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AND – Comentario sobre un comentario furibundo / La crisis militar y las divisiones alcanzan nuevas cotas / Cuenta atrás


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AND – Comentario sobre un comentario furibundo / La crisis militar y las divisiones alcanzan nuevas cotas / Cuenta atrás

 

Editorial semanal – Comentario sobre un comentario furibundo

31 de marzo de 2021

La situación brasileña, en balaceos bruscos, sufre sacudidas y modificaciones sensibles, como ya se estimaba para cualquier instante, y por ahora tales alteraciones se han producido en el primer nivel de gobierno. Atrapado, Bolsonaro ve cómo sus alguaciles de extrema derecha son descartados uno a uno en la disputa con el Congreso, el TSF (el Tribunal Supremo Federal) y los monopolios de la prensa, sin que pueda acudir a su rescate. Después de Pazuello – el carnicero, es Ernesto Araújo – el obtuso, quien se cae del caballo, mientras que otros son removidos de sus puestos o asignados a nuevas posiciones. Arthur Lira y Rodrigo Pacheco, presidentes de la Cámara y el Senado, respectivamente, también habían elevado el tono, tras un manifiesto de los banqueros. Mientras tanto, la población pasa hambre y Brasil se convirtió, en manos del gobierno militar de facto, en el epicentro mundial de la pandemia con la espeluznante marca de más de 320 mil muertos. No se descarta el intento de destitución (sobre todo si llegamos a la escandalosa cifra de 5.000 muertos diarios por Covid-19 en abril) como alternativa para desinflar por anticipación el estallido de las protestas y resolver la crisis política a la manera de la casa grande, es decir, por mero reordenamiento palaciego que impida la intervención independiente de las masas, medida ya prescrita por la ofensiva preventiva contrarrevolucionaria que lleva más de cinco años.

¿Qué haría la extrema derecha en este caso?

En este sentido, resulta ilustrativo leer un comentario del coronel retirado del Ejército Gelio Fregapani en el sitio web de Defesanet, titulado “¿Tendremos una guerra civil? Quien leyera solo los “argumentos” llegaría a la conclusión de que es uno más de esos locos que abundan en el pantano bolsonarista. Se da la circunstancia de que este señor, hoy prosélito en pijama, fue el comandante del Centro de Instrucción de Guerra en la Jungla (CIGS) del Ejército y está considerado por sus compañeros como uno de los formuladores de este tipo de combate. Por lo tanto, no es un analfabeto cualquiera: es un analfabeto graduado, cuyas palabras incitan a otros a actuar. Su comentario, mezcla de cinismo y profesión de fe fascista, confiesa lo que todo el mundo ya sabe, que esta gente se está preparando para una guerra civil declarada.

Es típico de los impostores sustituir la lógica por el análisis. Así, todo lo que no pueden explicar lo envuelven en sombras y lo explican como conspiración, lo que siempre confirma lo que sus “brillantes” mentes prevén. Son torturadores epistemológicos: no investigan la realidad -lo que requiere esfuerzo y estudio, y disposición a interpretar los datos que contradicen las premisas-, sólo exigen que confiese lo que ellos quieren oír. El lenguaje de estos picos también obedece a esta intención: es habitual que quien no sabe qué decir elija la palabra difícil, para impresionar al público. El espectro comienza así su texto: “La ciencia moderna de los conflictos, la Polemología, nos enseña que cuando hay diferencias irreconciliables y fuerzas equivalentes y reactivas, están listas todas las condiciones para el conflicto, que, según su magnitud, llamamos guerra”. La guerra se deriva de divergencias irreconciliables entre las fuerzas. ¡Profundo, señor! Sólo faltaba insertar la palabra “psicosocial” para que el manual de picaresca fascista estuviera completo.

El gran “estratega” sigue, según el esquema conocido de la extrema derecha, presentando al gobierno de Bolsonaro -el capitán de los arbustos- como una interrupción de un largo ciclo de administraciones “de izquierda” y víctima de sucesivas conspiraciones. Dice que tras la victoria “abrumadora” de Bolsonaro, “esto nos dio cierta sensación de tranquilidad porque, por más grande que sea el fanatismo de los segmentos de izquierda, sus reacciones violentas serían derrotadas de la misma manera que lo fueron en Xambioá”. Todo allí es una mentira. En primer lugar, la victoria de Bolsonaro no fue abrumadora, ya que sólo ganó en segunda vuelta y en una elección récord en cuanto a votos blancos, nulos y abstenciones. Es un error tonto suponer que tiene todo este apoyo popular hoy, incluso menos que hace dos años. En segundo lugar, la “gloria” que canta este paria de la gloriosa Guerrilla de Araguaia necesitó de tres expediciones militares, decenas de miles de soldados y oficiales movilizados, terrorismo contra la población local y uso generalizado de la tortura y el asesinato de prisioneros de guerra para ser alcanzada, contra unas pocas docenas -sí- de valientes guerrilleros. ¡Victoria pirrica, miserable nazi tupiniquim!

