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AND Editorial semanal – El voto inútil de la farsa electoral

REDACCION AND

18 de octubre de 2022

Editorial semanal: el voto inútil de la farsa electoral

Foto: Nelson Almeida / AFP

A pesar del desprecio que inspiran, las encuestas de votación sacan a la luz datos, uno de los más importantes para inferir el grado de descomposición de la vieja democracia: el rechazo a ambos candidatos. La última encuesta de DataFolha (14/10) calcula un marcado rechazo para ambos: Bolsonaro tiene 51% y Lula, 46%. Del 49% que supuestamente votará por el petista, el 20%, casi la mitad, lo hace con la prioridad de “derrotar a Bolsonaro”. A su vez, el 63% de los votantes de Bolsonaro atribuyen “gran importancia” a la religión al decidir el voto, de la cual, una gran porción vota por la imagen de perseguidor religioso atribuido a Luiz Inácio. Las campañas en ambas partes han llegado al punto de hablar sobre el competidor podrido, con el objetivo de aumentar el rechazo, como se ve en el último debate.

Hay signos claros de la putrefacción al que el sistema político de este viejo Estado de grandes burgueses y terratenientes al servicio del imperialismo, principalmente norteamericano, yanqui. Estas elecciones corruptas son importantes solo para las clases dominantes, ya que solo ellos necesitan estas para decidir cuáles de sus fracciones se harán cargo, y qué régimen debería impedir su crisis colosal y salvar el viejo orden de explotación y de opresión amenazado del colapso. El próximo elegido, cualquiera, será un representante legítimo, si no es de sí mismo, lo será asimismo para el régimen político resultante. Sí, necesariamente será elegido por una minoría, aproximadamente 50 millones, aproximadamente un tercio del total de personas capaces de votar, y, dentro de esta minoría, casi la mitad no apoya a los elegidos, sino que rechaza al “oponente”. Esto significa que aquellos que realmente votarán por creer en los elegidos serán al 17% del total de personas capaces de votar. Y debe tenerse en cuenta que esta porción extraordinariamente pequeña de la población lo hace sin ningún entusiasmo, y su gran mayoría solo deposita, desesperadamente, su voto inútil.

Esta realidad no es por casualidad ni indiferente al viejo orden. No es coincidencia, sino por la bancarrota histórica y política de la vieja democracia. El pacto actual impuesto por las clases dominantes, la Constitución de 1988, que prometía “ciudadanía” y derechos fundamentales “a cualquier costo” para el pueblo, no pudo cumplir con sus compromisos, ni podría evitar la descomposición del sistema de explotación y opresión, que lo cubre y legitima, y ​​que las clases dominantes cuestionan. El sistema que, para la supervivencia, necesita destruir los pocos derechos arrancados por la lucha popular, y cuya vieja democracia no podría ser más que una estafa completa y cada vez más abierta. Solo mencione la “reforma de pensiones”, que prácticamente arrancho el derecho a la jubilación de las próximas generaciones; la “reforma laboral”, que aniquiló a los sindicatos y destruyó los derechos históricos de los trabajadores y los servidores públicos. Esto solo para referirse a los últimos ataques, que son parte de un largo proceso llevado a cabo por sucesivos gobiernos de turno.

La falta de legitimidad de la farsa electoral tampoco es un dato indiferentes. Los reaccionarios temen, en su médula, a la repetición de un levantamiento popular como 2013-2014, pero más consciente, contundente y más profunda, en las capas más proletarias y más pobres de nuestro país, lo que lo haría más determinado y marcado en una mayor violencia revolucionaria. Tal levantamiento es inevitable, porque la reacción solo puede mantener al viejo orden atacando los derechos históricos conquistados y más reprimiendo a las masas en la defensa en aquellos. La vieja democracia solo puede impedir la lucha de las contra tales ataques, con cierto éxito, si está imbuida de una credibilidad popular particular. ¿Y que credibilidad tiene, para “pacificar” el estado de animo cada vez más rebelde de las masas, un gobierno, lo que sea, elegido por una minoría y en que, de esa minoría, solo una pequeña fracción realmente vota por la aceptación de sus propuestas, y que, incluso esto, lo hace sin ninguna esperanza y por el rechazo al concurrente? Sin mencionar la repulsión completa que siente las masas por las otras instituciones del viejo Estado genocida y corrupto. La desilusión esta garantizada, y el resentimiento vendrá en forma de grandes movilizaciones, ya sea pronto o que demande cierto tiempo.

