cultura”.  

 
  [45] Se refiere a Herzen. Véase la carta de C. Marx a la Redacción de Otiéchestviennie Zapiski (C. Marx y F. Engels, Correspondencia).  

  [46] Sozialpolitisches Centralblatt (“Boletin Central Político-Social”): revista del ala derecha de la socialdemocracia alemana. Su publicación se inició en 1891.  

  [47] K. Pobiedonóstsev : procurador general del Sínodo, ultrarreaccionario e inspirador principal de la política de servidumbre de Alejandro III.  

  [48] Prensa reptil : órganos de prensa venal, tevistas y periódicos comprados por el gobierno zarista que reptaban ante él.  

  [49] A. Ermólov, ministro de Agricultura y Bienes Estatales de 1893 a 1905, practicó la política de defender a los remanentes de la servidumbre y los intereses de los terratenientes y esclavistas.
    S. Witte : uno de los principales ministros de la Rusia zarista, y quien ocupó la cartera de Hacienda por un largo período (1892-1903). Con sus medidas financieras, su política aduanera, la construcción de ferrocarriles y etc. en favor de los intereses de la gran burguesía, contribuyó al desarrollo del capitalismo en Rusia.    

  [50] Se refiere al grupo socialista populista formado por emigrados revolucionarios rusos y dirigido por N. Utin. Este grupo publicó en Ginebra su revista Naródnoie Dielo (“La causa del pueblo”). A principios de 1870, fundó la sección rusa de la Asociación Internacional de los Trabajadores (I Internacional), que fue reconocida por el Consejo General el 22 de marzo de ese año. A pedido de la Sección, C. Marx aceptó representarla en el Consejo General. “Acepto complacido el honroso deber que me proponen: representarlos en el Consejo General”, escribió Marx el 24 de marzo de 1870 a sus miembros. Y éstos apoyaron a Marx en su lucha contra los anarquistas bakuninistas, difundieron las ideas revolucionarias de la I Internacional e hicieron cuanto estuvo a su alcance por consolidar los vínculos del movimiento revolucionario ruso con el de Europa occidental.  

  [51] A. Engelhardt : publicista populista conocido por su actividad en el plano de la agronomía social y por la experiencia de organización racional que llevó a cabo en su finca en Batíshevo, provincia de Smolensk (véase sus cartas Desde el campo, 1882). Lenin caracterizó esta finca en El desarrollo del capitalismo en Rusia, capítulo III, § 6 (Obras Completas, t. III).    

  [52] Sotsial-Demokrat (“El socialdemócrata”): revista literaria y política, publicada por el grupo “Emancipación del Trabajo” entre 1890-1892 en el extranjero; aparecieron en total cuatro volúmenes. Lenin cita el artículo de J. Plejánov “N. Chernishevski”, publicado en el primer volumen de esta revista de 1890.  

  [53] Alude al partido “Naródnoie Pravo ” (“El derecho del pueblo”): organización ilegal de intelectuales democráticos rusos, que fue fundada en 1893, con la participacion de antiguos miembros de “Naródnaia Volia”. En la primavera de 1894 el partido fue aniquilado por el gobierno zarista. Esta organización publicó dos documentos programáticos: Un problema vital y Manifiesto. Véase el juicio de Lenin sobre “Naródnoie Pravo” como partido político en el presente libro y en Tareas de los socialdemócratas rusos (Obras Completas, t. II). La mayoría de los miembros de ese partido ingresaron más tarde en el partido socialista revolucionario.  

  [54] Lenin cita El capital, t. I.    

  [55] Alude a la obra de Nik.-on (N. Danielson), Ensayos sobre nuestra economía social después de la Reforma, S. Petersburgo, 1893.  

  [56] Lenin cita aquí, en traducción propia, pasajes del prólogo a la segunda edición de la obra de F. Engels Contribución al problema de la vivienda. Véase C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, t. I.  

  [57] Lenin cita El capital, t. I.    

  [58] Lenin se refiere a la formulación hecha por Marx en el segundo capítulo de Miseria de la filosofía. Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. V.  

  [59] Lenin cita el trabajo de Marx Crítica del programa de Gotha . Véase C. Marx y F. Engels, Obras Escogidas, t. II.  

  [60] Véase el Epílogo de Marx a la segunda edición del tomo I de El capital (C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. XVII).    

  [61] Lenin cita la carta de Marx a Ruge, de septiembre de 1843. Véase C. Marx y F. Engels, Obras Completas, t. I.