El prosista dice que su victoria “desarticuló las fuerzas reactivas de la izquierda, momentáneamente abandonada por su enorme rebaño de corruptos, que se beneficiaron de los sobornos e incluso del robo descarado”. Por supuesto, la cúpula de las Fuerzas Armadas no está exenta de escándalos de corrupción, que van desde el desfalco durante la Guerra del Paraguay -guerra cuya corrupción original y mayor es la propia causa que la motivó, al servicio de los intereses espurios del imperialismo británico- hasta la producción sobrevalorada de cloroquina en estos días, por no hablar de las toneladas de picanha (preparado de carne de lomo de res, nota traducción) y cerveza mientras las masas pasan hambre. ¿Qué tal unas palabras, ilustre caballero, sobre el delito de narcotráfico internacional pillado infraganti en el avión presidencial, que ni siquiera mereció la expulsión del militar pillado infraganti? O sobre la malversación de recursos públicos del Bolsonaro, ya abundantemente probada y confesada por su compinche Fabricio Queiroz? Como se ve, “acusar al adversario de lo que hace”, parece ser toda la ética de este sinvergüenza que habita los sótanos.

Sobre la pandemia, el genio de la carrera pontifica: “Para colmo, la epidemia del Virus Corona vino en ayuda de los opositores, que se aprovecharon de ella, sin importarles las muertes que causó ni el colapso de la economía. En esto tuvieron mucho éxito, infundiendo miedo en la población y culpando de las muertes al Ejecutivo, con las manos atadas por el TSF.” Como se ve, no se dice, pero se insinúa, que Covid-19 no es más que una conspiración mundial para derrocar a Bolsonaro. Más: ante la plaga, presumiblemente, la población debería haber sido “intrépida”, leer, acudir en masa a su antojo, salir a la calle sin máscaras, celebrar la política genocida del gobierno federal. El hombre cobarde susurra la mitad de su razonamiento, pero no tiene el valor de decirlo en su totalidad. Di: ¡maldita sea la pandemia! Celebremos a Eros y Tánatos, Perséfone y Hades. ¡Hagamos de Brasil un experimento mundial de mortalidad! Por cierto, sea coherente, señor Gélio: no se ponga la vacuna de los “globalistas”. ¿Cómo es eso?

La parte más curiosa viene a continuación: “Apoyada por el STF, la izquierda ideológica ha ido avanzando en la preparación de la lucha armada; está formando tropas de combate, incluyendo extranjeros con formación militar. No sabemos que el STF -además, vergonzosamente plegado a los generales, como quedó claro en el episodio del tuit de Villas-Bôas- prepara la lucha armada, mientras que quienes ya la están llevando a cabo de forma no declarada son las propias Fuerzas Armadas y sus auxiliares, en viles operaciones clandestinas contra las masas campesinas en la Amazonia y las favelas de Río de Janeiro. En cuanto a los extranjeros en Brasil, es Bolsonaro quien entregará la Base de Alcântara a las Fuerzas Armadas yanquis, una ignominia jamás cometida ni siquiera por los peores entreguistas que han pasado por la presidencia. En esta línea, sigue el agitador: “Fachin, ministro del STF, libera a miles de bandidos (junto con Lula), y prohíbe a la policía entrar en las favelas. Esconden armas en lugares estratégicos, en las favelas de Río y SP”. Más adelante: “De hecho, ya estamos al principio de la guerra. Los 35.000 prisioneros fueron liberados con alguna intención, o cómo reforzar la fuerza de combate de la guerrilla, y obligar al Ejército a actuar en misiones policiales poco amigables”. Sobre los sucesivos decretos de Bolsonaro legalizando la compra de armas y municiones para armar a sus pandillas de fascistas en todo el país, ni una palabra. Tampoco sobre la explosión de las acciones de los grupos paramilitares (“milicias”), que ya son las mayores facciones criminales del país. ¿Silencio o estrategia? ¿Ineptitud o apuesta deliberada por el caos?