El cuadro es de descomposición avanzada del viejo Estado, para cuya crisis general arrastró a su centro el ejército, pasando por el alto mando de las fuerzas armadas, no solo guardianes del viejo orden de explotación y opresión, sino también de tutores e incluso intervinientes ocultos en instituciones y gobiernos frágiles sofocados en la farsa electoral.

Por lo tanto, es un sueño inocente de algunos, y un discurso malicioso de otros, que propone el “voto útil” para evitar que Bolsonaro sea reelegido, cuando, de hecho, todos los votos son inútiles para las personas en esta farsa electoral. La extrema derecha que él dirige no desaparecerá, porque surgió de la bancarrota histórica y política de la vieja democracia; bancarrota que no se puede evitar. Tal fuerza extremista continuará existiendo y actuando con una violencia aún más reaccionaria si se la derrota electoralmente. Tampoco desaparecerán las pretensiones golpista de los generales, activos y de reserva, pero crecerán bruscamente y directamente proporcional a la explosión de las rebeliones populares. Esta inevitable marcha al fascismo no puede ser extinguida por la farsa electoral de la vieja democracia, ya que fue el fracaso de la vieja democracia y su agonizante sistema político, lo que lo generó. Hoy, en Brasil y en todo el mundo, vivimos esos momentos históricos, cuando los viejos regímenes han sucumbido, porque el nuevo régimen en nuestro país, de la revolución democrática agraria y antiimperialista avanzará parte por parte en el país hasta triunfar en todo el país. Se debe construir el nuevo orden revolucionario, y cuanto más se demora esta tarea pendiente y atrasada, aferrándose a las ilusiones, más avanzará el golpe de estado y la marcha hacia el fascismo. Solo la revolución democrática los derrotará.


Redação de AND
18 Outubro 2022

Editorial semanal – O voto inútil da farsa eleitoral

Foto: Nelson Almeida / AFP

Em que pese o descrédito que inspiram, as pesquisas de intenção de voto trazem à tona um dado, um dos mais importantes para auferir o grau de decomposição da velha democracia: a rejeição de ambos os candidatos. A última pesquisa Datafolha (14/10) calcula uma rejeição acentuada de ambos: Bolsonaro tem 51% e Lula, 46%. Dos 49% que supostamente votarão no petista, 20% – quase a metade – o faz com a prioridade de “derrotar Bolsonaro”. Por sua vez, 63% dos eleitores de Bolsonaro atribuem “grande importância” à religião na hora de decidir o voto, do qual, enorme parcela vota nele devido à imagem de perseguidor religioso que se atribui a Luiz Inácio. As campanhas de ambas as partes chegaram ao ponto de só falar dos podres do concorrente, visando aumentar a rejeição, como se viu no último debate.

São claros sinais da putrefação a que chegou o sistema político desse velho Estado de grandes burgueses e latifundiários serviçais do imperialismo, principalmente do norte-americano, ianque. Essas eleições corruptas são importantes apenas para as classes dominantes, pois só elas precisam dessas para decidir qual de suas frações assumirá a direção, e qual regime deve imperar para administrar sua colossal crise e salvar a velha ordem de exploração e opressão ameaçada de colapso. O próximo eleito, seja quem for, será legítimo representante senão de si e o mesmo será para o regime político decorrente. Será, sim, eleito necessariamente por uma minoria – cerca de 50 milhões, aproximadamente um terço do total de pessoas aptas a votar – e, dentro dessa minoria, quase metade não apoia o eleito, e sim, rejeita mais o “oponente”. Isso significa que aqueles que votarão de fato por acreditarem no eleito será na casa de 17% do total de pessoas aptas a votar. E há que constatar que essa parcela extraordinariamente pequena da população o faz sem qualquer entusiasmo, sendo que a sua imensa maioria tão-somente deposita, desesperançosa, seu inútil voto.