Dejemos de lado las demás ensoñaciones y solipsismos. Concluyamos: “Somos millones los que estamos dispuestos a luchar hasta la muerte por nuestra patria, mientras que los que solo quieren apropiarse de la propiedad de los demás pueden incluso matar, pero difícilmente estarán dispuestos a sacrificarse por ello. Naturalmente, como se ha visto en el caso del sacrificado diputado Daniel Silveira, que lloraba día a día en el Batallón de Prisiones Especiales de la Policía Militar de Río, o de Sara Winter (¿todavía se acuerdan de ella?) que, tras unas semanas de arresto domiciliario, abandonó la noble causa que defendía. “Por supuesto que no queremos una guerra civil, pero si la hay, lucharemos. No será en nombre de las ideologías, sino en nombre de Dios y de la Patria”. Es posible vislumbrar a un ex diputado de algún lugar de Brasil, expulsado de la corporación y hoy asesino a sueldo de bicheiros o “milicianos”, echándose a llorar con tan bellas palabras.

Estos reaccionarios de alto nivel no se irán a casa ni desaparecerán de la escena. Si el reordenamiento de las clases dominantes consigue sortear la crisis manteniendo a las masas al margen del proceso, éstas seguirán revolcándose en los sótanos, despreciadas como monstruos apestados por el liberal perfumado. Ahora, si las masas se levantan contra el orden podrido de la explotación y la opresión, estos serán los perros de presa movilizados para enfrentarlos. En una cosa, y solo en una, estamos de acuerdo con el genocidio teórico: en las entrañas de la sociedad brasileña, inmersa en la mayor crisis de su historia reciente, y en el agravamiento de los antagonismos de clase, se está gestando una guerra civil. Solo los que no quieren verlo no lo ven.

Editorial especial – La crisis militar y las divisiones alcanzan nuevas cotas

03 de abril de 2021

La dimisión simultánea y conjunta de los tres comandantes de las Fuerzas Armadas (FA) es la explosión pública e inédita en la historia reciente del país de una gravísima crisis militar. Esta crisis es generada por la crisis económica del sistema de explotación, la putrefacción del sistema político y la división entre los “poderosos”.

La liberación de Luiz Inácio por el STF (Tribunal Supremo Federal) es un ingrediente muy relevante en este episodio. La decisión del STF es el resultado, por un lado, de una acumulación de fuerzas de la centro-derecha en el Tribunal Supremo buscando dar un golpe de muerte al “Lava Jato” (garantizado por la desmoralización del mismo con la revelación por parte de los “hackers” del engaño y la intromisión yanqui) y, por otro lado, por la acción de parte de la derecha militar que buscaba permitir la creación de una falsa polarización Bolsonaro versus PT.

Además, Bolsonaro, el débil, aislado en la opinión pública, rehén consentido de la voraz codicia de insaciables congresistas sedientos de fondos públicos y acosados por los innumerables delitos que cometió tras asumir la presidencia, presionó al Alto Mando de las Fuerzas Armadas (ACFA). Percibiendo el agravamiento de las dificultades para la ofensiva contrarrevolucionaria que representaba este nuevo hecho, inédito hasta entonces, buscó conquistar nuevas posiciones, realizando provocaciones -como los disturbios de la policía militar en el Nordeste- y exigiendo la salida del Comandante del Ejército, Edson Pujol. Fracasó en su objetivo, aumentar la tensión en el ejército para negociar nuevas posiciones y, sobre todo, contraatacar la salida del abortista nazi Ernesto Araújo (Relaciones Exteriores), su último “cuadro” ideológico en el primer escalón.

Además, según la prensa reaccionaria, Bolsonaro presionó a oficiales de alto rango en servicio activo para que se pronunciaran “al estilo Villas Bôas”. Esto fue rechazado por Edson Pujol y, probablemente, con el apoyo del ex ministro de Defensa, Fernando Azevedo, que buscaba desvincular la imagen de la institución de la del gobierno. Es sintomático que todos los ex comandantes, e incluso el ex ministro, hayan subrayado que dejan sus cargos cumpliendo su deber de “no permitir la politización de las Fuerzas Armadas” y de mantenerlas como “instituciones permanentes del Estado”.

Por lo tanto, se equivocan los que piensan que los generales Luiz Eduardo Ramos y Braga Neto están con Bolsonaro y en contra de los antiguos comandantes de las fuerzas que dejaron sus puestos, y también se equivocan los que creen que los sustitutos son gente de Bolsonaro. La renuncia de los tres excomandantes de la FA -por un lado, presión de Bolsonaro y, por otro, hecho alimentado por el ACFA para desgastar a Bolsonaro en la oficialidad- dio paso al nombramiento de otros tres que, en esencia, mantienen la misma posición que los anteriores, resultado de la actuación del Sr. Braga Netto, nuevo ministro de Defensa. Las posibles diferencias en los detalles no pueden compensar el enorme desgaste generado por su intento, siempre despreciado en los cuarteles, de intrigar para profundizar la división en el mando de las fuerzas armadas. Sin embargo, Bolsonaro, obstinado, incrementa su presencia en las fuerzas auxiliares (policía militar) buscando multiplicar sus piezas en el tablero y poder presionar a las FFAA como un elemento desestabilizador no neutralizable.

Así, la derecha hegemónica en el ACFA avanzó más posiciones, incluso en el primer nivel de gobierno. Mantuvo puestos claves y desmanteló otra avanzada que Bolsonaro tenía en Relaciones Exteriores, desde donde saboteó las relaciones internacionales en el negocio de la obtención de la vacuna, además de perjudicar a la manzana de la economía, el agronegocio.

Con la fracasada maniobra de Bolsonaro, el aislamiento de éste es tal que la ACFA está en condiciones de consolidar la posición de intentar frenar la desgracia de la pandemia provocada por la política genocida de Bolsonaro, con la que los generales han sido cómplices, apaciguadores, para no dividir a las FF.AA. Tratan de revertir las fallas en la obtención de vacunas y el plan de vacunación, teniendo el nombre de la institución vinculado a la acción criminal del Ministerio de Salud, además de la incompetencia de su jefe de logística general.

La corrida de la ACFA es a contrarreloj para intentar frenar el número de muertos, porque si la media diaria, que ya ha superado los 3.000, llega a los 5.000, podrían estallar unas revueltas que hasta ahora se han visto amortiguadas por la búsqueda diaria de las masas empobrecidas para sobrevivir, para mantener sus empleos y encontrar un modo de salir adelante, frente a la falta de asistencia sanitaria y el colapso de los hospitales. Si tal proceso estalla, será insostenible para el presidente de la Cámara frenar el proceso de impeachment de Bolsonaro, y con ello se darán todas las justificaciones para la completa intervención militar de las Fuerzas Armadas. En definitiva, la consumación del golpe militar contrarrevolucionario. En la inminencia de ese desorden, por supuesto, las Fuerzas Armadas estarán unidas en la intervención y difícilmente actuarán para destituir a Bolsonaro por la fuerza, por temor a que ese acto divida a las Fuerzas Armadas.

Pero, que quede claro: es una ley de la dinámica de la crisis en la historia del país y, en particular, en la dinámica de las acciones del FA desde los sucesos del Tenentismo, que actúan para evitar su división a toda costa. Sus comandantes saben que la garantía del mantenimiento del sistema de explotación y opresión es la unidad de su FA reaccionaria; saben que su división es el principio de la ruina de este viejo orden. El ACFA trabaja sobre el consenso en el cuerpo de oficiales de que seguramente será necesaria una intervención militar total para restablecer el orden si colapsa, pero defienden que la intervención de Bolsonaro es una aventura que llevará a la FF.AA. a un baño de sangre contra el pueblo. Sin embargo, los generales son conscientes de las colosales dificultades en las que ya se ha sumido el país, situación en la que la decisión del STF sobre Luiz Inácio Lula da Silva tiene un peso relevante, cuando el país está dividido y en marcha acelerada hacia la guerra civil, situación ya imposible de evitar con el paso del tiempo.

Conviene acudir a las declaraciones para comprobar esta certeza: el presidente del Club Militar, el general de división Eduardo Barbosa, de sospechosa capacidad cognitiva, dijo: “¡El lugar de un ladrón es la cárcel!” y acusó: “En Brasil, los que juzgan están políticamente alineados con los que son juzgados”, refiriéndose a los ministros del STF. La solución para esto no podía ser otra que la destitución de los que juzgan o una tutela firme sobre ellos, presumiblemente, algo que el ACFA hizo hasta la extenuación y abiertamente en otras condiciones. Sin embargo, hoy, debido al grado de agudización de su contradicción con el centro-derecha en el STF, no es factible ejercerlo sin generar una enorme inestabilidad. Otro general de igual calificación mental, Eduardo Rocha Paiva -un bizarro bolsonarista- fue más allá y predicó abiertamente una arremetida militar, “convocada por los poderes constitucionales”, contra el STF y “en defensa de la Nación”.