Essa realidade não é por acaso, tampouco indiferente para a velha ordem. Não é por acaso, mas sim pela falência histórica, e política, da velha democracia. O pacto vigente imposto pelas classes dominantes – a Constituição de 1988 –, que prometeu “cidadania” e direitos fundamentais “a qualquer custo” para o povo, não foi capaz de cumprir seus compromissos, tampouco pôde impedir a decomposição do sistema de exploração e opressão, o qual encobre e legitima, e que está posto em questão por parte das classes dominantes. Sistema que, para ter sobrevida, precisa destruir os poucos direitos arrancados pela luta popular, e cuja velha democracia não poderia ser outra coisa, que não uma farsa completa e cada vez mais escancarada. Basta citar a “Reforma da Previdência”, que praticamente arrancou das próximas gerações o direito à aposentadoria; a “Reforma Trabalhista”, que aniquilou os sindicatos e destruiu os direitos históricos dos trabalhadores e dos servidores públicos. Para ficar apenas nos ataques mais recentes, que fazem parte de um longo processo levado a cabo pelos sucessivos governos de turno.

A falta de legitimidade da farsa eleitoral também não é um dado indiferente. Os reacionários temem, em seu âmago, a repetição de um levantamento popular como 2013-2014, porém mais consciente, contundente e mais profundo, nas camadas mais proletarizadas e mais pobres de nosso país, que o tornaria por isto mais determinado e marcado de maior violência revolucionária. Tal levantamento é inevitável, porque a reação só pode dar sobrevida à velha ordem atacando mais severamente os históricos direitos conquistados e reprimindo mais brutal e covardemente as massas em luta na defesa destes. A velha democracia só pode impedir a luta das massas contra tais ataques, com algum êxito, se ela estiver imbuída de determinada credibilidade popular. E que credibilidade tem, para “pacificar” o estado de espírito cada dia mais rebelde das massas, um governo – seja qual for – eleito por uma minoria, e em cuja minoria apenas uma pequena fração realmente vota por aceitação às suas propostas, e mesmo essa o faz sem nenhuma esperança e por rejeição ao concorrente? Sem mencionar a completa repulsa que sentem as massas pelas demais instituições do velho Estado genocida e corrupto. A desilusão está garantida, e o ressentimento virá na forma de grandes mobilizações, quer cedo, quer demande certo tempo.

O quadro é de avançada decomposição do velho Estado, para cuja crise geral arrastou para seu centro os militares, passando estes, através do Alto Comando das Forças Armadas, não somente de guardiães da velha ordem de exploração e opressão, mas também a tutores e mesmo interventores dissimulados nas instituições e nos frágeis governos sufragados na farsa eleitoral.

Daí que é um sonho inocente de alguns, e um discurso mal-intencionado de outros, propor o “voto útil” para impedir que Bolsonaro seja reeleito, quando, na verdade, todos os votos são inúteis para o povo nessa farsa eleitoral. A extrema-direita que ele chefia não desaparecerá, porque ela emergiu da falência histórica e política da velha democracia; falência que não pode ser contornada. Tal força extremista seguirá existindo, e atuando com ainda mais violência reacionária se derrotada eleitoralmente. Tampouco sumirão as pretensões golpistas dos generais, da ativa e da reserva, mas sim, crescerão acentuada e diretamente proporcional à explosão das rebeliões populares. Essa também inevitável marcha para o fascismo não pode ser extinta pela farsa eleitoral da velha democracia, já que foi o fracasso da velha democracia e seu sistema político agonizante, que a gerou. Hoje, no Brasil e no mundo, vivemos aqueles momentos históricos, em que os velhos regimes entraram a sucumbir, porque o novo regime – em nosso país, da Revolução Democrática Agrária e Anti-imperialista – avançará para substituí-lo parte por parte no País, até triunfar em todo ele. A nova ordem revolucionária precisa ser construída, e quanto mais se adia essa tarefa pendente e atrasada, agarrando-se em ilusões, tanto mais progredirão o golpismo e a marcha para o fascismo. Somente a revolução democrática os derrotará.