A ver qué dice el general Santos Cruz, ex ministro y ahora opositor al bolsonarismo. Para él, la decisión de anular las condenas de Luiz Inácio “polariza la política nacional”, siendo negativa. Sin embargo, continúa: las Fuerzas Armadas “no pueden precipitarse” (¡Ver! No se trata de que las Fuerzas Armadas queden sometidas al llamado “poder civil”, como quieren interpretar los portadores de ilusiones constitucionales, sino que, para este reaccionario, se trata de no quemar etapas…). Y dice más: un pronunciamiento de las Fuerzas Armadas, como el tuit de Villas Bôas en 2018, no es conveniente, porque “era la víspera de la decisión, ahora la decisión está tomada”, y recuerda que el tema aún será tratado en el plenario del STF, tal vez sugiriendo que en este momento vale la pena una intervención. Son los llamados “generales legalistas” que ven los prodigios liberales de la vieja democracia.

Se puede ver: en las diferentes posiciones de los altos mandos militares de la reserva (los que pueden expresarse libremente y, en cierto sentido, expresar en términos relativos las posiciones actuales dentro del servicio activo), la cuestión no es si las Fuerzas Armadas deben intervenir con amenazas y coerción, o no intervenir; es cómo, cuándo y dónde hacerlo.

Esta crisis militar que ha aflorado como nunca antes es, en definitiva, algo bueno. Ha expuesto a toda la opinión pública el poder moderador que ha estado ejerciendo el ACFA, y desenmascara esta falsa democracia fantasiosa ensartada en las bayonetas. También deja al descubierto el propio golpe de estado militar preventivo en curso. Grandes contingentes se levantarán frente a él, aglutinados y educados grano a grano, para defender los sagrados derechos del pueblo, amenazados por este gigante con pies de barro. Los que viven lo verán.

Editorial semanal – Cuenta atrás

13 de abril de 2021

Se ha abierto la cuenta atrás para la destitución del genocida Bolsonaro de la presidencia. En caso de que se instale el IPC, lo que ocurrirá en paralelo al peor momento de la pandemia, produciendo un día tras otro titulares sobre los crímenes perpetrados por el gobierno federal, la situación del capitán charlatán puede volverse insostenible. No faltan razones para derribarlo: a la interminable cantidad de crímenes atroces cometidos por él durante la epidemia se suma la debacle económica y el desgobierno a todos los niveles, que empujan al país al abismo. Desde el censo del IBGE cancelado hasta la falta de anestesia en los hospitales, todo indica el fracaso del sistema político. Pero no es por ninguna arrogancia humanista que un frente cada vez más amplio, que abarca desde sectores del núcleo duro de la gran burguesía hasta oportunistas (pasando por los ingenuos útiles), articule su caída, sino porque no tiene la menor capacidad para cumplir con las tres tareas reaccionarias que exige la casa grande, que son reestructurar el viejo estado reaccionario, impulsar el capitalismo burocrático y conjurar el peligro de la revolución. De hecho, Bolsonaro y sus adláteres de extrema derecha demuestran día a día ser un obstáculo para esa reestructuración.

Dos episodios, ya discutidos exhaustivamente en nuestros editoriales, marcan un punto de inflexión en este proceso: la anulación de las condenas de Lula y la renuncia del general Fernando Azevedo e Silva al Ministerio de Defensa, que fue acompañada por los comandantes de las tres fuerzas armadas, una crisis militar sin precedentes en la nueva república. La liberación de Lula, por un lado, y su regreso a la escena electoral, puede interpretarse como cualquier cosa menos beneficiosa para Bolsonaro. No se trata de una conjetura: Kássio Nunes, que hasta ahora siempre ha votado de acuerdo con su padrino en el STF, votó en contra de la sospecha de Moro, que sólo fue declarada porque Carmen Lúcia le dio la vuelta al abrigo. Desde el punto de vista electoral, ambos disputan las mismas bases (pobres urbanos y clases medias), y todo indica que éstas se desprenden cada vez más rápido de Bolsonaro, en una clara inversión del escenario de 2018. También hay una tendencia a una segunda inversión: en una eventual segunda vuelta, sería Luiz Inácio, agitando la bandera podrida de la conciliación de clases, quien tendría mejores condiciones para atraer a la derecha civil, a diferencia de lo que se vio en la última elección, todavía bajo los auspicios del “Lava Jato”. Para Bolsonaro, sería mejor enfrentarse a varios anti-Bolsonaro, diluyendo los votos de la oposición; la posibilidad de que estos votos se concentren en un solo candidato aumenta exponencialmente sus posibilidades de derrota. Es, por tanto, un episodio que sirve para aislar aún más al capitán del monte, y que eleva el precio de la tasa de protección en el Congreso, como queda claro en la ampliación del espacio “centrão” en los ministerios y en la tajada que quiere arrebatar del presupuesto. El PT, además, no está interesado en ninguna manifestación popular que interrumpa la marcha electoral ya iniciada y su intento de atraer a sectores de las clases dominantes, e incluso su adhesión al impeachment es sólo de boquilla. Pero la inevitable y radicalizada polarización Bolsonaro X Lula interesa y sirve, si es necesario, a los generales del Alto Mando para imponer su intervención con el falaz pretexto del “caos de los extremos”.

¿Qué le queda a Bolsonaro? Apostando por el caos y por su base más fiel, cuyo centro está en las Fuerzas Armadas. En su opinión, este es el partido político que cuenta, capaz de garantizar su supervivencia, incluso si su apoyo popular cae a niveles aún más bajos. En caso de derrota electoral, sería la carta que le permitiría intentar consumar su golpe militar al no traspasar el gobierno. Para ello, necesita poder arrastrar a las Fuerzas Armadas a su aventura, y busca hacerlo generando tal inestabilidad institucional que no haya otra alternativa para su Alto Mando, ante la posibilidad de escindir la corporación, que embarcarse en ella, aunque sea para asumir su dirección, como única condición para salvar el viejo orden que se derrumba. Sucede que, mientras el barco se hunde, los generales del Alto Mando buscan cínicamente desvincularse del gobierno que han apoyado y que pasará a la historia como un gobierno genocida. La salida del ex ministro de Defensa y de los demás mandos militares refuerza este intento, ya que la estrategia que utilizan es la de un régimen militar blanco no declarado, a diferencia de Bolsonaro, que insiste en declarar, día sí y día también, la participación de “su ejército” en “su gobierno”, el régimen militar fascista. Como en política no existe la neutralidad, en momentos de grave crisis, salir del gobierno es engrosar las filas de la oposición, como ocurrió con el general Santos Cruz, que se convirtió en la mascota de los sectores anti-Bolsonaro en los monopolios de la prensa y participa en articulaciones para hacer viable un candidato de “centro”, como se autodenomina la derecha tradicional en Brasil. Braga Netto y los nuevos mandos militares, como decíamos en un reciente editorial, cumplen la misión de vigilar de cerca al capitán en jefe, sin alterar, en lo más mínimo, las directrices de desvinculación ya en marcha.

En cuanto a los demócratas y revolucionarios, deben persistir en la convocatoria y politización de las masas, y si estallan grandes manifestaciones contra el gobierno (escenario que no es el más probable en el futuro inmediato, con el apogeo de la pandemia), no queda más que intervenir con ellas, persistiendo en la lucha prolongada por la revolución democrática, levantando ya la bandera de ¡Abajo el gobierno militar genocida de Bolsonaro! De hecho, la intervención independiente de las masas es un factor con el que la derecha tradicional (centro-derecha parlamentaria) y los oportunistas -que tienden cada vez más a un acuerdo nacional, bajo la tutela del alto mando militar- no cuentan, y por el que se esforzarán en frustrar cualquier posibilidad de ello. El impeachment, así como la anticipación de la campaña electoral, al contrario de lo que piensan los ingenuos útiles, son maniobras lanzadas para evitar la entrada en escena de los sectores populares, canalizando sus deseos y su furia en el viejo juego palaciego. Y sean cuales sean los próximos acontecimientos, lo único que deben hacer los luchadores consecuentes es estrechar sus lazos con las masas, en las fábricas, en las barriadas, en las tierras campesinas ensangrentadas por siglos de lucha. La división entre las clases dominantes no podrá, por sí sola, resolver los grandes problemas brasileños, por el simple hecho de que sus diferencias son menores que las que separan a esas hienas voraces del pueblo. En algún momento, las fuerzas del atraso se unificarán, aunque sea temporalmente, en su ataque a los revolucionarios y a las masas para imponer las tres tareas mencionadas. Cuando llegue la hora decisiva, ganará quien sea más consciente de sus objetivos y esté mejor organizado.